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Edición digital

Edición N° 44 - verano 2007

PREVENCION COMUNITARIA

Una intervención en espacios microsociales

Por:
Silvia Mónica Gianni
* (Datos sobre la autora)


...No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se paga y, por ejemplo, la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en la forma de despidos, perdida de seguridad, etc., se ve equiparada, mas tarde o más temprano en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana.
Pierre Bourdieu


...Los sesgos intelectualistas que nos tientan a percibir el mundo como un espectáculo, como un conjunto de significados en espera de ser interpretados, más que como problemas concretos demandantes de soluciones prácticas, es un sesgo mucho más profundo y peligroso en cuanto a sus efectos que aquellos derivados del origen social y la posición del analista en el campo académico, puesto que nos pueden conducir a perder por completo de vista la differentia specifica de la lógica práctica. Cuando dejamos de someter a crítica sistemática las premisas inscritas en el hecho de reflexionar sobre el mundo, retirarse del mundo y de la acción en el mundo a los efectos de pensar en la acción, nos arriesgamos a confundir la lógica práctica con la lógica teórica.”
Loïc Wacquant



El propósito de este trabajo tiene que ver con pensar nuevas estrategias de intervención a partir de los nuevos escenarios, en donde lo más visible es la fragmentación y la exclusión social.

Es producto de distintas experiencias en barrios –villas de emergencia- de la Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano bonaerense a lo largo de los últimos 20 años.

Se trata de un recorrido cuyo conector enlaza parte de la historia de estos barrios, a partir de las demandas que llegan desde ellos a Instituciones y Organizaciones en distintos momentos de mi trayecto profesional y personal. 1

Analizada así esa demanda, será posible aproximarse a los “temas” de preocupación en los diferentes momentos para esta muestra de población 2, y así observar como comienza a incluirse el tema del consumo de drogas como un problema vivido como urgente y de necesaria inmediata solución, asimismo analizar algunos observables en cuanto a los cambios en la organización social comunitaria.

Hace 22 años, me acerqué por primera vez a la “Villa Ceibal” de la Ciudad de Buenos Aires. Salíamos de la dictadura más sangrienta de la Historia Argentina, que había golpeado especialmente a los dirigentes del movimiento villero organizado y arrasado con muchos de sus pobladores. La demanda partía de referentes del barrio al Centro de Educación Popular para llevar adelante un proceso de alfabetización de adultos. Una gran parte de la población de este barrio provenía del Paraguay, en su mayoría eran obreros de la construcción que habían llegado a la Argentina corridos por otra dictadura, la de Strossner y por la falta de trabajo.

Inmediatamente nos contactaron con la Junta Vecinal, que era una para todo el barrio y tenia delegados: uno por manzana, elegidos en asamblea por sus vecinos y revocable su mandato del mismo modo. Toda actividad nueva era presentada a la Junta Vecinal, que discutía en sus reuniones semanales si acompañaba o no estas propuestas. En estas reuniones era infaltable el momento de discusión política, del que participamos en diferentes oportunidades. Se tomaban un tiempo para conocer a la “gente de afuera”: “- Acá viene mucha gente, con voluntad, pero no siempre siguen, y nosotros no le vamos a abrir la puerta a cualquiera”.
La puerta era la “puerta del barrio”, cuya “llave” cuidaba celosamente la Junta Vecinal, pero esto estaba en directa relación al funcionamiento como comunidad, no como gheto. Los habitantes de la Villa Ceibal no sentían hostilidad fuera del barrio, pero sí tenían una fuerte identificación con su lugar.

Cada familia que necesitaba un lugar para vivir y quería instalarse en el barrio, tenía que reunirse con la Junta Vecinal, que le indicaba dónde construir su vivienda, vetando esta posibilidad para hombres solos, por temor a que se transforme el barrio en un “aguantadero”.

En este barrio había pocas organizaciones pero muy representativas: La Junta Vecinal, la Parroquia, dos Unidades Básicas de tendencia opuesta entre sí, un Centro de Salud y la Escuela (frente al barrio)

Los temas centrales en los grupos de alfabetización, conformados por mayoría femenina, tenían que ver con su lugar como mujeres en el barrio, en la casa, los celos y la violencia en el hogar, la expectativa de que los hijos estudien para obtener empleos mejores que los de ellos, etc. Empezaba a ocurrir que al retirar las cajas de alimentos de los planes sociales les sugerían que participaran en alguna movilización partidaria y esto también era un tema que traían a discusión.

El consumo excesivo de alcohol era un problema ubicado especialmente en los varones adultos, que era invisible para quienes veníamos de “afuera”y se exteriorizaba fundamentalmente los fines de semana. El consumo de drogas no era siquiera mencionado como problema a la hora de trabajar con los vecinos sobre las prioridades a resolver.

Tuvimos oportunidad de participar en algunas fiestas organizadas por la Junta Vecinal para el arreglo de un espacio común donde se daba apoyo escolar para los niños, y otras actividades para los adultos: eran fiestas concurridas donde venían vecinos de distintas localizaciones dentro del barrio, se recaudaba dinero con la venta de entradas, rifas y “buffet”, que se transformaba en ladrillos y chapas.
Participaban a la par en la organización y armado de estos eventos los jóvenes, adultos y niños.

Las prioridades de los vecinos apuntaban a una especie de reconstrucción: de espacios comunes, de formas de organización, de restitución de derechos vulnerados, derechos de los niños y adultos a la educación, a la salud, a la vivienda, al mejoramiento en las condiciones de trabajo, etc.

Hablaban de la “época anterior” para referirse a la etapa previa a la dictadura, y este era un modo que no solo era utilizado por quienes eran o habían sido militantes sociales o políticos. “Yo, en la época anterior, estaba en la comisión interna de x fábrica” “en la época anterior hacíamos teatro popular con Norman Brisky”. Y esta comunidad, que ahora funcionaba como tal, hacia intentos por retomar aquello que había quedado “suspendido” “interrumpido” “en pausa” durante la dictadura militar. Porque la dictadura militar había impuesto a sangre y fuego un modelo económico, pero aún no había podido arrasar culturalmente con toda esta experiencia histórica de las clases populares.

¿Veinte años no es nada?

Veinte años después, recibo en el Depto Prevención del CE.NA.RE.SO., en lapsos de 2 ó 3 meses, pedidos de 3 comedores de la “Villa Ceibal” que participaban con nosotros en una red de instituciones, situados a 2 cuadras de distancia uno del otro.

Cada uno quería tomar el tema con “su” gente en “su” comedor, porque eran “realidades diferentes”. Fuimos escuchando las diferentes demandas, poniendo especial cuidado en pensar qué lugar estaban ocupando las drogas en cada uno de esos pedidos:

1) Un señor -que vamos a llamar Pedro- acompañado por José, que se da a conocer como Pastor evangelista.

Pedro me dice: “tengo un comedor en la Villa Ceibal”. Así se presenta.

Agrega que “se puso” un comedor nocturno porque la mayoría de los comedores del barrio funcionan al mediodía y “hacia falta” uno a la noche. A éste, según sus dichos, concurren los adictos del barrio, porque “duermen de día y salen de noche, entonces comen en mi comedor”. Me dice que no quiere que el suyo sea un “comedero”, “-yo quiero hacer acción social”.

A continuación ambos (Pedro y el Pastor) hablan de su preocupación por los jóvenes y los adictos. Refieren que los coordinadores del comedor quieren tener un encuentro con nosotros para pensar juntos qué hacer con la problemática de las drogas en los jóvenes.

2) Una señora – que llamaremos Alicia- cuyo comedor tiene muchas y variadas actividades culturales y educativas, además de asistencia odontológica para los niños y recibe, además de subsidio estatal, ayuda económica de personalidades del medio artístico.

Alicia dice que las madres que concurren a su comedor quieren tener una reunión con nosotros, preocupadas por evitar un encuentro de sus hijos con las drogas. Agrega “trabajan para mi comedor mujeres que tienen planes sociales” constituyéndose una relación cuasi laboral con las vecinas que cocinan y atienden.

3) Una señora – que llamaremos Noemí- cuyo comedor es nuevo y esta en plena búsqueda de ampliación de subsidios.

El pedido sería para trabajar con jóvenes que asisten al lugar y que finalmente nunca aparecieron.

Hay algunas cosas en común en la presentación de los tres: 1) se presentan como “propietarios” del comedor del que provienen (no es “nuestro”, “del barrio”, sino “mi comedor”), 2) estos comedores que se llaman comunitarios ofrecen comida sin que medie reflexión alguna por los motivos de esta falta de alimentos y 3) dicen basar su intervención en el amor.

Sin embargo, hay algo en estos relatos, que habla más de leyes de mercado y microempresa, que como respuesta a una necesidad básica en su comunidad: competencia, búsqueda de ofertas diferentes de servicios, ocultamiento de contactos que pueden proveer mercaderías a los otros, etc.

¿Se trata de personas corrompidas, sin conciencia de clase que se abusan de sus vecinos encontrando un modo de vivir de ellos? ¿o podemos pensar en cómo se expresa en estos espacios microsociales, en su cultura, en su cotidianeidad y en su manera de leer las causas de sus problemas el cambio operado a nivel macrosocial: el global neoliberalismo?

Podemos observar justamente en esta descripción las repercusiones en la cultura, los vínculos, la vida cotidiana y la economía, de las políticas y el discurso neoliberal de los ´90 en un espacio microsocial; mas allá del análisis sobre cada uno de estos actores sociales y, “ver así como llevamos mas de 30 años de modelación de la conciencia social3

El trabajo iniciado en la dictadura militar lo vemos continuado en democracia, fundamentalmente en los ´90, en las distintas expresiones de la cultura. A nivel mundial se anuncia el “fin de las ideologías y de la historia”, y que no hay mas contradicciones, solo un ganador. En ese momento “desapareció del imaginario popular la posibilidad de construir una sociedad alternativa4.

La actividad política y social sufre un proceso de degradación. Se instala la sospecha de corrupción en cada rincón que otrora fuera de solidaridad, lucha y proyecto común. “Antes nos juntábamos para discutir ideas de cómo salir de nuestra situación. Ahora nos juntamos para escribir proyectos para que nos subsidie alguna ONG” decía una referente de un comedor comunitario de una populosa villa del Gran Buenos Aires.

La descripción que hace Javier Auyero en “La política de los pobres” 5 de la línea secuencial en el tiempo de la forma de satisfacción de las principales necesidades de subsistencia en una villa del conurbano bonaerense es absolutamente aplicable a esta experiencia: “...consiste en una combinación de extremadamente bajos ingresos (decrecientes), redes de reciprocidad entre vecinos y familiares (crecientes), actividades ilegales (trafico de drogas, pequeños robos, etc.) (crecientes) caridad asistencial de las iglesias y del Estado y (creciente) resolución de problemas a través de la mediación política.”

Siguiendo con Auyero, “... La reconstrucción de la historia de la villa y de las experiencias de sus habitantes refleja la siguiente trayectoria: a) de proletarización a desproletarización y b) de ser un lugar con alta densidad organizativa y niveles de movilización política que en algún momento fue vivido como una comunidad y en el cual la mayoría de los problemas de la villa eran resueltos de manera colectiva, a ser un espacio, caracterizado por la desertificación organizativa y bajos niveles de movilización política, que es percibido por sus habitantes como un potencial vacio, como una posible amenaza, un área a ser temida o fortificada y en la cual una creciente cantidad de problemas de sobrevivencia son resueltos de una manera individualizada.”

En este regreso a la Villa Ceibal de la mano de Pedro, pude observar cambios fundamentales.

Él ofreció ir a buscarme a una avenida cercana para ingresar juntos, por cuestiones de seguridad. Una vez en el barrio, le pido que me lleve a recorrerlo. Me resulta difícil reconocer este nuevo territorio. En cada calle hay varios cartelitos en los frentes de algunas edificaciones que anuncian: comedores, merenderos, apoyo escolar, guardería, iglesias de diferentes practicas, apoyo para microemprendimientos, todos ellos con nombres como “La abejita”, “Amor”, o con referencias religiosas. No saben sobre la existencia de juntas vecinales o sociedades de fomento las personas consultadas. Cada comedor tiene su listado de personas que asisten y los que consiguen menos recursos o servicios establecen una extraña relación con los que más tienen, en donde les piden “cupos” para que puedan ser atendidos los de “su” comedor por los médicos o los odontólogos del “otro”.

Los jóvenes salen poco del barrio, el “afuera de” les resulta sumamente hostil, se producen robos dentro de la villa permanentemente y situaciones de violencia callejera. “- no podés tender la ropa, te roban las zapatillas, te piden la plata del colectivo...”

El barrio tiene una división virtual en: “zona de peruanos, zona de bolivianos, de este lado de la asfaltada, del otro lado de la asfaltada, los del arroyo, los del fondo, los de la entrada... ”. Pertenecer a una zona invalida relacionarse con los de la “otra”. La hostilidad de afuera se ha reproducido dentro.

Me presentan a una vecina como la única que puede recorrer ciertos pasillos

“...yo ya estoy jugada, mi hijo esta todo el tiempo tirado drogándose, yo voy a los pasillos y me tiro con ellos en el piso para estar con mi hijo, y me quieren y respetan. Tiene que ver como me saludan y reconocen!!!”.

En distintas reuniones con vecinos, ubican como principal problema el del consumo de drogas, tanto entre sus familiares como en los chicos del barrio.

La escala de personas que se juntan para pensar cómo resolver sus diferentes problemas se ha reducido ostensiblemente: no es escala barrial, sino grupo que esta en determinada iglesia o comedor, o calle. Refieren desconocer a la mayoría de sus vecinos, salvo casos excepcionales como la señora que puede ingresar en cualquier pasillo, lo que he podido comprobar al recorrer el barrio en diferentes oportunidades con distintas personas (no se saludan ni se miran)

La mayoría de los jóvenes ha abandonado la escuela, no tienen trabajo y se los empieza a ver entrada la tarde, tirados en distintas esquinas.

La fragmentación, el desamparo y la hostilidad se respira.

La gente con la que me contacté en este trabajo no recordaba o no conocía toda esta historia previa del barrio: las organizaciones, el modo en que resolvían los problemas. En su preocupación por sobrevivir les costaba relacionar que este desconocimiento, como descapitalización, era parte del problema. Que la recuperación de la memoria histórica, no era el recuerdo a los que estuvieron, sino retomar ese modo de pararse que les ofrecía una mirada del mundo y una posición subjetiva más ligada a los derechos y a la dignidad que a la dádiva.

El orgullo de formar parte se había transformado en vergüenza de pertenecer. La palabra mas escuchada: impotencia. ¿Habrán olvidado ese “saber hacer”o estará “en pausa” “suspendido” “interrumpido” como durante la última dictadura militar?.

En ese contexto resulta una obviedad pensar en cómo se instala este consumo generalizado de drogas, que denuncia malestar y sin sentido.

Estimo que todo análisis con relación al fenómeno de las drogadependencias debe tener en cuenta que tanto la aparición de este fenómeno como los efectos que producen las drogas consumidas están muy mediatizados social y culturalmente.

Desde el discurso imperante con relación a la prevención, se sostiene la misma ilusión de igualdad que la de nuestra Constitución Nacional, tomando solo una diferenciación: el tipo de droga consumida (que no es poco): éxtasis -pasta base, como extremos de opciones según la clase social a la que se pertenece, no teniendo en cuenta otros atravesamientos económicos, sociales, históricos, políticos y culturales a la hora de analizar qué cosas están denunciando estos consumos.

Asimismo, creo importante destacar la escala comunitaria de nuestra intervención que toma y trabaja sobre los efectos que esta situación macrosocial produjo en los microgrupos.

Justamente podemos relacionar lo que subyace como padecimiento desde lo social a poco de iniciar una actividad comunitaria de prevención en el uso de drogas con los efectos del huracán neoliberal que vivimos y que se agudizó desde los 90´.

Por un lado tenemos indicadores económicos: desocupación, pauperización, necesidades básicas insatisfechas, población debajo de la línea de pobreza e indigencia. Estos indicadores difícilmente puedan ser modificados en una intervención a esta escala.

Sin embargo, hay otros efectos, profundos, aun no mensurados en la dimensión alcanzada: sociales, vinculares, culturales, en los que sí es posible intervenir en esta escala microsocial, y son los efectos que quienes se acercan con un pedido de intervención a nosotros empiezan a relacionar con las situaciones que viven hoy, incluyendo el uso de drogas de los jóvenes de sus barrios.

Barrios Santa Ana, San Martín y Loma Verde – Pcia de Bs.As.

Corría el año 1982 y se produce en el sur del conurbano una espectacular toma de tierras: de la noche a la mañana cientos de familias se asientan en una zona, dividen cada terreno en x pasos de frente por x de fondo y se instalan.

Resisten una feroz represión policial, bloqueo de agua y víveres y, con la creatividad popular, organización y apoyo de distintas organizaciones, fundamentalmente la Iglesia, logran quedarse. Fueron ejemplo de lucha, resistencia y organización.

En plena campaña electoral en 1983 logran arrancarle a cada candidato a presidente la promesa de poder ser dueños de estas tierras, y lo consiguen. Cada noviembre festejaron el aniversario del sueño de su lugar, el que iba a ser construido con toda dignidad. “Esto es un asentamiento, todos tenemos el mismo terreno, vamos a hacer calles, vamos a ponerles nombres”.

Inmediatamente se trabaja en alfabetización de adultos, aprendizaje de construcción de viviendas populares con arquitectos solidarios, construcción de telares para fabricación de prendas, las reuniones de las Comunidades Eclesiales de Base, el acompañamiento de los organismos de derechos humanos.

Estos barrios, 3, que colindaban, tenían una organización de delegados por manzana. También eran votados y revocados en su mandato en asambleas de manzana.

Luego, estos delegados se reunían en la comisión barrial y a su vez funcionaba una coordinadora de los 3 asentamientos.

A pesar de las dificultades permanentes, el clima era de triunfo y de “solo resta mejorar”.

Las preocupaciones se relacionaban con estabilizarse en el barrio, generar buena relación con los barrios vecinos que no veían con buenos ojos la irrupción repentina de tanta gente, la represión policial, mejorar los materiales de construcción de las viviendas, la escolaridad de los hijos, saber leer y escribir para mejorar la calidad de empleo y el manejo en la vida cotidiana.

No se mencionaba como problema el consumo de drogas. El consumo de alcohol, problema de los adultos, era trabajado en las reuniones de alfabetización o en las CEB (comunidades eclesiales de base).

Sigo en contacto por distintas vías con gente de esta comunidad. Promediando el año 1987 se les hacia difícil sostener la organización. Los delegados por manzana eran más virtuales que reales y muchos seguían siéndolo porque nadie quería ocupar ese lugar. El año anterior habían matado en un confuso episodio a un joven militante del barrio y esto actualizó antiguos terrores.

La preocupación era la incipiente democracia amenazada, la proliferación de iglesias que se definían como evangélicas y traían un discurso disonante con respecto a la experiencia de los barrios, la falta de trabajo, que se empezaba a sentir con más fuerza, las elecciones en los sindicatos, la conformación de frentes para las elecciones para diputados...

Retomo el contacto en el año 2004 con uno de estos barrios a instancias del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, a partir de un pedido de un grupo de mujeres de una organización de desocupados. El pedido era claramente la preocupación por los jóvenes que consumen drogas en el barrio.

Inmediatamente hablan de la falta de empleo, de lo difícil de sostener la vida familiar cuando el hombre se siente avergonzado por no poder proveer el sustento, del papel de la mujer en el tránsito que va desde el despido del empleo de su marido, el tiempo que pasa sin conseguir otro trabajo y la decisión y posibilidad de algunos de salir de su propia culpabilización y unirse a una organización de desocupados. El impacto en la relación con los hijos, en la dificultad de ejercer su función por no sentirse autorizados al no poder brindarles la satisfacción de sus básicas necesidades materiales.

Coexisten en el barrio varias organizaciones de desocupados que compiten entre sí, no hay delegados por manzana sí una sociedad de fomento de dudosa representatividad.

El paisaje cambió. Se abrieron nuevas calles, asfaltadas, hay semáforos, pero no hay lugar común.

Las mujeres de esta organización tienen un entrenamiento en reflexionar y discutir y pueden, de algún modo, relacionar esa ausencia de proyecto común, de sentido, la falta de lugar, como facilitador de la aparición en cada esquina de sus chicos drogándose. “Ellos nos muestran que están mal y nosotros nos cruzamos de vereda.”

Cada organización esta cerrada y centrada en si misma, buscando sobrevivir.

Acusan recibo del mensaje de los jóvenes, ellos exhiben todo su malestar, dejan inscripciones en las paredes, eligen determinadas esquinas y lugares, la tarea es decodificar esos mensajes.

En estos barrios hay puntos en común respecto del consumo de drogas:

>Consumo masivo de sustancias toxicas por parte de los jóvenes de los barrios: describen el paso de ser un lugar de consumo esporádico, a un consumo permanente y generalizado.

>Modificación de la accesibilidad de las sustancias, las que se hallarían más disponibles que en otros tiempos.

>Modificación de las sustancias utilizadas para el consumo. Se ha pasado de sustancias menos dañinas a más dañinas, (marihuana – cocaína- inhalantes a pasta base) Esta última aparece como problema desde hace aproximadamente seis años y la utilizan con distintos elementos de corte -la mayoría de las veces- desconocidos para los consumidores.

La población ubica el inicio de estas modificaciones entre principios de los ´90 y promediando esa década. Asocian este consumo de drogas con la desocupación, el hambre, la pauperización “Antes éramos pobres dignos, ahora somos miserables”.

Cuando trabajamos sobre cómo impacta esto en las familias, aparecen cuestiones que creo imprescindible transcribir textualmente:

Violencia: el hombre se siente disminuido ante su mujer que sale a trabajar”. “Muchas veces sólo se siente hombre tomando, pegando y robando”.

No podemos poner límites a los hijos si yo como padre o madre no puedo darle de comer”.” Mi hijo llama papá al del comedor en vez de a mí”. Muchas veces tenemos que mirar para otro lado y comer de lo que roba”. Sentimos vergüenza ante nuestros vecinos.”

Relatan situaciones de impotencia, depresión, comportamientos autodestructivos.

A su vez, estas situaciones impactan en el barrio.

El resultado es la atomización, la falta de participación en la resolución de los problemas de la comunidad, la desconfianza, la falta de solidaridad.

Los hijos, propios y ajenos, aparecen para estas personas apaleadas por la realidad, como lo único por lo que vale la pena luchar. Es por eso que recibimos estas demandas y, son los hijos y los jóvenes adictos de las esquinas, los que conducen a los grupos de vecinos, la mayor parte de las veces angustiados, a pensar sobre la situación a la que han llegado.

La intervención de la que hablamos implica una investigación participativa, que dé lugar a un diagnóstico construido con la población, para que éste permita direccionar la acción.

Hacemos una ubicación de las diferentes escalas e identificamos sobre la que concentraremos nuestro trabajo: individual, familiar, barrial, municipal, provincial, nacional, internacional.

Una vez clarificada la escala de trabajo (barrial) hacemos una lectura compartida de las necesidades de los jóvenes.

La materia prima es: lo que dicen las paredes de sus barrios (“esta esquina me vio crecer” “este es mi refugio”), los lugares que eligen para juntarse (“vienen a las plazas y entonces nosotros nos vamos” “las esquinas que tienen paredones grandes”).

Todo este ejercicio está orientado a que puedan escuchar parte de lo que los jóvenes están demandando: un lugar.

Ellos son los excluidos dentro de los excluidos, ostentan su malestar en cada esquina, y detrás del aparente poderío que hace que “el resto” se vaya cuando ellos llegan, está la intemperie. Son los más expuestos a la violencia institucional, aunque son señalados como violentos.

Los jóvenes convocan, por dolor o por temor. Pero a poco de andar con esta investigación compartida, comienzan a aparecer todas las similitudes que tiene la situación de los jóvenes con la de los adultos: falta de proyectos, desocupación, discriminación, violencia, desamparo.

También comienza a vislumbrarse cómo a veces sus propias organizaciones (juntas vecinales, organizaciones piqueteras, etc.) dan poco lugar a las mujeres, o a los jóvenes con un perfil diferente al “esperado”, y se pone al descubierto una especie de derecho de admisión.

Trabajar sobre lo que no esta expresado pero excluye, trabajar para la preparación de un encuentro, propiciar espacios cuyo horizonte será pasar de la fragmentación a la organización, considero que es una intervención que se involucra con todos estos padecimientos, denunciados por los jóvenes y escuchados de algún modo por su comunidad. Nuestro trabajo apunta a posibilitar estos encuentros, y, desde un enfoque dialéctico, producir marcas por parte de quienes creen que solo tienen derecho a ser marcados por la realidad.

Bibliografía

۰Auyero, Javier (2001) La política de los pobres, Manantial, Bs.As.

۰Petras, James (2002) Los perversos efectos psicológicos del capitalismo salvaje. Rebelión

۰Wacquant, Loïc (2000) Las cárceles de la miseria. Manantial, Bs.As.

۰Wacquant, Loïc (2001) Parias urbanos. Manantial, Bs.As.

NOTAS

1 Desde 1982 hasta 1985 fui alfabetizadora y formadora de alfabetizadores de adultos, primero desde el Servicio Paz y Justicia y luego desde el CE.DE.PO. Centro Ecuménico de Educación Popular. Los primeros contactos y trabajos en estos barrios los hice desde esta experiencia. Desde 1988 trabajo en Prevención en adicciones en el CE.NA.RE.SO.

2 Se trata de 2 barrios: uno ubicado en el sur del conurbano bonaerense y otro en la Ciudad de Buenos Aires.

Los nombres de los lugares y las personas han sido modificados.

3 Gambina, Julio: extraído del Encuentro sobre Economía Política dirigido a referentes populares en el MEDH. Agosto 2006

4 Gambina, Julio: idem

5 Auyero, Javier: La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo. Manantial. Buenos Aires 2001



* Datos sobre la autora:
* Silvia Mónica Gianni
Lic. en Servicio Social

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