1.1. Introducción
Cobran hoy rigurosa actualidad las palabras del escritor mexicano Carlos Monsiváis, en un artículo de
1993 sobre los procesos de
identidad e integración de
nuestros países y los medios: "Todo resulta del mismo proyecto: expulsar a lo
indígena de la América latina de hoy. Es lo extraño y
ajeno, lo exótico, lo que no
podrá ser moderno".
El antiguo enfrentamiento entre
conquistadores e indios, vigente en la opción entre modernidad consumista y sociedad tradicional empobrecida, se reflejó según sus palabras en el Quinto Centenario "del desencuentro", ya
que "casi sin variantes, la
perspectiva eurocéntrica
prevalece, se elimina toda
discusión, y la censura preside el inexistente debate
sobre la Conquista, genocidio, imposición de la fe, esclavidad, imposición de un
racismo no menos perdurable por no muy manifiesto".
El presente trabajo intenta hacer un aporte hacia
ese debate necesario y postergado, en un esfuerzo por
comprender el sentido de la
Conquista a partir de uno de
los elementos de que disponemos, paralelo a los hechos: el lenguaje.
Pero antes
de entrar en tema nos parece necesario articular nuestra posición con la del pensador del norte, ya que muchas veces se acentuaron las
diferencias de orígenes de
los pueblos americanos.
En
efecto, en estas riberas del
sur de América las palabras
de Monsiváis pueden parecer lejanas, no sólo por las
diferencias cualitativas de
las culturas aborígenes sino
por las distintas actitudes
del conquistador que éstas
generaron.
Entramos de otro
modo y tardíamente al plan
de la Conquista: la quimera
del oro Ilevó primero a otras
latitudes, mucho después
las migraciones enfilan hacia el sur en busca de un
elemento más valioso que el
oro, la tierra.
Sin embargo,
en lo profundo, una historia
común nos une. Tal vez la
identidad de destines cobre
más sentido en la actualidad, en que adquieren importancia cuestiones elementales, como por ejemplo
la relación del hombre con la
naturaleza.
En efecto, hoy se
revalorizan tanto técnicas
agropecuarias desarrolladas
por pueblos adelantados como las Incas, como el tratamiento de los bosques por
tribus del Brasil o mapuches
de la Patagonia, frente a una
actitud depredadora, desertificadora, de quienes, portadores de la civilización, rozaban y siguen devastando selvas y eliminando especies
autóctonas: en Paraguay, en
Tucumán, los conquistadores rozaron, quemaron bosques para sembrar, aniquilaron poblaciones enteras
para extraer oro y plata, en
Perú eliminaron técnicas antiquísimas de siembra que
no agredían el suelo, en la
Patagonia extinguieron el
guanaco, criado en pequeñas majadas por los aborígenes, para introducir ovejas,
materia prima de la industria textil inglesa, con los resultados ya conocidos y así
podría seguirse con ejemplos
de una actitud invasora común que aún persiste bajo
distintas formas, en todo el
territorio americano, que no
es meramente un enfrentamiento de razas.
En general
la actitud depredadora de la
naturaleza es propia de pueblos invasores y de la economía mercantilista, mientras
las culturas autóctonas,
tanto mayas e incas como
charrúas y guaraníes, suwamish del Norte y onas de
Tierra del Fuego, coinciden
en un intercambio no agresivo con el medio.
Por eso cuando hablamos de conquista de América estamos también incluidos los del extremo sur y no
por simple coterraneidad.
Tal vez lo que debilite nuestra memoria sean las posteriores conquistas que hemos sufrido y que nos hacen
aparecer como menos marcados por la impronta indígena. La llamada Conquista
del Desierto, por ejemplo,
presenta una relación similar entre culturas.
El paralelismo linguístico es también
significativo: idéntlca construcción, el mismo núcleo
sustantivo y términos equivalentes: América en el siglo
XVI era sentida como una
tierra vacía, en realidad no
se hacían guerras -lo que
implica la existencia de población- sino entradas, es
decir, estaba desierta para
los guerreros españoles, del
mismo modo como fue sentido el sur de nuestro territorio para el ejército sarmientino.
Sólo que aquí no fuimos los conquistados sino los conquistadores,
lo que nos dejó la idea equívoca de ser un país o una
ciudad europea en América,
sensación en la actualidad
contrariada por realidades
contundentes: a raíz del tan
mentado aniversario, no pocas voces de este este y del otro
lado delAtlántico asimilaron
la violencia de ayer a una
nueva usurpación: la contaminación de nuestro suelo
por los países centrales.
En
ese momento de golpe dejamos de ser europeos y devenimos todos americanos,
con raíces y problemas comunes que debemos afrontar conjuntamente.
Por eso y por todo lo
que implica, las palabras de
Monsiváis también nos llegan, y nos interesa el debate
sobre la Conquista para
comprender el pasado, sobre
todo esa parte del pasado
que tiene que ver con cómo
se sentía el hombre en medio de los acontecimientos
vertiginosos que decidieron
nuestro presente.
Con esta
mira enfocamos la
lectura de ciertos textos del siglo XVI: las cartas de los
conquistadores del Río de la
Plata. Son cartas, testimonios, etc., vinculados a las
"historias mínimas", que
conforman un intertexto limitado en el que intentaremos leer si se dieron y cómo
se dieron, esos rasgos de genocidio, esclavitud y racismo mencionados.
Es cierto
que partiendo de la recepción habremos producido un
desfasaje con el momento de
la enunciación, pero sin este
desfasaje no habría comunicación, el acto de la enunciación moriría en sí mismo,
instantáneamente, lo cual
amerita y justifica el salto
realizado aún cuando hayamos intentado salvar una diferencia de siglos.
Dentro del corpus elegido, nuestro análisis se centra sobre todo en la importancia que tiene la palabra
como concreción del sentido social (matoré).
A partir
del léxlco referido a un determinado campo semántico, que podríamos definir como
el de las relaciones o clases
sociales, intentaremos interpretar cómo funcionaba el
sistema social durante la
conquista del Río de la Plata
en los orígenes, es decir, en
el período de la primera fundación de Buenos Aires. El objetlvo es alejarnos tanto del
mito heroico como de la leyenda negra y aproximarnos al sentido con que el
conquistador se instalaba en
el continente americano.
1.2. Las cartas de los conquistadores
El interés por la lectura
de cartas -incluidos algunos textos que no son propiamente epistolares, como
por ejemplo los testimonios,
un hombre contando un hecho frente a un escribano
que anota, en su lengua administrativa pero sin saberlo
"etnográfica"- proviene de
una muy antigua lectura de
Larreta.
Tal vez por el contraste que representaban
con su refinada prosa, Larreta encomiaba las cartas
como "bellezas en bruto, espontáneas, naturales, zumo
primero de la realidad" (p. 57).
El gusto primero muchas veces responde sin saberlo a otras razones. Frente
a textos elaborados para ser
publicados (textos literarios,
historiografías, artículos
académicos), que muestran
un proceso de adecuación a
cánones filosóficos y estéticos a veces comprobable a
través de los estudios de genética textual, el género
"cartas" tiene más proximidad a la lengua oral, cuyos
rasgos característicos -espontaneidad, cierto grado de
inconciencla (Halliday)- dejan al descubierto los indicios del sentido del lenguqie social(Ginzburg), a
diferencia de la densidad de
vocabulario y la organización argumentativa propias
del registro escrito, que tienen que ver con los discursos lógico-racionales de la
cultura (A. Ford).
Entonces,
el sentido de los actos puede
aparecer en ellas con mayor
transparencia.
Tiene que ver también
con que en su mayoría no
surgieron como textos valiosos más que en el ámbito de
lo individual o en cuestiones
particulares (un pedido de
prebenda, una denuncia,
un testimonio de un juicio).
Los autores, salvo los que
después el relato de la historia convirtió en héroes, fueron simplemente seres humanos empeñados en la lucha por sobrevivir.
Por eso,
si bien es cierto que a veces
ocasionalmente fueron tomadas como fuentes de la
historia, frente a la tradición
humanística y la abundante
historiografía, las cartas -
demasiado subjetivas, parciales, de sintaxis descuidada, literariamente no trabajadas- fueron dejadas de
lado, descartadas.
Esto las
convierte en los "descartes"
de que habla Ginzburg y
justamente este carácter es
lo que nos permite encontrar, siguiendo a este autor,
"en los datos marginales y
por lo tanto reveladores que
nos transmiten, los detalles
considerados habitualmente
sin importancia o directamente triviales, vulgares,
que sin embargo suministran la clave para acceder al
sentido que estamos buscando" (Ginzburg. p. 63, citando a Morelli).
Las cartas
nos permiten acercarnos a
cómo se sentían los conquistadores porque están más
próxlmas a la cotidianeidad,
nos abren las puertas a los
patios interiores.
Sin ignorar
que hay silencios, patios
destruidos, lazos rotos.
Esto se pone de manifiesto cuando tenemos ocasión de conocer el proceso
de elaboración de un texto a
través de estudios de genética textual, que permiten ver
no sólo la creación y corrección sino también los aspectos ideológicos implicados.
Estela Moreno Mazzoli,
quien ha estudiado la génesis de la Historia de la conquista de México, por Antonio de Solis (s. XVI),
aporta ejemplos muy claros.
En el texto dado, V. 20, el
autor narraba de este modo
una de las peores matanzas
cometidas por los españoles
contra los aztecas:
"...hasta que perdida la
esperanza de impedir el
asalto de la eminencia
se retiraron al castillo
donde no cabían de pie,
y en varazos en su propia muchedumbre perecieron todos los que no
se arrojaron al agua, o
se perdonaron..."
La última parte se modifica por:
perecieron los más
luego se tacha esto y se
cambia:
y perecieron todos si no
se hubieran perdonado
algunos
pero de nuevo se tacha
y finalmente queda:
y perecieron muchos
aunque fueron más los
que se perdonaron...
La comparación de las
distintas tentativas del relato muestra una tensión entre la referencia a cuántos
perecieron y cuántos se salvaron; en la primera versión,
la más próxima a los hechos
o a la información del autor,
son más los muertos, pero
luego se intenta disminuir el
número de víctimas y dar
una imagen más bondadosa
o menos sangrienta del conquistador, y así se prefiere
en la última versión aumentar el número de los que fueron perdonados.
De modo similar, en II,
4, se refiere a Moctezuma
por la simple mención del
nombre propio, como si se
tratase de un personaje sin
importancia, en un trato de
iguales, pero en una posterior corrección se agrega
"Sabido quién era Moctezuma y el estado y
grandeza de su Imperio,
resta inquirir los motivos en que se fundaron
este Príncipe y sus Ministros..."
Es decir, la versión directa, espontánea, es corregida en función no sólo de
conocimientos históricos sino valores, juicios, necesidad de presentar la Conquista como lo que después
se llamaría "encuentro de
dos culturas", necesidad de
disimular o disminuir lo
destructivo del vencedor.
Este trabajo conciente
de tachar, corregir, modificar, tarea de todo escritor,
prácticamente no aparece o
mucho menos en el género
epistolar, por eso y por lo interesante de los testimonios
es que lo hemos elegido para
entender el sentido con el
que el soldado español se interpretaba dentro de ese
nuevo mundo, en el cual casi literalmente había sido
arrojado.
Ahora bien, trabajar
con este tipo de textos plantea un problema: el aparente
caos léxico. No existe rigor
en el uso de los términos.
En general el significado de
uso tiene que ver con un
sentido amplio del mismo,
con preferencia por la denotación de hechos concretos,
ejemplo: conquista con el
valor de "lugar": "hace x años
que vivo en esta conquista",
generación como equivalente de "caserío", etc.
Además
el uso está en función de la
acción. ¿Podemos entonces
utilizar las cartas como
fuentes para la construcción
del sentido? Creemos que sí
porque, a pesar de las fluctuaciones señaladas, podemos vislumbrar los valores
más o menos constantes;
además de la acción, los hechos, las relaciones interpersonales, vuelven a la palabra
actuando sobre el significado.
El aparente caos responde sobre todo a dos razones:
la diferencia de registros:
hay cartas de soldados, religiosos, funcionarios.,mujeres, etc.. y la proximidad al
habla oral, cuya característica es la menor densidad léxica, menor precisión y la
mayor presencia del contexto (gestos, situaciones, espacios, etc.). que acá aparece
mucho menos mediatizado
que en otros textos escritos.
1.3. Las cartas y la oralidad
La proximidad señalada
de las cartas con el registro
oral cobra especial importancia si se piensa que en el
grupo predominaba una
"oralidad primaria" (Ong, 15ss), ya que, a pesar de
que pertenecían a una cultura que poseía -y posee-
una riquísima tradición escrita, muchos conquistadores fueron analfabetos.
Aunque en la Armada de Mendoza hubo señores y mayorazgos, además de religiosos ordenados en España, es decir
"estudiados" y ciertos rasgos de cultura ecuménica -clásicos latinos, elementos
suntuarios-, también es
cierto que la mayoría de los
integrantes procedían de
clases muy desfavorecidas,
carentes de instrucción (lo
que no obstó para que algunos de ellos detentaran finalmente el poder). No son
raros los textos, escritos
justamente por un escribiente o escribano, que se cierran de este modo con el
nombre del autor: "Hernán
Pérez, portugués, carpintero.... e no frmó porque dixo
que no sabía escrebir".
Las características propias de esta empresa hicieron que, dentro del grupo de
conquistadores, con predominio del pensamiento oral,
se diera una cantidad apreciable de hombres cuya
mente estaba moldeada por
la escritura, lo que sin duda
rompió la homogeneidad del
grupo -surgen el disenso, la
crítica, los intentos de interpretación histórica de los
hechos- y generó conflictos
de poder, nunca mejor ejemplificados como en aquella
escena entre Irala y Francisco Ruiz Galán: éste Ileva una
carta -aún conservada-
escrita de puño y letra por
Mendoza, que lo autoriza a
ser jefe, pero no se atreve a
dársela a Irala para hacer
valer sus derechos, seguramente por·temor a que la
destruyera (o a que descubriera un agregado entre líneas que lo favorecía, según
las malas lenguas); Irala por
su parte dice haber sido designado por el mítico Ayolas,
legítimo sucesor del poder, y
exige el papel.
La disputa se
complica pero termina con el
triunfo de Irala.
De modo que, si pensamos que entre los conquistadores predominaba la mente
oral, resultara aclaratoria la
lectura de las cartas, escritas por mano propia o dictadas. Este camino nos permitirá ver cómo estructuraron
la realidad, cuál fue el sentido de la Conquista, lo que
no obstaba para que simultáneamente se diera sobre
todo en la Metrópoli toda
una compleja elucubración
racional que imbrincaba los
hechos en una filosofia humanista y cristiana, obrante
en concilios, textos doctrinales, leyes, etc.
Siguiendo a Ong, las diferencias entre la mente oral
y la mente escrita no son de género sino de grado ya que todo pensamiento,
incluso el de las culturas
orales primitivas, es analítico; pero el predominio de
una u otra mentalidad favorece distintos comportamientos.
El pensamiento
oral tiende a la formación de
grupos, que favorecen el
triunfalismo y sustentan la
figura un héroe o caudillo
(Irala logró formar grupos
fuertemente cohesivos, frente a la debilidad de sus opositores letrados); está más ligado al presente, del pasado
sólo queda aquello relevante
para el momento, lo demás
se olvida, por esto surge el
mito y no la historia.
No por
nada Luis de Miranda, apoyado en una idea de la historia como maestra de la vida,
no encuentra apoyo a sus
críticas al poder. El primer
poeta-historiador del Río de
la Plata actúa con la mentalidad de quienes interiorizaron la escritura, en la que
predomina el examen abstractamente explicativo, ordenador. con reconocimiento de
relaciones causales y de acontecimientos pasados, de donde surgen la
historia, la reflexión, la actitud crítica. introspectiva, la
exigencia de coherencia, el
relato argumentativo, el
cuestionamiento del "héroe".
Recordemos a proposito otro
duelo: Alvar Nuñez, el legítimo gobernador, con sus cédulas reales y la elaboración
de sus expedientes para ordenar la cosa pública, contra el accionar de aquellos
bandos quasi-anónimos, de
lo que no quedó registros sino sólo unas pocas palabras
(no escritas, sino gritadas):
"iComuneros! iComuneros!",
que culminaron con el encarcelamiento del gobernador, de Luis de Miranda que
lo apoyaba y de aquel portugués que había escrito en
su casa: "iViva el Rey!".
Acá
vemos otra característica de
la oralidad: la necesidad de
apoyarse en patrones de
pensamiento formularios y
filjos.
Esto es así por el papel
fundamental que tiene la
memoria, pero además porque el pensamiento oral está
estrechamente ligado a la
acción: seguramente está
condenado al fracaso cualquier agente -en el sentido
de "alguien que actúa"- que
en un momento álgido se detenga para hacer un análisis
crítico.
Volvamos a lo del pensamiento formulario, en el
sentido de usar las palabras
como fórmulas fijas, estereotipos, no concebidas como
"signos" sino en una relación directa con el objeto, la
realidad: los nombres confieren poder sobre las cosas.
Así vemos que a un pueblo
de tndígenas. por determinadas razones, el Adelantado
los nominó "esclavos" y acto
seguido ordenó atacarlos.
En esta anécdota la atribución del rótulo con un fin
pragmático es explícita, totalmente conciente -no es
casual que sea así cuando el
que lo hace es alguien de"mente escrita" como Alvar
Núñez-, pero el mismo mecanismo, aunque obrando a
un nivel subconciente como
lo hace la mente oral, está
en la base de la utilización
de los términos con que se
organiza la realidad social de
la Conquista, es decir, los
pueblos, los seres humanos
reunidos en este suelo hace
cinco siglos.
La mente oral
tiende a la formación de personajes "planos" o tipos: el
blanco, el cristiano. el indio,
el mestizo. Encasillar es
ejercer poder sobre la realidad, es lo previo a la acción.
Finalmente por qué las
cartas: más ligadas a la oralidad, están más cerca de la
experiencia situacional personal. en relación estrecha
con el mundo vital humano.
Más cerca de la globalidad:
la mente oral totaliza (61),
los "input" del lenguaje oral
surgen también del subconciente que así queda de manifiesto. como cuando J. G.
Lescano aconseja "hacer
asentamientos paulatinos.
para que no espante la esclavería. pensando que la
tierra manaba cristianos"
(Doc. 224), pone al descubierto el uso político-militar
y no religioso de este término.
Tal vez no sea innecesario aclarar a esta altura que
la diferencia no se limita a la
internalización o no de los
mecanismos propios de la
escritura, sino que este cambio está estrechamente relacionado con otros avances
psíquicos y sociales. Y aunque nuestro objeto de estudio se dirija al texto, no termina allí, el tema global lo
trasciende.
1.4. Los unos y los otros
T. Todorov plantea la
Conquista en términos de
otredad. No descubrieron un
continente dirá, sino a otros
hombres, a los americanos.
Descubrieron al otro. ¿Quién
era el otro? Encontramos
justamente en el Doc. 242 la
frase que podría relacionarse
con este tema, a veces llamado encuentro de culturas:
se habla de "los unos y los
otros", como en la famosa
película.
En ésta, la referencia es a diferentes pueblos y
culturas enfrentados y/o encontrados -aliados, enemigos- por la guerra, a partir
de que otro señala básicamente al "distinto entre iguales", con una idea implícita
de reciprocidad de valores.
No es esta la relación que se
da en América, simplemente
porque los indios no fueron
sentidos como iguales; el
"otro" que los conquistadores descubrieron era el que
estaba en ellos. el que llevaban dentro: la nueva tierra,
el nuevo espacio, cambió las
relaciones de poder, por las
que se establecían diferentes
direcciones en la autoridad y
subordinación.
Así, en ese
momento, "los otros" no son
-como quisiéramos entenderlo hoy- los que caracterizamos como hombres distintos, de otra raza, es decir,
'los indígenas americanos",
sino que el pronombre indefinido está usado para denotar a parte de los propios
conquistadores, los opositores, los que estaban en bandos opuestos; ese sentido no
era extensivo a los "indios".
En cambio sí se señalaban
la formación de distintas
banderas o bandos: En Doc.
222 la frase los unos y los
otros designa grupos opuestos dentro de los españoles
pero no enemigos; en 236 se
habla de "bandos contrarios", o de "la gente de la
banda de dichos oficiales".
Bien expresiva es la descripción que hace el religioso,
condición que en cierto modo lo predispone al intento
de sustraerse a los remolinos políticos, mirando como
"desde arrlba", desde una
postura ecuménica, pretendidamente la de la iglesia,
las luchas de los hombres y
que le produce perplejidad y
disgusto dentro del bullente
caos de esa sociedad en formación:
"entre tan poca gente
hay tantos mandadores
y en ellos no faltan parcialidades, no se entiende en otra cosa sino en
murmurar unos de
otros, que no se parece
sino que algún fuego infernal está entre nosotros.
Ninguno es señor
de lo suyo ni parte para
poder haber de los Indios cosa de que tenga
necesidad. son tantos
los bandos y vedamientos que entre nosotros
se ponen que certifico a
V.A. que somos más esclavos de las personas
que mandan que los negros de Guinea de sus
amos" (237, 1545).
Notar, primero, la obligada referencia al "fuego infernal": la visión escatológica, dual, redentorista, con la
que se obstaculiza la comprensión de los fenómenos
humanos; segundo, la queja
aparentemente de índole
moral se resuelve en un perjuicio pragmático: no poder
sacar beneficios de los indios por el "desorden" entre
los blancos, los que naturalmente mandan, dificulta exigir obediencia de los que deben servir.
En ningún momento en
estos textos se entiende la
Conquista en términos de
"otredad".
Hemos necesitado
llegar al siglo XX para verlos
así, aunque es cierto que para entonces, mediados del
siglo xVI, en España y Europa -y digo sus instituciones
y sus leyes, filósofos y teólogos, reyes y gobernantes, a
través de largos debates y
concilios cuya referencia no
viene al caso traer aquí-
habían dejado sentada definitivamente la condición humana del Indio, su dualidad
ontológica -esto no podía
dejar de estar- de cuerpo,
del cual tenían buenas pruebas y alma inmortal; y de
ahí el "derecho" del indio a
incorporarse al cristianismo,
para por medio de esta vía
tener el conquistador el acceso al alma y desde allî dominar el cuerpo, su fuerza
de trabajo y sensualidad.
Es
decir, tal vez para la España
de las leyes los indios podrían ser "otros hombres",
"los otros".
Pero este pensamiento viene de un espacio:
la Metrópolis, el continente
europeo. Y además y sobre
todo, nace en el registro de la
lecto-escritura, es el futuro
de todo un entramado coherente de pensamiento analítico y racional que avanza a
través de argumentaciones y
silogismos encadenados.
A
partir de los sagrados textos
escritos de la civilización europea, primero la Biblia, los
Evangelios, luego toda la
ciencia teológica tejida en
torno o al lado de ellos,
constituyente de otros textos
sagrados, escritos también,
a los que se sumarían todos
los Códigos de Derecho desde la tradición romana, los
de Alfonso X, las Leyes de
Indias, se elaboran estructuras conceptuales que reconocen la condición humana
del indio, que es por otra
parte la que hemos recibido
a través de la tradición escrita.
Pero si recordamos los
hechos históricos no podremos menos que reconocer
que la conducta que tuvieron los conquistadores distaba mucho de corresponder
a estos principios de derecho, con lo que llegaríamos
a la explicación simplificadora de que todos eran transgresores o delincuentes, ya
que incumplían las leyes.
Sin dejar de admitir esta posibilidad, no es lo que explica la conducta generalizada
de los invasores; ésta tenía
que ver con un sentido que
le diera coherencia, por más
que a veces, no siempre,
puede vislumbrarse un ingrediente de culpabilidad (es
decir, de ruptura de la coherencia). Este sentido lo encontraremos en el lenguaje
social -diferenciado del
lenguaje sagrado, ecuménico, de las Escrituras- presente en las Cartas. Podremos ver la construcción de
ese sentido que fundamenta
la acción, que tiene los momentos más altos cuando se
los llama 'Señores" a los "esclavos"o viceversa, o cuando
el Adelantado designa "esclavos" a unos pueblos para inmediatamente ordenar atacarlos, o cuando se describe
a los mestizos como criaturas que prefiguran al "criminal nato" de L'Ombrosso.
Podemos ver así una doble dirección del lenguaje.
Por un lado, "somos en el
lenguaje, en un continuo ser
en los mundos lingüísticos y
semánticos que traemos a
la mano con otros" (Maturana, 1990, 55). Es decir, el
soldado llevaba consigo un
mundo, un tejido vasto y
denso de pasado -en el que
también estaban de algún
modo las Escrituras-, unas
raíces que se ponían en juego cuando organizaba la realidad con su lenguaje; al
mismo tiempo, ante la nueva
realidad y los nuevos conflictos, construía con el viejo
lenguaje el sentido de su vida, de sus hechos. (Cuando
hablo de soldado incluyo
también al menos parcialmente a otros tipos humanos, como religiosos o mujeres, porque en esta primera
etapa de conquista todos debieron serlo).
De las Cartas
surge cómo comprendía y/u
organizaba las relaciones de
esa realidad social en la que
participó y esto lo haremos
atendiendo en primer lugar
a los nombres con que se
designa a conquistadores y
conquistados. Para ello consultamos un conjunto de
cartas que cubren unos 37
años -de 1535 a 1572, la
época en que se desata la
guerra y a partir de la cual
se asienta un estado de cosas-, además de un poema
"culto" de género popular, el
Romance de Luis de Miranda y otros documentos.
No
son muchas cartas, porque
no se accedía fácilmente al
papel. La mayoría fueron leídas de la edición paleográfica realizada por la Comisión
del IV Centenario. Otras fueron transcriptas por Enrique
de Gandía, o en copias mecanográficas tomadas de los
Archivos de Indias, existentes en la Biblioteca Nacional.
1.5. La construcción del sentido
El análisis del uso de
los términos aplicados a los
distintos grupos humanos
puestos en contacto, como
consecuencia de la Conquista del Rio de la Plata en su
etapa temprana, integra a
aquellos términos en un sistema que produce el sentido
con el que el conquistador
se interpreta a sí mismo
dentro de la nueva realidad.
A modo de síntesis, propongo un cuadro demostrativo del uso de los sustantivos que por sí solos -no especificados ni determinados
por adjetivos o construcciones- fueron usados con frecuencia para designar los diferentes grupos humanos.
El cuadro intenta graficar la "matriz" de sentido
construida a partir de la
oralidad primaria, a la que
nos aproximamos en el corpus estudiado.
El sistema
así construido, que subyace
a la interacción de los grupos, legitima la acción del
conquistador, ya que queda
en evidencia que hombres,
por ejemplo, tiene un referente acotado al "europeo varón" que no abarca al referente "aborigen" del mismo
sexo. Estas relaciones sin
duda son fundamentales para definir si hubo o no racismo, y en caso afirmativo si
éste aún perdura, como se
dice en las palabras del comienzo. Por otra parte, se
constituye en un sistema operativo -surgido de la
lengua oral, del trato directo- en cuanto que está en
función de la acción.
Las conclusiones arribadas se limitan a un tiempo y un espacio, definidos
arriba. El cuadro resultante es aparentemente estático,
condición en realidad contraria a la naturaleza de las
lenguas, pero cobra dinamismo si se lo contrapone
con sistemas posteriores o,
lo que es más interesante,
con sistemas contemporáneos construidos en otras
latitudes o siguiendo otras
líneas de pensamiento y acción, en los cuales tal vez
pudiera aparecer el sustantivo hombres, por ejemplo, en
el casillero correspondiente
a la población india.