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La Intervención en Lo Social en Tiempos de Pandemia


Y un día el globo estalló. Interpelación al Estado, a las instituciones y al trabajo social durante la pandemia y después

Por Sebastián Giménez
Escritor. Trabajador Social.

"La única certeza es la incertidumbre"
Zygmunt Bauman

El mundo amenazando con reformatearse, con volar por el aire y poner en duda todas las pretendidas certezas, llevando más que nunca a la incertidumbre como un estado normal. No fue ninguna revolución social la que logró que la humanidad se mirara tanto a sí misma, en una pregunta e introspección por el sentido profundo de lo que se está viviendo.
La angustia y la ausencia de seguridades llevan a la interpelación de todos los ámbitos de la vida donde se mueve una sociedad. En los distintos apartados que siguen se intentará analizar desde distintas facetas el impacto que está teniendo la pandemia del COVID 19 en el mundo en general, y en particular en la Argentina.

Y un día el globo estalló
Multinacionales matan Estado Nacional, nos explicaron desde hace muchos años numerosos estudiosos de eso que se dio en llamar la postmodernidad y el Estado neoliberal. A la globalización y su indisputable hegemonía sólo se resistían sectores marginales: ciertos tipos de tradicionalismos afincados en algunas culturas y los fundamentalismos de Medio Oriente. En su libro Los hijos de los días, Eduardo Galeano describió lo ocurrido en Bolivia con una casa de comidas rápidas mundializada en un texto titulado Una derrota de la civilización: “en el año 2002, cerraron los ocho restoranes de Mac Donald's en Bolivia. Apenas cinco años había durado esa misión civilizatoria. Nadie la prohibió. Simplemente ocurrió que los bolivianos le dieron la espalda, o mejor dicho se negaron a darle la boca".

Traigo la cita en tiempos en que el país hermano se encuentra atravesando una lamentable dictadura. El título que eligió el genial escritor uruguayo apunta al ansia de capitalismo de presentarse e imponerse no sólo con la violencia sino formando parte de un proceso civilizatorio. Divide, civiliza y reinarás.

Se cayó el muro de Berlín y la línea imaginaria de las fronteras se disolvió con la capacidad instantánea de superar las distancias, con el brazo imprescindible de la red de redes, Internet. De la expropiación del capital intentada sin éxito por los socialismos reales que sucumbieron se pasó a la expropiación del Estado, siguiendo la idea que planteara Zygmunt Bauman; esto es, la limitación progresiva de la capacidad de los Estados para hacer frente a las responsabilidades inherentes a la ciudadanía moderna y también su creciente imposibilidad de gobernanza de la economía, manejada por capitales financieros volátiles que ocasionan crisis periódicas padecidas por las personas de carne y hueso, que no cuentan con el mismo poder de movilidad.

El capital se va, se escurren las ganancias, la miseria queda. Pero el mundo era un globo interconectado, reproduciendo ganancias y creando también desigualdades evidentes pero con un poder de persuasión civilizatorio innegable. El poder que le hizo decir a Fukuyama que era el fin de la historia. Podríamos decir que lo que no pudo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o la China de Mao Tse Tung, o sea interpelar grandemente el poder civilizatorio del capitalismo. Lo logró, tristemente y con graves consecuencias en vidas humanas y económicas, un virus, una pandemia. Y un día el globo estalló por un virus con un poder exacerbado de transmisión. Se cerraron las fronteras, que de líneas imaginarias pasaron a ser muros de hierro. Los países, las comunidades, se replegaron sobre sí mismas. Y todos se volvieron hacia el Estado, que cobra un poder inusitado, que lo lleva incluso a limitar las libertades individuales de los ciudadanos con la disposición de cuarentenas obligatorias para resguardar la salud de la población. La vuelta de la autoridad del Estado, esperemos que no del totalitarismo o del control social: Google pasó al gobierno información acerca del cumplimiento de la cuarentena, en una especie de corporización del Gran Hermano que no hubiera sospechado George Orwell. Y el Gobierno de la Ciudad (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) dispuso que los adultos mayores deban pedir permiso a la línea telefónica 147 para salir a la calle.

El Estado mutilado por gobiernos de tinte neoliberal ha perdido capacidades que tardan en volverse a reconstituir, ahora que se las necesita por la crisis desatada por la pandemia.
Podamos tanto el árbol estatal hasta convertirlo casi en un bonsai y después nos dimos cuenta de que precisábamos su sombra, bajo un sol abrasador. La pandemia nos encuentra con el Estado que tenemos, pero por lo menos Salud es Ministerio y no Secretaría. Por algo se empieza.

La enfermedad como problema social
Si algo aprendimos en nuestra formación de trabajadores sociales es a dilucidar, pensar la problemática de los individuos y los grupos como de índole social. El positivismo explicaba por causas individuales la existencia de problemas, enfocándose en la falta de adaptación del individuo a la sociedad. Si sos pobre, si te enfermás, será por tu responsabilidad, por no alimentarte bien o por no querer trabajar. El "vayan a laburar" que, en ocasiones, enarbolan sectores medios ante cortes de calle o medidas de fuerza de los sectores vulnerables o excluidos, es una sentencia positivista, recalcando la responsabilidad en el que reclama y defendiendo el derecho propio al libre tránsito. La pobreza, problema individual. El libre tránsito, derecho individual. Y el éxito, escenificado en el emprendedurismo, personificado en la gestión anterior en la figura del CEO de Mercado Libre.

Cuando hablamos de la enfermedad que se origina en Wuhan, también podemos explicar su desenvolvimiento en cada ser humano con una óptica individual, diciendo que son más vulnerables las personas de mayor edad o que tienen alguna afección preexistente. La enfermedad y la persona.
Pero cuando se desborda el sistema de salud, con todo lo que ello implica, se pone de manifiesto en su versión más cruda el problema social. Que el neoliberalismo actuó en Latinoamérica pero también en Europa se expresa, con sus implicancias, en la carencia de sistemas de salud robustos para atender los desafíos complejísimos de la enfermedad. El contagio provoca el desborde de los menguados sistemas de salud públicos y privados. Situaciones de colapso en Italia, España, Inglaterra, Estados Unidos. Más cerca, Ecuador y el vecino Brasil, con un impacto creciente de la enfermedad, todas situaciones muy delicadas.

Pero también la enfermedad es social porque, como dijo alguna vez el sanitarista argentino Ramón Carrillo, figura de significación muy poco valorada, "frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.

La enfermedad y el problema social, en temible maridaje. La enfermedad y la pobreza. El coronavirus y la desnutrición. La enfermedad y la violencia de género. La cuarentena y el hacinamiento de las familias en los barrios humildes. La pandemia nos encuentra con las botas puestas o descalzos. Con lo que tenemos. Con la sociedad y el Estado que nos supimos dar. También con las muestras de solidaridad y el respeto a las instituciones democráticas que nos supimos dar hace casi cuatro décadas.

El impacto institucional
La división del trabajo y el ejercicio de las profesiones quedaron pataleando en el aire. ¿Cómo trabajar en ausencia del cuerpo del otro, del ser social constitutivo del ser humano?, es una pregunta que se hacen todas las profesiones que no se adaptan tan fácilmente al home office, el trabajo social entre ellas, que precisa el encuentro con la persona, con la familia, para modelar una intervención que permita resguardar derechos o acceder a los recursos diagramados por el Estado a través de sus políticas sociales no siempre lo amplias, lo abarcativas y lo universalmente accesibles que quisiéramos.

Un problema institucional también desató la pandemia. Michel Foucault habló de las instituciones en las que se desarrolla el disciplinamiento: la escuela, la fábrica, la cárcel y el hospital; las instituciones de la modernidad, que más que nunca se volvió líquida, como planteara Zygmunt Bauman; a excepción del hospital, claro, que es lo único sólido aunque con peligro de desvanecerse en el aire, idea que acuñara Marshall Berman. Se vuelve muy difícil transitar un momento límite, de reformulación, de puesta en cuestión de valores que creíamos establecidos, sin acudir a la filosofía y a los pensadores de estirpe.

Muy bien, había apuntado a que el hospital sí conserva su materialidad. Y ahí tenemos a los médicos, enfermeros, personal de limpieza, todos lo que ejercen su labor en estos tiempos en los que el sistema de salud se ve forzado a responder, estando probablemente a medias preparado para atender la crisis, o sea, con una indiscutible capacidad profesional pero con carencia de insumos de protección, los que cada facultativo se debe proveer -si encuentra- a como dé lugar.

La pandemia tiene a muchos profesionales indudablemente expuestos en el ejercicio de su labor y con una guía de procedimientos y recursos que se reformatearon, desaparecieron o se pusieron en suspenso para acatar la disposición de aislamiento social preventivo y obligatorio. El hospital está en la primera línea de fuego, en esa metáfora trillada en los medios de comunicación que es la guerra contra el enemigo invisible, haciendo lo que se puede con lo que se tiene.

La escuela, una institución que forma alumnos trasmitiendo conocimientos como valores sociales, se tuvo que reconvertir a la clase virtual, al acceso a un blog y a repartir las denominadas canastas nutritivas enviadas por el Estado, no siempre abundantes y no siempre lo suficientemente nutritivas. La escuela ve exacerbada su función como institución de contención social, su labor pedagógica se resiente aún más con los alumnos y docentes resguardados en cuarentena y más en las situaciones de los grupos sociales de mayor vulnerabilidad, que no siempre cuentan con red wifi ni medios o conocimientos tecnológicos para utilizar a la web como vehículo de comunicación.

La cárcel, la institución en la que el filósofo francés describió el panóptico, se ve también interpelada y expuesto su rol castigador, volviéndose patente, sin velos, la situación de inhumano hacinamiento y el poco resguardo de los derechos de las personas privadas de su libertad. La Justicia se encuentra considerando pedidos de prisión domiciliaria de imputados por delitos menores. La meta de estos recursos es la de resguardar la salud en peligro en un ámbito proclive al hacinamiento y las malas condiciones de higiene, con el riesgo consecuente - de producirse- de generalización de la infección.

Las fábricas, el motor del capitalismo desde las máquinas de vapor, me recuerdan a la imagen del cuadro de Ernesto de la Cárcova, “Sin pan y sin trabajo”, del hombre con el puño apretado sobre la mesa, en su casa, desocupado, triste junto a su mujer que se ocupa de bordar, observando por la ventana a la fábrica que lo había escupido a esa desolación.
No muy distinta es la situación de cuarentena obligada para los numerosos obreros de fábricas y múltiples oficios, imposibilitados de trabajar. La cuarentena es más dura para los informales, para los trabajadores que no están protegidos bajo ninguna legislación, como planteó Juan Villarreal en su lucido y célebre trabajo "Los hilos del poder". Los cuentapropistas crecieron en el modelo aperturista de la economía, el que vino a instalar la última dictadura militar; se consolidó en el menemismo y tuvo sus últimos cuatro años en el gobierno de Cambiemos. El empleo registrado la pasa mal en cuarentena, el trabajador sin registrar aún peor.
El gobierno quiere llegar y lanza el ingreso familiar de emergencia para monotributistas de baja facturación y compatible con la AUH. Si se percibe una jubilación, así sea mínima o una pensión no contributiva, no se puede acceder a un beneficio importante para paliar la situación. Se atiende a los que más lo necesitan pero la sensación a veces es que la línea de corte de eventuales destinatarios de la política de alivio podría ser más universal o contemplativa para los que ganan un poco más pero siendo igualmente pobres.

Necesidad y urgencia
Los tiempos son frenéticos y las decisiones ejecutivas deben tomarse con rapidez ante una situación que puede variar de una hora a otra, ni a hablar de un día a otro; decretos acá y allá con una justificada necesidad y urgencia.

La situación creada por la pandemia y los efectos económicos dañinos -cuando no devastadores- de la cuarentena obligada, interpelan a todas las profesiones y a la sociedad en su conjunto. Ante la aparición de un problema, es común que muchas personas pidan más Estado. Pero las medidas sanitarias necesarias para controlar que no se dispare y se mantenga la curva de crecimiento aplanada de la evolución de casos, demanda mucho de la sociedad civil. Se precisa del Estado y también de la responsabilidad individual para que tenga resultado la estrategia de preservar la salud del colectivo social.

Pero las medidas sanitarias extremas de prohibición de la circulación de personas tienen su innegable correlato en la profundización de la recesión económica que venía registrando el país. Si en la década del 90 muchos estudios hablaron de los "nuevos pobres", caracterizándolos como personas de clase media que habían sido despedidas en los procesos de retracción económica y de privatización del Estado, hoy se puede hablar de "los nuevos pobres" que está generando la cuarentena. El propio Presidente Alberto Fernández lo admitió cuando afirmó que prefería que aumentara en diez puntos la pobreza a que hubieran cien mil muertos. Es tiempo de ganar menos, toreó a los empresarios.

Se empleó el ingreso familiar de emergencia y ayudas a las empresas para intentar sostener el empleo, pagando el Estado también una parte de las remuneraciones. Pero sabemos que es muy difícil llegar a todos y en particular a los desafiliados, en términos de Robert Castel, todos los sectores que quedaron por fuera de la sociedad salarial. Se los escucha, se los ve, pero su actividad de cuenta propia, rebusque, changa, oficio informal, no figura en ningún lado. La necesidad de contener a estos nuevos pobres y hacerles llegar la ayuda del Estado se plantea como un desafío siempre digno de retomarse y perfeccionarse. Necesidades y urgencia, como los decretos que van de acá para allá. Necesidad y urgencia. La premura para abastecer a los comedores, que se ven desbordados ante la concurrencia de personas que antes no iban, que conseguían un pequeño rebusque para comer en la casa.
Necesidad y urgencia. Las personas en situación de calle que pueden quedarse durante todo el día en los paradores del Gobierno de la Ciudad. Pero los paradores siguen siendo los paradores, lugares de concentración de los abandonados de la sociedad, con valía profesional brindando asistencia y recursos inciertos o menguantes.
La enfermedad y la pobreza. Hacer la cuarentena no es igual en Caballito que en la villa de emergencia. Ambientes estrechos, superpoblación, hacinamientos. Necesidad y urgencia de salir a la calle. Está bien, acepta el Estado, pero quedate en tu barrio. Pobreza y pandemia. Cuarentena y miseria. Una actualidad, una coyuntura apremiante que viene a interpelar a la sociedad toda y al trabajo social por supuesto que también.

Pensando desde el trabajo social
La primera sensación que uno puede tener desde el trabajo social es que nos sacaron el territorio, el espacio de praxis de nuestra intervención. Si realizamos habitualmente visitas sociales o a instituciones con el objeto de que la ayuda del Estado se concretice en las familias que atendemos, comprobamos que nos hemos quedado pataleando en el aire.
Casi que podríamos tomar los interrogantes iniciales que planteara Margarita Rozas Pagazza respecto al proceso de inserción profesional: “¿cómo me inserto?, ¿qué hago? o el "no sé por dónde empezar".

En principio, se me ocurre que hay que transitar la arena movediza de los recursos sociales que teníamos en nuestra agenda y formularse una pregunta encadenada a la otra: ¿qué sigue funcionando? y ¿cómo, de qué manera? Llegan innumerables cadenas de whatsapp sobre recursos, comedores y la mar en coche, información no siempre de fiar. Un desafío importante es intentar saber qué funciona y cómo.

La nuestra, que es una disciplina eminentemente social, se puede ver fuertemente afectada en su intervención. Lo que se intente hacer será de destacar, en particular, la situación de los profesionales que se encuentran en la primera línea de fuego por desempeñarse en la guardia de Hospitales de Agudos y en el servicio social de las instituciones sanitarias. Aquí se plantea la vulnerabilidad del trabajador social, del profesional ser humano que debe resguardar también su salud. Se tendrán entrevistas e intervenciones manteniendo la distancia social y el barbijo de por medio, con su inevitable impacto en el vínculo con el asistido.
Primero, la supervivencia, que parece que pese a todo, en la Argentina la vida sigue teniendo valor y busca resguardarse.
Que todos coman, con el refuerzo a los comedores comunitarios, con el envío de las canastas alimentarias a las escuelas. Con Norberto Alayón aprendimos la diferencia entre asistencia y asistencialismo. Que el último se entiende como una dádiva o una especie de favor denigrante para quien lo recibe, apuntando a sostener el sistema, la injusticia social más que a superarla. La asistencia, en cambio, apunta a la reparación y el reconocimiento de los derechos de la persona vulnerable, no considerándose como un favor sino como un camino hacia una mayor justicia social, en un esfuerzo promocional y de autonomía de la persona. Hoy que estamos pasando una situación de extrema necesidad en los más vulnerables, se precisa de la asistencia y ni siquiera puede desperdiciarse el asistencialismo. Asistencia, asistencialismo y lo que se pueda brindar. No todo es lo mismo, pero mejor recibir algo que la nada misma. Peor es nada, casi citando el programa humorístico (dicho sea de paso... ¡cuánto hace falta hoy reírse!) que encabezaran en la década del 90 los inolvidables Jorge Guinzburg y el Negro Fontova, que lamentablemente se nos fue hace poco. Toda ayuda es poca para los más vulnerables y, como profesionales, nunca debemos perder de vista la empatía con los más vulnerables.

Los medios de comunicación suelen quedarse con las figuras de los jefes políticos, los héroes y villanos de turno, juicio sumario que varía de acuerdo al resultado de sus políticas en el combate de la pandemia. Pero tomando la idea de Alfredo Juan Manuel Carballeda en su reciente ponencia, no debemos esperar la salvación de un héroe individual, en cualquier lado de la grieta que estemos; apuntó a la necesidad de construir el héroe colectivo, con el compromiso de todos para enfrentar esta instancia complejísima que puso en juego muchas de nuestras certezas. El héroe colectivo necesario, en una coyuntura apremiante donde nadie se salvará solo.

Si algo nos enseña la pandemia y la situación de parcial indefensión en que nos hallamos hoy es que el pueblo podría superarla de mejor forma en un país menos desigual y más justo. Que una mayor integración y protección social hubieran permitido pasar el temporal de una mejor forma, cualquiera sea el balance final de los resultados de las políticas implementadas.
Cuando las aguas se aquieten, que ya no sabemos bien ni cuándo será y ni siquiera si el mundo va a ser el mismo, cuando se pueda caminar sin barbijo, deberemos transitar esa nueva normalidad prestándole atención, más que nunca, a los más vulnerables y creando mejores estrategias de contención social. La enfermedad lo es en la sociedad. Un mundo enfermo, una sociedad enferma, personas enfermas. Se trata de construir un mundo un poco más justo, una sociedad más inclusiva para atender los derechos de todos y cuidar a nuestros enfermos sin que ninguna calamidad o pandemia desborde el lazo de la solidaridad social construida.

En el párrafo previo a terminar su libro El horror económico, Viviane Forrester planteó: "más que esperar en condiciones desastrosas los resultados de promesas que no se concretarán, más que aguardar en vano, sumido en la miseria, el retorno del trabajo, el crecimiento de los empleos, ¿sería insensato volver decentes y viables por otros medios, hoy mismo, las vidas de quienes por falta de un trabajo o un empleo son considerados desposeídos, marginales, superfluos? Ya es tiempo de darles a esas vidas, nuestras vidas, su verdadero sentido: sencillamente el de la vida, la dignidad y los derechos".

Se habló en este tiempo aciago de la antinomia las vidas o la economía.
Las autoridades políticas argentinas eligieron la primera opción, aunque aclarando que no se descuidaría la última. Cuando baje el agua, cuando pase el temblor, sería espléndido que sigamos priorizando siempre las vidas sobre la ganancia; las vidas sobre la fuga de divisas; las vidas sobre la explotación más despiadada de los más débiles.
Que ya es tiempo, en esta actualidad apremiante de la Argentina.

Referencias bibliográficas

  • Alayón, Norberto. Asistencia y asistencialismo. ¿Pobres controlados o erradicación de la pobreza? Ed. Lumen, Buenos Aires, 2008.
  • Bauman, Zygmunt. La globalización. Consecuencias humanas. Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.
  • Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1998.
  • Carballeda, Juan Manuel. Trabajo Social en tiempos de pandemia. Charla. Se puede recuperar en https://www.margen.org/
  • Castel, Robert. La metamorfosis de la cuestión social. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997.
  • Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 2003.
  • Galeano Eduardo. Los hijos de los días. Siglo Veintiuno editores. Buenos Aires, 2013.
  • Rozas Pagaza, Margarita. Una perspectiva teórica metodológica de la intervención en Trabajo Social, Ed. Espacio, Buenos Aires, 1998.
  • Villarreal, Juan. Los hilos sociales del poder. En Crisis de la dictadura argentina. Política económica y cambio social (1976-1983), Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1985

Abril de 2020