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Edición N° 34 - invierno 2004

Política y comunicación:

El espacio público como categoría de análisis

Por:
Pablo Carro
* (Datos sobre el autor)


Introducción

El campo problemático de la comunicación y la política se trama en el diálogo que se produce en los cruces de, por un lado, las prácticas sociales de comunicación y política junto con —aunque muchas veces, al margen o en contra de— las prácticas profesionales en comunicación y política, y por otro, particulares perspectivas nocionales y teóricas que explican y orientan esas prácticas.

En la actualidad —tiempo en que la lógica mercantil neoliberal impregna todos los espacios del hacer/representar— ciertas maneras de pensar y concebir la política y la comunicación se han encontrado en lo que se conoce habitualmente con el nombre de comunicación política. 1 Aquí, como en la mayor parte de la bibliografía sobre el terreno vincular de la comunicación y la política, las interrogaciones sobre el espacio público se constituyen en un problema ineludible, piedra de toque en la mayoría de las formulaciones.

Dominique Wolton —uno de sus exponentes más destacados— considera que la comunicación política “es el espacio en que se intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que legítimamente se expresan en público sobre la política y que son los políticos, los periodistas y la opinión pública a través de los sondeos”. 2 Y también más adelante, “la comunicación política es la intersección más pequeña entre los otros tres espacios simbólicos que son el espacio público, el espacio político y el espacio comunicacional. Es el lugar en el que se concentran y se leen los temas políticos en debate, los cuales se desprenden del espacio público y del espacio político”. 3

Así, se produce una triple reducción: de la política a lo que hacen los políticos, de la comunicación a lo que pasa en los medios y de la opinión pública a lo que resulta de los sondeos. Esto hace que la mayor parte de los trabajos de lo que se llama comunicación política dirijan sus estudios a lo que hacen dirigentes políticos, periodistas de los grandes medios y expertos de marketing político.

Wolton considera que “la comunicación política es el verdadero motor del espacio público”, 4 en la medida que integra, legitima o excluye temas políticos, es decir, en la medida en que organiza el debate político alrededor de los enfrentamientos que se producen en la democracia de masas. Pero al hacerlo, genera una separación entre, por un lado, la comunicación política, y por otro, “las contradicciones y los problemas que aquejan a la sociedad”. 5

Consecuentemente, el espacio público es concebido como “el espacio simbólico en el que se oponen y se responden los discursos en su mayor parte contradictorios, formulados por los diferentes actores políticos, sociales, religiosos, culturales, intelectuales, que componen una sociedad”. 6

Wolton propone mantener una distinción entre los espacios privado (lo que no está destinado a ser debatido públicamente), público (lo que es tema de discursos y que puede ser objeto de un enfrentamiento político) y político (donde se produce el enfrentamiento discursivo propiamente dicho). Por ello, cuando se hace pública la esfera privada se abre el camino a la “politización” de la misma, reduciendo la separación de estos espacios. De allí, la importancia de la comunicación política en las sociedades democráticas como articuladora de un equilibrio inestable y motor social.

Por último, Wolton realiza una distinción entre palabras y hechos, entre discurso y acción: “cuando una parte del público o de las fuerzas sociales, que ya no se siente representada en los discursos opone a estos obras y hechos”. 7 Es por ello que considera que lo importante en la comunicación política es aceptar que el enfrentamiento de las palabras es preferible al de los hechos.

Sin embargo, hay otros modos posibles de pensar y actuar el encuentro entre política y comunicación, en los que resulta evitable la reducción de la política a la “ingeniería de procedimientos” y de la comunicación a los “dispositivos de diseminación de mensajes”. 8

Para ello, es necesario repensar la categoría de espacio público, clave de comprensión de las relaciones entre las prácticas comunicativas y las prácticas políticas (prácticas, unas y otras, que en definitiva son desarrolladas por un único y mismo sujeto). En función de este interés, revisaremos los sentidos que lo público fue adquiriendo en diferentes momentos en la historia del mundo occidental, basándonos para ello en la literatura especializada.


Usos y sentidos de lo público: el mundo antiguo y la edad media

El ciudadano griego 9 pertenece a dos órdenes de existencia, estableciéndose una tajante distinción entre lo que es suyo, organizado alrededor del hogar (oikos) y la familia y cuya actividad principal es la conservación de la vida, y lo que es comunal o forma parte del mundo común (koinon) y cuya principal actividad es la política. De modo tal que queda instaurada para el mundo occidental la distinción entre dos órdenes o esferas en perfecta oposición: una esfera privada (oikos) y una esfera pública (polis). La primera está vinculada a la reproducción de la vida, en la que los hombres viven juntos llevados por sus necesidades, donde se utiliza la fuerza y la violencia para dominar esas necesidades (por ejemplo, gobernando esclavos) y en la que prima la más absoluta desigualdad. La segunda es la esfera de la libertad y la política, lugar de “iguales”, caracterizada por la puesta en funcionamiento de las facultades que distinguen a los griegos de los esclavos, los extranjeros y los bárbaros: la acción (praxis) y el discurso (lexis). De allí, las oposiciones: público/privado, polis/oikos, política/economía, ya que si la política pertenece al espacio público, la economía permanece en el espacio privado.

En el mundo griego, según Hannah Arendt, la palabra público posee dos significaciones relacionadas entre sí. En primer lugar, y vinculado a la noción de visibilidad, “significa que todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más amplia publicidad posible”. 10 Por lo tanto, lo inapropiado, lo que no es digno de verse u oírse, se convierte en un asunto privado, y por lo mismo, invisible a todos, en un juego de luces y sombras. Sin embargo, lo que se considera inapropiado en la esfera pública puede ser adoptado por todo el pueblo pero mantenerse en la esfera privada. En segundo lugar, el vocablo público significa el mundo compartido y común a todos, diferenciado del detentado y poseído privadamente en dicho mundo. En definitiva, uniendo ambas significaciones, público es aquello que es común a todos y por lo tanto puede ser visto y oído por todos: “la realidad de la esfera pública radica en la simultánea presencia de innumerables perspectivas y aspectos en los que se presenta el mundo común”.

Vale la pena retener que para los griegos, según Arendt, la acción y el discurso crean un espacio de aparición —en un sentido amplio: el espacio en el que uno aparece ante otros tanto como esos otros aparecen ante uno—, un espacio público de carácter político ya que surge del actuar juntos, del compartir palabras y actos.

Pertenece al derecho romano la distinción entre derecho público y derecho privado. Haciendo referencia a Ulpiano, “el ius publicum trata de las cosas sagradas, de los sacerdocios y de las magistraturas. En cambio, el ius privatum afecta a todo aquello que atañe a los contratos entre particulares”, indicando, a su vez, que “son públicas todas aquellas disposiciones que no pueden ser derogadas por un contrato entre particulares”. 11 En el latín clásico, “publicum indicaba, como significado unitario, perteneciente (pertinente) a todos / perteneciente (pertinente) al Estado”. 12

Si consultamos un diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales, 13 podemos observar la continuidad de la distinción hasta nuestros días. Así, el derecho público y el derecho privado se diferencian en diversos aspectos: en cuanto a las normas el primero se ocupa de “normas de organización de la sociedad” y el segundo de “normas de conducta de los miembros que la integran”; desde la perspectiva de los sujetos de derecho, para el primero lo es el “individuo” y para el segundo lo es el “Estado”; desde una perspectiva teleológica, se trata del primero cuando el fin perseguido es el “interés del individuo”, mientras que se trata del segundo cuando el fin perseguido es “interés del Estado”. Uno de los elementos fundamentales del derecho público está dado por su carácter de “irrenunciable”. Esto hace que muchos de los derechos civiles (referidos a la familia o al matrimonio, por ejemplo) sean considerados como parte del derecho público. Coincidentemente, según Schaub, el carácter público del derecho romano no se basa en el tipo de objeto que regula sino en “su estabilidad e indisponibilidad”. 14

Antes de las revoluciones liberales, en el mundo hispanoamericano 15 la expresión público tiene dos acepciones primordiales vinculadas entre sí. De un lado, es público lo que se hace o se dice a la vista de todos o es conocido por todos. De otro lado, el público es el pueblo en tanto conjunto de habitantes, cuya existencia jurídica se basa en un gobierno y un territorio propios. Tanto semántica como culturalmente se trata de una misma realidad: la comunidad política como un sistema de reciprocidad moral en la cual lo privado —en sentido moderno— queda subordinado al bien común.

Veamos el uso de lo público como visible. En primer lugar, la publicidad, como algo visto o conocido por todos, está ligada a la moral y a la religión (íntimamente relacionadas en la época), por lo que puede tener un efecto positivo o negativo: se considera positiva cuando se vincula a “virtud”, “decencia” o “modestia”; se considera negativa cuando se relaciona con “indecencia”, “vicios”, “malas costumbres”. Estos usos de lo público no pueden oponerse a privado, tal como vimos en el caso griego. Como indica Lampérière “la moral pública no toleraba con indiferencia los vicios ‘privados’ y secretos: los actos reprobados que ‘sólo Dios puede ver’ eran otras tantas ofensas que la comunidad tenía la obligación de prevenir y, venido el caso, castigar, puesto que eran de su responsabilidad al igual que los demás, y su descuido tenía necesariamente consecuencias negativas para el conjunto de la colectividad”. 16 En segundo lugar, la publicidad, también como algo visto o conocido por todos, se relaciona no con la difusión o publicación de opiniones sino que se vincula al campo de “la información útil o necesaria y de la celebración colectiva” 17 y es siempre, al estar ligada al “bien común”, un privilegio de las autoridades o de quienes ésta autoriza.

¿En qué sentido el público es el pueblo? Como señala Lampérière, “la república constituía la ‘comunidad perfecta’, o sea, la que se distinguía de un simple conglomerado de familias o individuos por ser la comunidad del pueblo, unida por vínculos morales, religiosos y jurídicos e, idealmente, autosuficiente tanto desde el punto de vista espiritual como político y material”. 18 Con este ideal, se vinculan formando una constelación semántica: el “buen gobierno” administra el “bien común” y garantiza el “buen orden” para “beneficio público”. Es decir, público es todo lo que tiene una utilidad para el pueblo de los vecinos, comenzando por su gobierno: 19 la república, en tanto totalidad, supone la identidad entre el pueblo y el ayuntamiento que lo gobierna.


La opinión pública o lo público moderno

Para Hannah Arendt, el surgimiento del mundo burgués produjo modificaciones en las concepciones de lo público y lo privado. Si en el mundo griego lo público constituye el espacio de la política y lo privado el espacio doméstico (lugar de la producción material por el trabajo esclavo y de la reproducción de la vida), en el mundo moderno opera un doble desdoblamiento: por un lado, lo privado se constituye únicamente en el lugar para lo íntimo, desterrando lo doméstico; por otro, lo público se divide en político y social, donde lo social compone el espacio de la administración doméstica y organiza el espacio público. De tal modo, la esfera pública en tanto esfera social —es decir, como sociedad— crece y tiende a devorar las esferas de lo político y lo privado. Citando a Arendt, “tal vez la indicación más clara de que la sociedad constituye la organización pública del propio proceso de la vida, pueda hallarse en el hecho de que en un tiempo relativamente corto la nueva esfera social transformó todas las comunidades modernas en sociedades de trabajadores y empleados; en otras palabras, quedaron en seguida centradas en una actividad necesaria para mantener la vida”. 20 Es decir, las actividades relacionadas con la supervivencia y la reproducción de la vida aparecen en público ocupando un lugar central.

Para Richard Sennet, durante los siglos XVII y XVIII en Francia y en Inglaterra, público “viene a significar una vida que transcurre fuera de la vida de la familia y de los amigos cercanos. Son las ciudades capitales los lugares donde la vida pública se desarrolla. Allí, los distintos grupos sociales se relacionan indefectiblemente, al desarrollarse ámbitos de sociabilidad al margen del control real directo: “ésta fue la era de la construcción de parques urbanos masivos, (...) la era en la cual los salones de café, luego las cafeterías y las posadas se transformaron en centros sociales; en la que el teatro y la ópera se abrieron al gran público”. 21 Para Sennet, en tiempos de la Ilustración el hombre se hace a sí mismo en público pero realiza su naturaleza en el dominio privado, dentro del núcleo familiar. Por ello, los espacios público y privado no eran tan contrarios como alternativos: “En público, el problema del orden social se satisfizo con la creación de signos; en privado, el problema de la nutrición fue afrontado, si no resuelto, por medio de la adhesión a principios trascendentales. Los impulsos de voluntad y artificio eran los que gobernaban el dominio público mientras que los que gobernaban al dominio privado eran aquellos de la restricción y destrucción del artificio. Lo público era una creación humana; lo privado era la condición humana”. 22

Para Jürgen Habermas, 23 en los siglos XVII y XVIII, a partir fundamentalmente del impulso generado por el capitalismo mercantil desde el siglo XVI, se fueron creando las condiciones para la aparición de una nueva forma de esfera pública. Hasta el momento, al espacio público corresponde la “esfera del poder público” constituida por el Estado Absolutista (con su poder de policía) y la Corte (en tanto sociedad aristocrático-cortesana). El espacio privado “comprende a la sociedad burguesa en sentido estricto”; esto es: por un lado, el ámbito del tráfico mercantil y del trabajo social, y por otro, la familia con su esfera íntima. Entre ambos espacios aparece la esfera pública escindiéndose del ámbito privado, ya que la dicotomía central organizadora es Estado/sociedad.
Esta esfera pública aparece primero como una esfera pública literaria abriendo el camino luego para la formación del espacio público político que mediará entre el Estado y las necesidades de la sociedad a través de la opinión pública. Dicho en otros términos, lo que se entendía por “autoridad pública” comenzó a cambiar: ya no se refiere tanto a la corte como al sistema burocrático estatal con su poder de policía (detentando el monopolio del uso legítimo de la violencia, diría Weber).

Simultáneamente, aparece la “sociedad civil” donde las personas privadas desarrollan sus actividades económicas bajo la tutela de la autoridad pública. Entre ambas, aparece una nueva esfera pública conformada a partir del raciocinio político de las personas privadas, que lentamente comienzan a cuestionar y criticar las decisiones de la autoridad pública sobre la sociedad civil. En dicha esfera los hombres participan sin distinciones jerárquicas, en igualdad de condiciones, donde a partir del intercambio de juicios y del ejercicio de la crítica prevalecen los mejores argumentos.

Habermas le da especial importancia a la prensa periódica (primero literaria y cultural y después política y social). Junto a los bares, salones, cafeterías y teatros, como ámbitos propicios para la nueva sociabilidad burguesa, la prensa y la literatura jugaron un papel central: a comienzos del siglo XVIII las casas de café, los salones, etc., eran tan amplios y numerosos que sólo podían ser alcanzados por periódicos, muchas veces editados por los mismos dueños de esos lugares. Dice Habermas: “la misma discusión es transportada a otro medio, proseguida en él, para volver luego, a través de la lectura, al originario medio de la conversación”. 24 Y refiriéndose al Tatler, periódico fundado en 1709, “el público que lo leyó y comentó se vio a sí mismo como tema”. 25 El público “se mira al espejo” con elTatler, con el Spectator, con el Guardian, sentencia Habermas. A través de la literatura, la crítica artística y literaria y la prensa periódica, el público burgués se autorrepresenta, se considera a sí mismo y tematiza. Así, el espacio público modela la subjetividad burguesa que, a su vez, constituye ese espacio público. No hay subjetividad burguesa sin publicidad burguesa: “la subjetividad literariamente capaz, se convierte, efectivamente, en la literatura de un amplio público lector; las personas privadas convertidas en público razonan también públicamente sobre lo leído y lo introducen en el proceso comúnmente impulsado de la Ilustración”. 26 Dicho por el mismo Habermas pero en otros términos: “no se sabe bien si las personas privadas se ponen de acuerdo qua hombres en el raciocinio literario acerca de experiencias de su subjetividad, o bien si las personas privadas se ponen de acuerdo qua propietarios en el raciocinio político acerca de la regulación de su esfera privada”. 27

Pero para Habermas el público no coincide con el pueblo. El público “tiene una envergadura reducida si se le compara con la masa de la población rural y del ‘pueblo’ urbano”. 28 El público presupone personas privadas (“lectores, oyentes y espectadores”) con patrimonio e instrucción suficientes para participar del mercado cultural.

Para Roger Chartier, cuando aparece el concepto de opinión pública en el siglo XVIII, produce una doble ruptura con lo que hasta entonces era considerado público. Por un lado, apela a la “transparencia” y a la “visibilidad” de las intenciones y las acciones. Al convertir a la opinión pública en la autoridad ante la cual se subordinan todas las opiniones particulares, se perfila una nueva cultura política “desde el momento en que transfiere la autoridad de la voluntad única del rey —cuya decisión es inapelable y secreta— al juicio de una entidad que no se encarna en ninguna institución, que discute públicamente y es más soberana que el soberano”. 29 Pero por otro lado, al hacerlo, al convertir a la opinión pública en autoridad soberana —necesariamente estable, única y fundada en la razón—, se convierte en “lo contrario de la opinión popular, múltiple, versátil e impregnada de prejuicios y pasiones”. 30 Según Chartier, esto es así para todos los intelectuales ilustrados, de Kant a Condorcet.


Lo común, visible y abierto contra lo particular, secreto y cerrado 31

En la actualidad podemos registrar tres usos habituales del par público/privado: lo común y general opuesto a lo individual y particular; lo visible y manifiesto opuesto a oculto y secreto; lo abierto y accesible opuesto a cerrado y vedado. De alguna manera, estos tres usos contienen, de conjunto, las definiciones de público que aparecen en cualquier diccionario de uso escolar. A saber: Notorio, manifiesto. || Vulgar, común, notado por todos. || Potestad o jurisdicción para hacer algo, por oposición a privado. || Perteneciente a todo el pueblo. || Común del pueblo o ciudad. || Conjunto de los que participan de las mismas aficiones o concurren con preferencia a un lugar. || Conjunto de los reunidos para asistir a un espectáculo o acto semejante.

En el primer caso, lo público es lo común a todos, lo que concierne, afecta o pertenece a la comunidad y, por ende, a la autoridad que emana de ella. Por ello, la seguridad pública, la educación pública, la salud pública, etc. Sin embargo, la recuperación de este sentido desde una perspectiva jurídica —noción juridicista 32 de lo público, dirá Sergio Caletti—, que como veíamos antes divide el derecho en público y privado, lo común a todos (“lo que pertenece o concierne al pueblo”) queda reducido a la “autoridad colectiva”, es decir al Estado. De manera tal que la identidad romana entre público y Estado, en tanto colectividad civil, que de alguna manera pervivió en el mundo hispanoamericano hasta las revoluciones liberales en la identidad entre público y pueblo, en tanto “comunidad política”, quedó reducida al Estado en su sentido moderno. Este es el camino por el cual lo público se convierte en estatal y, por ende, en político.

En el segundo caso, lo público es lo que puede ser visto y oído por todos, lo que es manifiesto y ostensible para cualquiera, lo que puede ser conocido por todo el mundo. Es lo opuesto de lo oculto y secreto, aquello que se sustrae a la comunicación, al juicio, a la opinión o la crítica e históricamente vinculado a lo sacro. En sus sentido ilustrado hace referencia a la luz que ilumina lo que permanecía en secreto, por excelencia, la publicidad burguesa. Esta manera de concebir lo público no necesariamente ha coincido históricamente con lo público en la primera significación. Veamos: lo que es común a todos no siempre ha sido tratado a la luz pública ni lo particular se sustrajo a la mirada de los demás, como se vio en el mundo hispanoamericano. Por otra parte, la opinión pública no será necesariamente la opinión del pueblo sino la opinión ilustrada de los que tienen patrimonio e instrucción suficientes, tal como nos han mostrado Habermas y Chartier. Aquí lo público y lo político no constituyen una identidad “natural” pero, sin embargo, mantienen una estrecha relación al reducir la metáfora de la visibilidad a la visibilidad de la autoridad pública: es la opinión pública la que controla los actos de gobierno a partir de su publicidad.
Se ha operado aquí otra reducción, tal como señala Caletti: “la visibilidad a la que refieren las nociones de opinión pública, de publicidad (en sentido clásico) y de debate público han cortado amarras con la problemática de la visibilidad general de la vida social o de sus diversos aspectos para referir decisivamente a la visibilidad del poder político”. 33

En el tercer caso, lo público es lo que es de uso común, lo que se sustrae al uso particular e individual (es decir, privado), aquello que es accesible a todos, abierto para cualquiera. Por lo tanto, público es también el conjunto de los que se benefician de ese uso. Las plazas, las calles son accesibles a cualquiera que quiera hacer uso de ellas. En estos casos, los lugares son públicos porque son abiertos al uso común y, por lo mismo, es visible a todos lo que allí ocurre. Es decir, reúnen los tres sentidos de lo público presentados. Pero es posible que algo sea público en tanto se realiza frente a la mirada de todos y no ser público en tanto abierto a todos; por ejemplo, las bodas reales combinan exposición pública con restricciones en su disponibilidad. También es posible que algo sea público en tanto común a todos y ostensible pero no accesible; por ejemplo, los procesos electorales antes del sufragio universal.
Este último sentido de lo público si bien está muy relacionado con el anterior, mantiene su particularidad al vincularse al par inclusión/exclusión; por ello, Castoriadis dice que una definición tan buena como cualquier otra de la democracia es “el régimen en el cual la esfera pública se transforma real y efectivamente en pública —pertenece a todos, está efectivamente abierta a la participación de todos”. 34 Este último punto, se vuelve central a la hora de pensar al ciudadano como sujeto de la democracia y de lo público.


La reducción de lo público

En el mundo griego podemos encontrar una identidad entre público y político; identidad todavía válido para el pueblo romano, que asimiló Estado en tanto colectividad civil a público. Luego, lentamente, para el mundo feudal en general, lo político fue reduciéndose a la autoridad pública (al Estado en su sentido moderno), y para el mundo hispanoamericano en particular, lo público fue identificándose con el pueblo en tanto comunidad política (borrándose así la distinción público/privado de los antiguos). Pero después, en los orígenes del capitalismo, contra la autoridad pública del absolutismo fue construyéndose un espacio público propiamente burgués; primero impolítico, claramente político después. Finalmente, lo público se divide a su vez en político y social, donde lo social administra la producción (privada para el mundo griego) y organiza un espacio público que parece despolitizarse. Sin embargo, este espacio público mantiene fuertes lazos con lo político en tanto autoridad pública, a partir del control público de los actos de gobierno, la publicidad y la opinión pública.

A la luz de los tres sentidos descriptos de lo público (lo común y general opuesto a lo individual y particular; lo visible y manifiesto opuesto a oculto y secreto; lo abierto y accesible opuesto a cerrado y vedado), es posible comprender por qué Dominique Wolton entiende que la comunicación política, en tanto intersección más pequeña entre los otros tres espacios simbólicos (el público, el político y el comunicacional), es el verdadero motor del espacio público. Reducción, entonces, de lo público a la autoridad política, de lo visible a la visibilidad de esa autoridad y de lo accesible a la accesibilidad que posibilitan los profesionales de la comunicación y la política.


Lo público como categoría de análisis

Frente a la reducción que supone la concepción “juridicista” que hace derivar lo público de lo político en tanto regulado por la ley del derecho público y sus instituciones jurídico-políticas y que supone el ordenamiento estatal de la vida civil, Caletti propone recuperar una concepción más amplia de lo público. Una noción que incluya también “lo que la propia sociedad civil construye, expresa y hace visible de sí, y a los términos de visibilidad general que define y exige, al margen del ordenamiento jurídico (aunque luego el orden jurídico pueda hacerlo parcialmente suyo) y frente a las instituciones del poder político”. 35 Desde esta perspectiva es posible considerar lo público como creación histórica 36 en el sentido de que no hay articulación de lo social que se dé de una vez y para siempre (tanto en lo que concierne a las partes como a las relaciones entre las partes y a las relaciones entre esas partes y el todo social). Lo público como la construcción social de una esfera atravesada por las tensiones entre el orden jurídico-político y las formas de la vida social —entre lo político y lo doméstico, en sentido estricto— en la medida en que, como dice Hannah Arendt, la sociedad constituye la organización pública del propio proceso de la vida. Dicho por el propio Caletti: “lo público no sólo como un espacio para un orden específico de las cosas (que el Derecho ilumina), sino también como el espacio donde la misma sociedad —permítasenos: la subjetividad social— hace presente lo que cree ser”. 37

Para ello, Caletti propone analizar el espacio de lo público destacando cinco elementos constitutivos: visibilidad, autorrepresentación social, tecnologicidad, politicidad y heterogeneidad (en tanto combinación y rearticulación de formas superpuestas de la socialidad). 38 Con pequeñas variaciones y matices, seguiremos su propuesta.

En virtud de nuestro interés particular, trabajaremos sobre tres dimensiones del espacio público para el análisis del campo vincular de la comunicación y la política: comunicabilidad, representabilidad y politicidad; dimensiones que, de más está insistir, sólo son escindibles analíticamente.

Comunicabilidad. Uno de los elementos claves que caracterizan lo público es su visibilidad, 39 pero no ya entendida como visibilidad de los actos de gobierno sino en tanto visibilidad de lo social en su conjunto. Tal como señala Caletti, la posibilidad de ver determinada cosa supone la posibilidad de concebirla como una entidad capaz de ser delimitada y, por lo tanto, objeto de juicio y controversia. Cuando un grupo social reconoce al gobierno como interlocutor al hacerlo objeto de sus reclamos, se reconoce a sí mismo como parte de la interlocución: “la sociedad que reclama la visibilidad de los actos de gobierno se ha hecho visible a sí misma en tanto que tal”. 40 Pero para cada momento histórico, el espacio de lo público define lo que puede y lo que debe ser visto, bajo unas determinadas reglas y posibilidades expresivas. Es por ello, que aquí consideramos por condición de comunicabilidad, las particulares relaciones establecidas entre las tecnologías de la comunicación y aquello que permiten visibilizar: “las formas y modalidades sucesivas de constitución y operación de y en el espacio de lo público sólo se entiende en su relación con los recursos técnicos socialmente disponibles para hacer visible el tratamiento de los problemas comunes”, 41 dirá Caletti.

Representabilidad.
Es en el espacio de lo público que un pueblo construye una idea de sí en la que se reconoce, generando una “autorrepresentación”, según la expresión de Caletti. Así, el espacio de lo público es, por definición, el espacio de la representación del mundo común (koinon).
Las representaciones —en el modo en que son conceptualizadas por Roger Chartier— van modelando las prácticas de la sociedad, de la comunidad, del sujeto, aún en la certeza de que la experiencia es irreductible al discurso. Las representaciones como significaciones que construyen la realidad. Representación que no sólo es “representación de una ausencia”, sino como presencia que pertenece al sujeto presente y constituye una forma de representarse a sí mismo, de organizar el mundo y de relacionarse con el mismo, y “constituir con ello a quien la mira como sujeto mirando”. 42 Es decir, el espacio de lo público —surcado por contradicciones y confrontaciones— como modelador de las subjetividades sociales: “el trabajo de los hombres (tanto en el sentido más estricto como en el sentido más amplio) indica por todos sus lados, en sus objetos, en sus fines, en sus modalidades, en sus instrumentos, una manera cada vez más específica de captar el mundo, de definirse como necesidad, de plantearse en relación a los demás seres humanos”, 43 sostiene Castoriadis. Como dice Caletti: “las formas que asumen la palabra, la indumentaria en general la presentación del cuerpo, las reglas de la interacción, etc., en el espacio que es público tienen a la visibilidad propia de este espacio como condición de producción y como horizonte de destino, generando así rituales y normativas específicas. Estos rituales y normativas componen, en conjunto, la manera en que la sociedad se hace a sí misma representándose”. 44 Esta condición de representabilidad hace de lo público el espacio para la configuración de las identidades sociales, generando en los sujetos sociales, en un mismo movimiento, una representación de lo que la vida social es y una representación de su lugar en esa vida, en la medida en que “las identidades se construyen en el marco de un campo social —mundo compartido, agregamos nosotros—, en relación con otras, o más bien contra otras identidades”. 45

Politicidad.
Si revisamos al azar un diccionario especializado 46 encontramos que la palabra política registra dos acepciones: por un lado, “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”, y por otro, “actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”. Consecuentemente, se considera político lo “relativo a la política”, al “experto en asuntos de gobierno” y al “dirigente o afiliado de un partido político”. Coherente con la visión “juridicista” de lo público, en esta forma de pensar la política subyace la idea de que el poder reside en unos institutos políticos legales —estructura y ordenamiento jurídico-institucional—, nacidos del contrato social, a través de los cuales este poder se organiza y se ejercita en una sociedad. Es decir, la política como el funcionamiento de estos institutos. Pero, como señala Sergio Caletti, esta manera de pensar la política “la reduce primero a la organización jurídica del Estado, luego a su administración, y luego a los conflictos por su gerenciamiento” 47.
Esto restringe la política a la ingeniería de procedimientos, realizada por agentes especializados bajo unas reglas específicas, agotándose en el funcionamiento de las instituciones en la democracia republicana.

En toda sociedad existe un poder explícito 48 encargado de asegurar la vida y el orden social en contra de todo aquello que lo ponga en peligro, sea en acto o en potencia. Este poder explícito funciona por igual a nivel de las representaciones, los sentimientos y las finalidades. Castoriadis vincula este poder explícito con “instancias explícitamente instituidas que puedan tomar decisiones sancionables en cuanto a lo que hay que hacer y a lo que no hay que hacer, es decir que puedan legislar, ‘ejecutar’, dirimir los litigios y gobernar” 49.
Es decir, define sus dispositivos particulares, sus modos de funcionamiento y las sanciones legítimas que puede poner en movimiento. Por último, y fundamentalmente, señala que este poder explícito “es el garante instituido del monopolio de las significaciones legítimas en una sociedad” 50.
Es con relación a esta noción de poder explícito que Castoriadis define primero lo político y luego la política. Para él, lo político es una dimensión del poder explícito siempre presente en toda sociedad y que se relaciona con los modos de acceso a este poder, la forma apropiada de administrarlo, etc.). Por su parte, la política es la puesta en tela de juicio de las instituciones establecidas, “la actividad colectiva, reflexiva y lúcida que surge a partir del momento en que se plantea la cuestión de las validez de derecho de las instituciones” 51.
De un lado, lo político permite analizar, por ejemplo, las dictaduras militares latinoamericanas, incluso a pesar del hecho de estar caracterizadas por instaurar un poder que anula las instituciones jurídico-políticas fundamentales. De otro lado, la política se asemeja a la democracia en la medida que ésta es considerada el “régimen de auto-institución explícito y lúcido, tanto como se pueda, de las instituciones sociales que dependan de una actividad colectiva explícita”. Más aún, en los regímenes democráticos, lo político —en tanto poder explícito— es reabsorbido por la política —en tanto actividad lúcida y deliberante que se propone explícitamente la creación de instituciones deseables—, en la medida en que la estructura y el ejercicio del poder explícito se ha convertido —al menos en principio y en derecho— en objeto de deliberación y decisión colectiva y, por lo tanto, en cuestionamiento de lo establecido.

Aquí aparece un cambio sustancial en la consideración de la política —en este nuevo sentido que involucra lo político—; por un lado, permite romper con la idea de la política como actividad diferenciada/fragmentada de lo social (entre otras muchas actividades como la económica, la artística, la científica, la comunicacional, la educativa, etc.) de la que se ocupan algunos profesionales especialistas, y por otro, permite otorgarle espesor político a todas las prácticas sociales, en la medida en que suponen otras tantas instituciones sociales y su puesta en duda. De este modo, la política se convierte en un aspecto constitutivo de la vida social en tanto la experiencia humana cotidiana legitima, cuestiona o transforma el orden social establecido 52.
Una dimensión de la vida social en la que los individuos confrontan y dirimen sus diferencias —en pos de proyectos histórico-sociales más o menos explícitos, más o menos conscientes—, instituyendo lo colectivo común y su ordenamiento en cada oportunidad. Sin embargo, mantendremos a la vez el uso de lo político toda vez que la política remite en su uso habitual —en la medida en que la práctica política se especializa y profesionaliza— a la problemática de la representatividad y la organización jurídico-institucional, enmascarando otras manifestaciones sociales del poder (económico, militar, comunicacional, científico-tecnológico, cultural, etc.) vinculadas al cuestionamiento, o no, del orden establecido.
Pero, además, lo político involucra todos los problemas relacionados con la dominación política en una sociedad, estableciendo articulaciones variables con los institutos políticos de gobierno.
Esto incluye a todas las decisiones que abarcan y afectan al conjunto social, así como a las características que asume el orden y el conflicto a partir de esas decisiones. Así, como sostiene Caletti, el espacio de lo público es el lugar en que la politicidad dispersa en la vida social cobra formas y sentidos y, por lo mismo, forma parte de los acontecimientos políticos que en su seno se desarrollan: “la noción de politicidad habilita a concebir el modo en que el espacio de lo público será surcado por las tensiones políticas, el modo que las absorberá y elaborará, el modo en que se verá transformado por ellas, aún cuando los actores de la escena pública representen el drama social en torno de vectores aparentemente ajenos a las disputas que se libran en relación con las instituciones propiamente políticas de la sociedad. La cuestión radica en el tipo de relación que se suponga entre la esfera de lo político y ‘lo nuevo social’”. 53


Final

Para Hannah Arendt, el poder —que emerge entre los hombres y mujeres cuando actúan juntos y se esfuma cuando se separan— es la condición de existencia de la esfera pública y de las varias maneras en que ésta puede organizarse. El espacio público es un espacio de aparición, a través del discurso y de la acción: “el poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades”. 54

El actuar comunicativo o político agota su sentido —y de allí su grandeza y trascendencia— en la misma ejecución de ese acto y no en su resultado; es decir, se ubica fuera de la categoría de medios y fines. Dicho de otro modo, o bien los medios para lograr ese fin ya son el fin y o bien ese fin no puede ya ser medio de otra realidad. De allí que Hannah Arendt diga que el poder no es acumulable sino que sólo existe en su realidad.

Por ello, cuando Dominique Wolton separa palabras y hechos (discurso y acción) y propone la representación de los primeros por los segundos, reduce la comunicación y la política a su acepción instrumental —y, por ende, al trabajo de los periodistas y políticos—, modelando desde su teorización una particular manera de concebir el espacio lo público, explicando y orientando (muchas veces) las prácticas que allí se realizan.

Si como dice Hannah Arendt, “el único factor material indispensable para la generación de poder es el vivir unido del pueblo”, 55 el ejercicio que los ciudadanos realicen de ese poder (en términos variables que van de lo común y general opuesto a individual y particular, pasando por lo visible y manifiesto opuesto a oculto y secreto, hasta lo abierto y accesible opuesto a cerrado y vedado) es lo que caracterizará al espacio de lo público.

1 Ver, entre otros, FERRY, Jean-Marc, WOLTON, Dominique y otros (Comps.): El nuevo espacio público, Gedisa, Barcelona, 1998; GAUTHIER, Gilles, GOSSELIN, André y MOUCHON, Jean (Comps.): Comunicación y política, Gedisa, Barcelona, 1998.

2 WOLTON, Dominique: “Las contradicciones de la comunicación política”, en GAUTHIER, Gilles, GOSSELIN, André y MOUCHON, Jean (Comps.): Ob. Cit., p. 110.

3 Ob. Cit.: p. 111.

4 Ob. Cit.: p. 112.

5 Ob. Cit.: p. 113.

6 Ob. Cit.: p. 114.

7 Ob. Cit.: p. 124 (subrayado en el original).

8 CALETTI, Sergio: Comunicación, política y espacio público. Notas para pensar la democracia en la sociedad contemporánea, Borradores de Trabajo, Mimeo., Bs. As., 1998-2002, pp. 63-64.

9 Se siguen aquí los planteos de ARENDT, Hannah: La condición humana, Paidós, Bs. As., 2003.

10 Ob. Cit., p. 59.

11 SCHAUB, Jean-Frédéric: “El pasado republicano del espacio público”, GUERRA, Francois-Xavier, Annick LEMPÈRIÉRE et al.: Los espacios públicos en Iberoamérica, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1998, p. 42.

12 CALETTI, Sergio: Ob. Cit., p. 72. Cabe destacar que en cita al pie el autor aclara que el Estado no es el gobierno (el SPQR, el Senado y el Pueblo de Roma) sino la colectividad civil, es decir, el conjunto social.

13 OSSORIO, Manuel: Diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales, Ed. Claridad, Bs. As., 1984, pp. 239-240.

14 Ob. Cit., 42.

15 Se siguen aquí los planteos de LAMPÉRIÈRE, Annick: “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)”, en GUERRA, Francois-Xavier, Annick LEMPÈRIÉRE et al.: Los espacios públicos en Iberoamérica, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1998, pp. 54-79.

16 Ob. Cit.: p. 64.

17 Ob. Cit.: p. 67.

18 Ob. Cit.: p. 56.

19 Señala Lampérière que desde el siglo XVI e incluso hasta después de la Independencia, los cargos de república (por ejemplo, integrar el ayuntamiento) eran parte de las obligaciones de servicio público que ninguna persona designada podía eludir.

20 Ob. Cit.: p. 56. Como bien señala la autora no hace falta que cada miembro de la sociedad sea un trabajador sino que todos sus miembros consideren lo que hacen como un medio para mantener la propia vida y la de su familia.

21 SENNET, Richard: El declive del hombre público, Ediciones Península, Barcelona, 2001, p. 50.

22 Ob. Cit., p. 225.

23 Aquí se siguen los planteos de HABERMAS, Jürgen:

24 Ob. Cit.: p. 80.

25 Ob. Cit.: p. 80.

26 Ob. Cit.: pp. 87-88.

27 Ob. Cit.: p. 92.

28 Ob. Cit.: p. 75

29 CHARTIER, Roger: Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII, Gedisa, Barcelona, 1995, p. 43.

30 CHARTIER, Roger: Ob. Cit.: p. 41.

31 Se siguen aquí algunos de los planteos de RABOTNIKOF, Nora: El espacio público y la democracia moderna, Instituto Federal Electoral, México, D.F., 1997.

32 CALETTI, Sergio: Ob. Cit., pp. 68-80.

33 Ob. Cit.: p. 75.

34 CASTORIADIS, Cornelius: El avance de la insignificancia, Eudeba, Bs. As., 1997, p. 276 (el subrayado es nuestro).

35 Ob. Cit.: p. 77.

36 CASTORIADIS, Cornelius: La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Bs. As., 1999.

37 Ob. Cit.: p. 79-80.

38 Ob. Cit.: fundamentalmente capítulos 8 y 9.

39 En todos los usos revisados en nuestro trabajo está presente el carácter visible de lo público.

40 Ob. Cit.: p. 94.

41 Ob. Cit.: p. 104.

42 CHARTIER, Roger: “Poderes y límites de la representación. Marin, el discurso y la imagen”, en Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Manantial, Bs. As., pp. 75-99.

43 Ob. Cit.:, vol. 1, p. 255.

44 Ob. Cit.: p. 98 (subrayado en el original).

45 GUTIERREZ, Leandro y Luis Alberto ROMERO: Sectores populares, cultura y política, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1995, p. 39.

46 OSSORIO, Manuel: Ob. Cit.: pp. 587-8.

47 CALETTI, Sergio: Comunicación, política y espacio público. Notas para pensar la democracia en la sociedad contemporánea, Borradores de Trabajo, Mimeo., Bs. As., 1998-2002, p. 8.

48 CASTORIADIS, Cornelius: “Poder, política, autonomía”, en El lenguaje libertario (FERRER, Christian, compilador), Grupo Editor Altamira, Bs. As., 1999, pp. 125-152.

49 CASTORIADIS, Cornelius: El avance de la insignificancia, Eudeba, Bs. As., 1997, p. 271.

50 Ob. Cit., p. 271.

51 Ob. Cit., p. 149.

52 Aunque esto suponga un sujeto de la política que no siempre reconoce su práctica como tal.

53 Ob. Cit., p. 109.

54 Ob. Cit.: p. 223.

55 Ob. Cit.: p. 224.



* Datos sobre el autor:
* Pablo Carro
Licenciado en Comunicación Social.
Profesor Instituto Secundario Integral Modelo Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra Introducción a la Comunicación Social en la Escuela de Ciencias de la Información, Universidad Nacional de Córdoba

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