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Edición N° 48 - verano 2008

Una cuestión de distancia

Por:
Adriana Vacarezza
* (Datos sobre la autora)


Desde mi inicio como estudiante de Trabajo Social hay un tema que surge recurrentemente en distintas situaciones y cuya importancia ha ido creciendo a medida que avanzo en la formación de la carrera. Siempre se me presenta como pregunta: ¿Qué entendemos cuando hablamos de “la distancia”? Me refiero a la distancia entre el profesional (en este caso el Trabajador Social) y aquellas personas con las cuales éste interviene.

El tema de la distancia es uno de los tantos insumos teóricos que se estudian en distintas materias de la formación académica; en especial, aquéllas que se refieren específicamente a la intervención o en los Talleres de práctica pre-profesional. Por ejemplo, en Nivel de Intervención II, cuyo contenido se refiere a la intervención con grupos, el concepto referido fue presentado como uno de los aspectos de la Actitud Psicológica que debe tener un profesional actuando como observador de un grupo con el objeto de analizarlo en su funcionamiento, distribución de roles, organización, etc.

En este sentido, Marta Manigot 1 sostiene que la “distancia óptima” constituye la posibilidad de incluir resonancias sin confundirse con el grupo para aumentar la comprensión de éste y conseguirla implica un ejercicio. Su búsqueda oscila entre dos polos: La distancia excesiva como mirada distante que obtura y empobrece la comprensión y la falta de distancia, que implica una identificación tal con el grupo en la cual las resonancias producidas aprisionan y obnubilan la mirada y la comprensión.

Además, Ruth Teubal, (profesora titular de dicha materia), expone, reforzando lo expresado por la autora citada, que la distancia óptima es una construcción por la cual el observador debe ubicarse lo suficientemente cerca del grupo como para permitirle entenderlo pero no confundirse en él, cuidando de no alejarse demasiado como para desconectarse del grupo.

En la práctica, mi primera experiencia con esta cuestión de la distancia tuvo lugar al comenzar con las prácticas pre-profesionales en Taller Nivel 2.
Dichas prácticas se desarrollaron en el campo de la niñez en calle y debo admitir que, al principio, el tema concentró gran parte de mi atención. Fue grande el impacto que produjo en mí enfrentarme a esta problemática por primera vez en el Centro Santa Catalina del barrio de Constitución. Sentimientos encontrados de enojo y dolor por algo que no debería pasar pero que es real y energía exacerbada por comenzar a intervenir. Sin embargo, siempre tuve la sensación de que el apresuramiento no sería buen consejero. Más tarde comprendería las razones con fundamento teórico.

En distintas ocasiones al analizar la práctica en los Talleres, el tema de la distancia aparecía a modo de “advertencia” docente acerca de cómo interfieren valorativamente en la intervención, los enojos, las quejas y/o frustraciones que surgen frente a hechos inesperados o imprevistos que modifican los resultados esperados de las acciones profesionales o frente a la crudeza misma de la problemática en sí misma.
También sobre los peligros de “poner el cuerpo” o el excesivo compromiso emocional; esto de “quedarse pegado” a la situación, si pensamos lo difícil que puede resultar sobreponerse, por ejemplo, a la imagen de un niño en situación de calle o abusado.

Me surgen aquí las primeras preguntas: ¿Cómo se ejerce una profesión (y me refiero a cualquiera de ellas) sin apasionamiento? ¿Podemos medirlo, contenerlo? O debería decir “debemos” medirlo, contenerlo para actuar profesionalmente. ¿Cómo juegan la objetividad y la subjetividad en la intervención profesional? ¿Cómo equilibrar corazón y razón?

Ya en el tramo final del último año de prácticas pre-profesionales, que fueron realizadas (los tres niveles de taller) en el mismo Centro de Prácticas en el campo de la problemática de niños y adolescentes en situación de calle, estas preguntas siguen vigentes y, más aún, se han complicado. ¿Cómo medir el cariño y el afecto que están ávidos por recibir? ¿No es éste un camino válido para construir una relación con ellos?

El problema que se plantea aquí, en relación al tema de la distancia, estaría referido a los límites o alcances de esos lazos emocionales y su incidencia en la toma de decisiones a nivel profesional, momento en el cual el Trabajador Social debería mantener la cabeza “fría” para poder pensar las mejores vías de solución para cada situación en la que debe intervenir.
Es fuerte trabajar con cualquier forma de sufrimiento humano, más cuando se trata de niños, ya que éstos, en su condición de personas en etapa de formación, carecen de mecanismos defensivos que les permitan enfrentar y sobreponerse a ciertas situaciones que la vida les pone por delante.

La situación de calle revela con la mayor crudeza el grado de deterioro que ha alcanzado una importante porción de nuestra sociedad a raíz de las consecuencias del modelo económico implantado desde las últimas décadas en nuestro país. No me refiero aquí solamente a los niños y adolescentes sino también a adultos que se han desbarrancado en la pirámide social o están ya fuera de ella.
La desocupación, la precariedad o falta de vivienda, la inadecuada alimentación, la inaccesibilidad a los sistemas de salud, la deserción escolar y la violencia (entre otras) constituyen causas estructurales que atraviesan a muchas familias y, consecuentemente, a sus hijos, que inevitablemente son expulsados de ellas, como única opción en la búsqueda de otros horizontes.
Lamentablemente, la calle es el peor de ellos pero los embriaga con falsas promesas de libertad y les ofrece un escenario de fiesta permanente cuyos peligros son incapaces de detectar, justamente por la falta de madurez propia de la etapa de desarrollo en que se encuentran.

Con el objeto de analizar el tema en este ámbito, retomo las prácticas pre-profesionales realizadas entre los años 2004 y 2006 en el Centro de Día Santa Catalina de Constitución y las que estoy desarrollando este año 2007 en el Hogar Don Bosquito de San Justo, dos instancias del Proyecto Hogares Don Bosco para niños y adolescentes en situación de calle.
Me interesa centrar mi análisis en dos aspectos principales con respecto a éstas. Por un lado, la construcción del vínculo con los niños y adolescentes como un primer momento de la intervención, momento en el cual se juega fuertemente lo emocional, lo afectivo. Qué lugar ocupa esta distancia en la relación niño-TS y cómo se la delimita en el transcurso de la intervención. Por el otro, me interesaría reflexionar acerca del lugar del profesional y su función. De qué manera combinar sutilmente el papel que “debemos” desempeñar como Trabajadores Sociales, el que “quisiéramos” desempeñar desde nuestra condición de personas a quienes esta problemática conmueve profundamente y aquél que nos asignan estos niños y adolescentes con los cuales trabajamos, como reflejo de lo que ellos quisieran que nosotros fuéramos para ellos.

El Trabajo Social recurre frecuentemente a conceptos de otras disciplinas del campo de las ciencias sociales en su búsqueda permanente de aportes teóricos. Así pues, creo oportuno en este caso, tomar de la psicología algunos conceptos que me parecen apropiados para tratar el tema propuesto en este ensayo.

En primer término, el concepto de encuadre que se aplica a la realización de entrevistas y al trabajo en grupo. Si bien, en el tema de los niños y adolescentes en situación de calle o de vulnerabilidad social, no se realizan entrevistas con todas las formalidades de la entrevista psicológica, la noción de encuadre es totalmente válida, ya que todo encuentro posee características que lo enmarcan y hacen posible la construcción de relaciones interpersonales.

Según Delly Beller 2, el encuadre (en el encuentro con el otro o con el grupo) constituye un conjunto de normas que está presente en toda situación cotidiana, cuya funcionalidad consiste en instaurar límites, brindar apoyo, operar como marco de referencia y sostén de la persona o del grupo.
Esta contención que Winnicott define con el término en inglés “holding” (contener, dar cabida a) hace que este conjunto de normas evite el caos, introduciendo cierto orden en la constitución de las relaciones interpersonales. Cierto orden, aclaro, que no se refiere en absoluto a la capacidad de control o represión que éste pudiera habilitar sino a determinadas constantes que colaboran a conformar el modo y el contexto en los cuales se construye la escena del encuentro y, en este caso particular, de la relación con el niño.
Además, es importante mencionar la claridad como cualidad indispensable que debe acompañar a todo encuadre. En un primer encuentro con un niño o adolescente en situación de calle, es importante que se visualice esta cualidad debido a que, por sus historias personales, este sujeto generalmente muestra una actitud defensiva en la cual se juega muy fuertemente lo emocional. El cariño constituye un déficit común a todos ellos y el contacto físico es un tema sensible debido a la relación que tienen con sus cuerpos como resultado de sus experiencias de vida. Muchos llevan en sus almas las marcas, no sólo, de la falta de caricias sino de la violencia y el abuso.
Es por esto que la observación durante mis prácticas me ha enseñado a aplicar la cautela; que sean ellos los que den el primer paso en el encuentro, adaptando mi respuesta a su actitud. De esta manera, el vínculo que comienza a construirse se formará teniendo en cuenta que este otro se me presenta con una historia (que es generalmente fuerte) y que mi persona también despierta en él sensaciones e interrogantes.

Cabe introducir en este punto, los conceptos de transferencia y contratransferencia, ambos provenientes del marco teórico del psicoanálisis. Teniendo en cuenta que ninguna persona se presenta en blanco sino que posee un capital que se pone en juego en su relación con el otro, la transferencia se produce en todo intercambio humano como reactualización de los estilos vinculares y afectos del pasado en las relaciones presentes y se demuestra en la disposición de la persona.
Esta disposición, conforme la define Noemí Allidière 3, es el aprehendizaje vivencial de los modelos vinculares que se han internalizado durante las primeras experiencias de la vida y que tienden luego a repetirse en las situaciones presentes y con los personajes actuales.
La detección de esta transferencia que surge en el niño puede permitirnos observar indicios acerca de la estructura de su personalidad y modalidades de relación que éste tiende a desarrollar durante el encuentro.

Sin la intención de psicologizar en extremo el desarrollo del tema, creo sin embargo, importante no perder de vista esta característica ineludible del psiquismo humano que es la compulsión a la repetición. Esta incomprensible posición defensiva u hostil que adoptan estos niños y adolescentes frente a los adultos obedece evidentemente a vivencias de sus pasados. Como lo expresa Rudolf Steiner 4dos son las palabras mágicas que indican cómo el niño entra en relación con su medio ambiente. Helas aquí: La imitación y el ejemplo.
Más aún, teniendo en cuenta que es alrededor de esta etapa de la vida que la persona comienza a desarrollar su aspecto ideológico, según lo define Erikson 5 en el proceso de ritualización humana. Según este autor, es precisamente éste el momento en que se constituye la coherencia entre las ideas y los ideales y en el cual emergen la identidad psico-social y la disposición para el estilo ideológico que impregnan la ritualizaciones de la cultura.
Con otras palabras pero en el mismo sentido, Steiner sostiene que “con la pubertad habrá llegado el tiempo en que el hombre esté también maduro para formarse un juicio sobre las cosas que ya antes había aprendido”. 6

Con respecto a la contratransferencia que el encuentro provoca en el Trabajador Social, en este caso preciso, ésta consiste en el conjunto de emociones que el niño o adolescente genera en él y que, como respuesta a la transferencia, está también determinada por la propia disposición y estructura de la personalidad del profesional. Siguiendo a José Bleger, 7 como resultado de la transferencia, “el entrevistado asigna roles al entrevistador y se comporta en función de ellos... traslada situaciones y pautas a una realidad presente y desconocida y tiende a configurar esta última como una situación ya conocida, repetitiva.” Y, por otro lado, el entrevistador “tiene que jugar los roles que en él son promovidos por el entrevistado pero sin asumirlos en su totalidad.

Aunque algunos más abiertamente que otros, en general, todo niño se entrega al abrazo y, con el transcurso del tiempo, hasta se convierte en una demanda permanente. Entonces, me pregunto ¿Cómo retacearle a este niño el afecto que está ávido por recibir para mantenerme en mi función profesional? ¿Corresponde verdaderamente guardar la compostura y no jugar estos roles que ellos promueven en nosotros o sería mejor emplear esta vía del cariño para consolidar la relación con él? ¿Dónde está el límite de este juego de roles?

Otro concepto de la psicología podría ayudar en este punto. Éste es la técnica fundamental de la entrevista psicológica y la principal herramienta del entrevistador: La disociación operativa.

La aplicación de esta técnica ofrece la posibilidad de disociarse; es decir, de dividirse mentalmente en dos partes: Una parte que juega el entrevistador al preguntar, escuchar e identificarse empáticamente con el entrevistado pero sin confundirse con él, en la cual se pone en juego un mecanismo psicológico profundo, que es la identificación proyectiva y otra, que observa reflexivamente lo que está ocurriendo en el encuentro y, a la vez, se auto-observa, entrando y saliendo mentalmente de la situación, como observador participante.
De esta forma, el entrevistador puede observar tres aspectos de la situación de encuentro: En primer término, el entrevistado (en este caso, el niño o adolescente en todos sus aspectos y más allá de su discurso meramente verbal, sus gestos y sus miradas); en segundo lugar, el vínculo que se está generando entre ambos (como consecuencia del estilo de comunicación producido) y, finalmente, a sí mismo (en cuanto a las emociones que le provoca este niño o adolescente con quién se encuentra).

El mecanismo de la disociación operativa aparece como una herramienta muy adecuada para manejar tanto lo que me ocurre a mí (la contratransferencia) como también lo que provoca mi presencia en ese otro (la transferencia).

El segundo año de práctica pre-profesional en Santa Catalina correspondiente a Taller Nivel 3, nos permitió tomar contacto directo con los niños y adolescentes que concurrían al Centro, ya desde un contexto de intervención directa con ellos. El trabajo del año anterior (Taller Nivel 2) había estado centrado en la observación institucional, con lo cual nuestro contacto con ellos había sido totalmente informal y tangencial a la tarea específica del Taller.
Recuerdo la ansiedad de mis compañeras por intervenir; yo por mi parte sentí algo más parecido al temor; reconozco que me costó mucho animarme a salir al ruedo. Este año, en el hogar del Proyecto y ya con tres años de prácticas realizadas en esta problemática, me he encontrado frente a otras circunstancias, de las cuales valdría mencionar una que me causó gran impacto.
Uno de los niños me nominó “abuela” y ahora, al cabo de siete meses en el hogar, dicha nominación se ha hecho extensiva a todos en la institución. Ambas situaciones me remiten nuevamente a los interrogantes planteados: Cómo acercarme a niños a los cuales la vida ha maltratado tanto, cómo compatibilizar la abuela con la Trabajadora Social y, más aún, qué va a pasar cuando se terminen las prácticas.

Los conceptos teóricos expuestos en el presente trabajo me han aportado en gran medida para intentar resolver, en la práctica, estas cuestiones y, en particular, el tema de la distancia. La disociación operativa parece ser la llave maestra y su ejercicio, una herramienta fundamental para no caer en extremos indeseables. “Se puede enseñar y aprender a realizar entrevistas (en nuestro caso, encuentros), sin tener que quedar librado a un don o virtud imponderable” según palabras de José Bleger.

Sin embargo, hay otras cuestiones, quizá no tan teóricas pero igualmente válidas que me parece apropiado mencionar. Y precisamente porque no se inscriben en ningún pensamiento teórico reconocido es que no son valoradas con justicia o son mal interpretadas, además de que constituyen cualidades caídas en desuso o poco comunes dentro del modelo de sociedad consumista, en el cual lo que más importa es la eficiencia, la competitividad, lo que cada uno tiene y no lo que cada uno es. Creo importante mencionarlas aquí porque trabajamos con personas.

Me refiero al apasionamiento por la tarea que se realiza, al compromiso desde el corazón, a la sensibilidad, al abandono de la omnipotencia y del egoísmo, al verdadero sentimiento de la solidaridad. Son éstas algunas cuestiones imprescindibles a la hora de abrazar no sólo el Trabajo Social como profesión sino cualquier quehacer profesional.
Desempeñar nuestras funciones como profesionales de lo social, en una sutil combinación y un delicado equilibrio de proporciones entre el mundo de lo emocional y los insumos de la formación académica específica de la carrera es el desafío a enfrentar.

Finalmente, no creo que exista “una” distancia sino muchas; tantas como personas y situaciones se presenten al actuar; cada una de las cuales se va construyendo en la interacción de las subjetividades y de las condiciones objetivas que se juegan en cada situación particular. Personas y situaciones ante las cuales siempre debe estar despierta, no sólo nuestra capacidad de reflexión sino también nuestra capacidad de amar.

Bibliografía

ALLIDIÈRE, Noemí - “La Entrevista y los Estilos Psicológicos en la Empresa”. Artes Gráficos Negri. Buenos Aires. 1997.

BELLER, Delly - “Encuadre” Editorial Cinco. (Texto incluido en la bibliografía de la materia Nivel de Intervención II, Cátedra Ruth Teubal.)

BLEGER, José -La Entrevista Psicológica (Su Empleo en el Diagnóstico y la Investigación) En Temas de Psicología. Editorial Nueva Visión. Buenos Aires, 1995.

ESCOLAR, Cora y otros – “Historia de Vida y Subjetividad: Soportes Epistemológicos” Revista Litorales. Año 1, Nº1. Noviembre de 2002. ISSN 1666-5945

ERICSON, E – Sociedad y Adolescencia

MARTINEZ, Carlos – “Ámbito Institucional y Comunitario. Tácticas y Técnicas de la Entrevista Psicosocial”. Agosto de 1999.

MONIGOT, Marta - “El Observador: Fatigas y Placeres de un Itinerario”. Editorial Cinco. (Texto incluido en la bibliografía de la materia Nivel de Intervención II, Cátedra Ruth Teubal.)

STEINER, Rudolf -“La Educación del Niño (A la Luz de la Antroposofía). Editorial Antroposófica. 1ª Edición Castellana. 1950.

Notas

1 MONIGOT, Marta- “El Observador: Fatigas y Placeres de un Itinerario”. Editorial Cinco. (Texto incluido en la bibliografía de la materia Nivel de Intervención II, Cátedra Ruth Teubal.)

2 BELLER, Delly- “Encuadre” Editorial Cinco. (Texto incluido en la bibliografía de la materia Nivel de Intervención II, Cátedra Ruth Teubal.)

3 ALLIDIÈRE, Noemí- “La Entrevista y los Estilos Psicológicos en la Empresa”. Artes Gráficos Negri. Buenos Aires. 1997.

4 STEINER, Rudolf-“La Educación del Niño (A la Luz de la Antroposofía). Editorial Antroposófica. 1ª Edición Castellana. 1950.

5 ERIKSON, Eric - Sociedad y Adolescencia.

6 STEINER, Rudolf-“La Educación del Niño (A la Luz de la Antroposofía). Editorial Antroposófica. 1ª Edición Castellana. 1950.

7 BLEGER, José-La Entrevista Psicológica (Su Empleo en el Diagnóstico y la Investigación) En Temas de Psicología. Editorial Nueva Visión. Buenos Aires, 1995.



* Datos sobre la autora:
* Adriana Vacarezza
Estudiante de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Sociales. UBA

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