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Edición N° 25 - otoño 2002

EL TANGO DE LOS SIN TECHO

Sin Techo, Sin Piel y La evolución en el trabajo con los "Sin Techo" desde una alternativa oficial

Por:
Lic. Patricia Malanca
*
(Datos sobre la autora)


Cuando se propuso la traducción “sin techo” al vocablo inglés “homeless” (sin hogar) para nombrar el fenómeno de las personas que pernoctan en calle, la pregunta que nos hicimos a continuación a partir de la indagación en el tema y el contacto con las personas en esta situación era, a qué aludíamos con este “sin”.

Sin techo, sin hogar, sin protección, sin comida, sin palabras, sin otro…

Es así que fuimos contactándonos y abordando las historias de los “sin techo “ porteños, absorviendo y posicionándonos desde el “sin”.

Cuando desde el año 1997 se incorpora el profesional psicólogo a los equipos de trabajo de calle con los indigentes, la pregunta era qué es lo que la escucha “psi” podría aportar a esta tarea. A medida que progresamos en el trabajo, caíamos en la cuenta que la tentación en estas salidas periódicas a la calle, consistían en aquello mismo que nos tentaba en el espacio cerrado del consultorio, y mecanismos similares y conocidos como la resistencia, la persona del analista, aparecían en la escucha. Esta tentación consistía en cubrir ese “sin”, cubrir esa falta. La impronta del desamparo visual, esos cuerpos agrietados, con escoriaciones, las escenas repetidas del deterioro psicofísico, la violencia de la imagen de aquello con lo que nos encontrábamos noche a noche, en nuestras recorridas nocturnas, nos compulsaba a responder desde nuestro “deseo para ese otro”, y es así que aparecíamos como aquel que tendía la mano, y con la mano ofrecía “el recurso”. El recurso era el “con”: el techo, la cama, la vestimenta adecuada, la ducha caliente, el plato de comida, el Hogar…. O algo que cubriera ese “sin”. La crudeza de lo real descarnado, esos vientres abiertos frente a nosotros, nos capturó la mirada, y “Lo siniestro” nos petrificó frente a “lo indecible”. En ese momento primigenio de trabajo en calle, la tarea consistía en servir de techo, pero ¿qué falta estábamos cubriendo?… Ya no escuchábamos, mirábamos…. Historizando un poco nuestra tarea, al principio, nos habíamos convertido un poco en vendedores de ilusiones, vendíamos “situaciones ilusorias” de confort, al ofrecer recursos que ni siquiera eran nuestros, eran de Otro, del Estado.

No obstante, ese Otro, era nuestro resguardo, esa posibilidad de hacer menos dolorosa esa sensación de frustración que empezábamos a percibir; menos implicados, ya que veníamos en nombre de algo, como emisarios de un rey. El “tener” algo “entre manos” (la vacante en un hogar) en nombre del Otro, nos hacía mas poderosos.

Pero fue la misma persona sin techo, quien nos desmoronó la estrategia....

- “No gracias, no voy… yo estoy bien así…..”

SIN PIEL, o el Tango de los Sin Techo


¡Ya sé! Llegó la hora de archivar el corazón...
De hacer con la ilusión, que no me va a servir
un lindo paquetito con una cinta azul,
guardarlo en el baúl y no volverlo a abrir...
Es hora de matar los sueños,
es hora de inventar coraje
para iniciar un largo viaje
por un gris paisaje...
¡sin amor!

Voy a aprender a llorar sin sufrir,
sin detenerme a mirar una flor,
a encallecer lentamente
¡igual que la gente sin alma y sin voz!
Voy a entender que se puede morir,
y latir... al compás del reloj;
como una máquina fiel
igual que un robot...
¡sin piel!

Después de haber sentido hasta el dolor.. a los demás,
de darme sin medir, de amar sin calcular,
llegó la indiferencia metiéndose en mi piel
pacientemente cruel, ¡matando mi verdad!
Saber que no me importa nada...
de alguna vibración pasada;
y caminar narcotizado
por un mundo helado...
¡sin amor!


(“SIN PIEL” tango de Eladia Blazquez)


Cuando empezamos a recibir los primeros NO, pasamos por un período de frustración. Nos preguntábamos cómo era que alguien que no tiene un techo, prefiriera la indefención de la acera, la crueldad del frío nocturno, las inclemencias climáticas, el ruido constante de los transeúntes, los bocinazos, el corrugado del cartón debajo del cuerpo, a la panacéa del techo, la comida diaria, la ducha caliente, el espacio reservado, etc.. ¿Cuál era el techo, y principalmente, de qué estaban hechas las paredes de estas personas sin paredes?

Y noche a noche, día a día…. Las estadísticas nos decìan que mas de un 50 % de las personas contactadas pernoctando en calle nos habìan respondido… - “No gracias, no voy… yo estoy bien así…..”

Esa cuesta abajo en nuestra rodada de ilusiones pasadas que no se pueden olvidar, nos barró de entrada. A partir de ahí, los profesionales psicólogos que trabajamos en calle con este tema pasamos por un proceso interesante, durante el cual, empezamos a sentir que ni los hogares de tránsito para indigentes nos parecían tan buenos, ni el techo nos pareció un buen techo. La propuesta, no era nuestra, era de Otro, que en definitiva, ya no nos parecía tan bueno, ni siquiera parecìa que estuviéramos ofreciendo la panacea, ni mucho menos. Seguimos saliendo a la calle pero en cuanto escuchábamos el remanido, obstinado o indiferente NO del sin techo, volteábamos sobre nuestros talones desairados y partíamos sin mas, ni más. Empezamos a identificarnos. Y con la identificación empezó la violencia, la imagen que potenciaba la escena agresiva, nos violentaba. Nos proponíamos como imagen anticipatoria de complitud, enteros, “con techo”, con recursos, frente a otra imagen anticipatoria desgarrada y desgarradora, que nos aterrorizaba.

Justificarlos-nos.

Fue un momento muy interesante, donde apareció la queja, el NO de los sin techo, abrió la brecha para la queja. Si bien, la queja era desde la identificación, por lo menos, había aparecido la palabra como justificación, como argumento. Ellos se quejaban de los sistemas de los hogares, nosotros nos quejábamos del sistema también. La queja, la queja…Y seguimos saliendo a la calle, un retorno hasta compulsivo… pero nuestra oferta cada vez estaba mas desafectada y empezamos a desimplicarnos poco a poco. De hecho, la mano que ofrecía el recurso, se había convertido en un puño que lo ofrecía desafectivizado. Ni la palabra del emisario en nombre de un benefactor servìa de cobertura, ni era lo suficientemente sustentable como para persuadir al otro, que se nos presentaba desafiante, desconfiado o en el mejor de los casos, desinteresado, o indiferente. Asimismo, ya habíamos bebido del mismo néctar, el desinterés y la indiferencia.

Si el Estado no cumplía con todas sus promesas, no estaba empeñada nuestra palabra, sino la palabra del Otro. No había empeñe, ni empeño.

También fue una etapa de mucha producción escrita, pero una producción muy especial, ya que nos compelió a justificarlos-nos frente a los vecinos, autoridades, etc.. (el Otro) que reclamaban y demandaban respuestas y resolución a esta problemática. El Rey empezaba a demandarnos por la inacción respecto a nuestra misión de emisarios.

En medio de esta encrucijada, la sensación era que se podía perder la vida, Después de haber sentido hasta el dolor.. a los demás, de darme sin medir, de amar sin calcular, llegó la indiferencia metiéndose en mi piel, pacientemente cruel, ¡matando mi verdad!.

Fue ahí, un momento antes del tiro del final que no salió… que empezamos a replantearnos el rol del psicólogo. A cambiar el posicionamiento, a cambiar de órgano, de sentido y de orientación de la tarea. Teníamos frente a nosotros a alguien que no demandaba nada, es mas, que ya hacìa rato había dejado de demandar ese supuesto que un principio ofrecíamos, el techo. Entonces, la pregunta surgiò nuevamente, ¿qué demanda esta persona, de qué esta compuesta esa demanda de la nada?. ¿De què està hecho el techo y las paredes de quien no tiene techo y paredes, quien carece?, y por supuesto la pregunta acerca del deseo.



El retorno a este espacio de reflexión, permitió un pasaje no por ello menos doloroso a un campo otro, el de la “escucha”. Hubo que perder algo para recuperar algo. Fue ahí recièn que la mano que se tendìó no escondìa algo para cubrir, (la vacante en un hogar, la frazada, etc), sino para destapar. Hubo que perder algo (el recurso) para retomar el trabajo desde otro lugar. Tuvo que caer la mirada gozosa de la escena terrorífica, para recuperar la escucha. Y la mano finalmente acariciò , y la oreja escuchò.


Como fenómeno interesante, a continuación, las personas “sin techo” dejaron de tener nombre de intersección de calle, como hasta el momento las identificábamos “….el que duerme en Guemes y Godoy Cruz…”, “….el que está en Pje Carabelas…” “….la que está en Bartolome Mitre y Cerrito”, y empezaron a recobrar sus nombres, Juan, Carlos, Francisco, su historia…

El proceso de subjetivización, significaba volver a implicarse, pero desde otro lugar, un corrimiento desde la escena mortífera de la mirada fundacional, o un atravesamiento de esa angustia para escuchar ese mas alla… y ahí apareció la historia más allá de la queja y el llanto de indefención.

Y así volvimos a salir a la calle, esta vez, sin nada que ofrecer, carenciados, porque en definitiva, la mejor oferta de amor, “es dar a quien no es lo que no se tiene”.

“ Y LA MANO ACARICIO, Y LA OREJA ESCUCHO” DE LAS PULSIONES, EL CUERPO Y EL DOLOR DE YA NO SER.

Cuando salimos nuevamente a la calle a contactar a los sin techo, ya no fuimos a ofrecer nada, nada se demandaba, nada teníamos para ofrecer…

La propuesta actual es salir a escuchar. La siguiente pregunta ya no era como quebrar ese "NO voy a ir a un Hogar" , sino cual era el punto de quiebre de ese sujeto, indagar respecto a los factores predisponentes respecto a su situación, Historizar el sujeto, historizar la problemática.

En ese orden de cosas, se hicieron los conteos oficiales de población sin techo en el área del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y se investigò respecto a la problemática en otros países.

Del abordaje de los 1103 sin techo que duermen en las calles de la ciudad hoy en día, una de las dificultades para el abordaje de la problemática, es el tema del alcohol. El 70 % de los sin techo padece de alcoholismo crónico en diversos grados. En algunos casos, conducta adquirida en calle, según sus relatos, y en otros, como uno de los puntos desencadenantes del problema.

La mayoría de las historias son fragmentadas, de desarraigos, de abandono, y lo que se impone como significativo es la imposibilidad de construir vínculos estables, ya sean afectivos, laborales, sociales, etc.. No cualquier persona accede a la situación de calle. Deben darse ciertas variables a lo largo de la vida. Es cierto que el grupo de riesgo mas expuesto es el de los hombres, (el 80% de las personas que duermen en la calle son hombres solos) ya que la mujer tiene mejores y mas fuertes redes sociales de subsistencia. Pero es necesario que converjan los predisponentes familiares, sociales y culturales para que el fenómeno ocurra.

Una de las características culturales del “sin techo” porteño, a diferencia del posicionamiento del homeless de otros países, es que “Juan” que duerme en Plaza Congreso, no solo se tapa con el diario, sino que también lo lee y se informa. Está orientado temporoespacialmente, sabe qué pasa con el país, con la política, con la economía, se queja, conoce el “rebusque” de los comedores parroquiales que le pueden ofrecer comida, "el cuento del tío" como defensa y como mecanismo de supervivencia para el “mangueo”, “la changa” para subsistir, el alcohol como techo y frazada. Aprendieron a “zafar”. Pero la posibilidad de elaborar un proyecto tiene que ver con el día a día, con lo inmediato. Es interesante, que lo discursivo ronde en medio de la situación del país, de lo “macro” o lo totalmente opuesto, lo “micro” por ejemplo la obtención de la comida, el quehacer cotidiano, las pelea por el zaguán de esta noche. El armar una rutina permite la supervivencia, la búsqueda de comida, del refugio nocturno: pero es una supervivencia del día a día, noche a noche. En síntesis, arma una cultura de lo macro y de lo micro, pero sabe poco de lo que le pasa a él.

Lo interesante es cierta posición de no apropiación de la situación que los atraviesa, y en los casos mas extremos, el rechazo de lo que les ocurre. Existen estrategias distractivas para evitar la apropiación de esa realidad. Las fabulaciones sobre pasados mejores están al corriente del día, fantasearse mejores, ideales, idílicos, o anestesiar la realidad a través del alcohol. Casi no hay grises, es un mundo donde las cosas son blanco y negro.

La sensación al escucharlos es un como que sintieran pena, pero no saben por qué están tristes, ni cual es la pérdida que han sufrido. Es como si fueran habitados por el dolor sin siquiera saber que algo les duele. Dice Juan David Nasio en el Libro del Amor y el Dolor “…el sujeto alcohólico que ignora cuan profundo es el dolor que yace en el origen de su sed compulsiva. Bebe para embriagar su yo y neutralizar así su capacidad de percepción de las turbulencias que tienen lugar en el ello. Las turbulencias pulsionales están allí, pero el yo anestesiado por el alcohol no consigue traducirlas en emoción dolorosa. Como si el alcohol tuviera el efecto de neutralizar la función del yo, traductor de la lengua del ello en la lengua de los sentimientos conscientes…”.

De que hablamos aquí entonces? Hablamos de dolor. Pero de qué dolor hablamos ?


El dolor de la existencia, según Lacan se basa en la insatisfacción del deseo y lo nombra “dolor de existir”, y ese dolor es aquel de haber quedado sometido a la determinación del significante, de la repetición, incluso del destino. Nada mas intolerable que la existencia reducida a sí misma, a una concatenación, a un encadenamiento de acontecimientos que se suceden, dominan y extrañan. Es allí donde flaquea el deseo de vivir.

El sujeto que encontramos en las historias de los sin techo, es un sujeto puro dolor, puro dolor de existencia, arrojado a su destino. El deseo se cuela corriendo por las brechas de la narrativa de esos breves circuitos rutinarios de supervivencia, en esa queja por "el mangazo que no resultò", "la pelea con la vecina porque le dormí en la puerta"“el tipo que me gritó desde el colectivo”, “la dádiva que no alcanzó para los puchos de esta noche” "la bronca por el tetra que me robò el colega de pernocte", "El Gobierno que no asiste" donde la vida parece que fuera también un mandato, un puro goce del Otro, del Estado, del Gobierno, de la vida que lo parió…

Es esa disconformidad, esa insatisfacción, esa hostilidad por la supervivencia cotidiana, la que rescatamos y con la que trabajamos, esa pequeña brecha donde además de colar la escucha significante, es desde donde empezamos a plantearnos “que no hay nada para cubrirla” porque es ahí donde hay pulsión de vida, y es desde donde se abre el juego de la historia. El desafío es quedarse ahí para escucharla.

Abre, tu vida sin ventanas

Mira lo lindo que está el río

Se despierta la mañana y tengo ganas

De juntarte un ramillete de rocío

Basta de noches y de olvidos

Basta de alcohol sin esperanzas

Deja todo lo que ha sido

Desangrarse en ese ayer sin fe….

Amor, asómate a la flor

Y entiende a la verdad que llaman corazón

Deja el pasado acobardado en el fangal

Que aquí podemos comenzar…..

(“QUEDEMONOS AQUÍ” tango de Homero Expósito)



* Datos sobre la autora:
* Por Lic. Patricia Malanca
Psicóloga; Coordinadora Programa Buenos Aires Presente

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