SUMARIO Nº 10
Editorial
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Rubén Benítez


"El recuerdo terrible de Villa Basura, deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria. La noticia de aquella gran operación ganada por la crueldad, no publicada por diario alguno, corrió no obstante como un buscapiés maligno".
Bernardo Verbitsky, "Villa miseria también es América"

Las villas de emergencia surgen en la década del 30 como un malestar de la modernidad. De la mano de las crisis de las economías regionales, de los procesos de industrialización y de la falta de infraestructuras edilicias para contener los incrementos de población, se instalan en la fugacidad, en la espera de tiempos mejores. Y terminan consolidándose como una forma de producción del espacio urbano, una particular manera de ocupar el terreno, de generar conductas y modos de vida y de enfrentar al entorno, a la propia ciudad que las origina.
Zenda Liendivit, en "Buenos Aires, una ciudad fragmentada"

Extracto de Ladrones de Luz
Ed. CEAL, Bs. As. 1968

Son todos extremistas, pensó. Aníbal, un extremista que soñaba con hacer de la villa un barrio igual al de Palermo; Nemesia, mujer de un anarquista; Mariano, extremista también, tenía al aldo de su cama dos o tres libros que olían a Marx y a librería de viejo. Ana María y Juliana no eran problema; tenían demasiados chicos como para pensar en extremismos. Sólo se limitaban a hablar, de vez en cuando, y a negarle el saludo. Ni siquiera la Silvestre, que de chica iba a su casilla para revisarle los cajones de la cómoda, lo saludaba ahora. Y a la Elvira ya la estaban contagiando también, venir a la Vecinal era señal de que estaba con ellos.
Menos mal que Sebastián no podía venir, extremista viejo, por estar tirado en la cama como un escuerzo. Bien merecido lo tenía por haber sido él quien lo había comenzado a llamar Don Notario; y ahora por su culpa nadie lo recordaba ya como Avelino Díaz, el notario.

Todo por querer ser alguien y ganar con el comercio lo que no podía ganarse con la profesión. El error fue meter esa fábrica de soda. Pensaba con las ganancias poder volver a España, cansado com estaba de ese país de haraganes. Después la fábrica se fundió, y él se quedó con una mano atrás y la otra adelante, y hasta tuvo que mendigar con la crisis, par terminar como linyera, durmiendo en vagones como ése hasta que lo descubrió a Nazareno.

Nazareno había sido su compañero en los tribunales pero salió para ponerse de rematador en el momento de la suba de tierras, y había ganado millones sin calentarse. Nazareno le dio la idea y le presentó al inspector municipal que le facilitó los trámites. Toda esa era tierra sin dueño, y ni figuraba en el catastro.

Rubén Benítez nació en Chivilcoy, Buenos Aires, en 1928.
Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras y trabajó durante varios años en el Instituto de Literatura Española de dicha facultad, como profesor e investigador.
Recibió el premio Emecé en 1959 y poco después la Faja de Honor de la SADE.
Bastó conseguir unos pesos y pagar los impuestos para quedarse con todo. Hasta inventaron un rwemate judicial, y todavía tenía don Notario, colgado de una de las paredes de su pieza, el plano del remate, en el que se veían la avenida en lo alto recién construida y la medialuna de la villa. Siguieron haciendo lo mismo con otros terrenos y se los repartieron por mitades. Don Notario figuraba como dueño de casi todos ellos, porque a Nazareno no le convenía aparecer. En cambio de ello, Nazareno le conseguía "gauchadas" en la municipalidad con los diputados, o con los jueces.

Por un tiempo, Don Notario no supo qué hacer con la tierra. Primero la alquiló a los fabricantes de ladrillos que cavando día y noche lo convirtieron todo en un pozo. No era negocio, porque así el terreno se desvalorizaba. Entonces pensó en edificar las villas y alquilar...
.....

Desocupados, de Antonio Berni
El asunto con Aníbal ocurrió el día del baile en la Vecinal. Ella había bailado con él unas cuantas piezas, y sentía el fuerte contacto de su cuerpo cuando él le estrechaba la cintura. El calor del lugar, la agitación del baile y el roce de los cuerpos les habían puesto a los dos las caras encarnadas y el pecho se les volaba de las ropas. En mitad del baile, sin decirle nada, Aníbal la tomó de la mano, se la apretó con fuerza, y la llevó casi arrastrando hacia la puerta.

Ella no sabía si ir o no ir; le decía que no; y quería ir; le decía que si y no quería ir. Había comprendido ese gesto de Aníbal. Sabía que alguna vez tenía que ser y con alguno; que era como un premio o un castigo después de años y años de infancia sin juguetes ni alegrías. Y se dejó llevar. Prefería que fuera con Aníbal, porque Aníbal ya la visitaba en sus sueños. Tomados de la mano, sin hablar, atravesaron la oscuridad de la villa. Aníbal la llevó para su casa. Sin encender la lámpara, sin decir nada, sin que se plantearan problema alguno, la tendió en la cama y le quitó las ropas. Recordaba Silvestre el contacto de las manos de Aníbal en la piel de sus pechos pequeños y duros, el silbido de su aliento junto a la oreja y el peso, un instante doloroso, luego acariciador y dulce, de su cuerpo. Después se levantaron y volvieron al baile, sin comentarios, un poco avergonzados de haberse entendido así, en la intimidad de los cuerpos.