Propósitos
Contar
con una información adecuada no es sólo un derecho que
la masa peronista se ha ganado en sufridos años de lucha, sino
también condición esencial para cumplir su misión
histórica de liberar nuestra patria de la explotación
nacional e internacional. Sin embargo, desde las estructuras
dirigentes del movimiento únicamente le llegan trivialidades
que nada agregan salvo confusión.
Las
funciones inexcusables es extender y ahondar ese conocimiento
directo, elaborar críticamente datos de la realidad
contemporánea y presentar conclusiones que aclaren su sentido,
extraer y generalizar las enseñanzas que deja la acción
colectiva, tareas sin las cuales no se perfeccionan las formas
organizativas y de combate.
Es
en la organización revolucionaria que se opera ese
enriquecimiento recíproco, al cual contribuyen los cuadros
directivos con las síntesis esclarecedoras que orientan a las
masas obreras.
El
peronismo lo necesita con urgencia, como punto de partida para
replantear sus inoperantes líneas políticas.
Para
saber cuales son nuestras fallas y llegar a sus causas hay que tener
una visión global de la Argentina, de las fuerzas que chocan
en su seno, de las características que revisten esos
conflictos. U dentro de ese marco histórico, examinar el
significado del peronismo, con qué tendencias sociales e
irreductiblemente antagónico, qué políticas lo
condenarán a frustrarse y cuáles sirven al objetivo de
realizarnos como destino nacional.
Por
no plantearse correctamente todo esto, las burocracias siempre
rectifican los aciertos y reinciden en los errores. La indigencia
teórica arrastra a los desastres estratégicos.
Lo
primero que procuramos demostrar en la brevedad de este informe es
que la teoría política no es una ciencia enigmática
cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos
iniciados, sino un instrumento de las masas para desatar la tremenda
potencia contenida en ellas. No les llega como un conjunto de
mandamientos dictados desde las alturas, sino por un proceso de su
propia conciencia hacia la comprensión del mundo que han de
transformar.
John
William Cooke – Diciembre de 1964
Capítulo
I
Malestar
en las bases
Seguros
de nuestra propia fuerza y razón, durante la tiranía
militar, aun en sus períodos más sombríos, la
reconquista del poder nos parecía próxima e inexorable.
A nueve años del golpe imperialista (de 1955) ese optimismo
ingenuo ha cedido su lugar a otra actitud más realistas y
reflexiva, aunque siempre poseída del optimismo.
El
origen del descontento no es por lo tanto la violencia del régimen,
son las sospechas sobre la aptitud del Movimiento para doblegarlo.
Los presos, los torturados, los muertos, las innumerables jornadas de
combate, testimonian nuestro coraje ante la adversidad: también
despiertan interrogantes sobre si no estaremos malogrando tanto
sacrificio.
Hay
muchos de nuestros compañeros que relegan esas inquietantes
intuiciones, resistiéndose a admitir el deterioro de las
viejas certidumbres. Otros se tranquilizan oponiendo la convicción
de que, pese a todos los obstáculos, a la larga el pueblo
vencerá. Pero este fatalismo optimista no es más que
otra forma de autoengaño: nuestros compromisos son con esta
época, sin que podamos excusarnos transfiriéndolos a
generaciones que actuarán en un impreciso futuro.
La
historia no es nítida ni lineal ni simple, la Argentina de hoy
es un ejemplo de sus complicaciones y ambigüedades. La presencia
del peronismo impide que las clases dominantes gocen tranquilamente
de sus privilegios usurpados: es por sí misma, la prueba de la
decrepitud del régimen, de su ineficacia para resolver los
problemas del país (nota: aunque habría que
considerar sus formas de prolongación y reciclamiento para
mantenerse).
La
inquietud prevaleciente responde a la impresión de que
nuestros objetivos finales se hallan en una brumosa lejanía
que nuestros esfuerzos cotidianos no parecen acortar. Dicho de otra
manera: entre los anhelos de tomar el poder y los episodios de
nuestra lucha, no se ve la relación de una estrategia que
avance hacia los objetivos últimos. Se organiza lo táctico,
pero sin integrarlo en una política que, por arduo que sea el
camino que señale, presente la revolución como
factible, como meta hacia la cual marchamos. No más que eso
necesitan las masas, pero no con menos se conformarán.
Lo
importante es destacar que allí está el origen de ese
temor a no encontrar respuestas revolucionarias a los desafíos
contemporáneos.
Las
clases gobernantes no pueden ya aspirar a nada más que al
mantenimiento del equilibrio, salvo las fluctuaciones secundarias
entre fases de máxima tensión y fases de relativa calma
social, permanecerán en la situación óptima
mientras esta paridad no se rompa. El peronismo, como agrupación
mayoritaria, necesita alterarla. Mientras no encuentre la política
que lleve a conseguirlo, prorroga la vigencia del régimen y
simultáneamente se debilita internamente.
Tiene
ante si una opción entre dos líneas de conducta. Puede
mantener la actual, confiando en que de alguna manera imprevista
llegará al poder y se iniciará así el milenio
peronista, concepción burocrática. O puede plantear la
cuestión a la inversa: comprender que el futuro del Movimiento
no está en acertar una tómbola sino en movilizar al
pueblo en una política revolucionaria. La casualidad que nos
regale el gobierno y nos garantice el futuro no se dará. Lo
que sí podemos hacer es encarar los cambios internos de fondo
que nos pongan en condiciones de aspirar al poder.
La
crisis del Régimen y la crisis del Movimiento Peronista
Todos
coincidían en que la causa originaria de la crisis fe el
gobierno peronista. El que las penurias justamente comenzaran con la
restauración de 1955 no pasa según ellos de mera
casualidad. También es “casualidad” que después
de nueve años de una política que es la antítesis
de la que habría provocado la crisis, ésta sigue a toda
marcha. Pero desde todas las tribunas se nos suministra una
explicación que absuelve nuevamente al régimen con
irrefutable rigor lógico: lo que impide sacar al país
del pantano son las maquinaciones de una formidable asociación
ilícita, que integran Perón, Fidel Castro, “los
que sueñan con un retorno imposible” y Mao Tse Tung,
además de una caterva de agentes del “comunismo
internacional” que nadie ha visto nunca, pero que se nos dice
que está por todas partes haciendo maldades a full time.
Sobre
la caracterización de la crisis hay una amplia variedad de
versiones: es crisis moral, o crisis de la cultura, o crisis del
desarrollo, o crisis de jerarquías, etc.... Cada uno de sus
exponentes toma por epicentro del fenómeno, aquel aspecto que
se ofrece a su ángel de la muerte ronda a la Argentina. Ven el
fin de sus privilegios como si fuese e fin de la comunidad: confunden
el no-ser burgués con el no-ser de la Nación.
Por
nuestras virtudes hemos podido agudizar las contradicciones internas
de los sectores gobernantes, impedir muchos de sus abusos, evitar la
institucionalización del despojo y el semicoloniaje. Por
nuestras carencias no hemos logrado impedir que el régimen
siga manteniendo intacta la superioridad en fuerza material que le
permite subsistir, oscilando entre la dictadura desnuda y la
dictadura encubierta tras las formas rituales de la democracia
minoritaria. A su propia anarquía e incoherencia hemos opuesto
nuestras propias indecisiones, nuestra invertebración teórica
y operativa.
El
pueblo se niega a aceptar el viejo juego político en que sólo
participaba por procuración, y por medio del Movimiento ha
hecho imposible el reestablecimiento de ese anacronismo, salvo como
aparato desprovisto de todo vestigio de representatividad. No ha
logrado en cambio, dotar a esa vocación de poder de una
práctica eficaz. La resistencia no es suficiente: sin
contraataque no hay victoria.
El
Movimiento exige una política en que se conjuguen las ideas,
la práctica y la organización revolucionaria, en que la
búsqueda de los objetivos finales se armonice y complemente
con las variantes tácticas y operativas capaces de dar
respuesta a cada coyuntura.
Cada
vez que se nos cierran los caminos de la semilegalidad, la burocracia
declara la guerra. Pero nada más. Esta que librada a la
espontaneidad de sacrificados activistas que oponen una violencia
inorgánica, inconexa e insuficiente, al potencial y a la
técnica siempre en aumento de los órganos represivos
oligárquicos imperialistas. Esta vacancia de conducción
dura hasta que viene un nuevo período de soluciones
negociadas. Entonces, los que estuvieron en la retaguardia durante el
combate, pasan a ser la vanguardia en los trámites de la
tregua y capitalizan la abnegación de las bases en la mesa de
arena de los acuerdismos.
En
el escenario político del país, la diferencia entre los
partidos tradicionales y el peronismo es neta, tajante, evidente por
si misma. Esto explica que nos proscriban, no pertenecemos al mismo
sistema. Pero las estructuras del movimiento no reflejan esa
contradicción irresoluble, sino que ésta reaparece
internamente. Tenemos por un lado el peronismo rebelde, amenazante
para los privilegios, y por otra parte, aparatos de dirección
en los que predomina una visión burguesa, reformista,
burocrática, en luhar de la visión revolucionaria que
corresponde a la realidad objetiva del papel que cumple el peronismo
en la vida nacional (nota: en la vida partidaria, el pejotismo
liberal ocupó el lugar contra el peronismo revolucionario).
Capítulo
II
El
orden de la oligarquía liberal
“¿Cuál
es la fuerza que impulsa ese progreso? Señores, ¡es el
capital inglés!
Bartolomé Mitre
La
recolonización de 1955 permitió a la minoría
explotadora ocupar económica y políticamente el país,
pero no culturalmente. Antes una cosa implicaba a la otra, ahora no.
La
fórmula había funcionado durante un siglo a partir de
la derrota nacional de Caseros. Allí se liquido el pleito
entre las dos corrientes que chocaban desde los días de Mayo:
la del puerto de Buenos Aires, cosmopolita, librecambista, vehículo
de ideas e intereses que convenían a Europa y trataba de
imponer al resto del país; y otra, nacionalista popular, que
veía al país en su conjunto y como parte de la unidad
latinoamericana. Antimorenistas y morenistas, dictatoriales y
americanistas, unitarios y federales, fueron fases de ese
enfrentamiento. Una vez que Argentina quedó incorporada como
satélite de la primera potencia capitalista de mediados del
siglo XIX (Inglaterra) y se unificaba en la política de la
oligarquía portuaria los antagonismos se denominaban
separatistas bonaerenses y hombres de Paraná: crudos y
cocidos, chupandines y pandilleros, liberales y autonomistas, cívicos
y radicales.
Desde
la Independencia, los intereses foráneos tenían su
aliado natural en la burguesía comercial de Buenos Aires,
dispuesta a enriquecerse como intermediaria de un comercio sin
restricciones en Europa. Su primera víctima fue Mariano
Moreno, cuya visión americanista chocó con el
centralismo unitario que subordinaba el país a la política
bonaerense, a ellos se debe el rechazo de los diputados orientales
que llevaban a la Asamblea del año XIII las instrucciones de
Artigas sobre la organización confederal. Sólo
desacatándose pudo realizar San Martín la campaña
de Chile y Perú, pero el pago fue dejarlo abandonado a su
propia suerte en suelo peruano, del cual pasó al exilio
voluntario y definitivo.
Fue
contra los devaneos monárquicos de ese grupo que los gauchos
impusieron el principio republicano en el año 20, fue contra
la Constitución aristocratizante de su agente conspicuo
–Rivadavia- que se alzaron seis años después los
caudllos federales. Dignos antecesores de la oligarquía
contemporánea, en 1815 sancionaron la Ley de Vagancia para
terminar con la protesta de los gauchos hambreados por la política
de los exportadores de carne. En la Constituyente de 1826 los
rivadavianos proponían una cláusula prohibiendo el voto
de los domésticos, soldados de línea, peones,
jornaleros, en una palabra, a la chusma que había hecho la
Independencia. Dorrego a quien luego harían asesinar por
Lavalle ridiculizó los argumentos de esa minoría
reaccionaria. La de hoy, aplica al mismo principio proscriptivo
aunque no tiene la valentía de sostenerlo com doctrina.
Fue
ese unitarismo el que concedió a Inglaterra la franquicia para
que sus barcos navegasen nuestros ríos, a cambio del derecho
espectral de que los barcos que no teníamos navegasen por el
Támesis, el mismo escandaloso unitarismo que dio toda la
tierra pública como garantía para contraer el
empréstito con Bering Brother’s, el que entregó
las minas de Famatina a un consorcio europeo del cual Rivadavia
estaba a sueldo, el que creó el Banco de Descuentos dando el
control a los comerciantes ingleses.
La
época de Rosas fue un compromiso entre Buenos Aires y el
interior, unidos en una política defensiva contra el
colonialismo anglofrancés y las fuerzas que secundaban sus
planes para desintegrarnos. Buenos Aires retiene las ganancias del
puerto, pero encabeza la lucha contra el extranjero. La Ley de
Aduanas protegía a la industria artesanal, el coraje criollo,
la soberanía acechada.
Rosas,
caudillo de la conjunción de fuerzas populares que terminó
con el unitarismo, era la cabeza de los ganaderos bonaerenses, y
formaba con sus amigos y parientes el sector más dinámico
de la economía, integrado como industria de tipo capitalista e
independiente del sistema comercial de Inglaterra: cría de
ganado, saladeros, flota de barcos para transportar los productos a
diversos mercados. Cuando esas circunstancias cambiaron, la política
proteccionista del Restaurador ya no contóicon el apoyo de los
estancieros, que se unieron a la coalición organizada por
Inglaterra y dirigida por el imperio esclavista de Brasil.
En
1852 el país necesitaba superar el equilibrio precario del
período rosista e integrarse como nación moderna,
constituyendo una unidad económica con el territorio nacional
como mercado interno único y el puerto de Buenos Aires, puesto
al servicio común como base para un desarrollo capitalista
autónomo. Ocurrió todo lo contrario.
La
burguesía comercial portuaria afirmó su control al
haberse constituido también como burguesía
terrateniente. Los hombres de la Federación poco pudieron
contra sus maquinaciones, especialmente cuando Urquiza hipotecó
su caudillaje para salvar sus vacas, y la “barbarie” del
interior fue aniquilada para asegurar la hegemonía de esa
oligarquía ganadero-comercial.
La
Argentina se incorporó al proceso económico mundial,
pero como mercado complementario del capitalismo inglés. La
manufactura importada terminó de aniquilar nuestras industrias
embrionarias. Los ferrocarriles dibujaron una nueva geografía
donde el intercambio interregional desaparece, se expande el mercado
comprador de artículos ingleses y nacen “las provincias
pobres”, las compañías extranjeras, los grandes
terratenientes y la burguesía que participaba del negocio
importador y exportador, engordan a medida que la riqueza del
interior cae en los toboganes que la deposita en los puertos para ser
transferida a las islas británicas. Los ríos que el
paisanaje había cerrado con cadenas para atajar a las flotas
invasoras, pasan a ser vías internacionales por prescripción
constitucional: no la prosperidad sino la miseria navegarán
por ellos.
Zona
marginal del centro capitalista inglés, también
debíamos ser dependencia ideológica y política.
Es que el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico
como cultural. El lugar de operaciones aisladas de intrecambio,
establece una relación permanente que no se agota en cada
transacción, los capitales colocados en la semicolonia deben
rendir frutos durante muchos años. Es preciso entonces evitar
toda inseguridad en los reintegros y pagos de intereses. Debe
procurarse que crezca la economía agraria para que sus
productos fluyan a la metrópoli, y que no surjan industrias
que desequilibren la “división internacional del
trabajo”.
El
imperio necesita contar con gobiernos estables, ordenados, buenos
pagadores e inmunes al extravío nacionalista. Para eso no hace
falta recurrir a la presión directa o a los groseros
despliegues de potencia armamentista. La penetración
financiera produce el encumbramiento de una oligarquía nativa
cuyo destino estaba ligado al del “gran país amigo”.
Las
expediciones punitivas de Mitre y Sarmiento ahogaron en hierro y
fuego las protestas del pueblo, la cabeza de Chacho Peñalosa,
exhibida en la Plaza de Olta, simboliza a la oligarquía mucho
mejor que los mármoles y bronces con que ella se ha
idealizado.
La
dependencia económica aseguró la esclavitud mental. La
semicolonia quedó unificada en el culto idolátrico de
las ideas –símbolo del liberalismo- y cuanto se le
oponía fue sentenciado y ejecutado en trámite sumario.
La
lucha política era entre minorías. La montonera había
sido una forma de política elemental en la que se participaba
directamente. El hombre de nuestro campo tomaba la lanza y arrancaba
detrás del caudillo: iba a pelear contra los españoles
o al grito de “Federación o Muerte” (que según
se ha demostrado, significaba “República o Muerte”)
contra los proyectos monárquicos centralistas de la
aristocracia porteña o contra el chancho inglés o
francés que rondaba nuestras aguas, en último caso para
entreverarse en peleas de menor significación.
El
enriquecimiento de la región pampeana significó, como
contrapartida, el estancamiento del interior. El libre cambio tuvo un
primer efecto negativo: la producción artesanal de las
provincias interiores no pudo resistir a la afluencia de manufacturas
extranjeras.
Durante
la época de Rosas no se había contraído
empréstitos con el extranjero, pero a medida que la Argentina
aumenta sus exportaciones, y por ende su solvencia como deudor, se
recurre al crédito externo con tal exageración que el
país se va hipotecando hasta límites increíbles.
Sarmiento se vale del empréstito para terminar la guerra con
el Paraguay y “pacificar” nuestro interior; otros
empréstitos se piden para obras que no se construyen, para
planes que nunca se inician, a veces sin buscar pretexto plausible.
Después se van pidiendo empréstitos para pagar los
servicios de empréstitos anteriores. Sólo de 1863 a
1873 los ingleses prestan a la Argentina 15 millones de libras
esterlinas.
En
estos idílicos tiempos, que tanto añoran los
conservadores, el país sufría inmediatamente los
efectos de cualquier contracción en los países
industrializados. Estos eran periódicamente sacudidos por la
crisis que llegaban aquí con violencia multiplicada al reducir
la demanda de nuestras exportaciones y simultáneamente el
precio que se nos pagaban por ellas. Además, justo cuando
nuestro país entraba en crisis, Gran Bretaña drenaba
nuestras reservas de oro agravando la situación. Sin embargo,
las clases dirigentes ponían todo su empeño en mantener
el crédito internacional de la Nación a toda costa. Un
presidente diría que “es necesario economizar sobre el
hombre y la sed de los argentinos”.
Yrigoyen
y sus enemigos
Fue
Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligió serias
derrotas al aparato que asfixiaba al país. El Yrigoyenismo fue
un movimiento de masas que expresaba la tendencia al crecimiento del
país, frenado por la alianza de la aristocracia latifundista y
el imperio británico.
En
el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cumplir con su
promesa de no enajenar ninguna parte de la riqueza pública ni
ceder el domino del Estado sobre ella. En un asunto clave como el
ferroviario su acción fue fecunda y demostró una
comprensión cabal cuando, al vetar la ley del Congreso que
traspasaba las líneas del Estado a una empresa mixta, afirmo
en el Mensaje: “el servicio público de la naturaleza del
que nos ocupa ha de considerarse principalmente como Instrumento
de Gobierno con fines de fomento y progreso para las regiones que
sirve”. El apoyo a YPF, la tentativa de crear un Banco del
Estado y un Banco Agrícola, la compra de barcos, etc.., son
otras tantas pruebas de su orientación nacionalista.
Su
política internacional fue digna, altiva, independiente y
retomó el sentido latinoamericanista que poseían los
hombres de la Independencia y que se perdió a mediados de
siglo pasado.
Es
bueno insistir sobre el manto de plomo que recubría la cultura
del país. Las voces solitarias de aquí y allá
querían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o se las
dejaba rápidamente) de los medios de difusión capaces
de amplificarlas hasta influir en la conciencia política
nacional. La transición a concepciones políticas más
adelantadas y claras que producirse dentro del radicalismo, cosa que
no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas organizativas,
había un páramo ideológico.
El
Partido Conservador, representante de la oligarquía
terrateniente, no se resignó a la pérdida del gobierno
ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mientras
esperaba la hora de recuperar el poder por la violencia, su táctica
consistió en unir todas las fuerzas posibles bajo el lema
negativo de hacer antirradicalismo (luego, cuando contó con
aliados en el propio radicalismo, su bandera sería el
“aniitigoyenismo”).
El
aliado más consecuente que siempre tuvieron los conservadores
fue el Partido Socialista, que no sólo los acompañó
en las maniobras concretas contra el radicalismo, sino que también
lo haría contra el peronismo.
Buenos
Aires, puerto de factoría que servía a la
intermediación importadora-exportadora, centro burocrático
al que convergían los inmigrantes y los criollos desplazados
por el latifundio, era la única realidad que veían
–incompleta y erróneamente, además- los
socialistas. Por el resto del país sentían el mismo
desprecio que los “civilizadores” mitristas y
rivadavianos.
La
gran mayoría de los explotados estaba en el campo: eran los
peones de la estancia, los obrajeros, los hijos de la tierra
convertidos en mano de obra miserable.
La
Argentina quedaba seccionada en una porción industrial y en
otra que no lo era, cuyos respectivos asalariados se incomunicaban
entre sí y perseguían objetivos contrapuestos. Era una
estrategia que podía deparar algunas mejoras a sectores
reducidos del proletariado (creando nuevos motivos de desunión
interclasista) pero le vedaba la lucha política para avanzar
en conjunto como clase. Los obreros industriales, sin peso en el
cuadro global de la economía subdesarrollada, no podían
ser factor de transformaciones revolucionarias si actuaban de
espaldas al resto de los perjudicados por el sistema oligárquico
imperialista. A cambio de la fantasía de buscar una liberación
exclusiva, para ellos solos, en medio de la Argentina desangrada,
rompían el frente capaz de obtener una liberación real
y abdicaban del papel que les correspondía dentro de ese
frente como clase revolucionaria.
En
suma, no les quedaba más que “el sindicalismo puro”,
la lucha economista por mejoras inmediatas, aunque debilitados por
renunciar a la solidaridad de los otros grupos de intereses comunes,
y votar por los socialistas, con lo que terminarían de
suicidarse. Como el Partido Socialista era enemigo de la
industrialización, la clase proletaria no crecería, y
como también era librecambista y enemigo de lo que llamaba las
“industrias artificiales”, cuando éstas
desapareciesen, los obreros sin trabajo aumentarían la oferta
de mano de obra y bajarían los salarios. Limitándose a
una política meramente encaminada a las mejoras salariales en
la industria, éstas servirían, por una parte, para
aumentar la diferencia entre las remuneraciones de la ciudad y del
campo, característica de los países subdesarrollados,
al mismo tiempo, servirían de pretexto para el aumento de
costos de producción y, sin proteccionismo, las industrias
quedarían en peores condiciones ante la competencia
extranjera.
Con
estas menciones basta para apreciar que si el Partido Socialista nos
ha negado siempre hasta “la leche de la clemencia”, no es
por oportunismo ni por improvisación, sino por una vocación
rectilínea –desde la cuna hasta la tumba-. La oligarquía
copiando instituciones liberales y el Dr. Justo remedando enfoques
socialistas llegaban siempre a las mismas conclusiones y compartían
los mismos prejuicios. Por ejemplo, al peón de cambo y al
obrajero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Justo los
crucificaba teóricamente negándoles toda capacidad
política. Su discípulo, el Dr. Repetto, explica que era
imposible hacerles comprender razones “porque se trata de gente
muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje”.
Mencionamos
las modalidades que los hacen indistinguibles del conservadorismo,
destacaremos algo que acredita a los socialistas como caso político
único. Es el partido socialista del mundo colonial y
semicolonial que nunca fue antiimperialista, ni siquiera
doctrinariamente. Más aún: es el único partido
socialista del Mundo que ha defendido expresamente al imperialismo.
Hasta los más viscosos amarillismos social-demócratas
de Europa, beneficiarios y cómplices de la política
colonial de sus burguesías, al menos en teoría han
condenado al imperialismo. En la Argentina tenemos un fenómenos
mundial: un partido socialista proimperialista en la teoría y
en la práctica.
Los
designios de Estados Unidos de imponer su hegemonía en todo el
continente no constituían ningún secreto: sus hombres
de Estado lo venían proclamando desde hacía un siglo y
había muchos hechos probatorios en exceso, la oposición
a los proyectos de Bolívar para la unificación
continental, la destrucción de nuestro Puerto Soledad en las
Malvinas, el robo a México de más de la mitad de su
territorio, las depredaciones en Nicaragua, la incursión naval
contra Paraguay, erean algunos ejemplos. Pero cuando la intervención
yanqui en Cuba, a principios del siglo XX, Juan B. Justo observó:
“Apenas libres del gobierno español, los cubanos riñeron
entre sí hasta que ido un general norteamericano a poner y
mantener la paz a esos hombres de otras lenguas y otras razas.
Dudemos pués de nuestra civilización”. Dudemos
más bien de los socialistas cipayos, porque hasta los
obrajeros analfabetos del Dr. Repetto saben que cuando los cubanos
tenían ganada la guerra de la Independencia, en 1898, los
norteamericanos, mediante una provocación, tomaron parte en la
contienda y se constituyeron en usufructuarios del sacrificio de los
isleños que venían guerreando desde hacía
treinta años, firmaron un tratado de paz con España sin
dar intervención a los cubanos, y se apoderaron de las
Filipinas, Guam, Puerto Rico, etc. En Cuba nombraron un gobernador
militar y sólo lo retiraron cuando se les dio la base de
Guantánamo (que todavía ocupan) y se les reconoció
el derecho de intervenir militarmente. Cada vez que había
protestas por el fraude con que se elegía a un presidente
amanuense de los yanquis, estos mandaban fuerzas amparados en esa
concesión.
Únicamente
los socialistas argentinos se les podía ocurrir echarle la
culpa a los cubanos de esas intervenciones imperialistas que
sufrieron todas las naciones que estaban en el radio geopolítico
de Estados Unidos.
Cuando
decía “dudemos de nuestra civilización”, se
trataba de una ironía justista: quería decir que estaba
seguro de nuestra barbarie. Como la civilización y el progreso
sólo pueden llegar del extranjero, también aplaudieron
la maniobra yanqui que quitó una provincia a Colombia y creó
la república artificial de Panamá. Pensaban, como los
yanquis, que nuestro continente sería un emporio de
civilización si no estuviese poblado por latinoamericanos.
Lenin,
explicando la desviación reformista de los movimientos
europeos que recibían su cuota del producto colonialista, dijo
que “el partido obrero-burgués es inevitable en todos
los países imperialistas”, ha mencionado asimismo que
“en todos los países en los que existe el modo de
producción capitalista hay un socialismo que expresa la
ideología de las clases que han de ser sustituidas por la
burguesía”. En esta segunda categoría estaría
el Partido Socialista de nuestro país sin describirlo
totalmente. La Argentina, siempre al día con las modas del
Viejo Mundo, quiso darse el lujo de tener un partido
obrero-oligárquico-proimperialista, una creación de la
fantaciencia política. Desde que se acriollaron los
inmigrantes, nunca más consiguieron reclutar a un proletario.
Cuando en la Casa del Pueblo ven acercarse a un grupo de obreros,
cierran las puertas y piden custodia policial.
En
1930 la situación se tornó mucho peor, los efectos de
la crisis se sentían fuertemente y la reacción afilaba
sus cuchillos. Como después pudo verse, el curso de la
economía en todo el mundo no admitía ninguna salida de
la depresión. Había que capearla lo mejor posible. Pero
la maquinaria de la oligarquía le permitía exagerar las
fallas del gobierno, atribuirle la culpa de procesos que eran
inevitables y marcarlo como responsable del descontento popular.
El
Partido Socialista, infaltable en las grandes infamias contra el
país, dio una batalla parlamentaria contra la ley de
nacionalización del petróleo y lo mismo de su
desprendimiento, el Partido Socialista Independiente, se sumó
al escándalo callejero, arrastrando a los bobalicones de la
pequeña buguesía portuaria, que creían que
aquellos tribunos municipales eran la última palabra en
materia de progresismo y audacia de pensamiento.
Entre
otras lindezas, el diario La Nación emitió este juicio
sintético: “No se recuerda ninguna época de
fanatismo y corrupción como esta”. Y La Prensa: “Nunca
antes en la Argentina, un gobierno quiso mostrarse y se mostró
más prepotente, omnisciente, ni llegó a dejar mayor
constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetado. Por
su parte el Partido Comunista no aportaba nada al esclarecimiento de
las cosas, por el contrario, definió al gobierno de Yrigoyen
como “reaccionario” y “fascistizante”.
El
clásico frente antipopular, perfectamente sincronizado, sacó
a relucir sus grandes palabras y los militares de cabeza hueva
hicieron de verdugos.
La
Década Infame
“Recién
entonces comprendimos qué punto de nuestras oligarquía
estaba divorciada de la vida nacional y pudimos medir la amplitud y
la perfección con que dominaba los nudos estratégicos
de la vida de relación”
Scalabrini Ortiz
En
la dictadura que sustituyó a Yrigoyen pugnaban dos corrientes
de pensamiento. Los amigos más próximos del general
Uriburu profesaban un vago nacionalismo fascista, cuyo expositor
principal había sido Leopoldo Lugones, por entonces en una de
las etapas más reaccionarias de su vida atormentada y
contradictoria. Se identificaba a la patria con su aristocracia,
frente a la chusma que venía a ser lo espúreo y
extranjero. Era la “hora de la espada”. La dictadura
clasista y los grupos conservadores planteaban su contradicción
de siempre: invocaban las ideas de la democracia liberal pero en los
hechos tenían que violar para impedir el retorno del partido
derrocado, sobre todo cuando la elección de abril de 1931
demostró que los radicales seguían siendo mayoría.
Después
del a guerra 1914-18, la posición de Gran Bretaña como
primera potencia financiera había cedido ante los Estados
Unidos, que emerge como primer país acreedor del mundo. En la
Argentina eso se reflejó en un avance norteamericano, tanto en
el monto de sus inversiones como en su participación en
nuestro comercio exterior. El país se convirtió en zona
de fricción entre ambos imperialismos. Los norteamericanos
invertían en algunos sectores de la industria y tenían
sus ojos puestos en los yacimientos petrolíferos, buscaban el
desarrollo de la vialidad para ampliar el mercado de sus
exportaciones: automóviles, petróleo, caucho, etc. Los
ingleses defendían el sistema de transportes estructurado en
torno a los ferrocarriles y al suministro de carbón. La crisis
del año 30, dio transitoriamente el triunfo a los ingleses.
Las
inversiones directas norteamericanas habían pasado de 40
millones de dólares en 1913 a 330 millones de dólares
en 1929, en 1940 representaban 360 millones: el 14% de las
inversiones extranjeras contra el 61% que poseían los
ingleses.
Con
la primera guerra había terminado el período de auge
del sistema capitalista universal. La crisis iniciada en 1929 no fue
más que un efecto retardado de ese resquebrajamiento cuyos
problemas habían quedado irresueltos. En la Argentina el
impacto fue tremendo, como consecuencia de la indefensión que
nos creaba el sistema agroexportador. Las condiciones de nuestro
progreso –demanda creciente de productos agropecuarios,
fertilizad de la zona pampeana, arribo de capitales y de inmigración-
provenían de afuera, al margen de una acción consciente
impulsada por factores internos. Ese desarrollo espontáneo ya
estaba agotado para entonces, pues el aumento de la producción
ya no podía hacerse mediante la incorporación de nuevas
tierras aptas para el proceso productivo. La crisis trajo un
estancamiento en la demanda mundial de nuestras carnes y cereales, y
el valor de las exportaciones argentinas se redujo, de golpe, en un
50%.
Los
países industrializados abandonaron los métodos del
liberalismo y establecieron una serie de medidas para contrarrestar
los efectos de la depresión. Simultáneamente, se
invirtió la corriente mundial de capitales: en lugar de afluir
a los países dedicados a la producción primaria,
retiraron gran parte de las inversiones y cesaron sus préstamos.
Para hacer frente a los déficit de sus cuentas
internacionales, los países como Argentina no tenían
otro recurso que apelar a sus reservas de oro y divisas y, cuando
éstas se agotaron, a diversas medidas de regulación
económica.
La
conferencia de Ottawa, en que Gran Bretaña había
establecido sus dominios un sistema de “preferencias” que
cerraba las puertas a la penetración comercial americana, puso
a nuestra oligarquía en el trance de perder el mercado
británico de carnes. Empavorecida mandó una delegación
a Londres, encabezada por el vicepresidente de la República,
que firma el pacto Roca-Runciman y somete a nuestra economía a
dictados ingleses. Gran Bretaña no se comprometía a
nada importante. En cambio se le otorgaba el control de nuestro
mercado de carnes y distribuir el 85% de su exportación,
asegurándose además que el transporte se realizase en
sus buques.
La
clase dirigente entregó al extranjero todo cuanto éste
exigió, desde el manejo de la moneda y el crédito hasta
el monopolio de los transportes. El principal instrumento de
dominación fue el Banco Central, cuya ley preparo Otto
Niemeyer, vicepresidente del Banco de Inglaterra, y fue adoptada y
puesta en ejecución por los doctores Pinedo y Prebisch. La
misión nombrada por Justo para proyectar las reformas
financieras del país era, con leves modificaciones, la misma
que antes había nombrado el gobierno de Uriburu. La componían
Alberto Hueyo, E. Uriburu, Federico Pinedo, Raúl Prebisch, R.
Berger, R. Kilcher, L. Lewin, y Robert W. Roberts, representantes de
la banca Baring Brothers, Morgan y Leng, Roberts y Cía., que
eran acreedores del gobierno. Extranjeros eran los ferrocarriles, los
teléfonos, el gas, los frigoríficos trustificados que
controlaban la exportación de carnes, las empresas de
comercialización de las cosechas, los tranvías, ómnibus
y subterráneos.
Para
dar una ídea del aniyrigoyenismo, Alvear había
festejado la caída de Yrigoyen.
Los
socialistas aprovecharon los años de abstención radical
para conquistar una numerosa bancada parlamentaria, luego reducida a
representaciones de la Capital Federal. Ostanteron el mérito
de no complicarse en ninguno de los escandalosos negociados de la
época, pero silenciaron el escándalo total de nuestro
encadenamiento a Gran Bretaña y de los avances del
imperialismo yanqui. Al fijar posición en el debate
parlamentario sobre el pacto Roca-Runciman, el diputado Nicolás
Repetto aclaró: “Desde luego, nuestro voto no implicará
un reproche a la gestión diplomática realizada en
Londres por el doctor Julio A. Roca. Manifestamos y lo hemos hecho
públicamente, nuestra adhesión por la forma tan
discreta, por la perseverancia realmente ejemplar y por la alta
dignidad que nuestra representación ha sabido mantener en todo
momento en el ejercicio de su elevado mandato”.
Su
oposición se limitó a lo episódico y marginal,
sin calar en ninguno de los temas fundamentales que afligían a
la Nación. Eran la oposición ideal para el régimen:
moderada, enemiga del desorden, cultora de todos los mitos
proimperialistas. Su minúscula astucia de jacobinos
parroquiales consistía en equiparar a radicales y
conservadores en salvaguardia del orden cuando se temía que
los radicales intentasen perturbarlo.
Los
radicales siempre reprocharon a los socialistas el haberse
aprovechado de su abstención para obtener representaciones y
legalizar el fraude de los conservadores. En defensa de esa actitud,
Repetto dijo hace nos años cosas muy graciosas: relata que,
vetada la candidatura Alvear-Güemes en 1931, Lisandro de la
Torre vacilaba en presentarse como candidato de la fórmula con
el propio Repetto, pero éste en vano aventó sus
escrúpulos, y termina diciendo: “Los hechos ocurrieron
en la forma supuesta por mí, y en la elección
presidencial siguiente, los radicales triunfaron con su candidato, el
Dr. Roberto Ortiz” (La Razón 24/10/61). No menciona que
Ortiz fue electo por los conservadores y radicales antipersonalistas
mediante un fraude cometido contra el candidato de la UCR, Alvear.
Con el criterio de Repetto, en la elección de 1931 no hubo
proscripción radical, puesto que el general Agustín P.
Justo era también radical antipersonalista (Ortiz fue uno de
sus ministros).
Desde
luego, ahora los radicales prefieren no hablar de esos episodios,
desde que hace años son ellos los que usufructúan la
proscripción del partido mayoritario (nota: el
peronismo había sido proscrito desde 1955) y eso les ha
convertido en gobierno. Cuando aluden al tema se enredan en
explicaciones más retorcidas aún que las habituales.
Uno de los que ha abordado intrépidamente es el Dr. Ricardo
Balbín, y como era de esperar, desapareció toda
confusión. Su diáfana oratoria dejó establecido
que las situaciones no eran idénticas. “Los radicales
mantuvieron su entereza moral en la abstención, sin prestarse
con sus votos a pactos ni a la confusión de la República.
Los proscritos deben tener espíritu demócrata y no ser
aventureros del poder” (La Razón, 06/08/61).
Capítulo
III
La
brisa de la historia
La
política de neutralidad del gobierno militar rompía la
unidad continental que Estados Unidos buscaba para su política
de guerra (Segunda Guerra Mundial). El Departamento de Estado apeló
a todos los recursos para forzarlo a cambiar de línea o
provocar su derrocamiento: retiro de los embajadores
latinoamericanos, inglés y norteamericano, congelamiento de
nuestras reservas de oro en Estados Unidos, prohibición a sus
barcos de tocar puertos argentinos, restricción de sus
exportaciones con destino a nuestro país, etc. Recién
en 1945, cuando la suerte del conflicto mundial estaba decidida, la
Argentina rompió relaciones con el Eje, pero sin unirse al
rebaño de las restantes repúblicas americanas
conducidas por los yanquis.
Los
partidos, la prensa y los intelectuales, movidos por el imperialismo,
apoyaban al empajador yanqui Spruille Braden, quien actuaba
públicamente en la vida política argentina, fogoneando
la renuncia y detención de Perón.
Pero
los trabajadores ya no consintieron esa nueva vergüenza: todo el
país quedó paralizado por una huelga general y las
multitudes marchan hacia Plaza de Mayo donde exigen la libertad de
Perón y su vuelta al poder.
Scalabrini
Ortiz ha dejado una inolvidable descripción de esas jornadas.
De ahí extraemos algunos párrafos que captan su
vivencia: “Un pujante palpitar sacudía la entrada de la
ciudad. Un hálito áspero crecía en densas
vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían
de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa
Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las
hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y
Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en
un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de
Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el
mecánico de automóviles, la hilandera y el peón.
Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento
básico de la nación que asomaba, aglutinados por una
misma verdad que una sola palabra traducía: Perón.
El
milagro aritmético
La
oligarquía había temblado ante la invasión de
los descamisados. Las explicaciones autotranquilizadoras le
devolvieron la calma que se transformó en euforia cuando, de
inmediato, el gobierno convocó a elecciones para cuatro meses
más tarde: allí obtendría el triunfo que se le
acababa de escapar de las manos y castigaría la escoria
responsable del fracaso.
El
Régimen al que había referido Yrigoyen se había
reconstituido, esta vez el radicalismo como participante principal.
El acercamiento de los partidos respondió, como hemos visto, a
una serie de motivos: el belicismo los llevó a desarrollar
actividades conjuntas, y desde junio de 1943 habían
desaparecido las causas del antagonismo –fraude, lucha por el
gobierno- y todo contribuía a unirlos, incluso la desgracia
común. Ante la ola desconocida que traía un candidato
“de afuera”, no perteneciente al selecto club
democrático-representativo, se constituyó la Unión
Democrática.
Mirada
desde el ángulo tradicional, la Unión Democrática
era una aplanadora: estaban todos los partidos que tenía el
país, es decir, todos los votos. Los analistas procedían
con criterio realista y admitían que de ese inmenso montón
de sufragios había que descontar unos puñaditos de
gente votaría al candidato “imposible” algunos
obreros sin conciencia que se habían dejado engañar por
el demagogo, los sectorcitos que seguirían a los radicales de
la Junta Renovadora, los totalitarios, claro está, y por fin
ciertos elementos de la población, como ser vagos,
ladronzuelos, punguistas, borrachos, malevos.... En suma, una ínfima
minoría de estúpidos y antisociales, y por
consiguiente, lo único que tenía interés era el
escrutinio de las listas de diputados para ver como estaría
compuesto el Parlamento que acompañaría al gobierno de
Tamborín-Mosca.
Para
mayor garantía, el imperialismo yanqui no dejaba de ayudar a
sus amigos. Poco antes, la Junta de Exiliados Políticos
Argentinos se había dirigido a las Naciones Unidas pidiendo la
solidaridad del continente contra nuestro gobierno, en un documento
que llevaba la firma de los partidos Socialistas, Demócrata
Progresista, Radical, Demócrata Nacional (conservador) y
Comunista. Braden había dejado la embajada, ascendido al cargo
de Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos y desde allí
trataba de obtener el asentimiento para los que desde aquí
pedían “la intervención militar en la Argentina”.
En noviembre de 1945, el canciller uruguayo, Rodríguez
Larreta, le da estado diplomático a la tesis y emite la
Doctrina de Intervención Multilateral, propiciando la
intervención colectiva del hemisferio para restablecer la
democracia en nuestro país, recibiendo la respuesta que
merecía de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores.
Faltando
pocos días para las elecciones, el Departamento de Estado
norteamericano publicó el Libro Azul, donde se repetían
las habituales acusaciones y se daban “pruebas” de que
Perón y sus colaboradores eran agentes nazis, nuestro gobierno
las desmintió con el Libro Azul y Blanco, haciendo enérgicas
consideraciones sobre la intromisión norteamericana en los
asuntos internos de la Argentina.
No
hay necesidad de explicar como fue que perdieron todos los partidos,
con toda la prensa y el dinero, con las omnipotentes embajadas de las
democracias victoriosas, con los estudiantes, profesionales e
intelectuales, con los caudillos grandes y chicos de todo el país.
Ese
golpe fue cruel para todos ellos. Muy especialmente para el
radicalismo, que de ser una inmensa mayoría, se encontró
ante la sorpresa de que no podía ganar ni con el aporte de
todos los partidos juntos. Sus frases seguían siendo las
mismas, los propósitos que venían enunciando no habían
cambiado, ni tampoco la comunicación inmaterial con las masas
de Alem, Yrigoyen y Alvear. Sin embargo ese pueblo que durante trece
años de fraude había querido votarlos, ahora que tenían
la oportunidad de hacerlo en comicios libres, les volvía la
espalda para seguir a un recién llegado.
Ellos
se veían a sí mismos de una manera: la imagen era falsa
y el pueblo los contemplaba tal eran.
La
UCR, como todo partido “serio”, excluyó de su
léxico la palabra “imperialismo” justo cuando el
hombre de la calle estaba adquiriendo conciencia de su peligrosidad.
El
caso que venimos analizando deja una primera lección: no hay
que encerrarse en cuevas ideológicas porque afuera pueden
estar sucediendo cosas importantes y uno enterarse demasiado tarde o
no enterarse nunca.
El
Partido Comunista, que se autotitulaba “vanguardia del
proletariado”, se desempeñó como vanguardia de la
oligarquía. De lo que se han valido los antiliberales
reaccionarios para desacreditar al marxismo que parecería
conducir sistemáticamente a las mismas posiciones que el
liberalismo. Lo cual es falso. Primero, porque el marxismo no es una
doctrina que de respuesta automáticamente a cada situación,
es un método para conocer la realidad social y guiar las
actividades tendientes a cambiarla, según como se lo utilice
se llegará o no a interpretaciones y a líneas de acción
concretas. Y segundo, porque lo que ha caracterizado siempre al PC
Argentino es, precisamente, el no aplicar la teoría que
invocan.
Tienen
una concepción del país que proviene, en parte, de
asimilarlo a modelos históricos que no se adecuan a nuestro
casi y, en parte, de la mitología mitrista. Y una política
consistente en adaptarse mecánicamente a la política de
la URSS. El marxismo sirve para justificar literalmente esa suma de
irrealidades.
Así,
de la táctica de los “frentes populares” cuando se
firmó en 1939 el pacto ruso-germano, a defender la
neutrailidad y denunciar como sirvientes del imperialismo a los que
intentaban meternos en la guerra. Pero cuando la URSS fue arrastrada
a la contienda de los “imperialismos” pasaron a ser
“democracias”, los neutralistas fueron declarados “nazis”
y los cipayos pasaron a ser la esperanza de la Patria, no abandonaron
el frentismo, que es su técnica permanente, pero ya no se
buscó el “frente nacional antiguerrero” sino otro
para incorporar a nuestro país en el frente único de
los pueblos en guerra con el “nazifascismo”.
Era
un nazifascismo tan raro que había levantado la intervención
de las universidades, dado legalidad al Partido Comunista después
de 15 años de proscripción, permitía la libertad
de prensa más desenfrenada, y celebró las elecciones
más limpias de toda nuestra historia, como lo reconocieron los
partidos opositores.
Ningún
integrante de la Unión Democrática creyó que
pudiera triunfar el coronel Perón. El 17 de octubre había
sido un misterio “policial”: el 23 de febrero
(elecciones) fue un misterio aritmético.
Algunos
dijeron después, para prestigiarse como zahoríes, que
se la vieron venir: no es cierto, eso estaba fuera de toda lógica
que ellos pudieran desarrollar. Por lo general, hasta el día
de hoy siguen sin enterarse de lo que pasó. En el
subconsciente les baila la hipótesis de que cosa de magia
negra.
1945-1965:
Citación nacional y actuación revolucionaria de las
masas
En
el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto de la
democracia para esquistos, distorsionaron todas las relaciones
sociales, desmontaron los cómodos engranajes del comercio
ultramarino y para colmo, se mofaron de las estatuas y cenotafios con
que la oligarquía gusta perpetuarse en el mármol y en
el bronce.
El
17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamente lo redujeron
a su verdadero valor: era una especie de congregación de
papanatas, delincuentes o como decían los cultos de la
izquierda oficial, lumpen proletariado, arriados por la policía
en una especie de carnaval siniestro. Lógicamente el 24 de
febrero, cuando se reunieron todos los partidos políticos, los
que tenían todos los votos, el candidato imposible como
llamaban a Perón, no tenía otra perspectiva que la de
conseguir algunos votos de esos elementos marginados.
La
verdad es que los dueños de todos los votos perdieron, en
lugar de unos pocos sufragios de la canallas, la canlla sacó
más sufragios que todos los partidos juntos desde la izquierda
a la derecha.
Inmediatamente
los teóricos buscaron explicación y lo plantearon como
un episodio de la lucha de nazis y antinazis dentro de su
característica habitual de trasladar a escala nacional los
problemas universales. Pero por detrás de todas esas
explicaciones, en el fondo del subconsciente les baila la hipótesis
de que había sido cuestión de magia negra.
Pero
en todo esto había algo más que mala fe, había
la incapacidad de la clase dirigente argentina para comprender un
fenómeno que no cabía dentro de las formas conceptuales
del liberalismo tradicional
Ese
ostracismo de las clases dirigentes debió haber sido
definitivo. Solamente duró 10 años, y sobre el perjurio
de algunas espadas se restableció el régimen y resolvió
aplicar sus tesis. Los juristas de almas heladas inventaban decretos
de desnazificación y crearon maravillas de la juricidad como
el 4161 famoso, mientras los intelectuales inventaban teorías
que iban, desde la tesis de que constituíamos una acumulación
multitudinaria de abribocas encandilados por métodos de
propaganda totalitaria hasta la distinción sociológica
entre masa y pueblo, la masa como algo informe, innoble,
indiferenciada; y el pueblo, para decir una palabra, constituido por
gente que votaba al radicalismo, a los conservadores o a los
socialistas. Hasta monseñor Plaza, el conocido clérigo
financista del Banco Popular, anunció que la epidemia de
poliomelitis que padecían los niños argentinos era el
castigo de Dios por el extravía del peronismo.
Nosotros
dijimos: soberanía política, independencia económica
y justicia social. Pero si para esos objetivos aplicamos métodos
que eran adecuados a una realidad de hace 20 años, la
inoperancia de los métodos desvirtúa y desmiente la
fidelidad a los objetivos. Esa manera burocrática de conseguir
las cosas, no es ortodoxia peronista, es apenas oficialismo
peronista. Una teoría política que refiere a una
realidad debe cambiar con esa realidad. Le reprochábamos
casualmente a la ideología liberal que las ideas eran
universales y tanto valían para EEUU, África o Francia,
y que tanto valían en la época ascendente de la
burguesía como en la época de la expansión
imperialista sobre las zonas subdesarrolladas de la tierra y lo que
nosotros negamos en 1945, lo que negamos de toda esa superestructura
ideológica implantada sobre una triste realidad del país,
así como negamos los mitos de la historiografía
mitrista y a los presupuestos de la Constitución de 1853, de
la misma manera, para ser fieles con esa negativa y toda Revolución,
debe ser primero rechazo si después quiere ser afirmación,
fieles a esa negativa debemos también cuestionar dentro de
nuestro bagaje ideológico todo aquello ya perimido por el
tiempo, por los hechos y por el fluir de la historia nacional e
internacional.
Moreno,
Dorrego o Rosas... han merecido nuestra admiración y nos
sentimos identificados con ellos en cuanto a defensores de la
soberanía, en cuanto a actores de la lucha independentista, a
nadie se le ocurriría, sin embargo, ir a repetir el plan de
ninguno de ellos, pero en ese tiempo histórico presente de las
revoluciones de los pueblos y los levantamientos de los continentes,
tanto da estar atrasados 20 años como estarlo 100 o 140.
Nosotros
postulamos la defensa y la continuidad de la tradición, el
pensamiento conservador es partidario del tradicionalismo, es decir,
de la fijación de categorías que alguna vez fueron, la
época de la montonera no era para ellos la dinámica de
las luchas de las masas argentinas en sus etapas de ascenso, sino que
es el reflejo, la época de oro para una utópica
restauración del fijismo de la estancia rosista.
Por
eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el
nacionalismo de derecha al régimen liberal y la historiografía
mitrista, pronto nuestros caminos nos separaron, porque donde ellos
todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se veían
caudillos de gauchos sometidos a la elite de la aristocracia de la
que formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y
hueso transformado en cabecita negra, obrero y que buscaba conducción
sindical, orientación para sus luchas, conquistas políticas,
líderes de las masas.
Hay
miles y miles de hombres que sólo conocieron la derrota, pero
lo que no conocieron fue el deshonor.
En
el año 1945 Perón planteó perfectamente el
problema nacional, acá hay una frase clave y que él de
una manera o de otra la ha repetido siempre: “Cien años
de explotación interna e internacional han creado un fuerte
sentimiento libertario en el espíritu de las masas populares”.
La
izquierda inclusive no la entendió. Posiblemente si Perón
en vez de decir frase tan sencilla hubiese dicho: La dialéctica
de la lucha de clases internas, en relación con la liberación
de los pueblos semicoloniales en la época de la expansión
financiera del imperialismo, se conjuga en una unidad dialéctica
dentro de las coordenadas de la economía y de la historia
mundial. Si lo hubiese dicho así, de esa forma, la izquierda
tal vez lo hubiese reconocido como un hombre genial.
La
lucha de clases estaba agudizada pero el régimen peronista
seguía planteando el problema del país, como si todavía
existiese el frente policlasista antiimperialista del año
1945, con Perón como Gral en Jefe, y ese frente ya estaba
desintegrado. La parte marginal de ciertos sectores de la burguesía
media y alta se fueron retirando rápidamente, de la pequeña
burguesía, algunos movilizados por el problema religioso,
otros por diversos factores coyunturales, expuestos como están
a los factores propagandísticos de la burguesía,
rápidamente abandonaron este frente popular, y entonces, así
se explica no solamente la caída del peronismo, sino la forma
en que cayó, porque la única fuerza real con que
contaba el peronismo a esa altura de los acontecimientos era la clase
obrera.
No
es insólito que esto ocurra, lo insólito es que si bien
el general Lucero es lógico que creyera en la palabra de honor
de sus camaradas, qué diablos tenía que depender de la
fuerza de la clase trabajadora de la palabra de honor de ningún
militar, si la única fuerza real con que contaba eran sus
propios puño y su propia fuerza. Y aunque el peronismo no era
un régimen del proletariado, tampoco era la dictadura de la
burguesía.
Sin
embargo había donde pudo haberse planteado todo eso, eso era
el partido, pero lo que ocurre es que también el partido y la
administración y gran parte del sindicalismo sufrieron un
proceso de burocratización, y ahí donde debía
haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó
en una esclerotizada estructura burocrática donde cualquier
recomendado por el mismo podía ir de gerente de una empresa,
como interventor del partido. Se identificaron las tareas
administrativas con las tareas políticas y lógicamente
en estos casos se produce una cierta degeneración: cualquier
burócrata firma un decreto y cree que ha contribuido a la
grandeza de la nación, dice tres palabras de obsecuentes y
cree que es artífice del triunfo peronista, murmura una arenga
patriótica y cree que la República le está en
deuda. El mal proceso de selección determinó que ante
esa coyuntura a que me estoy refiriendo, el salto cualitativo no
podía ser tomado como medida técnica, debía
haber sido tomado desde el punto de vista de la media política.
Se
produce por consecuencia un enfrentamiento con una tremenda coalición
interna e internacional, en la que el peronismo actuaba como si
contase, como en el caso de un general que creyese que tiene
determinadas divisiones que están en el campo adversario y no
en el campo de él, y todos los lamentos póstumos sobre
las milicias obreras, para mí son simples especulaciones
fantasiosas. Porque no se puede armar la clase trabajadora para que
defiende a su régimen y al otro día decirle: Bueno
m’hijo, devuelva las armas y vaya a producir plusvalía
para el patrón.
La
milicia obrera y la defensa del régimen implicaba los cambios
sociales, cuando se quiso formar ya era tarde, porque el régimen
se vio entre la contradicción de que el paso de su respaldo
militar a un respaldo compartido por la clase obrera armada, hubiese
significado perder ese aparato militar, y en ese desajuste hubiese
caído irreversiblemente.
El
régimen fue vendido el 16 de julio, porque casualmente Perón
proclamó que era el presidente de todos los argentinos, en ese
momento no era más el presidente de la clase obrera, nadie más
lo reconocía. Entonces, siguió pidiendo la pacificación
como la había pedido en el ’52, creyendo que le acababan
de dar el último golpe a la contrarrevolucionario, y lo que
acababan de dar el primero, un golpe prematuro de una coalición
de fuerzas que seguía inconmovible.
(...)
Se podría seguir todo el tiempo con esta clase de cosas. El
senador Fassi dice que la URSS es fascista y que el régimen de
Fidel Castro es imperialista, y podría acumular así
disparates constantemente.
Es
un problema mucho más serio, eso no depende de Illia ni de
Onganía ni de nadie. Depende de determinadas estructuras que
no pueden permitir el acceso del peronismo, y que cuando lo permitan
será porque el peronismo no será la expresión
política de los trabajadores.
Todo
lo demás pertenece al mundo de la magia, al mundo del
milagrerismo, en el fondo se reduce a lo siguiente: Que se arme un
bochinche y pase no se sabe qué y como consecuencia de eso
aparezcamos no sé como en el gobierno sin darse cuenta de que
el hecho que yo diga que el régimen está en crisis, en
descomposición, no significa que el régimen cae, porque
sólo no va a caer, hay que voltearlo, porque una situación
histórica así puede durar cualquier cantidad de años.
Cualquiera
que hayan sido los factores que hayan intervenido, que en todas
partes no fueron lo mimo, el hecho concreto es que en el momento,
para lo que yo llamo una alta conducción burocrática,
plantearse el problema de su mito, lo que había que plantear
llenándolo de su verdadero significado y no como hacen con
Perón, que es como Sócrates, que le dan la
interpretación que quieren, entonces todos proclaman una
adhesión abstracta que parece que es la más obsecuente
y el máximo de fidelidad y la verdad es que es la mayor falta
de respeto.
En
el fondo todo radica en lo mismo, como en el año 1945 el
pueblo y las fuerzas armadas marcharon juntos en una etapa de la
historia, una vez que se despejen los malentendidos que siembran los
malvados, nos volveremos a juntar -¡nunca más nos
volveremos a juntar!- En primer lugar porque en 1945 eso de pueblo y
ejército fue una verdad a medias. Al fin y al cabo el 9 de
octubre a Perón lo echó el Ejército. Lo que pasa
es que como en aquel entonces el balance, el equilibrio de fuerzas
internas de las FFAA era muy parejo, la irrupción del
movimiento de masas fue suficiente para volcar de nuevo la balanza a
favor de Perón. Pero ese ejército ya lo perdimos.
Porque ese nos acompañaba en el industrialismo, en la lucha
antiimperialista, en una serie de cosas, pero no en el contenido
social ni en el avance social que representaba, no el la subversión
de las jerarquías. Por eso que mientras unos se levantaron
contra el peronismo en septiembre, otros pelearon con bastante
desgano y esto corresponde sí a un estado de espíritu,
a un estado de conciencia, pero siquiera esos estaban formados en un
cierto repertorio mínimo de ideas nacionalistas.
Por
otra parte, cuando nos disolvamos como peronistas, si es que nos
disolvemos como peronismo, es porque otra fuerza representará
el papel revolucionario que representa en este momento al peronismo.
La
revolución social entonces no es un orden ideal fijado porque
nosotros lo consideramos que es el que preferimos con respecto a
otro, es una necesidad técnica, como necesidad económica
y como necesidad del país para realizarse como integridad
nacional, es una tarea nacional postergada, exige ese pre-requisito
de la revolución social, así que cuando nosotros
decimos el régimen burgués no da más, estamos
diciendo no una preferencia, porque aunque el régimen burgués
fuera capaz de desarrollarse yo igual estaría en contra, pero
al mismo tiempo eso no quitaría que pudiese el país
recorrer etapas dentro de él, pero ahora lo que yo opine o no
opine no tiene importancia, lo que tiene importancia es si los
análisis son correctos y si los análisis tal como yo
los he planteado son exactos, entonces hay que replantearse una nueva
visión del país, una correspondencia entre las luchas
del pueblo que son sacrificadas, que son abnegadas y que ya vienen
desde hace 10 años, y una estrategia de poder. A nadie se le
pide que nos ponga en el poder mañana ni pasado.
Se
les pide que nos encaminemos al poder, que no nos encaminemos a la
disgregación, que no nos encaminemos a la esterilidad
histórica. Lógicamente como yo hago estas críticas,
comprendo que puedan hacer otras, pero siempre desde la lucha. La
primera condición para criticar el combate, es estar en el
combate.
Estamos
en un equilibrio: el régimen que no tiene fuerza para
institucionalizarse pero sí para mantenerse mientras el
peronismo y la masa popular y otras fuerzas tiene suficiente potencia
para no dejarse institucionalizar, pero no para cambiarlo. ¿Quién
tiene que romper ese equilibrio? Nosotros; a la burguesía con
durar le basta.