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Edición N° 22 - invierno 2001

Construcción social vs. apropiación privada. En busca de una epistemología del espacio público.

Por:
Sergio Perdoni
*
(Datos sobre el autor)


La construcción y reconstrucción de las relaciones
espaciales y de la economía espacial global –como
Henry Lefebvre agudamente observa– ha sido uno
de los medios principales que permitieron la
supervivencia del capitalismo en el siglo XX.

David Harvey.
Justice, Nature & the Geography of Difference


Introducción

El presente trabajo tiene como objeto el adelantar algunas conclusiones a las que hemos arribado en el estudio de los procesos de apropiación del espacio público. Estas conclusiones, que por el momento revisten un carácter preliminar, forman parte de un proyecto de investigación que el autor está desarrollando en la actualidad en la Universidad Nacional de La Plata 1 y constituyen a su vez, el punto de partida para la indagación de una particular forma de apropiación privada del espacio público –la gestión privada de servicios públicos–, como marco general de una Tesis de Maestría, próxima a ser presentada.2

En esta instancia, se trata de un avance sobre los principales componentes que hacen a la construcción de un campo teórico-epistemológico adecuado para el análisis de categorías y variables constitutivas de los procesos de privatización de los productos sociales. Desde este punto de vista, nuestras conclusiones alcanzan niveles provisorios por cuanto deberán ser contrastadas en el futuro mediante el análisis de los procesos de privatización de los servicios públicos urbanos, escenario por excelencia de las formas de apropiación capitalista en el marco del actual período histórico de ajuste estructural neoconservador.

Con el objeto de orientar la lectura de este informe, presentamos a continuación las principales hipótesis que guían nuestra investigación:

  1. Los servicios públicos constituyen “condiciones generales para la producción y reproducción capitalista”, y revisten el carácter de “producto social” en tanto son construcciones históricas en su campo material y en su carácter de significante político.

  2. La apropiación de los espacios públicos reviste formas materiales e inmateriales. Ambas formas se solapan y desdibujan entre sí, encubriendo procesos de segregación y desigualdad por lo que, la mirada desde una sola aproximación impide dar cuenta de la verdadera dimensión del proceso.

  3. La gestión privada de un servicio público implica una redefinición de “lo público” en tanto se enmarca en la transferencia de un producto social en una mercancía (capital-privado). La apropiación de este producto social por parte del capital, tiene graves consecuencias para la población en materia de exclusión, segregación y desigualdad.

  4. Toda apropiación del espacio público se oculta tras alguna mediación que dificulta su transparentación en términos de relaciones desiguales. Esta mediación consiste en mostrar como público algo que en última instancia no lo es sino meramente en su enunciado. De este modo, bajo la denominación de "lo público" subyacen fuertes procesos de segregación y desigualdad.

  5. La propia conceptualización de "lo público" como escenario de lo democrático, representativo, igualitario y de interés de toda la sociedad, requiere ser resignificado a la luz de nuevos encuadres teórico-epistemológicos y nuevas formas de exclusión social y desigualdad.

Encuadre epistemológico. Necesidad de resignificación de la categoría espacio.

Entre los distintos recortes disciplinares establecidos en el campo de las ciencias sociales, la Geografía se ha caracterizado por tener un planteamiento epistemológico que parte desde un enfoque espacial de las relaciones sociales. No es esta desde ya la única ciencia dedicada al estudio del espacio o el territorio, pero esta particular forma de mirar a la sociedad constituye desde hace más de un siglo un elemento sustancial del objeto y método de la ciencia geográfica.

Por lo tanto, el espacio social es, en primera instancia un componente que atraviesa los estudios geográficos, cualquiera sea el enfoque teórico, epistemológico o metodológico adoptado. Existe un rasgo de homogeneidad en torno a la aproximación a la categoría "espacio" aún entre enfoques teóricos con marcadas diferencias, y es que las epistemologías construidas en torno de la categoría "espacio" se han basado en una aproximación material 3 al espacio, donde la dimensionalidad constituye su momento categorial por excelencia.4 Esta particular forma de aproximarse ontológicamente a la categoría espacio deviene de un fuerte racionalismo cartesiano aplicado a las ciencias.

Partimos de la idea de que el espacio, tal como fuera concebido por los geógrafos a mediados del siglo XIX, lleva inscripta una fuerte presencia racionalista; en segundo lugar aparece la idea que esa racionalidad es coherente y funcional a la expansión capitalista y sus necesidades de control social.

Sostenemos la idea de una presunta identidad entre espacio y racionalismo, en el marco del momento constitutivo de esta categoría ontológica en el plano del discurso científico durante el siglo XIX.5 En primer lugar, debemos considerar que la racionalidad que atraviesa la lógica espacial es una racionalidad “cartesiana”, puesto que tanto los filósofos como los matemáticos –portadores entonces del saber espacial– siguieron las huellas dejadas por Descartes, y concibieron un espacio geométrico, material y objetivo cuyas coordenadas lo hacían perfectamente aprehensible mediante el uso del instrumental racionalista.

Según Lefèbvre, esta manera de pensar el espacio no fue la única, pero sí la utilizada por los filósofos, quienes, apropiándose del espacio (y del tiempo):

“los hicieron parte de su dominio, y lo hicieron en forma bastante paradojal. Crearon espacios ‘indefinidos’ de espacios: espacios no-euclidianos, espacios curvos, espacios no-dimensionales (incluso espacios con una infinidad de dimensiones), espacios de configuración, espacios abstractos’, (...).”6

Este espacio construido desde la racionalidad sirvió de marco para el pensamiento occidental a partir del siglo XIX y, como tal, prevaleció en los discursos y las ideas que impregnaron a la geografía y al conjunto de las ciencias sociales desde entonces hasta nuestros días. Dice al respecto Derek Grégory: en el transcurso del siglo diecinueve las concepciones dominantes del espacio instalaron dentro del imaginario político de occidente una presunta identidad entre “racionalidad” y “espacio”; uno inscripto dentro del otro. 7

Esta identidad, en el marco del proyecto modernista, deviene de las necesidades de un capitalismo que se hallaba en plena etapa expansiva, pero que estaba siendo profundamente cuestionado.8

Un espacio racional es un espacio ordenado, un espacio material es un espacio tangible y, por lo tanto, controlable; de hecho, la conquista y el control del espacio requieren, antes que nada, que éste sea concebido como un elemento usable, maleable y, por lo tanto, capaz de ser dominado por la acción humana. Debemos dejar por sentado que la capacidad de manipulación del espacio no está en manos de cualquier individuo o grupo social, sino que es utilizada por la clase dominante.9

Para Harvey, tanto el tiempo como el espacio son fuentes de poder social y como tales en las economías monetarias en general, y en la sociedad capitalista en particular, el dominio simultáneo del tiempo y del espacio constituye un elemento sustancial del poder social que no podemos permitirnos pasar por alto.10

Desde este marco, Harvey encuentra que, en los albores del modernismo, las epistemologías que dominaron el espacio no tenían otro objetivo que la búsqueda del control social del espacio:

“El perspectivismo y el trazado matemático de los mapas lo consiguieron como una concepción abstracta, homogénea y universal del espacio, un marco de pensamiento y acción que resultaba estable y discernible. La geometría euclidiana proporcionó el lenguaje básico del discurso. Por su parte, los constructores, ingenieros, arquitectos y administradores de tierras demostraron que las representaciones euclidianas del espacio objetivo podían convertirse en un paisaje físico espacialmente ordenado. Mercaderes y terratenientes utilizaron estas prácticas para sus propios fines de clase, mientras que el Estado absolutista (con su preocupación por los impuestos a la tierra y la definición de su propio campo de dominio y control social) usufructuaba de la capacidad para definir y producir espacios con coordenadas espaciales fijas.”11


No en vano la geometría se constituyó en la ciencia del espacio por excelencia. La propiedad privada del espacio (el espacio-objeto-mercancía)12 necesita contar con un espacio “mensurable”, capaz de ser delimitado y, en consecuencia, apropiado formalmente (racionalmente); de ahí que la parcelación del espacio (tanto urbano como rural) responda a formas geométricas.

No existe ejemplo más claro sobre las “virtudes” que el racionalismo aplicado al espacio material poseen para el control social, que la traza de calles y espacios públicos en las ciudades de la modernidad (como La Plata), o las reformas que los “nuevos urbanistas” producían sobre el trazado de las ciudades medievales (como París). Probablemente sea el nombre del varón Von Haussmann, el arquetipo modernista de las “prácticas espaciales brutales y autoritarias” –epíteto que Lefébvre dedicó también a Le Corbusier, arquetipo y arquitecto del racionalismo13:–, cuyos asistentes –los geómetras urbanos–, segregaron a los barrios obreros y pobres del norte y noroeste de la ciudad mediante la traza de los bulevares que hoy otorgan fama a la capital francesa.
Estos bulevares crearán un muro de vehículos, tras los cuales se hallarán fragmentados los distritos pobres.
Pero la intervención urbanística no se limitaba a una configuración “separatista” (como podemos apreciar en nuestros días en los cada vez más numerosos country clubes y barrios cerrados, cuyo aislamiento y “diferencia” son tan profusamente publicitados) sino que la propia traza estaba inspirada en las necesidades de control. En efecto, el ancho de las calles y avenidas estaban calculados teniendo en cuenta los temores de Napoleón III a la movilidad de la multitud sublevada, permitiendo que dos vehículos del ejército se desplazaran en paralelo y posibilitando que la milicia disparara hacia ambos lados de la calle.

Las consecuencias que tuvieron los acontecimientos de París de 1871 –por las dificultades que tuvieron las tropas para llegar al centro de la ciudad–, sobre las teorías racionalistas de configuración urbana, pueden ser perfectamente apreciadas en el trazado de la ciudad de La Plata.

Las famosas diagonales que Benoit trazó para la nueva capital de la provincia responden a los criterios estéticos y urbanísticos de la época, pero esta estética, como cualquier forma de producción cultural, no es ajena a las condiciones materiales sobre las que se constituye. Las posibilidades de movilizar a las tropas rápidamente desde cualquier punto de la ciudad es una impronta que se manifiesta claramente en “la ciudad de las diagonales”, inclusive cuando los procesos sociales de aquella época no presentasen síntoma alguno que pudiera dar cuenta de la posibilidad de movilizaciones populares.

Por otra parte, el racionalismo aplicado al espacio establece un control sobre el propio espacio, con el objeto de potenciar las capacidades reproductivas del capital, al tiempo que permite el control social a través del espacio. Michel Foucault, quien ha estudiado la estrecha vinculación entre espacio y disciplinamiento social, analiza dos conjuntos conceptuales que establecen las bases del encauzamiento. Por un lado, lo que denomina “el arte de las distribuciones”, consistente en una serie de técnicas vinculadas a la distribución de los individuos en el espacio (desde una doble perspectiva material y simbólica) y, por otro lado, la teoría del panoptismo como arquitectura de vigilancia, donde la distribución de los espacios y, por ende, de los individuos contenidos en y por dicho espacio, se concibe como un factor de suma eficacia para el control y disciplinamiento de la sociedad.14

Ruptura y nuevo paradigma

De unos años a esta parte las ciencias sociales en general han comenzado a plantear la necesidad de incorporar a la espacialidad con mayor énfasis en el análisis de la sociedad: "En lo que, estoy convencido, puede ser eventualmente considerado uno de los más importantes desarrollos intelectuales y políticos del siglo XX, una creciente comunidad de ciudadanos y eruditos ha comenzado, tal vez por primera vez, a pensar acerca de la espacialidad de la vida humana en el mismo sentido con que persistentemente nos hemos aproximado a las que se han revelado intrínseca y profundamente cualidades sociales e históricas de la vida: su historicidad y su socialidad." 15

Lo que aparece en este caso como significativo es que las nuevas modalidades de aproximación a la espacialidad y por lo tanto a la sociedad, tratan de hacerlo desde encuadres epistemológicos que superan la tradicional visión racionalista del espacio, esto es: la búsqueda en la constitución de un espacio sustentado en componentes materiales (objetivos) e inmateriales (subjetivos). Se plantea, por lo tanto la necesidad de construir un abordaje científico del espacio geográfico que de cuenta de esta transversalidad entre componentes gnoseológicamente diferentes pero que remiten a una única instancia ontológica.

Quien inauguró esta reteorización crítica fue sin duda Henri Léfebvre, cuya obra La production de l´espace debe considerarse el punto de partida de numerosas y fecundas conceptualizaciones acerca de la producción social del espacio, y su interrelación dialéctica con otros componentes de la vida social.

Justamente, Léfebvre construye su complejo teórico partiendo de una crítica antirracionalista. Si bien establece un momento de constitución del espacio como categoría objetiva –en manos de filósofos y matemáticos–,­ plantea que esta racionalidad contenida en el espacio ha desaparecido por su propio devenir histórico. El espacio ha tomado, dentro de la realidad y el modo de producción actual, una suerte de independencia, una clase de realidad propia: Las fuerzas sociales y políticas (del Estado) que engendraron este espacio ahora buscan dominarlo completamente, pero fallan; la misma acción que ha empujado la realidad espacial hacia una suerte de autonomía ingobernable, ahora se esfuerza por regresarla a tierra, para entonces engrillarla y esclavizarla.16

El hablar de una racionalidad del espacio plantea, a su vez, dos supuestos que deseamos aclarar; el hecho de que esta racionalidad se instrumentara con el objeto de controlar al espacio no significa necesariamente que todo espacio es racional. Es justamente este punto uno de los argumentos esgrimidos desde el posmodernismo crítico –como en el caso de Fredric Jameson–, en el sentido que las conceptualizaciones racionales (¿racionalistas?) permiten ese control porque lo presuponen.

El segundo supuesto es que el espacio es siempre racional (y, por lo tanto, material, objetivo y definido en términos de conciencia). Esto concepción implicaría ignorar una serie de corrientes dentro de la ciencia –en particular la psicología–, que postula la existencia de un espacio mental (o ideal, o imaginario, o subjetivo, o cognitivo, con una carga inconsciente) y que tuvo entre sus autores más conocidos para los estudios urbanos a Kevin Lynch.17

Lo que las teorizaciones pos-modernas (¿pos-racionalistas?) han llegado a plantear, como en el caso de la de Léfebvre,18 es justamente el fracaso de esa racionalización, reemplazándola por –o, mejor dicho, deconstruyéndola a partir de–, un espacio que contiene elementos racionales-objetivos (materiales) a la vez que elementos subjetivos (inmateriales), pero superando también la visión dualista o binaria de los enfoques objetivista-materialista y subjetivista-idealista que están tan arraigados en las ciencias del hombre.

Por otra parte, estamos habituados a definir el espacio como un producto social o, en todo caso, el espacio (social) como producto (social). Podemos coincidir también en que el espacio social abarca tanto lo físico (objetivo) como lo mental (subjetivo). Sin embargo, más allá de la mera enunciación del espacio (social) como producto (social), que raya lo tautológico, esta proposición no es tan fácil de afirmar en términos de prácticas científicas (o sociales) concretas, ya que ese hecho se halla encubierto, siguiendo nuevamente a Léfebvre, por una doble ilusión: por un lado, la ilusión de transparencia, y, por otro, la ilusión realista. La fusión/superación que hace Léfebvre del espacio físico (objetivo) y del mental (subjetivo) se enmarca en la crítica de esta doble ilusión.

La ilusión de transparencia consiste en pensar al espacio como algo luminoso, inteligible:

“La ilusión de transparencia va de la mano con una visión del espacio como inocente, como libre de trampas o lugares secretos. Algo oculto y disimulado –y por eso peligroso–, es antagónico a la transparencia bajo cuyo reino todo puede ser alojado por una sola mirada de ese ojo de la mente que ilumina cualquier cosa que contempla.” 19

Esta ilusión deviene necesariamente en un subjetivismo extremo y tal subjetivismo reduce el conocimiento espacial a un discurso sobre el discurso, que puede llegar a ser potencialmente rico, pero que, al mismo tiempo, está lleno de presunciones ilusorias de que lo que se imagina define la realidad del espacio social.

Contrastando con esto, la ilusión realista es la ilusión de la simplicidad natural: el producto de una actitud ingenua rechazada hace tiempo por filósofos y teóricos del lenguaje, en varios campos y bajo varios nombres, pero principalmente debido a su apelación a la naturalidad, al substancialismo.20 Justifica en exceso al mundo bajo un materialismo o empirismo naturalista, en cuyo pensamiento las “cosas” tienen más realidad que los pensamientos.

Ambas ilusiones son presentadas por Léfebvre fundamentalmente para descanonizar al discurso, por una parte, y a los empirismos ingenuos y los reduccionismos materialistas, por otra, como prácticas capaces de dar cuenta –y sobre todo de transformar–, las relaciones sociales.21 El mecanismo que Léfebvre usa para romper con estas epistemologías binarias es la búsqueda de la alteridad: uno/otro/el otro.

“El pensamiento reflexivo, por lo tanto filosófico, insistió durante mucho tiempo en las díadas. Las de lo seco y lo húmedo, de lo grande y lo pequeño, del orden y el desorden, de lo finito y lo infinito, en la antigüedad griega. Luego las que constituyen el paradigma filosófico de Occidente: sujeto-objeto, continuo-discontinuo, abierto-cerrado, etc. Por último, en la época moderna las oposiciones binarias del significante y el significado, del saber y del no saber, del centro y de la periferia, etc.(...)

Por donde quiera que lo infinito se une a lo finito hay tres dimensiones, por ejemplo las del espacio, las de la música (melodía, armonía, ritmo), las del lenguaje (sintagma, paradigma, simbolismo), etc.

¿Hay acaso alguna relación de dos términos que no sea en la representación? Siempre somos tres. Siempre hay el Otro.”22

Esta búsqueda de alteridad permite superar el binarismo no por el simple agregado de un tercer término (ni siquiera por ese tercer término de la dialéctica: la síntesis), sino bajo el imperativo de que cada término contiene a los otros dos y, fundamentalmente, bajo esa especie de axioma de la alteridad: siempre hay el Otro.

Partiendo de la premisa de que el espacio (social) es un producto (social), pero con la condición de renuncia a ambas ilusiones, Léfebvre analiza los distintos momentos que aparecen en la formulación de un conocimiento del espacio (o mejor dicho, de la producción del espacio), elaborando una tríada conceptual a la que regresa a lo largo de toda su obra. Recordemos que la búsqueda de alteridad impide compartimentar cada uno de estos momentos; es más, cada uno contiene y refuerza a los demás:

  1. Prácticas espaciales: abarcan las esferas de la producción y reproducción, y las situaciones particulares y características de los conjuntos espaciales de cada formación social:
    • “La práctica espacial de una sociedad esconde el espacio de esa sociedad; lo propone y presupone, en una interacción dialéctica; lo produce despacio y de forma segura en tanto lo domina y se apropia de él. Desde el punto de vista analítico, la práctica espacial de una sociedad, se revela a través de descifrar su espacio.23

  2. Representaciones del espacio: están ligadas a las relaciones de producción y al “orden” que esas relaciones imponen, y, por ello, al conocimiento, a los signos y a los códigos. Es el espacio conceptualizado, el espacio de…
    • “…científicos, planificadores, urbanistas, agrimensores tecnocráticos e ingenieros sociales, así como un cierto tipo de artistas con una inclinación científica –todos los cuales identifican lo vivido y lo percibido con lo concebido.”24

  3. Espacios de representación: incluyen simbolismos complejos, a veces codificados, a veces no, unidos al lado clandestino o subterráneo de la vida social, como así también al arte:
    • “El espacio como directamente vivido a través de sus imágenes asociadas y símbolos, y el espacio de ‘habitantes’ y ‘usuarios’, pero también de algunos artistas y quizás de aquellos que, como unos pocos escritores y filósofos, describen y aspiran a hacer nada más que describir. Éste es el espacio dominado –y por ello pasivamente experimentado–, que la imaginación busca cambiar y apropiarse. Recubre al espacio físico y hace uso simbólico de sus objetos.” 25

Edward Soja toma de Léfebvre estos conceptos fundamentales y construye a partir de ellos una reteorización acerca de la sociedad en general y del espacio y su epistemología en particular. Partiendo de la noción de alteridad, postula una nueva conceptualización de la sociedad en lo que denomina una trialéctica ya que, según expresa, el pensamiento que tenemos acerca del mundo ha venido constituyéndose dialécticamente sobre dos elementos: historicidad y socialidad (tiempo y ser) en detrimento de la espacialidad (espacio):

“Si bien en principio resulta una afirmación ontológica, la trialéctica de la Espacialidad, Historicidad y Socialidad (términos que sintetizan la producción social del Espacio, Tiempo y Ser en el mundo) se aplica a todos los niveles de formación del conocimiento, desde la ontología hasta la epistemología, construcción de teorías, análisis empírico y práctica social.”26

De este modo, Soja continúa la línea de trabajo iniciada hace algunos años, en la búsqueda de la reafirmación de la espacialidad de la vida social, lo que le ha valido la acusación de “reduccionista espacial” al proponer la construcción teórica de un “materialismo geográfico”:

“En la reinterpretación del espacio y del tiempo, espacialidad e historia –aspecto tan prominente de la teoría social crítica contemporánea–, está la base para la formulación de un materialismo histórico y geográfico, una formulación más completa y equilibrada de un materialismo dialéctico que incluya a la historia y la geografía humana en tanto productos sociales, fuentes de conciencia política y campos de acción de la lucha social localizada.”27

Esta es la base de una nueva teorización acerca de la relación entre sociedad y espacio. Soja afirma categóricamente que la espacialidad no puede ser comprendida y teorizada de manera apropiada, separadamente de la sociedad y de las relaciones sociales y, de manera inversa, que la teoría social debe poseer de manera central una dimensión espacial abarcadora.28

En efecto, también desde algunas de las posiciones más respetadas de la sociología se postula la necesaria articulación dialéctica entre sociedad y espacio o, en palabras de Harvey, la conjugación de la “imaginación geográfica” con la “imaginación sociológica”.

Dice al respecto Anthony Giddens:

“No sólo los individuos tienen ‘posturas’ unos en relación con otros: las tienen también los contextos de interacción social. Para el examen de estas conexiones que conciernen a la contextualidad de la interacción social, son muy esclarecedores el enfoque y las técnicas de geografía histórica que ha elaborado Hägerstrand. La geografía histórica tiene también por interés principal la situación de los individuos en un espacio-tiempo pero concede particular atención a restricciones impuestas a la actividad por las propias propiedades físicas del cuerpo y los ambientes en que se mueven los agentes.
Pero estas referencias son sólo uno de los aspectos bajo los cuales la sociología puede extraer partido de los geógrafos. Otro aspecto es la interpretación del urbanismo que -sostengo- tiene un papel básico por desempeñar en teoría social; y, desde luego, una sensibilidad general hacia el espacio y el lugar alcanza una importancia todavía mayor.”29

Aparece entonces con claridad la reafirmación de la espacialidad como componente fundamental de las relaciones sociales y no ya meramente –como se sostenía (y aún hoy se lo hace)–, al espacio como soporte o reflejo de otras relaciones sociales.

Espacio público

Así como la Geografía y las ciencias que se ocupan del espacio en general (como la economía espacial, el urbanismo, etc.) han basado tradicionalmente sus epistemologías en un espacio constituido material, racional y objetivamente, existe un campo de la espacialidad social abordado mayormente desde otros recortes disciplinares donde la aproximación epistemológica ha partido desde enfoques sustancialmente diferentes, por lo general independientes y no articulados: nos referimos al campo del Espacio Público.

Una de las interpretaciones del espacio público refiere a un ámbito de la sociedad en el que se discierne acerca de cuestiones que son de incumbencia de toda la comunidad. Es un ámbito de comunicación, de diálogo, y por ende de participación; es –siempre en este sentido– un espacio "vacío", que debe ser llenado por la comunidad mediante un aporte que por lo general consiste en "decir algo" acerca de esas cuestiones de índole común (y por eso comunitarias). Ese aporte consiste en la opinión de los miembros de la comunidad. De ahí que esta noción de espacio público esté estrechamente ligada a la de opinión pública.

Esta primera caracterización -si bien superficial- del concepto de espacio público tiene sus manifestaciones más explícitas en el ámbito de los medios de comunicación, incluyendo todas las posibles alternativas que este conjunto designa, los medios masivos (o mass media): radio, TV. prensa escrita, pero también, las muchas otras y diferentes formas que tienen los hombres de comunicarse entre sí o con el resto del mundo: el lenguaje (hablado, escrito, gestual) así como el lenguaje del arte, la música, la danza, el teatro, el cine, la poesía, la fotografía, la escultura, la arquitectura, etc.

El hecho de que habitualmente pensemos en los medios de comunicación sólo como aquellas estructuras que producen y difunden "información" a través de canales en cierto modo estandarizados y formales -medios de prensa o difusión, nos habla por un lado de la imposición en la sociedad de una idea creada por los grandes intereses asociados a ese tipo de medios y, por otra parte (consecuentemente), de una apropiación de ese ámbito que pareciera ser público (es decir, como opuesto a lo privado) justamente por parte de sectores ligados a intereses privados.
Al mismo, tiempo existe una cierta apropiación (ligada a cierto sentido de identificación) por parte de sectores que encuentran en los medios masivos un espacio de pertenencia, un lugar donde se los escucha y se los "atiende", sin la burocracia propia de las instituciones del Estado: "La escena televisiva es rápida y parece transparente; la escena institucional es lenta y sus formas (precisamente las formas que hacen posible la existencia de instituciones) son complicadas hasta la opacidad que engendra la desesperanza."30

Esta aproximación a la idea de espacio público tiene su origen en la Europa moderna en relación a la lucha contra los Estados despóticos mediante el uso de nociones tales como "lo público", "virtud pública", "opinión pública" etc., como armas en apoyo de las libertades de los "ciudadanos" frente a las arbitrariedades del poder real y de la nobleza. Su devenir histórico hasta nuestros días es consistente con el ascenso de la burguesía y la doctrina liberal: Hablar de ‘lo público’ era dirigirse contra los monarcas y cortes sospechadas de actuar arbitrariamente, abusando de su poder y fomentando sus intereses propios y ‘privados’ a expensas del Reino. 31

Cuando encontramos en los orígenes del concepto de "lo público" una referencia a la lucha contra el poder del estado en el (nuevamente supuesto) nombre del interés general, observamos que, en definitiva, no ha habido en nuestros días sino una reformulación aparente de los contenidos que el concepto designa, ¿o acaso no hemos escuchado hablar miles de veces acerca de la libertad de prensa como garantía frente a las arbitrariedades del Estado? En este sentido el carácter público de la comunicación a nivel de masas (en el sentido de responder a verdaderos intereses generales, en el supuesto caso de que éstos existieren) está atravesado -en términos de Léfebvre- por la ilusión de transparencia.32

Anteriormente mencionábamos que el espacio público puede remitir a dos epistemes claramente diferenciadas, al menos en lo que hace a su visualización en términos de sentido común. La segunda corresponde a la idea del espacio público como aquella "parcela" del espacio material que se conforma por el uso o por la norma como perteneciente a toda la comunidad/sociedad, particularmente a través de las posibilidades de su uso, aprovechamiento, accesibilidad, disfrute, permanencia, etc.
Como simples aproximaciones a esta caracterización podemos mencionar los "lugares de uso público" como calles y veredas, los "paseos públicos" como plazas, parques, etc., aquellos sitios donde se producen y reproducen vínculos sociales como la escuela, la universidad, etc., también aparecen aquí algunos sitios de recreación como lugares turísticos, áreas costeras y de playa, Parques Nacionales, etc.

Esta conceptualización del espacio público como lugar o territorio material de uso público encuentra en sus orígenes los campos de uso común o público que rodeaban las tierras de los señores feudales y que fueran utilizadas por los campesinos-vasallos para el pastoreo de sus animales. Entre las formas más utilizadas estaban las conocidas configuraciones del openfield (en Inglaterra) y bocage (en Francia).

Tras la caída del sistema feudal y con el advenimiento del capitalismo, la representatividad del pueblo a través de sus gobernantes como forma política trae aparejado también el traspaso del usufructo de las tierras públicas a la órbita del Estado, como "representante" o "depositario" de los intereses y deseos del pueblo que delega en éste su soberanía.

En ambas epistemes (espacio "geográfico/público", espacio "material/inmaterial", "objetivo/subjetivo") aparece una noción que, entendemos, no puede ser abordada desde una epistemología restringida a alguno de los dos campos mencionados (el material-objetivo y el ideal-subjetivo): es la noción de apropiación del espacio público.

La apropiación de lo público. Producto social privatizado

La indagación realizada nos ha llevado a la definición de un ámbito de apropiación del espacio público que se halla determinado por los procesos de apropiación privada de objetos y significantes de origen público. Donde aparece con mayor sentido la idea de “lo público” es en el campo de los servicios urbanos y de allí que las privatizaciones de servicios públicos remite a una de las formas más significativas de apropiación del espacio público.
Cualquiera sea el servicio (saneamiento, comunicaciones, transporte, red vial, salud, educación, seguridad, etc.) y cualquiera fuese su forma jurídica (concesión, permiso, licencia, transferencia, contrato, etc.) subyace siempre un concepto de público que remite a la idea de un servicio brindado a toda la sociedad y cuyo interés reside –fundamentalmente– en satisfacer una necesidad pública.

Esta noción de lo público asociado al desempeño del Estado, y su correspondiente resignificación a la luz de las transformaciones recientes en torno al ejercicio del poder político y la reestructuración del sistema capitalista internacional, deben ser considerados como un elemento estructurante en la comprensión de los procesos de apropiación del espacio público. Esto nos ha llevado a indagar acerca de los procesos de reformulación y reestructuración del Estado y las implicancias de dichas transformaciones en la constitución de lo público y la ciudadanía.

En el discurso político de nuestros días y, particularmente, desde ciertos ámbitos académicos, suele hablarse acerca de “el achicamiento del Estado”, “el retiro del Estado de sus funciones habituales”, etc., con relación a las nuevas modalidades formales, institucionales y políticas que adquirió el aparato estatal desde mediados de la década de los ochenta y que significó –en sentido amplio– la ruptura del modelo construido desde los treinta y, con mayor énfasis, en la segunda posguerra, al calor de las políticas keynesianas conformando uno de los pilares del régimen de acumulación fordista, denominado “Estado benefactor”.

En efecto, la conjugación de una serie de procesos político-económicos desde principios de siglo (revolución rusa, crisis del 29, ascenso de regímenes totalitarios) conllevó la necesidad de reformular al Estado, no porque necesitase ser legitimado en sí mismo –no hay necesidad de tal cosa, no hay capitalismo sin Estado– sino porque dichos acontecimientos configuraron la ruptura de la legitimación que había sido construida a lo largo del siglo XIX.

La forma que tomó está reformulación –materializada en regímenes políticos concretos–, consistió en la construcción de un entramado político-económico basado en dos pilares fundamentales: un acuerdo político que garantizase la democracia de masas, el sistema de partidos y la inclusión de corporaciones (empresarios y sindicatos); y una política económica sostén de dicho acuerdo, que consistió en la intervención estatal para lograr el pleno empleo y una inflación controlada, a través de las políticas de administración de la demanda.

El Estado tomó entonces la forma de un aparato capaz de sostener los componentes de dicho acuerdo que implicaba: para la izquierda y los sindicatos, el no cuestionamiento de la propiedad privada de los medios de producción, así como el respeto de las relaciones laborales establecidas al interior del sistema productivo; y, para la derecha, el no cuestionamiento de la utilización de los recursos públicos en políticas sociales que le permitiesen administrar la demanda.

Esta compleja ingeniería política estuvo articulada en un todo y funcionalmente con el paradigma tecnológico imperante y las formas de relación capital-trabajo, dando lugar a una conjunción coherente de formas de regulación denominada “fordismo”.

Desde este marco, hablar de la crisis del estado benefactor es hablar de la crisis del fordismo. Ahora bien, tanto los regulacionistas como autores que suscriben a otros enfoques33, difieren en cuanto a la forma que ha adoptado del régimen de acumulación a escala internacional tras la caída del régimen fordista, pero coinciden en que sea lo que sea o llámese como se llame el nuevo modelo, evidentemente no es más lo que alguna vez se llamó fordismo.

Sin embargo, pareciera que no sucede lo mismo con el Estado benefactor o, para ser más precisos, con la categoría “Estado” en general. Volviendo a lo enunciado en los párrafos anteriores, el Estado ¿se ha “achicado”?, es decir, es el mismo Estado, pero con una forma o un tamaño diferente?. Daría la sensación que estamos nombrando de igual forma a algo que es sustancialmente diferente, llamando con el mismo nombre a cosas diferentes. Probablemente no haya otra opción por el momento que seguir llamándolo así –Estado– pero nos parece que necesitamos reconstruir –si no un nuevo nombre– al menos una limitación categorial que de cuenta de qué estamos hablando cuando hablamos de Estado.

Aunque la posibilidad de construir una nueva categoría del concepto “estado” excede el marco de este análisis parece al menos necesario reflexionar en torno a las transformaciones más importantes producidas en torno a lo que alguna vez denominamos Estado-nación y cuáles son sus principales implicancias en términos de construcción de escenarios de lo público y las representaciones que de estos se hacen los actores sociales.

Estado, capital y territorio (significación-configuración-materialización)

Los Estados en la actualidad, no se diferencian mucho de lo que podríamos denominar el momento constitutivo de los Estados-nación capitalistas por cuanto tienen claramente una referencia territorial, están asociados a una idea de territorio que, en sus límites, diferencia a un estado de otro estado. Es evidente que, más allá que todas las transformaciones que trae aparejada la idea de “globalización”, esta asociación entre “estado” y “territorio” no ha sufrido modificaciones, al menos en el plano formal.

Sin embargo, mucho se discute en cuanto al poder que dichos estados tienen para ejercer un control real sobre un territorio. Por un lado, aparece el argumento de los organismos “supranacionales” (FMI, ONU, etc.) que constituirían órganos de gobierno que someten a los estados nacionales a sus designios; o, tal vez con una simplificación aún mayor, los estados nacionales han perdido poder debido a la “globalización”:

“vivimos ahora en un mundo sin fronteras, en el que el Estado-nación se ha convertido en una ‘ficción’ y los políticos han perdido todo poder efectivo.”34

Estas afirmaciones, cuando no consisten lisa y llanamente en discursos de derecha tendientes a ejercer influencia sobre la opinión pública o sobre la clase política en procura de un mayor liberalismo –cuando no directamente en favor de alguna corporación en particular–, presentan al menos el siguiente interrogante: ¿hablamos de todos los Estados?, ¿hablamos del “Estado” en general, como algo único e indiferenciado?.

Coincidimos con Holloway, cuando afirma la importancia de interrogarse acerca del porqué de esta idea de unidad/homogeneidad cuando se habla del Estado:

“Los Estados parecen ser entidades separadas bien definidas, y sin embargo hablamos de la reforma del Estado o la crisis del Estado como si hubiera uno solo, asumiendo algún tipo de unidad entre eso que parece estar separado.”35

En nuestro caso, nos interesa en particular preguntarnos si existe tal cosa como el Estado, con algún sentido de universalidad y, por otra parte, ¿le cabe entonces el mismo concepto al Estado benefactor y al Estado neoconservador?

Trataremos de responder a estos interrogantes partiendo de una definición un tanto restringida: el Estado como garante de la reproducción del conjunto del capital.

Ya hemos dicho de qué forma operó el conjunto de políticas estatales en articulación con los demás vectores del sistema productivo durante la etapa fordista, lo que debemos ahora remarcar, es que este conjunto de acciones tuvo como sustrato un territorio, particularmente, el territorio del Estado-nación:

“… el eje de la acumulación durante el fordismo había requerido del autocentraje estatal, constatando que, más allá de sus posibilidades de movilización cuando adopta las formas de capital-dinero, o capital-mercancía, el capital productivo (esto es, la capacidad de producir excedentes) se valoriza sobre un espacio territorial.”36

En efecto, las tres formas que adquiere el capital en su proceso de circulación: capital-dinero, capital-mercancía y capital productivo (materias primas, maquinarias y fuerza de trabajo) se relacionan en forma inversamente proporcional con el tiempo y el espacio. De este modo, el capital-dinero circula a altas velocidades y prácticamente no tiene arraigo alguno en el territorio, en tanto que el capital transformado en medios de producción tiene una movilidad mucho más lenta producto de su necesaria inserción territorial; finalmente, el capital mercancía se encuentra en un punto intermedio por cuanto encuentra ciertos obstáculos a su movilidad territorial (aunque más no sea la necesidad de ser transportado) y por lo tanto su circulación presenta cierta lentitud.

Por cuanto los Estados nacionales pugnan hoy por capturar porciones de capital global lo más grande que les sea posible, aparece la contradicción entre la inmovilidad de los estados y la altísima movilidad del capital global:

“Mientras los Estados nacionales son sólidos, el capital es esencialmente líquido, fluyendo a cualquier lugar del mundo para obtener la mayor ganancia.”37

Sin embargo, como hemos visto, no todas las formas que asume el capital pueden moverse con semejante facilidad y rapidez. El capital productivo necesita asentarse territorialmente y por lo tanto, tiene una movilidad menor. Pero al mismo tiempo, es el único capaz de generar excedentes. De modo que, lo que puede ser ”útil” para una fracción de capital o para un Estado en particular no lo es necesariamente para el capital en su conjunto. El Estado debe “comportarse” de manera tal que asegure la reproducción del capital en su conjunto y la reproducción del capital en su conjunto depende, de manera crucial, de su transitoria inmovilización en la forma de capital productivo38. Aparece entonces una doble contradicción: por el lado del capital global, una necesaria libertad de movimiento en oposición a una necesaria inmovilización con el objeto de generar plusvalor; por el lado del Estado, garantizar la circulación del capital global, frente a la necesidad de producir “rugosidades” que le permitan capturar una parte del capital circulante (y “mejor” aún si es capital productivo).

Bajo este punto de vista, podemos concebir al proceso de “reforma del Estado” (o la constitución de lo que denominamos “Estado neoconservador”) como el proceso permanente de adaptación/ruptura de la contradicción entre Estados-nación territorialmente arraigados frente al capital global espacialmente libre.

Puesto que durante el período fordista el capital tuvo mayores obstáculos para movilizarse y la forma capital productivo generó las mayores tasas de ganancia (en el marco de mercados de masas en expansión), el Estado se constituyó en torno a los tres elementos ya descriptos (acuerdo político, política económica y articulación con el régimen fordista) que giraban evidentemente en condiciones “nacionales” de producción y que a su vez garantizaban la reproducción del capital en su conjunto.

Está claro que esta forma de regulación estatal no fue homogénea ni carente de conflictividad, pero permitió un desarrollo de la producción capitalista que no tuvo parangón en la historia.

La forma que adquiere el Estado neoconservador parece ser sustancialmente diferente. ¿Lo es? No, si lo consideramos desde el punto de vista de las estructuras que crea y organiza para asegurar la reproducción del capital. Sí, si consideramos que la gran transformación procede de la necesidad de adaptarse a los nuevos caminos que tomó el capital, una vez que se hubo liberado de las ataduras a que estaba sometido.

Ciudadanía, política y mercado

La forma en que el Estado se materializa, esto es, un régimen político concreto, necesita construir una legitimidad que permita, ante todo, su propia reproducción. Una de las formas de esa legitimidad en los países donde está plenamente generalizada la mercancía, en donde la fuerza de trabajo es mercancía, en su totalidad y plenamente, la fuente de legitimación denominada legitimación mercantil está dada por la capacidad de cada régimen político de garantizar un acceso libre e igualitario a las mercancías.

Esto trae aparejado una fuerte identidad entre ciudadanía y consumo, y permite dar cuenta que el mismo proceso de desterritorialización que presenta el capital global opera en la construcción de sentidos políticos: lo que legitima al poder político en última instancia no es el Estado sino el capitalismo que este Estado garantiza. Nuevamente aparece aquí la contradicción entre procesos de fuerte contenido territorial y movimientos de escala global.
No olvidemos que el poder político se sigue ejerciendo en mayor o menor medida sobre un territorio definido y que la base del poder político en regímenes democráticos (democracia y capitalismo parecen estar cada día más fuertemente asociados) está en los votos de los ciudadanos (aquellos que tienen derechos adquiridos en virtud de su lugar de nacimiento, etc.); pero por otra parte, la legitimidad reside en garantizar la reproducción de un capital que no reconoce fronteras ni nacionalidad: el dinero no reconoce sentimientos personales ni nacionales.39

El concepto de ciudadanía remite entonces a una idea ligada muy fuertemente al espacio (o mejor dicho a un espacio en particular: el territorio nacional). Los ciudadanos que habitaban la Polis en la antigua Grecia eran aquellos que habitaban la ciudad y por ello eran quienes participaban en la escena política. Pero el sentido de ciudadanía en nuestros días trasciende aquel origen para convertirse también en un sentido de identidad:

"Ser ciudadano no tiene que ver sólo con los derechos reconocidos por los aparatos estatales a quienes nacieron en su territorio, sino también con las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia y hacen sentir diferentes a quienes poseen una misma lengua, semejantes formas de organizarse y satisfacer sus necesidades." 40

Pero ese sentido de representación a través de la identidad, del sentido de pertenencia y de diferencia, de territorialidad (nacional, étnico, barrial) ha sido socavado, en la misma magnitud en que fuera socavada la idea del Estado (y junto con éste el de nación) como ámbito de reconocimiento de pertenencia por parte del pueblo. No sólo el Estado se manifiesta ineficiente para asumir la identidad de un grupo social, también la política aparece como desacreditada en la tarea de organizar las relaciones entre los grupos sociales.

“Hasta hace pocos años se pensaba como alternativa la mirada política. El mercado desacreditó esta actividad de una manera curiosa: no sólo luchando contra ella, exhibiéndose más eficaz para organizar las sociedades, sino también devorándola, sometiendo a la política a las reglas del comercio y la publicidad, del espectáculo y la corrupción.” 41


De esta manera, desde el momento que el Mercado reemplaza al Estado, comienza a aparecer como insuficiente la ciudadanía como sentido de identidad, pertenencia y diferenciación, lo que otorga identidad y pertenencia es la relación con el mercado, es decir: el consumo. García Canclini encuentra que la ciudadanía en términos jurídico-políticos no satisface plenamente las aspiraciones de identidad de los ciudadanos y por ello, aparece la necesidad de defender la construcción de ciudadanías culturales, y de una multiplicidad de formas de ejercicio de la ciudadanía como el género, la defensa del medioambiente, etc. hasta "...seguir despedazando la ciudadanía en una multiplicidad infinita de reivindicaciones." 42 Y debido justamente a la incapacidad del Estado para encuadrar la variedad de participaciones, el mercado asume esa función estableciendo "un régimen convergente para esas formas de participación a través del orden del consumo." 43

Pero lo que debe aparecer con claridad en estas nuevas formas de ejercer la ciudadanía a través del consumo es que la insatisfacción que provocan las formas tradicionales de representación (a través de los partidos políticos, los sindicatos, etc.) y su "reemplazo" por el consumo no reporta necesariamente (más bien todo lo contrario) una mayor igualdad los términos de representación de los distintos sectores.

De hecho, no han sido totalmente reemplazadas las formas "convencionales" de ejercer la ciudadanía y muchos sectores pugnan por acceder a la forma "nueva" de representación mediante los canales "antiguos" a través de la lucha en términos de representación y ejercicio de la política. Aún así lo significativo es que, en las acciones que los individuos y los grupos ejercen en la búsqueda de su identidad y de un marco cultural que le otorgue "representatividad", el mercado ha venido ocupando en los últimos años un lugar de privilegio. De hecho los medios de comunicación (en particular los de alcance masivo), que otrora significaron la posibilidad de tener acceso a la información para sectores que se incorporaban a la vida social a través de su alfabetización y su ingreso a la cultura "letrada" hoy conforman un elemento de enorme significatividad en el aparato del consumo variando en su contenido de "lo público" a la publicidad.

Así, el espacio público que alguna vez se ejerció (o ejercitó) a través de la ciudadanía en forma de representación política, hoy asume la forma de representación cultural mediante el consumo, pero mantiene absoluta vigencia el desigual acceso a esta nueva forma de ser en la sociedad.

“La pérdida de eficacia de las formas tradicionales e ilustradas de participación ciudadana (partidos, sindicatos, asociaciones de base) no es compensada por la incorporación de las masas como consumidoras u ocasionales participantes de los espectáculos que los poderes políticos, tecnológicos y económicos ofrecen en los medios.” 44

Tal vez estos discursos acerca de las nuevas modalidades de ejercicio de la ciudadanía nos lleve a pensar a un panorama desolador para los sectores subordinados en el capitalismo “periférico”, en el marco de una “globalización” cada vez más acentuada y con efectos cada vez más perversos, para aquellos sectores que, además de sufrir las consecuencias materiales de los procesos de ajuste y exclusión que limitan a las mayorías al acceso a los medios indispensables para una subsistencia digna, ven mermadas sus posibilidades de representación en la sociedad global, despedazándose en última instancia aquello que quizá creyeron imposible de serles arrebatado: su identidad. Desde una perspectiva que incorpore la necesidad de una praxis que se dirija hacia la desaparición de ambas formas de exclusión social se puede pensar que el énfasis está puesto finalmente en el acceso al consumo como forma de legitimación política del Estado neoconservador.

Algunos autores como Jorge Huergo, critican el enfoque que equipara ciudadanía con consumo y sostienen que las narrativas hegemónicas acerca de la ciudadanía postulan un descenso en las formas públicas de ejercicio de la ciudadanía e impulsan una estrategia de "repliegue" por parte de estos sectores excluidos hacia esferas "micropúblicas". En este contexto la ciudadanía ejercida a través del consumo oculta algunas dimensiones del conflicto en la lucha por el acceso a dicha ciudadanía:

“Se trata de evitar la lucha en la constitución del espacio público. La «esfera pública» es un tipo particular de relación espacial entre dos o más personas con los medios, en el que irrumpen controversias no violentas con el poder. (...) La lucha por la ciudadanía como lucha por el consumo es ciertamente un aspecto determinante en la significación de los modelos neoliberales cuya narrativa obedece a la «moral» del mercado. Lo que parece ocultar esta perspectiva de vinculación ciudadanía/consumo es la lucha anterior y contemporánea al consumo, constitutiva del consumo, que marca a fuego en los cuerpos situaciones de significación y de propiedad material desiguales (antes que diferentes).

La postulada "libertad" del consumidor frente al aumento de la oferta de bienes, puede operar un doble encubrimiento: de la falta de posibilidad de elección frente a la producción de ofertas (que es encubierta con una sobreabundancia de ofertas) y de la exclusión o postergación de amplios sectores respecto del consumo, que a su vez pone de manifiesto la falta de libertad y la desigualdad de oportunidades.” 45

Tenemos entonces que la legitimación de los regímenes políticos encuentra al interior del sistema capitalista (es decir, en un sistema basado en contradicciones) una nueva contradicción en el seno del arraigo político territorial de los Estados nacionales. La necesidad de crear condiciones que atraigan al capital global (y en lo posible que lo retengan) ha adquirido en nuestros países periféricos y bajo la forma del ajuste estructural neoconservador, el signo de la exclusión la fragmentación y la miseria. Si la base de tal legitimación es el acceso al consumo, ¿significa que el Estado debe optar entre el capital “global” y la sociedad “nacional”? Si fuera así, tal parece que la elección ya tiene un resultado.

Sin embargo, cuando se apela al concepto de “lo nacional” conviene recordar, siguiendo a Holloway que la explotación no es la explotación de los países pobres por los países ricos, sino la explotación del trabajo global por el capital global…46

Pero retornemos ahora a los interrogantes que iniciaron este tramo de nuestra investigación: el nuevo orden internacional establecido tras la caída del fordismo –el “Estado neoconservador– ¿constituye una nueva forma de aquel “Estado benefactor”? ¿Podemos utilizar las mismas categorías analíticas para designar a uno y otro “modelo”?

Decíamos en un pasaje de nuestro trabajo que podíamos concebir al Estado como garante de la reproducción del conjunto del capital. Bajo esta premisa, parecería que lo que ha cambiado es la forma en que se desenvuelve el capital o, más específicamente, la preeminencia del capital financiero por sobre el capital productivo (entendiendo lógicamente que no constituyen dos formas “absolutamente” distintas sino que se transforman una y otra vez) y por lo tanto, el Estado se ha transformado en consecuencia.

En la medida en que sigue atado a un territorio, la contradicción se incrementa, no sólo porque se opone al carácter móvil del capital global, sino que implica también la contradicción entre su función reproductiva para el conjunto del capital y las necesidades de legitimación de los regímenes políticos concretos, esto es: la garantía del acceso a la ciudadanía.

Esta nueva forma de pensar las formas de legitimación del Estado y las implicancias que sus transformaciones en el campo de la lucha por la ciudadanía y el ejercicio de derechos y libertades públicas, nos encuentran una vez más en la esfera de la apropiación de lo público. Cómo hemos dicho, la forma de apropiación de productos sociales públicos es en nuestros días por excelencia la privatización de servicios urbanos. La articulación entre formas de representación pública y adecuación de la estructura del Estado a los requerimientos del capital se aprecia claramente en estos casos. Aún cuando sostenemos la necesidad de no olvidar el carácter contradictorio de este doble rol del Estado, la búsqueda de comprensión acerca de los fenómenos que se manifiestan como producto de tales transformaciones nos lleva una vez más al campo material de las relaciones sociales de producción.

¿Cómo se manifiesta la apropiación del espacio público en el caso de la privatización de servicios urbanos?

Los servicios urbanos cumplen con la función de brindar condiciones necesarias para la vida en la ciudad, tanto desde el punto de vista de la calidad de vida de sus habitantes, como del brindar aquellos elementos necesarios para el desarrollo de actividades productivas. En la actual etapa de “capitalismo tardío”47 la satisfacción de esas necesidades se ha convertido en un campo altamente rentable en términos de obtención de beneficios para el capital, y constituye en sí mismo un sector productivo de gran dinamismo. Sin embargo, el desarrollo de estas actividades, sus estructuras, redes y objetos –materiales e inmateriales– son producto de una conformación histórica en donde el carácter de “público” esta fuertemente ligada a la actividad del Estado y, consecuentemente, a una significación social resultado de procesos sociales y políticos además de económicos. Desde este punto de vista, la sociedad ha construido un entramado de estructuras y significantes –producto social– que se encuentran hoy bajo la órbita privada capitalista –bienes-mercancía– y que constituyen “condiciones generales de la producción”.

El concepto de “condiciones generales de la producción” refiere a aquellos elementos necesarios para la producción y reproducción del sistema capitalista que por ciertas características particulares que analizaremos a continuación, siendo imprescindibles para el funcionamiento del sistema, no contribuyen a la extracción y acumulación de plusvalía y por lo tanto no pueden ser producidos por los propios agentes capitalistas privados.

En efecto, la producción bajo el modo capitalista –en particular en la industria, está asociada desde sus orígenes a la urbanización, en tanto las ciudades o, en sentido más amplio, el sistema urbano, se constituyen como forma de asentamiento humano en el que se acumulan y concentran, no sólo factores de producción como capital y trabajo, sino una cantidad de valores de uso que, bajo determinadas condiciones y bajo una particular configuración espacial se presentan como valores de uso complejo denominados efectos útiles de aglomeración:

“… para el capital el valor de uso de la ciudad reside en el hecho de que es una fuerza productiva, porque concentra las condiciones generales de la producción capitalista. Estas condiciones generales a su vez son condiciones de la producción y de la circulación del capital, y de la producción de la fuerza de trabajo. Son además el resultado del sistema espacial de los procesos de producción, de circulación, de consumo… Este sistema espacial constituye un valor de uso específico diferenciado del valor de uso de cada una de sus partes consideradas separadamente; es un valor de uso complejo que nace del sistema espacial, de la articulación en el espacio de valores de uso elementales. Llamaré a esos valores de uso complejo, efectos útiles de aglomeración.”48

Estos elementos están constituidos por un conjunto de servicios con sus soportes físicos, necesarios para la producción y para la reproducción del capital tales como la infraestructura de transportes, la estructura vial, la provisión de energía, y para la reproducción de la fuerza de trabajo (mano de obra) como servicios educativos, de salud, recreativos, etc.49, pero también con las redes de relaciones sociales que permiten la socialización de estos elementos, y su aprovechamiento por parte de las fracciones privadas de capital.

Pero como hemos dicho, cada fracción particular de capital, no está en condiciones de producir estos elementos “imprescindibles”. Existe una serie de limitaciones producto de una combinación de factores de orden “técnico” y “económico” (entendiendo la imposibilidad de establecer una frontera precisa entre ambos campos): por lo general, estos elementos son “inmóviles, durables, indivisibles” 50 constituyendo un obstáculo para la transformación de estos valores de uso en mercancías. Por otra parte, tienen una composición orgánica demasiado elevada51 y un período prolongado de rotación del capital que determinan una baja tasa de ganancia, así como la imposibilidad de adaptar su producción a las fluctuaciones del mercado. En este sentido, el capital tiende a reproducir las desigualdades producidas por la desinversión en regiones de baja rentabilidad:

“El capital sólo invertirá donde ya se dan condiciones de rentabilidad. No invertirá en otra parte. Lo que va a bloquear el desarrollo en las zonas que no lo están. A raíz de esto se produce una desigualdad en el desarrollo espacial de las infraestructuras: es el círculo vicioso de la hiperconcentración en las megalópolis y el desierto económico en otras partes.” 52

A estos factores se agregan dos obstáculos (particularmente en el caso de infraestructuras de red), la imposibilidad de competencia entre distintas fracciones de capital y una necesidad de uso continuo del suelo.

Pero debe tenerse en cuenta, además, que el capital individual persigue ante todo la ganancia, por lo que la búsqueda de beneficios privados se constituye en un obstáculo para la formación de valores de uso necesarios para el funcionamiento del sistema, pero que no producen plusvalor:

“…cada capital privado busca la ganancia, pero al hacerlo, obstaculiza la formación de efectos útiles de aglomeración.”

Finalmente, existe otro elemento que dificulta la formación de estos valores de uso complejo y es la renta. La posibilidad de extraer ganancias extra debido a una particular localización o articulación espacial de determinadas actividades está dada precisamente por la irreproductibilidad de dichas localizaciones (es decir, los efectos útiles de aglomeración), pero cada fracción de capital se apropia en forma privada de esos beneficios rentísticos, dificultándose en consecuencia su socialización:

“…las rentas del suelo capitalistas van a transformarse en un mecanismo de asignación espacial de las actividades: al reflejar la explotación privada de los valores de uso urbano, van a obstaculizar a su vez la formación de estos.” 53
La forma que va a encontrar el capital para superar estos obstáculos, producto de la contradicción entre la necesidad de socializar los valores de uso urbanos y su apropiación privada, se encuentra en la acción del Estado. Esta “superación” es parcial, por cuanto las contradicciones permanecen y el grado y la forma en que se resuelvan va a estar en consonancia con el desarrollo de la lucha de clases: “Sobre el financiamiento público de las infraestructuras (…)sus formas concretas son muy variables; son el resultado de la historia de la lucha de clases y de las relaciones políticas.” 54
El modo en que el Estado se hace cargo de la provisión de las condiciones necesarias para la reproducción simple y ampliada del capital55 reviste dos formas fundamentales. Puede darse mediante el financiamiento público de la circulación, en tanto los capitales privados se ocupan de su producción, con lo que se asegura la ganancia del capital al socializar la fase no rentable o bien, mediante la alternancia de financiamiento público y privado en virtud de una rentabilidad “cíclica” de las infraestructuras.

Otra modalidad ha consistido históricamente en el aprovechamiento privado de algunas condiciones particulares que el Estado desarrolló, y que pasan a manos privadas cuando se ha cumplido el ciclo de desvalorización pública. Es, como en el caso que nos ocupa, la privatización de servicios públicos urbanos ó, más típicamente, la concesión o privatización de rutas y autopistas bajo el sistema de peaje. En cualesquiera de estos casos, el servicio público-producto social es transformado (y por lo tanto resignificado) en servicio público-mercancía capitalista.

En definitiva, las contradicciones que se establecen entre el aprovechamiento privado de los efectos útiles de aglomeración y la imposibilidad de ser producidos por los agentes capitalistas privados tienen como forma de resolución la intervención del Estado. Éste actúa proveyendo las infraestructuras necesarias para la valorización del capital individual y dotando a la ciudad de los servicios necesarios para atender aquellos aspectos de la reproducción y adecuación a las necesidades productivas de la fuerza de trabajo que el salario no alcanza a cubrir.
Debe considerarse además que el financiamiento público de estas condiciones no parte sino de la captación por parte del Estado de recursos que obtiene de toda la sociedad, socialización que se amplía por el hecho de que la tributación suele ser regresiva antes que progresiva, es decir, no tributa más aquel que más riqueza posee sino que por el contrario, la carga es proporcionalmente más alta para quien menos posee.

Conclusiones (provisorias). Nuevos interrogantes ante nuevas formas de desigualdad

La complejidad inherente a las relaciones sociales y, en particular, las formas de apropiación de los productos sociales (materiales o culturales) nos coloca ante el desafío de construir nuevas formas de conceptualizar y explicar la realidad que den cuenta de los cambios que aparecen al interior de esas relaciones. Esto adquiere especial relevancia cuando, como en este caso, los términos diferenciales de apropiación determinan entre otras cuestiones estructuras sociales profundamente desiguales.

El abordaje del espacio público y las distintas formas de apropiación en torno a éste requiere entonces de instrumentos teóricos y epistemológicos que superen las visiones sesgadas por alguno de los enfoques "objetivos" o "subjetivos", en particular en lo que hace a la materialidad de la espacialidad social. El análisis del espacio público implica necesariamente como primera instancia la construcción de instrumentos teóricos y metodológicos que permitan una correcta indagación acerca de la articulación de esos componentes en el marco de estas espacialidades.

Si bien algunos de los procesos de apropiación de lo público que se dan en la actualidad pasan por una apropiación privada "objetiva" (en el sentido de material), como en el caso del proceso de privatización de los activos estatales -en particular en los servicios públicos- existen otros casos donde las formas de apropiación de lo público no aparecen objetivadas en estos términos sino que, por el contrario, la apropiación aparentemente subjetiva (apropiaciones culturales, simbólicas, etc.) encubre procesos de apropiación material y segregación espacial.
En cualquier caso, son las condiciones materiales estructurales las que determinan las formas que presentan los escenarios que de éstas se desprenden, y su comprensión un componente indispensable a la hora de una praxis que pretenda transformar esta realidad tan profundamente injusta.

Los estudios culturales que recientemente han (re)aparecido en el campo de la Geografía constituyen un sólido aporte para dicha praxis, no obstante, los fulgores que éstos desprenden no deberían obrar en un sentido somnífero, por el contrario deben sacudir nuestro letargo para enmarcarse en un interjuego que recupere otras tópicas que constituyeron con anterioridad parte fundamental del objeto de nuestra ciencia: el capitalismo, la explotación y la miseria.

Concluimos por eso nuestro trabajo con una cita de Fredric Jameson, uno de los intelectuales que con mayor compromiso intelectual se ha sumergido en el estudio de la posmodernidad y que ha indagado con persistente lucidez en las turbulentas aguas de la globalización:

“este es el momento en que debemos recordarle lo obvio al lector, ello es, que esta cultura posmoderna global, que es sin embargo, norteamericana, es la expresión interna y superestructural de un nuevo momento de dominación militar y económica de Estados Unidos en todo el mundo; en este sentido, como ha sucedido en toda la historia dividida en clases, el reverso de la cultura es la sangre, la tortura, la muerte, y el horror.” 56

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NOTAS

1 Componentes materiales e inmateriales constitutivos de los procesos de apropiación del espacio público. Proyecto de Investigación. Secretaría de Investigación y Posgrado. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata. 1999-2001

2 La ciudad y los procesos de apropiación del producto social. La privatización de servicios en la Región Metropolitana de Bs.As. Tesis de Maestría en Planificación Urbana y Regional (en curso). Programa de Formación en Planificación Urbana y Regional. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad de Buenos Aires.


3 El uso del término “material” en este caso no refiere a la base constitutiva de las relaciones sociales, en el sentido de "base material” , sino a la materia como "realidad primaria, espacial y perceptible por los sentidos que, con la energía, constituye el mundo físico". Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española. p. 1336

4 Cfr. J.L. Coraggio, Territorios en Transición. Crítica a la planificación regional en América Latina, Quito, Ediciones Ciudad, 1987

5 Si bien concebimos al espacio en términos de categoría gnoseológica, en el marco de una epistemología del espacio urbano; su definición en el campo de la filosofía tiene carácter ontológico puesto que –al igual que el tiempo–, son categorías de existencia objetiva.

6 H. Léfebvre, The Production of Space, 1991. (La traducción me pertenece)

7 D. Grégory, Geographical Imaginations, 1996. (Traducción de M. Eliggi y G. Chert)

8 L. Benévolo sitúa el nacimiento del urbanismo moderno en coincidencia con los acontecimientos revolucionarios de la Europa de mediados del siglo XIX, cuando los efectos cuantitativos de las transformaciones en curso [se refiere a la revolución industrial] se han hecho evidentes y cuando dichos efectos entran en conflicto entre sí, haciendo inevitable una intervención reparadora. L. Benévolo, Orígenes del Urbanismo Moderno, 1992.

9 Aunque el geógrafo británico aclara que, muchas veces, los que están en el poder definen reglas que deterioran su propia base de poder. D. Harvey, La Condición de la Posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural, 1990.

10 Ibíd.

11 Ibíd.

12 Cfr. P. Ciccolella, Reestructuración Industrial y Transformaciones Territoriales. Consideraciones teóricas y aproximaciones generales a la experiencia argentina, 1992.

13 Cfr. H. Lefébvre, 1991. op. cit.

14 Cfr. M. Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, 1976.

15 E. Soja, Thirdspace. Journeys to Los Angeles and other real-and-imagined places, Cambridge (MA), Blackwell Publishers, 1996 (la traducción me pertenece)

16 H. Léfebvre, 1991. op. cit.

17 Existe en la actualidad un reverdecer de estos lineamientos –aunque con posturas un tanto más críticas que las de Lynch–, en quienes trabajan en el campos de los “imaginarios urbanos”.

18 Siendo que difícilmente Léfebvre se asumiera como “posmoderno”, algunos autores como Michael Dear lo sitúan como precursor del posmodernismo crítico. Cfr. M. Dear, “Postmodern Bloodlines”, en: Benko y Strohmayer (eds.) Space and Social Theory: Geographical Interpretations of Posmodernity. Cambridge, 1996. Citado en: E. Soja, Thirdspace. Journeys to Los Angeles and other real-and-imagined places, 1996.

19 H. Léfebvre, 1991. op. cit.

20 Ibíd.

21 Léfebvre carga continuamente contra esta posibilidad, que presupone que dentro del reino de lo espacial lo conocido y lo transparente son una misma cosa.

22 H. Léfebvre, La Presencia y la Ausencia. Contribución a la Teoría de las Representaciones, 1983.

23 H. Léfebvre, 1991. op. cit.

24 Ibíd.

25 Ibíd. (La negrita y las comillas pertenecen al original)

26 E. Soja, 1996, op. cit.

27 E. Soja, La espacialidad de la vida social: hacia una reteorización transformativa, 1985. (Traducción de H. Torres)

28 Ibíd.

29 A. Giddens, La Constitución de la Sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, 1995.

30 B. Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.

31 J. Keane, “Structural Transformations of the Public Sphere”, en The Communication Review, Volume I, number 1, Amsterdam, Overseas Publishers Association, 1995 (la traducción me pertenece)

32 H. Léfebvre, 1991, op.cit.

33 Para un desarrollo de la Teoría de la Regulación, véase Aglietta, Michel. (1986) Regulación y crisis del capitalismo. Siglo XXI. México.

34 Keniche Ohmae (s/d), citado en: A. Giddens, (1998) La tercera vía

35 J. Holloway (1992) La reforma del Estado: Capital global y Estado Nacional.

36 J. Castillo (s/d) Estado, Capital y Conflicto social.

37 J. Holloway (1992) Op. Cit.

38 Ibíd.

39 J. Holloway. Op. Cit.

40 N. García Canclini, (1995) Consumidores y Ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización.

41 Ibíd.

42 Ibíd.

43 Ibíd.

44 Ibíd.

45 J. Huergo, Identidades y ciudadanía. Signos sobre la producción de sentido en Comunicación/Educación. 1997

46 J. Holloway, Op. Cit.

47 Cfr. F. Jameson, “The cultural turn. Selected writings on the postmodern, 1983-1998”, London, New York, Verso, 1998.

48 C. Topalov, La urbanización capitalista. 1979.

49 Cabe destacar que la provisión de las condiciones para la reproducción de la mano de obra se da cuando esta es escasa o al menos debe garantizarse una mínima reposición de su desgaste.

50 C. Topalov, 1979. op.cit.

51 La composición orgánica del capital deriva de su composición del valor, siendo ésta determinada por su composición técnica, es decir, la proporción existente entre capital constante (fijo) y capital variable. Cf. Marx, K. (1962) El Capital. Tomo III, Libro 3°.

52 C. Topalov, 1979. op.cit.

53 Ibíd.

54 Ibíd.

55 Utilizamos este concepto para designar la reproducción “biológica” de la fuerza de trabajo (reproducción simple) y la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalista (reproducción ampliada).

56 F. Jameson, El posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. En: Ensayos sobre el Posmodernismo. Imago Mundi. Buenos Aires. 1991.




* Datos sobre el autor:
* Sergio Perdoni
Profesor en Geografía.
Especialista en Planificación Urbana y Regional. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad Nacional de Buenos Aires.
Correo: sperdoni64@yahoo.com

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