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Edición N° 45 - otoño 2007

Conflictos éticos y políticos: reflexiones desde la praxis del Trabajo Social

Por:
Luis Vivero Arriagada
* (Datos sobre el autor)


¿Cómo podrían liberarse los esclavos, cuando ni siquiera saben que son esclavos?
Herbert Marcuse.


RESUMEN

El documento, da cuenta de una reflexión y análisis, desde la práctica cotidiana del quehacer profesional. Desde esta perspectiva se plantea que tanto el trabajo social (indistintamente que sea entendido como ciencia o tecnología), y los(as) trabajadores(as), en cuanto operacionalizadores de métodos de intervención en lo social, se encuentra en una encrucijada, de dilemas éticos y políticos, enfrentados en una sociedad neoliberal compleja y excluyente, y sometido a las directrices del poder hegemónico. Esto no siempre, asumido conciente y críticamente por los profesionales práctico, lo cual por ciento, demanda una imperiosa necesidad, de reformular nuestras prácticas sociales: tomar conciencia de mundo y de nosotros mismos.

En definitiva, se plantea una reflexión sencilla, marcada por la subjetividad de la cotidiana praxis del trabajo social. Esta subjetividad, puede entenderse como la cristalización un “pensamiento en voz alta”, de las viviencias cotidianas, bañadas por utopías y frustraciones, en un mundo complejo, que nos muestra una gran paradoja, por lado la globalización de las relaciones sociales y por otro, la atomización del sujeto-actor.

Apalabras claves: trabajo social, neoliberalismo, elites, dominación, dilemas éticos y políticos, transformación del sujeto, sueños, utopías.

ABSTRACT

The document, gives to account of a reflection and analysis, from the daily practice of the professional task. From this perspective the social work considers as much that (indifferently that science or technology is understood like), and los(as) trabajadores(as), as soon as operacionalizadores of methods of intervention in the social thing, is in crossroads, of ethical and political dilemmas, faced in a neoliberal society complex and excluding, and put under the directives of the hegemonic power.
This not always, assumed conscientious and critically by the professionals practical, which percent, demands an urgent necessity, to reformulate our social practices: to become aware from world and we ourself. And definitive, a simple reflection, marked by the subjectivity of daily praxis of the social work considers. This subjectivity, can aloud be understood like the crystallization a "thought", of the daily viviencias, bathed by utopias and frustrations, in a complex world, that shows a great paradox to us, by side the globalización of the social relations and on the other hand, the atomizaton of the subject-actor.

key words: social work, neoliberalism, elites, ethical and political domination, dilemmas, transformation of the subject, dreams, utopias.

1.- INTRODUCCIÓN.

Este documento surge con la humilde intención, de compartir y visualizar, las vivencias desde la praxis del trabajo social, es decir, desde la relación pragmática del quehacer profesional. Con esta intención preliminar, a fines del mes de abril del año en curso (2006), se envía una “carta abierta la los trabajadores(as) sociales, del Hospital Regional de Valdivia1, con quienes el autor, comparte la misma área de desempeño práctico 2. En aquella misiva, se daba cuenta, como desde el ejercicio profesional, es posible percibir también los conflictos éticos y políticos, el estado de sometimientos en que se encuentran los(as) trabajadores (as) sociales encontramos – muchas veces invisibilizado o asumido como una suerte de destino fatalista -, respecto de lo poderes hegemónicos; como así mismos, la dualidad y relativismo axiológico que se asume, frente a las demandas de los excluidos –o desafiliados diría Castel (1997) -, todo lo cual, como profesionales prácticos, a diario se está vivenciado vivenciado.
Sin embargo, este texto epistolar, no tiene eco en los(as) colegas de dicha repartición, lo cual no significó un retroceso en el esfuerzo, planteado en el comienzo, sino que por el contrario, se transformó en un desafío de buscar y construir otros espacios de discusión y reflexión. De ahí la idea de continuar, sobre la base del documento primario, la elaboración de una reflexión un poco más extensa, pero sin dejar de lado toda la subjetividad de su génesis.>

Pero, el (re) abrir la discusión sobre los permanentes conflictos e inflexiones del trabajo social y del trabajador(a) social, en tanto sujetos enfrentados a un sistema sociopolítico, ideológico y económico -como lo es el neoliberalismo - que privilegia la tecnocratización, sobre cualquier otra alternativa más democrática y emancipadora de los sectores excluidos, sin lugar a dudas, no resulta una novedad.
Sin perjuicio de ello, vale la pena insistir y continuar el debate, dado que a pesar que desde el trabajo social, han surgido voces críticas respecto del quehacer profesional, y su complicidad con el modelo hegemónico, principalmente desde el mundo académico.
Pero no ocurre lo mismo con quienes están en la praxis profesional, más bien pareciera que el esfuerzo – insuficiente y muchas veces sectario, discriminador e intelectualmente arrogante - no ha sido suficiente, tanto para que los profesionales prácticos asuman críticamente su rol al interior del sistema y su relación con los excluidos, como para la generación de propuestas alternativas de intervención, que en definitiva se traduzca en un amplio e integrador movimiento intelectual, con propuestas teóricas y metodológicas, sustentadas desde un paradigma progresista, diseminado por toda nuestra “América morena”, subyugada a los intereses e ideología globalizante y excluyente del neoliberalismo.

Pero también, este documento y reflexión, da cuenta de la subjetividad del propio autor, como actor cotidiano, y conciente de una praxis instrumentalizada por los poderes hegemónicos, y por los propios trabajadores sociales “incluidos”, en un sistema perverso, que asumen una actitud propia del “patronaje”, herencia de nuestro pasado oligárquico.
Esta subjetividad, también tiene que ver con la propia historia de vida del autor, que le ha permitido ir construyendo marcos conceptuales y representaciones sociales, tanto del “ser”, como del “deber ser”, de una profesión, ciencia o disciplina (cualesquiera sea su definición, según las distintas argumentaciones, que no son parte de esta discusión), que conlleva a un cuestionamiento ético y político de nuestros “saberes” y nuestros “haceres”, en la praxis social. Pero fundamentalmente, tiene que ver con un cuestionamiento, respecto de la posición o partido que tomamos, en esta conflictiva dialéctica de “incluidos-excluidos”.

También, es conveniente dejar objetivado, que esta misma subjetividad, puede llevar a que los lectores más doctos, consideren bastante confuso, simplista o sui generis, este documento; sin embargo, vale decir, que esto mismo le da un valor distinto; como forma de fundamentar –o defender- dicha “simpleza”, huelga decir que este texto, surge como un “pensamiento en voz alta”, de las viviencias cotidianas, bañadas por utopías y frustraciones, en un mundo complejo, que nos muestra una gran paradoja: por lado la globalización de las relaciones sociales y por otro, la atomización del sujeto-actor. Este pensar en voz alta, lleva a develar lo que desde el sentir humano-práctico, es posible describir y denunciar. Tan simple –pero a la vez tan válido y necesario- como esto que se quiere compartir con ustedes.>

I.- UNA MIRADA DESDE LA COTIDIANEIDAD DEL TRABAJO SOCIAL.

Tal como se planteaba en el inicio del texto, se aprecia en la praxis cotidiana de la intervención social, un permanente sometimiento a una hegemonía burocrática, en la cual estamos atrapados, como en una “jaula de hierro” al decir de Weber, lo que a su vez conlleva a la incapacidad para asumir concientemente y críticamente nuestro rol, en un sistema tan complejo y perverso como en el que actualmente estamos insertos. Por cierto, de un sistema del cual somos parte contribuyente, es decir, el neoliberalismo globalizante y sus más diversas formas de exclusión y de dominación, tanto desde el nivel micro social, hasta las superestructuras y los poderes fácticos diseminados por todo el espectro societal.
Esta exclusión, cristalizada en desde la forma más recurrente en la historia de la sociedad, como lo es la precariedad salarial, tal como lo sentencia Castel (1997), y que al decir de Marx y Engel, nos lleva a comprender por tanto, que efectivamente, por qué la historia de la sociedad es la historia de la lucha de clases.

Por ello, que de la necesidad de compartir esta reflexión, tiene que ver con la constante observación y crítica a nuestro quehacer profesional; a la dualidad y contradicciones éticas y políticas, en que se desarrolla nuestro quehacer profesional: por un lado somos víctimas de la dominación de las estructuras de poder político-administrativas, y a la vez, nos transformamos en la herramienta de estas mismas estructuras, para perpetuar y legitimar la dominación, la exclusión y el maltrato a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Conflictos éticos, porque pone en la encrucijada y contradicciones nuestros fundamentos axiológicos, en franca contraposición o sometimiento, a los del sistema neoliberal (individualismo, fetichismo, consumismo, hedonismo, por citar algunos), y políticos, por nuestra permanente relación con el poder, y en ejercicio del poder. En gran medida “estamos sometidos a la producción de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más que a través de la producción de la verdad. Esto es válido para todas las sociedades...”, como señala lo expresa Foucault (2001; 148). En esta relación con el poder, se nos produce otra de las contradicciones, por un lado como víctimas de ese pode, pero también como “iluminados” con una cierta cuota de poder, que se ejerce, siempre sobre los más débiles.>

Talvez, tal situación tiene que ver como una de las “consecuencias inesperadas de la modernidad”, como diría Ulrick Beck, o como lo sentencia Paulo Freire, “una de las grandes – sino la mayor- tragedia del hombre moderno es hoy, dominado por la fuerza de los mitos y dirigido por la publicidad organizada, ideológica o no, renuncia cada vez más, sin saberlo, a su capacidad de decidir. (...) le son presentadas por una élite que las interpreta y se las entrega en forma de receta, de prescripción a ser seguida” (2004; 33). Es decir, el modelo hegemónico dispone de las voluntades de los “objetos sociales”, sin la posibilidad siquiera que estos, se asuman concientemente como actores, sino que “se compra”, sin cuestionamientos los símbolos del sistema, y se pierde completamente la capacidad de decidir, es decir de ser sujetos, en definitiva la libertad.
Es aquí donde el trabajador(a) social, se enfrenta a la encrucijada axiológica. Encrucijada y dilemas, que al parecer tampoco, se es capaz de percibir como tal, y se termina contribuyendo a la alineación de los hombres y mujeres excluidos.
El poder de esta élite dominante, o los espacios del poder como diría Foucault, son tan indeterminados, pero a la vez tan omnipresentes, que sólo es posible comprenderlo, como diría Bourdieu, por medio de “la gestión, de la dimensión simbólica de la dominación (...) lo que se ejerce a través de la cultura” (2003; 79), en donde nos constituimos en instrumentos canalizadores de esos simbolismos –entre muchos otros-, pero a la vez somos victima de ello, al perder nuestra capacidad de ser concientes de quines somos; incluso esto último entendido en su concepción marxista, de clase para sí. En esta constelación de actores no-sujetos. Hemos perdido la libertad.

Por tal razón, y como un imperativo kantiano, está la exigencia de romper con la visión fatalista y perversa, calcada de la visión fría y mecánica de la lógica del capital, vaciada de la potencialidad de superación, y de la posibilidad de re-crear el futuro con-nuestros - alter egos. En esa visión perversa, al parecer nos estamos transformando- y se podría agregar lo aceptamos con resignación y sin cuestionamientos- en profesionales que nos vamos acomodado y ejecutando, de una manera activista, burocratizada y rutinaria, en las tareas que nos son atribuidas y muchas veces impuestas por decisiones tecnocráticas, absolutamente distantes de lo que deberían ser nuestros fundamentos axiológicos. Pareciera que el objetivo es ser un buen tecnócrata, poseedor de los signos externos que simulan ser “buenos profesionales”.
Con ello, se refuerza el paradigma de la dominación y del paternalismo de los poderes fácticos, muchas veces ocultados tras la mascara estatal. Una dualidad de dominación y tutela: por un lado, de nosotros mismos(as) respecto del poder político-administrativo y económico, en algunos caso poder fácticos o pseudos jefaturas; y por otro lado, de nosotros(as) hacia los(as) “sujetos” de atención.>

En este sentido, y coincidiendo con lo que plantea Nora Aquí (2001), se puede decir que como trabajadores(as) sociales, “estamos siendo testigos atónitos de varios genocidios simultáneos, bajo la mirada, en unos casos complacientes, en otros indiferente, de quienes tienen el poder en el plano internacional”, todo se mira y se racionaliza con la lógica del cálculo y del pragmatismo, sin siquiera cuestionar nada.
Agregaría además, que estamos siendo mudos y cómplices testigos, de la vorágine de este sistema, que conlleva a la paradoja de la uniformidad en los más amplios sentidos, incluyendo por cierto la globalización cultural, y al mismo tiempo, el uso de los más diversos mecanismos de control individual y colectivo fundados en una extremista racionalidad orientada a fines, traducida en una atomización del sujeto, y de la “cuestión social”.

Pero esta dinámica globalizante e integracionista del sistema, además ha ido invisibilizando el creciente y brutal incremento de la desigualdad, probablemente sin parangón en la historia de la humanidad, y posiblemente uno de los más evidentes y objetivables resultados de la modernidad. Lo que podría plantearse, como la destrucción de todo lo que éramos y conocíamos, hasta antes de la modernidad.

Es en esta realidad cotidiana que nos movemos y ejercemos un rol carente de cuestionamientos y críticas. Es en este escenario, en donde pareciera que hemos perdido la capacidad de soñar, de optar por valores distintos a los impuestos por el poder hegemónico y dominante. Lo cual conlleva a la construcción de una interpretación de la cuestión social, a partir de los mismos marcos conceptuales elaborados desde el mismo modelo dominante, es decir, sólo como una retórica justificación de la dominación, y contradictoriamente, a una culpabilización de los excluidos, como responsables de su condición.
Entonces, el rol asumido por los(as) trabajadores sociales, es “sanar” a los excluidos de su pobreza, e integrarlos al sistema. En tal sentido, y siguiendo a Nora Aquín (op.cit), “sólo valen miradas cómplices, ninguna mirada alternativa”. De esta forma, se naturalizan y legitiman las desigualdades, se las anula de su carácter dialéctico, histórico y social. Las estructuras de poder político – administrativo, se encargan de validar, tomándose de los mismos referentes axiológicos creados por el sistema dominante (neoliberalismo, económico, social y cultural), y a la vez, los trabajadores prácticos, instrumentalizando esos paradigmas, en intervenciones sociales, integracionistas, pero nunca cuestionadoras de éste, y menos, concientizadoras y vanguardistas, a pesar que como forma de autocomplaciente o quizás como fantasía discursiva y pragmática, se utilizan conceptos propios de las teorías críticas.

En la práctica cotidiana, ejemplos de esto, tenemos a diario, es cosa de ver algo tan simple y característico de nuestro quehacer, como los son los “informes sociales”, en que implícitamente se nos pide legitimar una decisión tomada a priori, de negar una solicitud de “ayuda”. Informes que tal vez, no son ni siquiera leídos o sometidos a reflexión o un análisis, respecto de nuestras apreciaciones y sugerencias.
Pero también, dan cuenta de la incapacidad que los profesionales prácticos, de poder plasmar en aquellos, una mirada alternativa, una conclusión respecto de la “cuestión social”, distinta a los marcos paradigmáticos que nos impone el sistema hegemónico.
Esto también obedece -y porque negarlo- a una subvaloración de nuestro quehacer y nuestro espertizaje, principalmente desde aquellas profesiones más burguesas, que consecuentemente, tienen mayor afinidad con el modelo, y otras desde el ámbito del conocimiento validan la exclusión y dominación.>

Sin pretender caer en el cuestionamiento, si somos ciencia o tecnología (aunque se reconoce la imperiosa necesidad de avanzar en dicha discusión), existen representaciones sociales, de los “sujetos de atención” como de otras disciplinas, en donde en el mejor de los casos se cuestiona nuestro quehacer, se cuestionan nuestros manejos teóricos y metodológicos, o refutan nuestra participación en ciertos equipos “interdisciplinarios”.
Pero en el caso de los sujetos de intervención, s el autor considera que esto, da cuenta de un sentimiento, que puede ser poco conciente, pero tiene que ver como nuestra propia acción y nuestras posiciones ideológicas (en la mayoría de los casos inconscientes), que nos pone de parte de las estructuras de poder, lo cual se traduce, que la intervención termine siendo un encasillamiento, una etiquetación, que les da el “privilegio” de pobreza para acceder a los beneficios estatales, lo cual los victimiza en el mejor de los caso, o en otros los culpabiliza de su condición de pobreza, casi como que esto sea una opción conciente y racional.

En nuestro ámbito pragmático macrosocial, pareciera que al no haber lugar para dinámicas emancipatorias ni utopías, ya no nos permitimos cuestionar la sociedad presente; lo que vale son los hechos consumados, la sociedad de consumo, el derroche, la alienación del trabajo, la brecha entre países, la marginalidad, el tecnocratismo.
Opera sin lugar a dudas la lógica de la racionalidad, llevada a sus extremo de lo planteado en la tesis weberiana. Una racionalidad instrumental e instrumentalizadora e institucionalizador , que como dice Barrantes, “encajona a los Trabajadores Sociales y éstos interiorizan el mundo del caos burocráticamente organizado; quedan atrapados y sin salida aparente de forma tal que sus acciones político-profesionales y científico-políticas quedan subsumidas y modeladas a imagen y semejanza de la razón burocrática, sus prioridades y valores técnico-políticos y político-administrativos.(1998).
Lo cual es completamente coincidente, con lo planteado anteriormente, y empíricamente constatable en las prácticas cotidianas.

Esta racionalidad instrumental, es según Marcuse lo mismo que ideología, y agrega que “en él se proyecta lo que una sociedad y los intereses en ella dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con las cosas. Un tal propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece a la forma misma de la razón técnica” (citado por Bramas, 1999; 55).
De ello se puede entender, que la racionalidad instrumental e instrumentalizadora, es por tanto parte de la ideología dominante, de lo cual nuestra praxis está empapada sin cuestionamientos. Pero dicha racionalidad, no es en sí misma la causante de la deshumanización de la sociedad y las relaciones de sus hombre y mujeres, sino que es la forma y el uso de los poderes hegemónicos le han dado.

En esta misma línea, Nora Aquín (2001) afirma que “la existencia de una sincronía entre la ofensiva del mercado, la desestabilización de los contenidos culturales vigentes en el proyecto de la modernidad, y la inculcación de un modelo cultural y funcional al mercado”. Produciéndose al mismo tiempo un confuso uso de eufemismos y lenguajes retóricos, más seductores, exaltando la creatividad personal, la libertad, el esfuerzo individual, disfrazando (confabulando) la dominación y los intereses del mercado. Así, las contradicciones estructurales del capitalismo se legitiman culturalmente de la mano del discurso postmoderno. En las mismas palabras de Aquín, “...como que la mona se viste de seda: sensibilizar culturalmente a las personas para lubricar la hegemonía neoliberal”.

Cada vez más estamos cayendo en una psicologización la “cuestión social”, produciendo una valoración negativa de aquellos sujetos que demandan lo que otrora fueran derechos sociales, puesto que quienes acuden a nosotros(as) expresan y reconocen su "deficiencia" individual para afrontar la vida. Es decir, otra maniobra discursiva –e ideológica- que reside en el cuestionamiento de la validez del concepto de derecho social, que es sustituido por el de deber moral, exacerbando el rol asistencialista y caritativo de la intervención social, y por lo tanto del Estados y otras instituciones “filantrópicas” 3. De ahí la representación social, que para ser asistente social, “hay que tener vocación”, que “ayudan a la gente pobre”... Con ello, la asistencia social ha dejado de obedecer al derecho de los desposeídos, para constituirse en un deber moral, de aquellos que están en condiciones materiales de ayudar, y estos(as) como instrumentos para canalizar esa “caridad”.

Se “es” por lo tanto, emisores casi con exclusividad de los aparentemente “neutros” certificados de pobreza, que además representa una asignación de identidad, a través de la cual se ponen en juego múltiples ejes de inclusión y exclusión. Vergonzosamente definidos como”privilegio de pobreza”, para acceder a los “beneficios” estatales. Este “ser” – entendido ontológicamente – es el que tenemos que re-definir, enfrentándonos primero a nuestros propios fantasmas, y luego a los mecanismos endógenos, que nos llevan a errar nuestro “camino” en la relación con nuestros alter egos.

II.- LOS DESAFIOS Y UTOPÍAS:

EL DERECHO Y EL DEBER DE CAMBIAR EL MUNDO.

Pero más allá de toda esta reflexión y nuestro cuestionamiento al quehacer profesional, también es menester dejar planteada una reflexión mucho más práctica, que tiene que ver con nuestras propias capacidades de legitimarnos , validarnos y en definitiva respetarnos frente a nuestra institución desde la cual se articular la intervención social, ante los equipos interdiciplinarios, y en general ante nuestros alter egos.
Esto a la luz evidente - vuelvo a reiterar- y de la permanente (sub) utilización de nuestros distintos instrumentos, de “diagnosticación social”, en el más amplio sentido, sólo como un mecanismo de legitimación de decisiones burocráticas y tecnócratas. Frente también existe la debilidad de respaldar, fundamentar y validar nuestros argumentos y re- descubrimientos de la cuestión social. Y como paréntesis al este, urge también el retomar un discusión que no ha sido superada, en torno a la definición o al menos consensuar, en la identidad del trabajo social, en cuanto su especificidad de objeto como disciplinaria, de reivindicarnos antes los demás disciplinas del área social, y dejar de ser el “pariente pobre”, de las ciencias sociales, hasta aquí cerramos el paréntesis.
Y continuando el cuastionamientos a nuestros propios procederes, cabe preguntarse, ¿cuántas veces hemos tenido una respuesta o una defensa discursiva de nuestros argumentos o sugerencias explicitadas en los informes sociales o diagnósticos, frente a una determinada “cuestión social”?, ¿cuántas veces, nos hemos atrevido a realizar un análisis o reflexión más allá de una problemática puntual, que derive en una sana y necesaria crítica al sistema y las estructuras sociales?, ¿cuántas veces nos hemos reprimidos de realizar un análisis o argumentación socio-política, por temor a que se nos califique de “ideologizados”?
Estas preguntas, nos llevan a encausar la reflexión hacia nuestras prácticas cotidianas, y las más particulares experiencias, tanto en la relación con nuestras instituciones, como frente a los necesitados. En relación a estos cuestionamientos, se podría responder que, probablemente más de una vez, no se ha tenido ni el coraje de argumentar o defender nuestras construcciones de (re)conocimiento de la realidad social. Aquí en muchos casos operan los invisibles hilos de la dominación, la manipulación, el chantaje y la extorsión del sistema dominante, objetivado en los(as) “jefes(as), que se han transformados en los esclavos y represores de la elite, tal vez incluso en un nivel de alineación tal , que ni siquiera se asumen algún mínimo de cuestionamiento, traduciéndose al mismo tiempo, en la consumación de un proceso de desclasación de los trabajadores, es decir, la perdida total y absoluta de pertenencia y de identidad de clase.>

Las respuestas a estas u otros tantos cuestionamientos, también tienen que ver con nuestras propias representaciones sociales, nuestros miedos y nuestras propias debilidades, producto de un sometimiento que no hemos asumido, es más – espero estar equivocado, porque de lo contrario sería lapidario- existe una resignación, como si ello fuese parte del “destino elegido”, casi como una concepción apocalíptica.

Pero la paradoja, y el dilema, no siempre asumido o concientizado en los trabajadores prácticos, que se presenta en la cotidianeidad de nuestras intervenciones se cristaliza en la relación con el necesitado, el demandante de una respuesta o solución de las entidades burocráticas. En este micro escenario, es donde nos enfrentamos con nuestros más profundos principios axiológicos, tanto aquellos que provienen del extenso proceso de socialización, como de lo que tiene que ver con los preceptos éticos del trabajo social. Y vale preguntarnos, si nuestra firmeza en las respuestas, seguridad en los argumentos y autoritarias determinaciones, son iguales como aquellas que asumimos para defender nuestras posturas frente a la institución.
Y más aún asumimos la misma convicción y la misma protección de los derechos de los necesitados frente a la institución. Al menos, en este documento se asumirá el legítimo derecho a poner en duda, qué tanto defendemos a los excluidos, sino por el contrario, contribuimos a la perpetuación de su exclusión, y culpabilización de sus problemas.

III.- Mas que conclusiones, sentimientos y utopías para compartir.

Frente a este escenario de la praxis del quehacer profesional, probablemente para algunos, el cuestionar nuestras prácticas no tiene sentido, y menos el cuestionar el sistema, ya que para muchos, apocalípticamente hablando, no hay nada que hacer, sino que “hacer nuestro trabajo”, y más fríamente dirían otros(as) al menos tenemos trabajo. Pero para quienes aún creen en las utopías, y no aceptan la tesis de su aniquilación, sentirán que siempre es necesario seguir cuestionándonos, asumiendo concientemente el deber moral, de estar al lado de aquellos han sido excluidos del “banquete”, de la modernidad. Pero también el deber de replantear nuestro “camino”, quizás retomar, lo que quedó inconcluso con la reconceptualización.

No olvidar además que “la conciencia del mundo, que hace posible la conciencia de mí, imposibilita la inmutabilidad del mundo. La conciencia del mundo y la conciencia de mí no me hacen un ser en el mundo, sino con el mundo y con los otros; un ser capaz de intervenir en el mundo y no solo adaptarse a él. “ (Freire, 2001; 50). El ser conciente por lo tanto, permite creer que somos parte del mundo y como tal somos sus constructores, es decir, podemos cambiarlo.>

En definitiva, miremos y analicemos nuestras prácticas cotidianas, con los “otros”, y aventurémonos en una necesaria y urgente crítica y reflexión de nuestro quehacer profesional y el rol que debemos asumir, en una sociedad caracterizada por la desigualdad y la hegemonía del más fuerte. No olvidemos, como dice Paulo Freire, “EL futuro no nos hace. Somos nosotros quienes nos rehacemos en la lucha para hacerlo4 (op.cit; 67). Construyamos un trabajo social alternativo, perdamos el miedo a la crítica y la defensa de nuestros valores, que creo deberían ser muy distintos al de esta sociedad individualista y competitiva. No permitamos el sometimiento de nuestro quehacer a las decisiones de quienes nos utilizan como instrumentos de sus propios paradigmas. No perpetuemos esta tecnocratización e instrumentalización del trabajo social, en beneficio de los más fuertes, contribuyendo con ello al darwinismo social.

BIBLIOGRAFÍA:

1.- Aquin, N. (2001): “Hacia la construccion de enfoques alternativos para el trabajo social para el nuevo milenio”. Revista Confluencias. Córdoba, Argentina.

2.- Barrantes, C. (1998). ¿Qué es eso que llaman trabajo social?.Revista de Servicio Social. Vol.1 Nº 3. Venezuela.

3.-Bourdieu P. (2003). “Campo del poder, campo intelectual”. Ed. Quadrata.Bs. Aires. Argentina.

4.-Bourdieu P. (2003). “Capital cultural, escuela y espacio social”. Ed. Siglo XXI. Bs. Aires. Argentina.

5.- Castel Robert (1997). “La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del asalariado”. Ed. Paidos. Bs. Aires. Argentina

7.- Foucault, M. (1992). Microfísica del poder. Ediciones La Piqueta. Madrid.

7.- Freire P. (2004). “La educación como práctica de la libertad”, Ed. Siglo XXI,

8.- Freire P. (1992) “Pedagogía de la indignación”. Ed. Siglo XXI, Madrid.

9.- Habermas, J. (1999). Ciencia y técnica como ideología. Ed. Tecnos. Madrid.

1 El Hospital Regional de Valdivia, depende técnica y administrativamente del Servicio de Salud de Valdivia (provincia de Valdivia, Décima Región de Chile). Es un establecimiento de alta complejidad, que cuenta con servicios como neurocirugía, cardiología, oncología, ginecología, traumatología, entre otros. La dotación de personal es aproximadamente 1.800, y cuenta con 8 trabajadores sociales, de los cuales 7 de ellos(as), se desempeñan principalmente en labores asistenciales y de apoyo a las unidades clínicas, y una de ellas, al bienestar de personal, y en funciones relacionadas con la calidad de la atención al usuario.

2 El autor del documento, labora en el Consultorio de Atención Primaria de Paillaco, dependiente técnica y administrativamente del Servicio de Salud de Valdivia. Este establecimiento tiene una dotación de 20 trabajadores, dentro de los cuales se cuenta un trabajador social.

3 Intencionalmente se usan comillas, en el concepto filantrópico, ya que en la lógica del sistema neoliberal, la caridad es una estrategia de mercado , es decir un marketing social, que le permite a la empresa “humanizar” su rol eminentemente económico, y con ello lavar su imagen; es decir, una inversión que tiene un retorno económico para la empresa. Sin embargo, esto no es muchas veces canalizado por las empresas visiblemente en el mercado, sino que por medio de aportes a instituciones o en campañas solidarias a gran escala, y con mucha inversión publicitaria, como es el caso de la TELETON, tanto en Chile, como en otros países de Latinoamérica, orientadas a las personas que sufren algún tipo de discapacidad.

4 Los destacados son intencionales de este autor.



* Datos sobre el autor:
Luis Vivero Arriagada
Trabajador Social, Licenciado en Trabajo Social, Magíster en Ciencias Sociales Aplicadas. Se desempeña en la praxis profesional, en un consultorio de atención primaria de salud, en la comuna de Paillaco, Provincia de Valdivia, Chile, demás de sus labores académicas.

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