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Edición N° 35 - primavera 2004

17 de octubre y 19 y 20 de diciembre

Por:
Sebastián Giménez
* (Datos sobre el autor)


Las imágenes parecen semejantes. La Plaza de Mayo está tomada por una enorme cantidad de gente que se ha dado cita espontáneamente. Unos reclaman la liberación del líder que les prometió y les había dado significativas mejoras para su condición. Los otros quieren que caiga un gobierno electo democráticamente pero que no supo satisfacerlos, o sobre todo les quitó la libre disposición de sus ahorros guardados laboriosamente.

En el 2001, las bombas de estruendo hacían tronar una Casa de Gobierno vacía, con una luz lánguida. La gente se aproxima y quiere tirar el vallado. Los petardos llegan casi a los balcones, pero no hay nadie a quién poner ahí. En 1945, los obreros gritaban: “Queremos a Perón”. En el 2001, no hay mucho espacio para cánticos por el ruido ensordecedor de las cacerolas, como si la multitud no tuviera nada que decir o no supiera bien qué quiere. Dicen: “que se vayan todos”. Pero no hay lugar para bienvenidas. Los petardos retumban en el balcón inhabitado, vacío de la Casa de Gobierno. La multitud en realidad está dispersa antes que empiece a tirar los primeros gases lacrimógenos la Policía.

Las motivaciones

En el 19 y 20 el “corralito” es indudablemente un factor importante que conllevó a la movilización de gran parte de la clase media porteña, además de la declaración del estado de sitio. Meses antes, el “voto bronca” daba indudables muestras de rechazo hacia la “vieja” política.

Pero lo que lo distinguió es la gran heterogeneidad de los manifestantes y de sus intereses. Esto no sólo fue común en estos días, sino en la resolución posterior de la crisis: había quienes querían una “pesificación” (los endeudados de la época dulce menemista) y quienes abogaban por la “dolarización” (para que no se desvaloricen los ahorros). Unos y otros defendían sus intereses económicos, pero desde veredas opuestas y en apariencia irreconciliables, sobre todo por las “salidas” que se barajaban como posibles a la crisis.

Pero lo que sí unió a los manifestantes fue el deseo de que el gobierno encabezado por Fernando de la Rúa terminara lo antes posible, cosa que efectivamente se logró.

El 17 de octubre es hijo de la prisión de un coronel que había favorecido a los obreros argentinos. La masa que exigió su liberación en la plaza era entonces mucho más consciente de sus objetivos, mucho más unida y homogénea. Recuperar al coronel significaba defender las conquistas alcanzadas. Tan simple como eso, y tan fuerte y pujante que esta fecha vertebró un nuevo momento en la historia argentina, favorable a la gente trabajadora.

Los participantes

El 19 y 20, sin descartar la afluencia de gente humilde, es sobre todo producto de una movilización importante de la clase media dañada por el “corralito” financiero. Mientras en el 45, los concurrentes provenían del cinturón urbano y proletario de Buenos Aires, no pocos contingentes en el 2001 eran oriundos de zonas acaudaladas de barrio Norte. Santa Fé y Coronel Díaz era la dirección donde muchas veces se reunía una importante cantidad de gente de los “cacerolazos”. Realmente da para sospecha que un movimiento “revolucionario” o que al menos intentara cambiar algo, se alimentara de estas calles de la capital porteña.

Los resultados

Si el 17 de octubre de 1945 significó un triunfo para la clase obrera que se consolidó en los años siguientes, el 19 y 20 no trajo los mismos augurios para sus participantes.

Siendo un movimiento tan heterogéneo y sin un líder, sucumbió no sin dejar algunos impactos en la sociedad.

La dirigencia política “gambeteó” a semejante multitud con la simple maniobra de incorporar a sus latiguillos frases progresistas, en discursos encendidos y patrióticos pero que quedaron y aún sobreviven sólo en la retórica. El coronel Perón, si alguna vez lo pensó, no pudo esquivar a una multitud que sabía lo que quería.

Como resultado material del 2001, entre otros, el fin de la presidencia de De La Rúa, la existencia de asambleas populares (que no pudieron construir poder). Puede considerarse también hijo de la crisis el plan Jefes y Jefas de Hogar, una asignación ubérrima más teniendo en cuenta la devaluación que pulverizó el salario, pero anunciado con grandes loas a los cuatro vientos por la dirigencia política y los medios de comunicación social.

Ante lo insignificante o perjudicial de los resultados, cabe preguntarse sinceramente si tiene un sentido práctico rememorar el 19 y 20 de diciembre del 2001. Realmente ¿Se logró algo en esta fecha, y en los sucesos posteriores?

Si pudo o no haber sido un cambio radical, no lo sabremos nunca. ¿Tiene sentido entonces recordar este “hubiera” del 19 y 20 de diciembre como un símbolo de lucha y victoria popular?

Los gases lacrimógenos esparcieron a la multitud que se había congregado frente a la Plaza. Hace rato que pasó la medianoche. La Casa de Gobierno está vacía. No por mucho tiempo. En un “quincho” los políticos de turno decidían el futuro del país que incluyó la sucesión de muchos presidentes con pocos días de diferencia. La “revolución” no pasó del “quincho” y del Congreso donde se decidían los cambios de gobierno.

En 1945, el líder saludó desde el balcón y se fundió con la multitud que lo adoraba. 1945 y 2001. No son lo mismo, ni se parecen. Como el agua y el aceite, puede diferenciárselos sin dudar. Como puede distinguirse algo que fue, que ocurrió, de un espejismo o alucinación que pudo haber sido en la imaginación de alguien. Entonces, la pregunta que se repite: ¿tiene sentido recordar el 19 y 20 como una fecha significativa en la lucha popular?



* Datos sobre el autor:
* Sebastián Giménez
Trabajador Social
Profesor de Enseñanza Primaria

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