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Edición N° 45 - otoño 2007

Drogas en el siglo XXI: “mercado, consumo e identidad de clases”

Por:
Marcela Raiden
* (Datos sobre la autora)


Para comprender el fenómeno de las drogas es necesario hablar del contexto en el cual el mismo se encarna y desarrolla. Por tanto, para abordar las relaciones entre droga y clase social, me referiré en primer lugar a ciertos cambios ocurridos en los últimos 20 años en el contexto latinoamericano, para luego dar entrada, a los dos tópicos – que a mi entender – encuadran la relación que se pretende abordar.

El primero de los tópicos, se refiere a la lógica del mercado, al consumo y a su vinculación con las identidades de clase.

Y el segundo tópico, se refiere a la sobre – carga simbólica del objeto droga.

Retomando el tema del contexto, él mismo admite tanto una lectura cuantitativa como cualitativa. Desde el punto de vista cuantitativo, América Latina es la región con mayor ritmo de expansión urbana en el mundo, es la región que ha padecido un incremento significativo de la tasa de desempleo, con un aumento en el porcentaje de hogares pobres. Se verifica un deterioro distributivo, es decir, la brecha entre ricos y pobres se ha acrecentado en los últimos años. Sólo basta mirar la evolución del índice de Gini para verificar la mayor concentración de poder económico en pocas manos, con el consecuente aumento de la desigualdad.

Desde una mirada cualitativa la gravedad de la crisis se expresa en procesos de desintegración social y fracturas de las redes colectivas de solidaridad –redes que en un pasado no muy lejano colaboraban eficazmente en la mejora de las condiciones de existencia de grandes sectores de nuestras sociedades -.

Desde los años 90, asistimos a un proceso de disolución de las formas más elementales de convivencia social. La cohesión de la sociedad está en crisis, hay una profunda ausencia de sentido vinculada, por lo menos a dos factores: a un creciente descreimiento de lo público y a una erosión de los canales de participación política. Hay crisis de legitimidad de las instituciones y de las prácticas.
En estas condiciones, los canales de comunicación social están en permanente tensión y cuando se rompen, cuando dejan de existir, los grupos sociales y los individuos se alienan unos de otros, y ven al otro como un extraño, como un enemigo como una amenaza.

El signo de la época es la incertidumbre frente al futuro, incertidumbre que podríamos relacionarla con la idea de desencanto weberiano, la idea de no estar, de no pertenecer.
El lazo social se ha debilitado. En suma, vastos sectores de la sociedad, ya no saben muy bien quienes son, a qué conjunto de clase pertenecen, qué es lo que los relaciona con los otros. Estamos ante una crisis del sujeto, una crisis de las identidades individuales y colectivas.

Esta lectura de algunos elementos del contexto, no tiene como finalidad establecer una correlación lineal con el consumo de drogas, sino que nos proporciona el marco para analizar las nuevas formas de padecimiento subjetivo, que se expresa, por ejemplo en el consumo problemático de sustancias, o en los cada vez más altos índices de suicidio (especialmente en la población joven) o en el aumento de las consultas en salud mental en los últimos tiempos.

Estas manifestaciones del malestar son producto de la inserción del modelo neoliberal en las relaciones sociales. El mercado se ha metido en nuestras vidas y le impone su lógica a la sociedad. Una lógica que se ha desregulado de las formas tradicionales de consumo, para dar paso a formas que enaltecen la aceleración, el recambio de objetos, de sensaciones, la búsqueda inmediata del placer, que se extiende más allá de los límites impuestos por las necesidades naturales o adquiridas del consumidor.
El homo economicos y el homo consumens, definen y conforman la sociedad de mercado.

Para ilustrar las características que ha asumido la figura del consumidor, gestado en la sociedad de consumo, quiero compartir la descripción que realiza John Carroll, inspirado en la caricatura nietzcheana del “último hombre”

“El genio de esta sociedad proclama: ¡Si te sientes mal, come!...El reflejo consumista es melancólico, supone que el malestar toma la forma de una sensación de vacío, frío, hueco, que necesita llenarse con cosas tibias, sabrosas, vitales. Desde luego que no se limita a la comida, como lo que hace que los Beatles se “sientan felices por dentro”. El atracón es el camino de la salvación: ¡consume y te sentirás bien!

Existe también un desasosiego, una manía por el cambio constante, el movimiento, la diferencia: quedarse quieto es morir…

El consumismo es el análogo social de la psicopatología de la depresión, con sus dobles síntomas contrastantes de exasperación e insomnio”.

Podríamos pensar que el consumidor de drogas, es la figura más paradójica de la sociedad de consumo, ya que por un lado cumple a raja tabla con el mandato que ésta le impone, pero a su vez engendra aquello que la amenaza, dado que – cuando el consumo se torna problemático – es disfuncional al proyecto moderno de productividad progresiva. La droga encarna la tensión producto de las contradicciones de la nueva modernidad.

Me gustaría aquí, introducir un elemento concomitante referido a la diversificación de las formas de consumo – y a su sentido simbólico – ya que estas formas dialogan con la identidad de clases, entendida, parafraseando a Pierre Bourdieu, como la estructura más básica, más primaria, de carácter durable pero no inmutable.

Si bien la práctica del consumo de drogas es transversal a toda la estructura social, existen patrones de consumo muy diversos. Distintos públicos, consumen distintas drogas, en distintos contextos y por distintos motivos. Ahora bien, para comprender la heterogeneidad de modalidades y sentidos atribuidos al consumo, es indispensable incluir en el análisis el polo de la oferta de drogas.
Si aceptamos que las drogas son mercancías (con su especificidad particular, por su condición de ilegalidad), su consumo está determinado por las leyes del mercado, es decir, por la oferta y la demanda. La complejidad del modo de producción capitalista repercute en las drogas como en cualquier mercancía aunque, de nuevo, de una manera distinta a causa de su ilegalidad.
Así, la aparición de nuevas drogas en el mercado obedece a la lógica empresaria de maximización de las ganancias. No estamos frente a sujetos confundidos que actúan sin rumbo, sino ante grupos que han desarrollado criterios muy racionales de producción, distribución, venta e inversión. La introducción de nuevas estrategias para expandir los circuitos de distribución ha generado un mercado transclasista. La industria del narcotráfico se ha desregulado al mismo ritmo en que se han diversificado las formas de consumo.

Con la intención de dibujar el mapa de las formas y sentidos del consumir y sin soslayar los contextos socioculturales en los que el consumo de sustancias se arraiga y mediando un proceso de abstracción, nos encontramos con un primer grupo de jóvenes que habitan y se mueven en zonas de privilegio, con acceso al mundo de la educación, con accesos laborales, con acceso al mundo a través de la tecnología, etc.
Para estos grupos, en términos subjetivos, las sustancias cumplen distintas funciones, según se vinculen a la productividad o a la sociabilidad.
Si su consumo se relaciona con el campo de la productividad, las drogas, las sustancias, funcionan como “motor de repuesto”, frente al estrés y a la aceleración que impone el mundo del trabajo en círculos empresariales o financieros.
Y si el consumo se relaciona a la sociabilidad, las drogas son una especie de “mediación social”, que se utiliza como un elemento de interacción. Por ejemplo: juntarse a consumir marihuana, cocaína o éxtasis en rituales colectivizados.

Otro grupo, está representado, por los jóvenes que comienzan a tener problemas en las áreas productivas y sociales, que ven o sienten censuradas sus expectativas laborales, con problemas de acceso al mundo educativo, etc. Para estos grupos, las drogas pierden el sentido de “mediación social”, y funcionan más como una “prótesis” frente al descontento, a la soledad, son una especie de muleta para evadir la depresión, en suma, para soportar mejor la forma en que nos ha sido impuesta la vida.

Y un tercer grupo, representado por las zonas más pauperizadas, marginales y excluidas, dónde el consumo de sustancias, como la cocaína, la marihuana o el paco – menos las drogas de diseño como el éxtasis – pierde su carácter de mediación social y de prótesis y se transfigura en moneda corriente de intercambio, es decir, donde las redes sociales se han cortado se ha metido la sustancia, se ha incorporado en el modo de relacionarse, en suma, la droga se hace piel.

Por supuesto, que las diferencias que acabo de marcar no siempre aparecen tan claramente en el horizonte social, sino que existen zonas de mayor permeabilidad dónde los límites se tornan más difusos. Esto se produce, principalmente entre aquellos grupos donde el consumo de drogas comienza a agotar su sentido de “ser prótesis” para transformarse en un modo de vivir, en una forma de estar en el mundo.

Quisiera aquí , traer un elemento del contexto, mencionado al inicio de la presentación, que se vincula con la cuestión que estamos trabajando de los territorios. Desde hace ya unos años se verifica en casi todos los países de América Latina, cada vez, mayor distancia, mayor desigualdad entre sectores poblacionales, cuya expresión es la introducción de una tajante línea divisoria entre: las condiciones de existencia de poblaciones enteras y los diversos segmentos de la misma.
Esta situación dual imprime una lógica polar cuyo más visible efecto es la coexistencia de zonas abiertas a la economía mundial, adaptadas a las pautas que impone el mundo globalizado, con zonas cerradas, locales, cuyo mayor riesgo es el de convertirse en irrelevantes desde la lógica del sistema. Ser local e un mundo globalizado es una señal de penuria y de degradación social progresiva.

Voy a introducir, ahora, las coordenadas centrales del segundo tópico del trabajo, vinculado a la sobre – carga simbólica del objeto droga. ¿por qué sobre – carga? , porque la droga parece conjurar todos los males de la sociedad, en una asociación perversa con la violencia y la inseguridad.
Ahora bien, a mi entender, esta sobre – dimensionalzación es efecto de ciertos factores que atraviesan a la sociedad, me refiero a los problemas de integración social y a los cambios en la subjetividad por efecto de la globalización – temas que hemos mencionado en este trabajo –

La pregunta sería, ¿qué es lo que hace, que en la mayoría de los países de la región se hable más de drogas, que de otros factores, como ser: la precarización de las condiciones de vida, el agotamiento del sistema público de salud, la fragilización de las condiciones laborales, etc. Pareciera que se han proyectado en las sustancias problemas que tienen otro origen, se ha producido una transferencia imaginaria de un ámbito de problemas a otro.

Si bien esto, no es más que una conjetura, de carácter provisional, es significativo analizar la escasa incidencia estadística que tiene el consumo potencialmente problemático de drogas en la población (1%) – según fuentes de la CEPAL – en contraste, con por ejemplo el uso de bebidas alcohólicas (46%).
Esta diferencia, ¿puede explicarse solamente por el carácter legal del alcohol?, es difícil saberlo, pero el espacio que las drogas ocupan en el discurso político, en los medios de comunicación, en el fomento de instituciones específicas para su tratamiento, en jornadas científicas, etc hablan – por lo menos – de un desajuste entre la magnitud del problema y su resonancia simbólica.

Con esto, no estoy quitándole la importancia que el consumo problemático de drogas tiene, sino intento tener una visión comprensiva del fenómeno en su dimensión actual. La propuesta es leer en la droga, lo que está más allá de ella, y que la amplifica. Para ilustrar esta idea, quiero mencionar algunas correlaciones, producto de la reflexión y no de la estadística:

  • Estamos en una sociedad donde las posibilidades de inserción concreta han disminuido considerablemente, frente a la amplificación simbólica de posibilidades que ofrece el mercado. ¿Podríamos pensar, que el saldo de esta ecuación altamente frustrante, se le transfiere a la droga?, Si así fuera, la sustancia habla aquí de desdibujamiento del futuro, de ausencia de posibilidades.


  • Se ha instalado una valoración del placer basada en una secuencia acelerada de sensaciones distintas, cuyo motor es la promesa de mayor intensidad y vibración…podríamos pensar en el efecto efímero, transitorio de las sustancias y a la necesidad de mayor cantidad para logro de una forma renovada del placer.


  • La sensación de vacío, de sinsentido y de incertidumbre, que padecen vastos sectores de la población parecen conjurarse en la droga. En este sentido, las sustancias se constituyen en la vía regia para canalizar temores que tienen un origen distinto. Origen que queda diluido por la instalación y resonancia que el consumo concentra.

Para terminar, quiero dejar planteadas una serie de inquietudes vinculadas a esta disonancia entre magnitud del problema drogas y percepción. A saber, ¿quiénes se benefician?, ¿a que fines sirve, este desplazamiento hacia las drogas?, ¿podemos pensar en un uso político vinculado al control social?
Y en relación con estos puntos , pienso por un lado, en la política de intromisión norteamericana en los países de América Latina bajo el lema de “lucha contra las drogas” – política que refuerza la construcción del “problema drogas” como una epidemia que se difunde exteriormente respecto del conjunto de la sociedad, y que se puede combatir desde esa misma lógica – y por el otro, en el impulso de políticas fuertes “de mano dura”, “de tolerancia cero”, que garanticen la seguridad ciudadana.

Quizás sea hora, - por lo menos para los países de América Latina - de comenzar a incluir el debate sobre políticas de drogas, en el marco de políticas de desarrollo.

Bibliografía:

  • Bauman, Zygmunt: “La globalización: consecuencias humanas”. Fondo de Cultura Económica, Argentina, 1999.

  • Hopenhayn, Martín (comp.): “La grieta de las drogas”. Naciones Unidas, Comisión económica para América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, 1997.



* Datos sobre la autora:
* Marcela Raiden
Socióloga. Integrante del Equipo de Prevención del CENARESO.

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