Edición N° 7/8 - abril 1995
(para el hemisferio sur)
Apuntes para una historia de la Reforma Universitaria
Primera parte
Por:
Alejandro Guerrero * (Datos sobre el autor)
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"La ciudad es un claustro encerrado entre barracas; el paseo es un claustro con monjas y frailes; los colegios son claustros; toda la ciencia escolástica de la edad media es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia contra todo lo que se salga del texto y del comentario. Córdoba no sabe que exista en la tierra otra cosa que Córdoba"
Domingo Faustino Sarmiento
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| "Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país con una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensorbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarevolucionarios de Mayo.
Las universidades han sido hasta aquí el reflujo secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara"
Manifiesto de los reformistas de Córdoba, 1918 |
Si la primera universidad,
fundada en Bolonia en
1158 fue también la primera institución liberal de la
historia, creación de la burguesía naciente -necesitada
de incorporar nuevos y más
precisos conocimientos porque sus actividades la obligaban a saber-, en estas latitudes sucedió lo contrario:
la primera universidad que
conoció el actual territorio
argentino fue obra de curas
y sólo se enseñaban en
ella teología y otras "ciencias sagradas".
En efecto, la enseñanza terciaria se inauguró aquí en 1607, cuando los jesuitas fundaron en Córdoba el colegio Máximo, dedicado a dotar a la diócesis de sacerdotes
aptos para el culto. Lejos pues de promover el desarrollo de las ciencias y de las artes, esa instrucción propagó el oscurantismo, las supersticiones teológicas, la negación del conocimiento.
Ahí tenemos un primer dato del diferente desenvolvimiento económico de lo que sería la Europa Industrial respecto de las colonias españolas de América.
Sobre la base del colegio Máximo, e impulsada por el obispo Hernando de Trejo y Sanabria -otro jesuita-, nació en 1623 la Universidad de Córdoba (hasta hoy se la llama "casa de Trejo"), si bien estuvo impedida de
conceder grados hasta 1664.
Los curas Oñate y Andrés de Rada redactaron sus primeras constituciones y ordenanzas.
El sistema pedagógico
era allí el de todas las escuelas jesuíticas, ajustado al programa llamado Ratio Studiorum,
según el cual el
maestro debía
leer en voz alta las lecciones y los alumnos repetirlas, también en voz alta, hasta aprenderlas de memoria. El contenido de las lecturas no podía discutirse y
menos ser alterado por razonamiento alguno, y el reglamento indicaba hasta la forma en que debían colocarse
las manos sobre el pupitre.
Esa fue la obra pedagógica
de la Companía de Jesús en
los orígenes de la universidad argentina.
En aquella parodia de
universidad se enseñaban
"artes" y teología, y sólo podían ingresar en ella quienes
aprobaban un riguroso examen previo... de latín. Más
tarde se agregaron cátedras
de escritura y de "historia
sagrada".
Allí se obtenían títulos de bachiller y licenciado y el de doctor estaba reservado a las carreras de
"orden sagrado". Por supuesto, todo el personal académico pertenecía a la Compañía de Jesús y el rector,
el vicerrector y el cancelario
o prefecto director de estudios eran nombrados directamente por la jerarquía jesuítica.
Las cosas no cambiaron
mucho cuando Carlos III decidió expulsar a los jesuitas
y dejar la universidad cordobesa en manos de los franciscanos. Vale indicar, en
cambio, que aquella expulsión significó la primera intervencion de una fuerza armada en una universidad de
lo que luego sería territorio
argentino; promovió además, una disputa bajísima
entre franciscanos y jesuitas, quienes intercambiaron
abundante inmundicia con
acusaciones mutuas de todo
tipo.
Los docentes, nombrados por el virrey, "carecían
de libertad para elegir la materia de enseñanza, pues el
rector elegía anualmente las
que serían objeto de lectura
al año siguiente y los textos
que debían emplear, estándoles permitido únicamente
sintetizar por escrito la materia y sustituir la lectura por
el dictado, siempre que se
dedicara a su explicación
una parte de la clase" -1-
Los estudiantes tenían
terminantemente prohibido
consultar cualquier texto no
indicado por la cátedra, ni
podían sostener doctrinas ni
ideas contrarias a las de los
textos oficiales:
"El objetivo de esas prohibiciones era impedir la entrada a ideas peligrosas para la doctrina y la autoridad
real. Justamente esto fue lo
que fundamentó la oposición
a la creación de una universidad de Buenos Aires, pues
esta ciudad, por su constante
contacto con el exterior debido a la actividad de su puerto, era proclive a las influencias externas: Córdoba, por
su mediterraneidad, vivía
alejada de ese peligro" -2-.
Mientras tanto, en la
universidad de Charcas (hoy
Sucre, Bolivia) germinaban
las ideas independentistas y
de allí saldrían varios de los
líderes de Mayo. En Córdoba, al recibir su título, los
graduados debían jurar obediencia al rey, a sus ministros y a sus leyes, al rector y
a las constituciones de la
universidad.
Todavía en 1800 la ausencia de desarrollo industrial en el virreinato del Río
de la Plata se advierte en una cédula real de ese año,
que ordenaba constituir en
Córdoba las siguientes cátedras: dos de latinidad, tres
de filosofia, dos de leyes, dos
de cánones (curas), tres de
escolástica y una de moral.
Sólo en 1809 el deán Gregorio Funes logró introducir en
esa universidad una cátedra
de matemática (álgebra, aritmética y geometría), en un
intento de dar a "licenciados" y "doctores" algún principio de conocimiento
práctico, más vinculado con las necesidades terrenales que con el
culto a los cielos.
Paralelamente, poco
a poco, Buenos Aires procuraba vencer
las resistencias de la administración colonial a la instalación de una universidad porteña y el 2 de
marzo de 1801 se inauguró
el primer curso de la Escuela de Medicina, con quince alumnos inscriptos en Anatomía.
Federico Engels sostuvo: "el hecho de que la sociedad sienta una necesidad
técnica incentiva más la ciencia que diez universidades".
La precariedad de los estudios superiores en el virreinato indica que el desenvolvimiento económico no generaba aún tales necesidades,
y por eso las universidades
sólo eran fábrica de curas,
teólogos. abogados y, en fin,
de charlatanes de los más
variados pelajes.
Fue por necesidad, si
bien no duró mucho, que la
facultad de Medicina y Cirugía de Buenos Aires, creada
por la Asamblea General
Constituyente de 1813 y que
jamás llegó a funcionar, se
transformó en Instituto
Médico Militar para
proveer médicos y
cirujanos a los
ejércitos que
luchaban por
la independencia.
Fue
su director y
profesor el
doctor Cosme
Argerich, pero,
al morir éste en
1820, el Instituto
dejó de funcionar y
el gobernador de Buenos
Aires, Martín Rodríguez, lo
suprimió el 12 de setiembre
de 1821.
Los revolucionarios de
mayo no se vieron obligados
a impulsar la fundación de
una universidad ni a promover estudios avanzados: sólo
la industria podía crear tal
necesidad, y no estaba presente a orillas del Plata. Sin
embargo, las nuevas ideas
libertarias que la revolución
había traido cumplieron su
papel en materia educacional: los jóvenes se inclinaban ahora, en su mayoría,
por el estudio de las matemáticas. y eran pocos los
que preferían la filosofía o la
teología.
Por cierto, los aires de la Revolución Francesa llegaron a estos pagos enrarecidos por lagañas teológicas.
En 1816 el presbítero Antonio Sáenz fue comisionado
por el director supremo, Ignacio Alvarez Thomas, para firmar con el obispado de
Buenos Aires un concordato sobre jurisdicción y rentas eclesiásticas. con la finalidad de organizar una universidad.
El edicto que dispuso crear la Universidad de Buenos Aires fue firmado un
lustro más tarde, el 9 de agosto de 1821, por Bernardino Rivadavia. y el 12 de agosto se la inauguró, como
no podía ser de otro modo... en la iglesia de San Ignacio.
Cierto es que por primera
vez se enseñaban aquí materias liberales: fisico-matemática, economía política, dibujo, química general, geometría descriptiva, cálculo,
mecánica de fluidos y de sólidos, física experimental y
astronomía.
Las necesidades
de desarrollo burgués del
país comenzaban a empujar,
pero tardíamente: las diferencias de esta economía
con la europea estaban dadas por la distancia entre los
telares manuales de La Rioja
por un lado y los telares
mecánicos de los gigantes
industriales de Birmingham
por otro.
De todos modos, el ciclo
colonial de la universidad
argentina puede darse por
terminado en 1815, cuando
el deán Funes, rector de la
Universidad de Córdoba,
elaboró un nuevo plan de
estudios que rompía con la
escolástica y con las doctrinas de Aristóteles, si bien
Funes se cuidó mucho de
adherir a las nuevas corrientes emanadas de la Revolución Francesa.
Conviene
subrayar que ya entonces,
producto de la miseria material de la cual surgía, la
universidad se debatía en la
falta de presupuesto: no se
la podía proveer de material
didáctico ni de profesores
bien remunerados. y hubo
que continuar con la práctica de crear cursos cada dos
años.
También en Córdoba, en
1824, el gobernador Bustos
-histórico caudillo federal-
suprimió la autonomía universitaria: por decreto del 18
de diciembre de ese año ordenó que la universidad
quedara bajo directa inspección del gobierno. En 1831
el gobernador Reinafé quitó
al claustro universitario la
atribución de nombrar sus
propias autoridades y desde entonces el rector se convirtió en empleado de la administraclón.
La autoridad provincial destituía profesores y
designaba reemplazantes al
socaire de la cambiante política.
En realidad, si ha de
desarrollar ciencia, la universidad necesita la más absoluta libertad de investigación y no puede estar sujeta
a los cambios de gobierno
para decidir sus planes estudio y la composición de su cuerpo docente: tal es el sentido de la autonomía universitaria desde el
punto de vista burgués.
Por otra
parte, aquella universidad era tan
elitista que no
se limitaba a seleccionar a sus alumnos por su capacidad económica, cosa que
hasta hoy sucede; además.
entre 1832 y 1834, el claustro de la Universidad de
Córdoba se negó a admitir
alumnos que no fueran "de limpio linaje".
Juan Manuel de Rosas
también sometió a la universidad a sus propias necesidades politicas, que no coincidían por cierto con las del
desarrollo industrial del país
-tampoco habia posibilidades de que tal cosa ocurriera-, ni con las de una ilusoria incorporación autónoma
de la Argentina a los mercados mundiales.
Rosas, como se sabe,
respondió con mano dura a las conspiraciones internas y externas contra su gobierno y esto también se hizo
sentir en materia universitaria: el 20 de junio de 1835, por sugerencia del rector
Gari, el gobernador de Buenos Aires firmó un decreto que incorporaba a la fórmula
de juramento
de los egresados el compromiso de
ser "constantemente
adicto y fiel
a la causa
nacional de la
Federación y
que no dejará de sostenerla y defenderla en todos los medios y circunstancias, por
cuantos medios estén a su alcance".
En 1838 la agresión militar francesa contra la Argentina y el bloqueo naval a
Buenos Aires generaron
una difícil situación económica, que obligó al gobierno
a retirar cualquier respaldo
financiero a la universidad.
La medida tenía carácter
transitorio, pero duró mucho
más que el bloqueo francés.
La universidad siguió funcionando porque los profesores trabajaron gratis -en
realidad eran mantenidos
por la oligarquía que enviaba sus hijos a clase-, y los
estudiantes pagaban un
arancel mensual de 30 pesos, una fortuna.
Esa cuota
se había elevado en 1852 a
75 pesos. Los alumnos pobres podían concurrir sin
pagar, pero en la práctica,
como siempre sucede en
esos casos, sólo iban los ricos.
Durante los años de Rosas "la universidad quedó
prácticamente convertida en
un instituto privado sometido
a la autoridad estatal. Su labor científica decayó ostensiblemente y muy pocos textos
fueron publicados" -3-
Días después de Caseros, el 27 de febrero de
1852, el gobernador provisorio de Buenos Aires, Vicente
López, promulgó un decreto
que decía: "Queda totalmente derogado el salvaje e inicuo decreto del 27 de abril de
1838. Todos los gastos de
enseñanza y sostén de la
universidad, incluso los del
mes corriente, quedan a cargo del Tesoro público, como
debe ser y como fue siempre".
A pesar del decreto de
López, la universidad siguió
hundida en la miseria presupuestaria y la ausencia de
autonomía, como que todavía en 1865, por el reglamento dictado el 10 de enero
de ese año, se dispuso que
los catedráticos debían ser
nombrados por el gobierno
"a propuesta del rector".
Otras tendencias
Pero, por supuesto, nada es totalmente negro ni
del todo blanco. Al señalar
la crisis permanente de la
universidad argentina y
buscar las bases materiales
de esa crisis en el desarrollo
-o en la ausencia de desarrollo- de la economía nacional, sólo tratamos de indicar la tendencia predominante.
Eso no significa que
en esas mismas bases materiales no estuvieran presentes otras tendencias, expresión de las necesidades de
desarrollo burgués del país.
Esa tendencia progresista
puede observarse, por ejemplo, en el proyecto de ley orgánica de instrucción pública elaborado en 1871 por
Juan María Gutiérrez, designado rector de la Universidad de Buenos Aires por el
gobierno de Bartolomé Mitre
en 1861.
Sigamos partes de
la síntesis que de aquel proyecto hizo Joaquín V. González:
"La universidad se gobierna a sí misma, dicta sus
reglamentos, establece sus
programas, elige profesores,
impone derechos o retribuciones equitativas de los concurrentes a sus aulas. La universidad elige a sus catedráticos y los depone... La universidad autorizará en cualquiera de sus facultades el
profesorado libre. Cualquier
individuo capaz y digno de
enseñar una materia podrá
abrir cátedra de ella... Quedan abolidos en adelante, en
la provincia de Buenos Aires,
los grados de doctor, de
bachiller y licenciado en todas las facultades y ciencias" -4-
La reacción contra
el proyecto
de Gutiérrez
tuvo su líder
en el ministro
Antonio Malaver, y el debate
se estiró durante
dos décadas.
Entre ambas tendencias
en pugna, fácil resulta advertir cuál se impuso: el texto de Gutiérrez fue girado a
una comisión formada especialmente para estudiarlo y
ésta jamas llegó siquiera a
expedirse.
Un siglo atrás la burguesia liberal todavía soñaba con un país de industrias
y trataba de acomodar su
política educacional a esa
utopía, que representaba, en
definitiva, los intereses sociales de una clase -la burguesía industrial- inexistente.
Como dijimos antes, si
la universidad pretende desarrollar ciencia debe ser un
santuario del libre pensamiento y no puede estar sometida a los continuos cambios de poder politico: por
eso necesita designar sus
propias autoridades y darse sus propios programas.
Por
lo demás la permanente
evolución de la técnica, las revoluciones internas
que tecnología mediante genera de continuo el modo de producción capitalista,
obligan a la
propia clase
burguesa a imulsar la reforma
educacional y no puede decirse que la burguesía
argentina no lo haya intentado.
Parte de tales intentos
fue el hecho de que, el 30 de
junio de 1877, Manuel
Quintana se haya transformado en el primer rector elegido por la asamblea universitaria, y no por el poder político. Empero, el problema de fondo no varió y tampoco lo hizo en 1881, cuando, producto de un acuerdo de
la Nación con la provincia de Buenos Aires, la universidad quedó balo jurisdicción de la primera.
La primera ley universitaria
Precisamente en 1881
asumió el rectorado de la
universidad porteña el senador nacional y ex presidente
Nicolás Avellaneda, cuyo
proyecto legislativo en materia universitaria se transformó en ley 1597 -la llamada
"ley Avellaneda" el 3 de julio de 1885.
Esa norma legal reordenó los modos de funcionamiento de las Universidades
de Buenos Aires y de Córdoba -las únicas del país en
ese momento- y rigió la vida universitaria argentina
hasta 1947.
En 1881 era presidente
de la República, sucesor de
Avellaneda, el general Julio
Argentino Roca, a quien
puede considerarse fundador de la Argentina moderna
-tal como ella es- junto
con Bartolomé Mitre, otro
general.
Desde un año atrás,
por decisión de Roca, la ciudad de Buenos Aires era capital federal del país y ése es
un hito de la historia nacional que conviene repasar brevemente.
En un país sin industrias, tierra de latifundistas
incorporados a la economía
mundial en condición de
proveedores de granos, de
carnes y de cueros para las
potencias europeas, aplastado bajo el yugo de esos terratenientes a quienes Sarmiento llamó "oligarquía con
olor a bosta de vaca", Roca
había tomado parte directa,
en cuanto militar en actividad, de los tres acontecimientos bélicos que consolidaron el dominio de los dueños de campos y de vacas
sobre toda la nación: la liquidación de las montoneras
federales, el aplastamiento
del Paraguay rebelde del mariscal Francisco Solano López y la conquista del desierto.
Transformado en presidente, Roca completó su
obra con la subordinación
del país a los intereses británicos:
"...esto no puede sorprender demasiado, puesto
que se trata de un oficial del
ejército de Bartolomé Mitre.
De ese general y de ese ejército proviene la tradición militar nacional (el ejército de
Línea), porque la otra tradición, la que abreva en San
Martín, murió en Ayacucho y
fue enterrada por el propio
Mitre docenas de veces. La
tradición de tacuara y chuza
fue derrotada por la tradición de los remington importados, y la escuela napoleónica de San Martín fue reemplazada por la escuela prusiana" -5-.
Que se declarara capital federal a Buenos Aires
era una demanda hlstórica
del interior del país, que aspiraba por ese medio a poner en manos de la Nación
las rentas de la aduana porteña. Sin embargo, en 1880
esa medida tenía ya otro
contenido. Hasta entonces
las tierras de la provincia
de Buenos Aires eran
las únicas en condiciones de colocar su producción en los
mercados mundiales; el resto del país únicamente hubiese podido aprovechar los
beneficios de las divisas ingresadas por esa vía si las transformaba en capital industrial. En cambio, en la década de 1880 los rieles del ferrocarril ya permitían llevar la producción
agrícola de las provincias hasta el puerto bonaerense, para que de allí continuaran su camino a Europa sin necesidad de industria alguna: el ferrocarril prolongó hacia el interior el puerto de
Buenos Aires.
La poderosa burguesía industrial europea, especialmente la británica, golpeaba
a las puertas de la Argentina con su reclamo de carnes y
de granos y el ferrocarril y
el puerto de Buenos Aires
los ponían a su disposición.
De ese modo, los dictados
del mercado mundial crearon y consolidaron a la clase
terrateniente argentina, a la oligarquía agrícola ganadera y toda la industria organizada en el país no fue otra cosa que un complemento de la burguesía agraria.
Era la Argentina
"granero del mundo", cuya clase dominante nadó en la abundancia hasta que la crisis de 1930 la barrió de un soplido; era la Argentina del atraso, la Argentina sometida hasta el día de hoy.
Ese país de terratenientes que se consolidaba en
1880 fue, en fin, el que generó la ley universitaria de
1885.
En materia de gobierno
universitario, aquella ley
transformaba a la asamblea
en máxima autoridad de las
casas de estudios, pero la
tal "asamblea" no era sino
la reunión de los decanos
de las distintas facultades.
presidida por el rector.
El segundo escalón jerárquico, el consejo superior, estaba compuesto por el rector, los decanos de las facultades y dos delegados de
cada facultad, las cuales, a
su vez. eran gobernadas por
consejos integrados sólo por
profesores titulares: no se
permitía la menor participación estudiantil en instancia alguna del gobierno universitario. El rector y los
decanos debían ser miembros académicos de la universidad. Todas las decisiones del consejo superior debian ser aprobadas por el
Ministerio de Instrucción
Púiblica.
No había, pues. ni
asomo de autonomía universitaria.
En cuanto a los titulares de cátedra. estaban obligados a poseer título universitario expedido por alguna universidad nacional y a
haber recibido ese grado por
lo menos seis años antes.
Hasta qué punto la "ley AveIlaneda" subordinaba las
universidades y los planes
de estudio al poder político
se advierte en el hecho de
que el nombramiento de
profesores era atribución del
Poder Ejecutivo, que los designaba de una terna propuesta por la facultad respectiva y aprobada previamente por el rector.
De acuerdo con el artículo 12
de la ley en cuestión, una de
las principales funciones del
consejo era "dictar los reglamentos y ordenanzas comunes a todas las facultades
para la conservación del orden y la disciplina" y "fijar
los derechos universitarios
con aprobación del Ministerio
de Instrucción Pública",
mientras el rector debía
"ejercer la jurisdicción policial y disciplinaria en el
asiento del consejo y del rectorado".
Esa universidad brutal
era la única que podían parir los estancieros engordados gracias a la predisposicón sexual de sus toros.
Esa era la universldad contra la cual se alzó con furia la Reforma en 1918.
Notas
-1- Salvadores, Antonino; La
universidad de Córdoba, en Historia de la nación Argentina,
Academia Nacional de la Historia. vol. IV. II sección. Bs. As.,
El Ateneo, 1940, p. 150.
-2- Castello, Antonio Emilio;
De la universidad Jesuítica a la
universidad liberal, en Todo es
Historia N° 147, agosto de
1979.
-3- Castello, A.E.; ob. cit.
-4- Citado por García Costa, Victor; La universidad, en La
historia popular, vida y milagros
de nuestn, pueblo. N° 98, CEAL, Bs. As.. 1972. p. 84.
-5- Horowicz, Alejandro: Los cuatro peronismos. Hyspamérica. Bs. As.. 1986.
* Datos sobre el autor:
* Alejandro Guerrero
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