Edición N° 13 - otoño '99
(para el hemisferio sur)

V Jornadas de residentes de Salud Mental del área Metropolitana
1, 2 y 3 de diciembre de 1998

Por:
Lic Mayra Basso
Lic Liliana Murdocca
*
(Datos sobre las autoras)



De formación profesional


Una trabajadora social y una psicóloga nos reunimos para escribir. Si bien provenimos de diferentes disciplinas coincidimos en este momento en una función, la jefatura y en el interés por sostenerla de un modo novedoso para nuestra residencia: trabajar de manera conjunta. Alguna vez, allá por el mes de diciembre, cuando organizábamos lo que sería el desarrollo de las actividades del año discutíamos sobre lo que creíamos era ser jefe de residentes. ¿Qué nos motivó a querer ocupar este lugar: la idea o convicción de querer cambiar algo de lo que se daba en nuestro ámbito laboral, o reforzar lo ya instituido? ¿Posponer un año el miedo, la incertidumbre que produce la búsqueda de trabajo fuera del sistema municipal? Quizás todo ello, parte o algo más que a la hora de escribir se nos escapa. Lo cierto es que a poco de comenzar se hizo presente un malestar casi cotidiano en relación a la tarea. ¿Cómo y qué nos generaba tanta incomodidad? ¿Cómo hacer para seguir en esto en lo que nos embarcamos solitas?

Veamos las alternativas que se presentaban como posibles:

  • Plan A: Cerrar el abanico de preguntas y renunciar, huir dejando librado a su suerte a aquellos que nos votaron. Rápido, expeditivo, descomprometido, poco solidario y falto de ética, en definitiva abandonar el barco.

  • Plan B: dejar entre paréntesis las preguntas hasta el final de la jefatura y dedicarse a resolver las dificultades a medida que van apareciendo. Posible, no tan fácil, con escasa posibilidad de llegar al final, a tierra, sano y salvo.

  • Plan C: compartir los interrogantes con otros jefes, supervisar, producir un análisis, un escrito. Difícil, enriquecedor, viable. No ofrece certezas ni garantías de llegar a buen puerto.

La jefatura comenzó entonces casi simultáneamente con la valiosa ayuda de una supervisión. Lo que allí no anunció fue algo que no tardó en aparecer. Existen distintos niveles de pedidos, urgencias, intervenciones y análisis. Las más inmediatas, y no por esto fáciles de transitar, tienen que ver con los residentes. El malestar se acentuaba a la hora de asumir criterios en la selección de supervisores, cursos e insumos teóricos, aceptar rotaciones que nos eran impuestas y sabíamos carentes de contenidos, reconocer que poco importaba qué es lo que se decidiera para la formación siempre y cuando se mostrara que los residentes estaban trabajando.

En teoría todo esto parecía territorio ya recorrido, ¿acaso no fuimos residentes? ¿Cómo pueden algunas situaciones tenernos detenidos sin solución por tanto tiempo? ¿Cuatro años en el hospital y no nos quedó claro adónde va la residencia? ¿Qué es lo que tiene que hacer el jefe? ¿Hay establecido un deber hacer con los residentes? ¿Hacemos lo que queremos, lo que se nos ocurre o les consultamos en todas las decisiones? ¿Se trata del estilo de cada cual en la función o del autoritarismo autorizado? ¿Jefes para quién y qué? Jefes en un terreno bastante caótico. Posición difícil de entender si buscamos esclarecimientos puertas adentro de la residencia sin apelar al contexto. Partimos entonces de abrir planteos en términos de experiencias, tratando de procesar conceptualmente e incorporando al análisis la coyuntura actual en la que nos ubicamos como operadores de salud mental.

Primera formulación: la jefatura es más una zona problemática que un concepto desarrollado en regla.

Vamos a las reglas: Jefes de Residentes, llamados por el gobierno "formadores de formadores", encargados de implementar los programas de cada disciplina que llegan a través de los Comité de Docencia e Investigación de manera acorde con las particularidades del hospital en que se insertan.

Aquí el campo no está del todo ordenado con las particularidades del hospital en que se insertan. Aquí el campo no está del todo ordenado o faltan los encuentros. Fin del simbólico en que se inscribe la residencia porque todo lo que resta a estos sintéticos documentos resulta ser bastante imaginario. Los coordinadores de programa e instructores de residentes muchas veces tienen una función virtual. Los Comité de Capacitación y Docencia del Gobierno de la Ciudad, soporta la misma volatilización y sensación de vacío. Las instancias jerárquicas superiores aparecen desvinculadas, resultan inconsistentes.

La jefatura porta en sí las contradicciones del campo en el que aparece. No hay ninguna clase de certificación sobre la calidad, la cantidad y el resultado de la formación. Que se cumpla con los espacios de discusión clínica o con el curso de tejido al crochet, no depende más que del parecer del jefe en cuestión. Esta aparente autonomía en las decisiones no es tal. Recorta un observable: el aislamiento. Fenómeno que se repite en la comunicación entre las distintas residencias y que acaba siendo solidario con la falta de red, de sistema, en síntesis, de una política que enmarque y de sentido a las acciones en salud mental. En otros lugares del mundo la residencia es la vía que permite a los agentes de salud obtener su especialidad.

El cupo es reducido y el Estado que subvenciona a estos recursos humanos los destina luego a lugares en ese ámbito para desarrollar una tarea. Esto que parece una verdad de perogrullo sucede entre otros, en países de Latinoamérica. La idea que los rige es la responsabilidad del Estado en brindar asistencia y cobertura sanitaria a sus ciudadanos. Desde ahí planifica e invierte en sus políticas sociales, controla y regula el funcionamiento de las residencias en función del aprovechamiento dentro del sistema de salud.

Cuando nos sentamos a escribir el trabajo surgieron recuerdos no tan lejanos de la excelencia en la calidad de la atención del hospital público. Crecimos con esa idea. Nuestros padres no recurrían a la medicina pre- paga. Nadie dudaba en hacer la primera o segunda consulta al especialista en cuestión dentro del hospital. Era natural encontrar ahí lo necesario para ser atendido.

Otro saber operaba cómodamente instalado: para los profesionales el hospital era la mejor escuela. ¿Qué pasó durante los últimos treinta años? Asistimos a la caída de aquello que sostenía el modelo de sociedad en el que nos desarrollamos. Se trata de una transformación de efectos devastadores sobre el conjunto social, pero de un paso sutil, imperceptible, que se presenta casi como el curso natural de las cosas. La clase y tipo de Estado, esto que suena tan superestructural y tecnocrático es ni mas ni menos lo que da sentido, lo que arma la red de relaciones sociales, o mejor , su tipo y función es solidario de una clase de lazo social, de forma relacional.

Aquel Estado Benefactor mutó hacia algo poco discernible, vivenciado como vaciamiento del Estado. No hay respaldo público. El actual Estado técnico- burocrático opera sólo en relación a acciones puntuales y eficaces. La mayoría de estas no representa a los ciudadanos ni garantiza la igualdad de sus derechos. El imaginario que conservamos nos lleva a pedir, a esperar lo que está por fuera de los intereses del nuevo Administrador. Presenciamos el agotamiento de la figura de aquel Estado.

Simultáneamente lo nuevo que se instala y gana el escenario ya no define a un individuo como lo veían nuestros abuelos. Ese era aquel viejo ciudadano, que se formaba, trabajaba y accedía a una vida digna, ligada a los valores y posibilidades del lugar donde vivía y que se encontraba protegido en sus derechos por el simple hecho de pertenecer a esa comunidad. Esta figura se borra para dejar lugar a un sujeto sin rumbo sin localización espacial, sin otra pertenencia mas que la del mercado. No se trata de la irresponsabilidad o la desimplicancia del Estado Benefactor, sino a una nueva forma ligada al orden mercantilista que pone en contradicción la idea de progreso individual y colectivo.

Segunda formulación: El mega giro en el rumbo no es sin una dirección. Las consecuencias de la transformación del antiguo modelo trama las actuales condiciones sociales y define la vida de los grupos humanos, modifica radicalmente el perfil de las sociedades y la constitución subjetiva aquí y ahora de cada uno de nosotros. Un nosotros que nos implica y nos lanza al vacío.

¿Cuál es el norte en la brújula de un jefe de residentes? ¿Formamos para un hospital particular que solo nos necesita cuatro años? ¿Formamos para un sistema público que no absorbe a los recursos humanos en los que invierte? ¿Formamos analistas, psiquiatras y trabajadores sociales que realizan tareas administrativas o profesionales agentes de salud? ¿Formamos para los consultorios privados y las pre- pagas? ¿Formamos con los criterios del antiguo Estado o con los parámetros del nuevo que privilegia las reglas del mercado (Cada uno satisface su necesidad como puede pagarla)?

Esclarecido el punto de tensión en que se ubica la función de la jefatura, trazadas más allá del cotidiano las coordenadas que la definen, algo del vacío nos queda explicado. Aún así las preguntas posibles persisten, pero como no se trata de lo reprimido se expresan de esta manera: ¿Formamos o deformamos?

"... el juego está sometido a reglas, lo que no es un sueño, y no se abandona el juego. La obligación que crea es del mismo orden que la del desafío. Abandonar el juego no es jugar, y la imposibilidad de negar el juego desde el interior, que provoca su encanto y lo diferencia del orden real, crea al mismo tiempo un pacto simbólico, una coacción de observancia sin restricción y la obligación de llegar hasta el final del juego como hasta el final del desafío...."

Jean Baudrillard,  "De la seducción "




Bibliografía

  • Galende, Emiliano: "Psicoanálisis y salud mental". Argentina 1994. Paidós
  • Galende, Emiliano: "Hacia un horizonte incierto". Argentina 1997. Paidós
  • Grassi, Estela y otros: "Políticas sociales. Crisis y ajuste estructural" Argentina 1995 Espacio Editorial
  • Lewkowicz,Ignacio: "El asedio de la locura". Argentina 1993 Mimeo
  • Savater, Fernando: "El contenido de la felicidad". España 1996


* Datos sobre el autor:
* Lic Mayra Basso
* Lic Liliana Murdocca

Residentes del Hospital Torcuato de Alvear

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