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Edición N° 23 - primavera 2001

Un nuevo escenario para el Estado, un nuevo horizonte para el Trabajo Social

El presente artículo se corresponde con la exposición realizada con motivo de las XXI Jornadas de Trabajo Social realizadas en Las Termas de Río Hondo, en setiembre de 2001.

Por:
Nora Aquín
*
(Datos sobre la autora)


Si partiéramos –cómo no hacerlo- del escenario dantesco que estamos viviendo hoy los argentinos, podríamos afirmar que el gobierno ha perdido la capacidad de formular posibilidades futuras de una vida colectiva mejor y más segura. Esto produce no solamente empobrecimiento, sino, y fundamentalmente, desconcierto y desorientación.

Pero si hiciéramos un esfuerzo analítico, veríamos que ésta ya no es una situación de gobierno, sino de Estado, ya que desde 1976 hasta ahora, en dictadura o en democracia, con radicales o con peronistas, se viene ratificando y consolidando la impotencia del Estado Argentino para conducir estratégicamente a la sociedad en relación a una vida colectiva digna y viable para todos.

Este Estado produce tres subordinaciones a nuestro criterio de alta regresividad: subordina la Nación al Mercado, la Política a la Economía, y lo Público a lo Privado, y estas tres subordinaciones tuvieron un momento fundacional, a partir del desarrollo y auge del terrorismo de Estado.

A partir de entonces, y es doloroso reconocerlo, los gobiernos democráticos que se sucedieron representan, para la Argentina, la continuación de la dictadura por otros métodos, desde otros espacios y con otras armas: si hasta 1983 la dictadura se disparaba con armas de fuego y desde los cuarteles militares, finalizando esa década la dictadura se desplazó desde los cuarteles hacia el Ministerio de Economía, y las armas fueron primero la hiperinflación y ahora el riesgo país.

El resultado, desde distintos espacios y con distintas armas, fue la constitución de una sociedad ya no sólo empobrecida y desorientada, como recién decíamos, sino también aterrorizada, primero por las armas y las desapariciones físicas, luego por la amenaza permanente de la muerte simbólica. Es desde aquí que me parece que podría adoptarse una mirada fructífera para analizar lo que ya es para nosotros conocido, en términos de fractura cultural, disgregación política, desarticulación social.

Este es el Estado que tenemos que pensar. Pero ¿cómo pensarlo? Inclusive, como se pregunta algún autor2: ¿Vale la pena pensar el Estado hoy? ¿Qué tipo de democracia es viable hoy, en la era de la globalización? ¿Cómo pensar nuestro Estado en el horizonte de una creciente pobreza de nuestros países, y una creciente abundancia del mundo desarrollado? ¿Cómo pensar un Estado en un mundo globalizado que ha alcanzado una desigualdad jamás conocida en la humanidad, en la que el quintil más pobre sobrevive con el 1% de la riqueza creada por los humanos, en tanto el quintil más rico se apropia del 86% de esa riqueza3?

El gran campo de tensión se ubica, a mi criterio, entre Estado, pobreza, exclusión, necesidad, deseo y demanda de justicia e igualdad.

Veamos algunos comportamientos visibles y ya muy estudiados del actual Estado neoliberal:

  • Un supuesto que aparece como naturalizado –y que de alguna manera se relaciona con lo que llamábamos subordinación de la Política a la Economía- es que existe una zona vedada a la intervención de las fuerzas democráticas, y esa zona es la macroeconomía. La macroeconomía es prohibida e inmune a la democracia. La macroeconomía es una zona restringida en donde rigen las decisiones directas de los grupos económicos y de las organizaciones multilaterales de crédito, y allí no tienen acceso las fuerzas que operan en el campo de la política y de la sociedad civil. La economía queda así como área de decisión expropiada al juego democrático. Pero el problema es que sin democratización de la economía es muy difícil sostener la existencia de un Estado democrático.

  • Un segundo supuesto que nos ataca directamente es que la intervención del Estado neoliberal en la cuestión social sólo tiene sentido si repone las condiciones del mercado, si compensa sus fallas; con lo cual, las nuevas políticas sociales, en su carácter compensatorio, no sólo suplantan sino que instauran el mercado.

  • Esto significa que el carácter benefactor del Estado se mantiene, pero han se han desplazado sus destinatarios, puesto que hoy el Estado beneficia al mercado y a sus amos. Y decimos esto porque cuando pensamos en la abdicación y repliegue del Estado esto no debe referirse sólo a sus tendencias intervencionistas en la regulación de la cuestión social, sino que también ha abdicado de la necesidad de imponer límites a la explotación, y por tanto al control de la tasa de ganancia.

  • Lo que queda de acción compensatoria del Estado frente a la cuestión social, recurre a programas de alcance tremendamente limitado respecto a las crecientes necesidades sociales, y se desarrolla para atenuar los efectos de las medidas macroeconómicas, para que éstas puedan desarrollarse con control de la conflictividad social que ellas mismas generan. Responde no a una razón sustantiva sino instrumental, en tanto no se parte del reconocimiento de derechos sociales de la población, sino de la conveniencia de tender mallas de contención frente al conflicto, en lo que se viene llamando ciudadanía asistida, con base en cálculos de costo-beneficio, y con la preeminencia del consumidor por sobre el ciudadano, del control por sobre la promoción y de la piedad y el deber moral por sobre el derecho reconocido.

  • Este nuevo Estado, verdadero rehén del establishment neoconservador, permea velozmente al conjunto de la sociedad, y crea un nuevo sentido común, generando una nueva autointerpretación que se impuso como estrategia dominante de la discursividad. En esta discursividad hegemónica, se ha ido cristalizando la idea de que el Estado es per se mal administrador y mal negociante, que hay que achicar el costo de la política, que la corrupción es producto de la regulación, que la privatización es el único camino para derrotar la corrupción y la falta de competitividad...

  • En esta tarea de instauración de una nueva interpretación social acerca del Estado, además de los medios de comunicación, jugó un papel fundamental también el discurso académico, a través de las corrientes tecnocráticas del pensamiento social, que tienen correlatos muy precisos al interior del campo del Trabajo Social. Se trata de la pretensión del pensamiento único que encuentra su correlato en la intervención técnica, que también manifiesta sus pretensiones de única.

  • El pensamiento tecnocrático, fiel a una lógica descendente que se origina en el Estado y se dirige a la sociedad civil, apela a la racionalidad instrumental en sus decisiones. Esto significa la reducción de la razón a una racionalidad técnica, que selecciona estrategias al margen de la inclusión de otras racionalidades; una racionalidad técnica que transforma los problemas sociales en problemas técnicos de costo-beneficio, cuya solución está en manos de técnicos y al margen de cualquier discusión en el espacio público; una racionalidad técnica que, confundiendo interesadamente orden vigente con orden posible, acota su horizonte a la administración del statu quo, y pretende que la destreza y el buen oficio sustituyan a la conciencia y la voluntad colectiva. Esta racionalidad técnica se expresa en nuestra profesión a través de la neofilantropía, expresión específica, para el Trabajo Social, del neoliberalismo.

  • En el marco planteado, me interesa advertir que a la crisis económica, política, social e institucional, nosotros, como integrantes del campo intelectual, tenemos que hacernos cargo de nuestra propia crisis, que es una crisis de pensamiento., que se expresa como los obstáculos que tenemos las distintas profesiones para prefigurar en el imaginario social un horizonte viable que le otorgue sentido a la posibilidad de un futuro más digno y más amable para todos.

  • Decíamos al comienzo que ha cristalizado una sociedad del terror. Creo que tenemos que cuidarnos de los penosos aislamientos que produce una sociedad victimizada. Tenemos que ser capaces de recuperar nuestras mejores tradiciones, en las que los sujetos con los que trabajábamos no eran víctimas sino que cada uno de ellos representaba para nosotros la idea de un actor fundamental en la construcción de un nuevo orden, no sólo necesitado, sino también deseado por nosotros. Recuperar nuestras mejores tradiciones exige renombrar, resignificar lo que hoy sólo es designado desde la carencia, como pobres, como carenciados, como víctimas cuyo destino, en el mejor de los casos, es la piedad de algún voluntario o la bondad de algún poderoso.

  • Creo que el esfuerzo por superar la crisis de pensamiento se corresponde con el desafío de develar los núcleos teóricos impuestos por el discurso neoliberal, que se pueden sintetizar en la macabra idea de que no hay otra cosa posible, y de que cualquier intento que emprendamos puede empeorar la situación. Esta es la responsabilidad intelectual de la hora, éste es el obstáculo principal a remover en las concepciones hegemónicas internalizadas por nosotros. Es esto lo que nos permitirá replantear la función intelectual, involucrándola en la construcción política cotidiana.

  • Involucrarnos en esa construcción requiere, para el Trabajo Social, pensar la democracia ya no sólo como un Estado de Derecho, sino como una sociedad de derechos. Parece que los piqueteros, las rutas tomadas, las carpas montadas, el caleidoscopio todavía incomprensible de protestas sociales, nos están despertando del letargo producido por la mecedora de la democracia formal. Son esas miles de personas que recuperan su condición de sujetos, que crecen y se multiplican como colectivos organizados al margen de lo instituido –habría que hacer un estudio sobre la cantidad de organizaciones que se autodenominan autoconvocadas, para diferenciarse de todo cuanto existe-.

Es falso suponer que el neoliberalismo se haya consolidado solamente por la vía económica. Su triunfo consiste primordialmente en su capacidad de imposición de los temas en la agenda de debate, en su capacidad para permear al conjunto del sentido común. Cabría quizá preguntarnos, en tanto Trabajadores Sociales, si la propuesta hegemónica, a la que hemos llamado descendente, que termina imponiendo la lógica tecnocrática, es para nosotros una condena ineludible.
Esta lógica descendente ha generado, a mi criterio, una nueva Reconceptualización en nuestro campo. Pero a diferencia de la Reconceptualización de la década de los 70, la actual es postsocialista, conservadora, y sus condiciones de posibilidad están dadas por la ausencia de cualquier visión que presente una alternativa progresista respecto al actual estado de cosas, y que además tenga credibilidad.
Por eso vamos a decir que se trata de un intento conservador de reconceptualización. Rara mixtura de contenidos premodernos y postmodernos, la posición conservadora se expresa en el discurso neofilantrópico, que intenta la reinstauración de una mirada de los problemas sociales expropiados de su carácter relacional y social, y resemantizados nuevamente como accidentes o fatalidades; esta resemantización se completa con el desplazamiento desde una concepción de la intervención social basada en derechos sociales, hacia una concepción de la intervención basada en la piedad y otros deberes morales.
De ahí la fiesta actual del voluntariado y la olimpíada de la beneficencia, que nos retrotrae, con nuevos ropajes, a la prehistoria de la ciudadanía social.

¿Es posible, para nosotros, en tanto profesionales que intervenimos directamente en la cuestión social, replantearnos una utopía, ya no prometeica, sino razonable, que permita reabrir un debate que derrote a la reconceptualización conservadora? Creemos que sí.
Creo que nuestra agenda debería contener aspectos como los siguientes: frente a un Estado que no marcha hacia la sociedad, o lo hace a través de contenidos simbólicos pero sin ningún bien tangible, habría que pensar cómo colaborar en la marcha de la sociedad hacia el Estado. Una sociedad no de beneficiarios o de destinatarios, sino de ciudadanos, y de ciudadanos no sólo en cuanto status legal sino en cuanto actividad deseable y ejercicio, como posibilidad de acceder a las condiciones necesarias para la reproducción de su existencia.
Creemos que la noción y la condición de ciudadanía opera como una interfase entre Estado, mercado y sociedad, y construye sujetos habilitados para producir desde la sociedad civil hacia el Estado, lo cual afecta la manera como se toman las decisiones y también sus prácticas concretas.
La generación de proyectos ascendentes –desde la sociedad hacia el Estado- implica para el Trabajo Social pensar no sólo en términos de Estado de Derecho sino también de Sociedad de Derechos. En primer lugar, abandonar la concepción de los sujetos con los que trabajamos como si fueran víctimas, por lo tanto incapacitados para decidir su propio destino.
Abandonar también la idea de “beneficiario” o “destinatario para reemplazarla por la noción de ciudadano activo, esto es, sujeto de derechos pero también de responsabilidades. Esto significa que en el ámbito de la sociedad civil deberemos colaborar para disponer de ciudadanos a cabalidad. Es decir, de actores que se apropian del marco institucional subyacente, que con su accionar responsable reivindican su participación en la toma de decisiones que afectan su propio destino. Ciudadanos capaces de exigir propositivamente al Estado en correspondencia con la gama de retos que conlleva la coexistencia de lo local, lo nacional y lo global.

La dialéctica entre derechos y responsabilidades ha de jugarse, a nuestro criterio, en cada estrategia de intervención. Articular demandas, propender a la mayor inclusión posible, estructurar propuestas, argumentar, participar activamente en las disputas por otorgarle un sentido a las necesidades sociales y a los modos de enfrentarlas, esto es, participar activamente en los procesos de transformación de un conflicto en una demanda aceptada en la agenda de la administración pública.
Fortalecer el espacio público societal, propugnando el pasaje desde una racionalidad técnica a una racionalidad sustantiva, capaz de generar interlocutores que interactúen en las diversas organizaciones del Estado y la sociedad civil, exige el abandono de la concepción de sujetos receptores y la activación de la concepción de sujetos receptores, emisores y productores de discursos.
Esto es, contribuir a que los sujetos superen la posición de espera y ocupen la posición de interventores. Que abandonen la posición asignada de destinatarios y se constituyan como ciudadanos. En este proceso de redefinición identitaria, es mucho lo que los trabajadores sociales podemos aportar: en primer lugar, ampliar los mecanismos de inclusión social, abandonando viejos criterios clasificatorios estigmatizantes para reemplazarlos por la definición concreta de intereses concretos de sujetos también concretos.
En segundo lugar, colaborar en los procesos de ampliación de la esfera pública, promoviendo la visibilización de las políticas sociales y el control ciudadano de las mismas. Para ello, nuestras organizaciones colectivas, tanto académicas como gremiales, se tornan claves.

Como lo expresa Bourdieu, lo que está en juego es inventar progresivamente una nueva figura de la acción intelectual, en ruptura con los modelos del “intelectual orgánico” o del “compañero de ruta”, capaz de agrupar y hacer circular energías, analizar y hacer circular los análisis, en definitiva, resistir intelectualmente a la hegemonía del pensamiento neoliberal.

Nuestra gente ya lo está haciendo, se está desperezando. Es de esperar que nosotros hagamos lo mismo.

BIBLIOGRAFIA

  • Aquín N.: Las implicancias de la categoría de ciudadanía en la intervención profesional. En Revista Confluencias. Publicación del Colegio de Profesionales en Servicio Social de la Provincia de Córdoba. Enero de 1999.

  • García Delgado, D.: Crisis de representación, nueva ciudadanía y fragmentación en la democracia argentina. En “Desarrollos de la teoría política contemporánea”. Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 1996.

  • Kimlycka W y Waine N.: El retorno del ciudadano. Revista Agora, año 3, Nº 7. Buenos Aires, invierno de 1997.

  • Lozano C. (comp.) Democracia, Estado y Desigualdad. Segundo Encuentro Nacional para un Nuevo Pensamiento. Eudeba, Buenos Aires, 2000.

  • O’Donnell, G.: Estado, democratización y ciudadanía. Revista Nueva Sociedad. Caracas, diciembre de 1993.

NOTAS

1 El presente artículo se corresponde con la exposición realizada con motivo de las XXI Jornadas de Trabajo Social realizadas en Las Termas de Río Hondo, en setiembre de 2001.

2 Parisi, A.: ¿Vale la pena pensar el Estado? En Democracia, Estado y Desigualdad. Libro de Ponencias del Segundo Encuentro Nacional por un Nuevo Pensamiento. Compilador Claudio Lozano.

3 Informe del Banco Mundial. Año 1999.



* Datos sobre la autora:
* Nora Aquín
Docente e investigadora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Córdoba.

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