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Edición N° 31 - primavera 2003

Trabajo social: intervención e identidad

Por:
Lic. Silvia C. Fossini
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(Datos sobre la autora)


Introducción

Muchas veces los Trabajadores sociales debemos explicar por qué tal o cuál trabajo se encuentra, o no, en el marco de las competencias de nuestra profesión.

¿Porqué debemos salir a explicar lo que hacemos o lo que no hacemos?

Lo que hacen los trabajadores sociales lo puede hacer cualquiera... eso dicen... o lo piensan...

¿Por qué en muy pocas oportunidades somos considerados una voz “experta” en temas que nosotros consideramos son de nuestra competencia profesional?

Creo que debemos realizar un análisis “a conciencia” sobre esto que aparece cotidinamente en cada una de nuestras intervenciones o cada vez que alguien se refiere a la labor profesional que realizamos o debemos realizar.

Este análisis, que debe comprender factores externos y factores internos de la profesión y de los profesionales, se relaciona con la historia de la profesión, con la identidad que cada uno de nosotros se ha formado sobre el ejercicio profesional, con la identidad que proyectamos y con la identidad que “los otros” nos atribuyen.

Este trabajo que realizo hoy pretende ser el primero de una serie de tres (3) referidos a este tema; serie que debería culminar con propuestas de acción que nos ayuden a cada uno de los Trabajadores sociales a adoptar una posición clara sobre la profesión y su ejercicio.

Considero que sólo a través de ese posicionamiento, de un sinceramiento, podremos romper con muchos de los factores que favorecen, en los otros y en nosotros, la construcción de una identidad difusa, confusa, del Trabajo Social.

Creo como fundamental para la profesión, para los trabajadores sociales, para las instituciones, y para la ciudadanía toda, que el marco teórico que utilizamos en nuestras intervenciones, la ideología que guía nuestro accionar, la identidad que nos hemos construido en nuestro interior y la que proyectamos conformen una unidad demostrable, comprobable, en los dichos y en los hechos. Ello nos posibilitará a nosotros y a “los otros” reconocernos y coincidir o disentir, desde el discurso y desde nuestras intervenciones, con la FITS cuando en junio de 2000 planteó que “la definición de Trabajo Social nos caracteriza, nos unifica a nivel mundial y nos diferencia de otras profesiones y grupos que tienen objetivos similares. Es lo que guía nuestras actividades”. Y definió al Trabajo Social como una profesión que “ promueve el cambio social, la solución de problemas en las relaciones humanas y el fortalecimiento y la liberación de las personas para incrementar el bienestar. Mediante la utilización de teorías sobre el comportamiento humano y los sistemas sociales, el trabajo social interviene en los puntos en los que las personas interactúan con su entorno. Los principios de los derechos humanos y la justicia social son fundamentales para el trabajo social."

Este tema hace ya un tiempo que da vueltas en mi cabeza dado que ha veces (no pocas) me parece que tampoco nosotros, los Trabajadores sociales, tenemos tan en claro como pretendemos hacer creer a los otros cuál es el Trabajo Social que queremos, cuál es nuestra función en una institución, cuál es nuestro rol profesional, por qué nuestro trabajo es profesional y no pueden hacerlo otros, y por ello tampoco podemos realizar una buena defensa de la profesión y de nuestro lugar en las distintas instituciones.

Ante ello, y con un primer afán egoísta de construir para mí, trataré de construir algo que también pueda ser útil a otros en el análisis de este tema.

Considero importante observar que aquí no aparecerán certezas irrefutables, sólo hechos y análisis cargados de dudas e interrogantes que pretendo sirvan para pensar críticamente y comprender un poco mejor lo que como profesión nos pasa y a partir de ello construir.

Algo de historia

Con la convicción de que para comprender el por qué de nuestras intervenciones y la construcción de la identidad del Trabajo Social como profesión y de nosotros como profesionales debemos conocer la historia de nuestra profesión y de las prácticas sociales que con ella se relacionan, trataré de efectuar un breve recorrido por los procesos histórico-políticos y sociales y las prácticas sociales que considero se constituyen en los escalones para las intervenciones profesionales del Trabajo Social actual.

La intervención profesional posee dimensiones que se construyen en la práctica mediada por actores e instituciones diversos, inmersos en la complejidad de contextos históricos – políticos – sociales y culturales que se van produciendo en la dinámica de la sociedad, por lo que resulta muy dificultoso establecer estándares específicos para delimitarla.

Intentaré, no obstante, un análisis teniendo como eje lo que consideré, en el curso de la breve investigación bibliográfica realizada, son los puntos básicos sobre los cuales se ha construido la práctica del Trabajo Social. Trataré de no efectuar un simple “racconto” de los hechos sino de utilizar una perspectiva crítica que posibilite la posterior realización de un análisis y comprensión de ellos.

A continuación, con nosotros: la historia

Leyendo distintos autores podemos señalar que el surgimiento de las prácticas sociales y del Trabajo Social se halla estrechamente ligado a la atención de la pobreza, a la búsqueda del “bienestar social” y a la denominada “cuestión social”.

A partir de la breve investigación realizada podemos decir que encontramos diferentes modalidades de intervención social, siempre relacionadas con la organización social que cada sociedad se fue dando.

Si bien se considera que la intervención del Trabajo Social en la sociedad se inicia como tal en la época de la modernidad, podemos afirmar que, considerando la atención de la pobreza como una de las formas de intervención en lo social, con anterioridad se observa este tipo de intervenciones. Podemos mencionar, a modo de ejemplo, los dichos de María Inés Peralta quien, al realizar un análisis de la asistencia a la pobreza en la Edad Media, señala la existencia de una intervención (de su atención) y la intersección de 2 ejes:

  1. la relación de la proximidad que debía existir entre el beneficiario del “socorro” y quien lo dispensa.

  2. El criterio de ineptitud para el trabajo, lo que implica que son objeto de la ayuda quienes no pueden resolver sus propias necesidades dado que son incapaces para trabajar.

Observamos, así, que la asistencia a la pobreza implicaba la condición de “incapaz” del destinatario, que recibiera ayuda lo rotulaba como sujeto incapaz de producir. Se está ya aquí construyendo una idea de sujeto destinatario de la intervención.

Desde entonces una de las variables que definía el lugar de cada individuo en la sociedad se encontraba relacionada con el trabajo Se reconocía el valor económico del trabajo pero inscripto dentro de un complejo religioso, moral, social, económico que definía la condición de “popular”.

El trabajo era una condición moral y una obligación para quienes no tenían nada, se lo pensaba como un “correctivo de los vicios del pueblo”, por lo que estaba inscripta en él la idea de disciplinamiento.

Un hito importante en la intervención en lo social es el pensamiento de T. Hobbes (siglo XVII). Sus ideas de que el modo de resolución de los conflictos era “darle poder al soberano” y que los hombres sólo aspiran a “satisfacer sus impulsos” dan lugar a la constitución de distintas formas para lograr y mantener la paz. Surgen su idea de “contrato social”, que implica que “los hombres delegan su soberanía a un monarca, quien a cambio les restituye el derecho a la vida”, y la construcción de instrumentos de coerción relacionados a quienes quedan – al decir de A. Carballeda – “fuera de la contienda, los derrotados de una determinada coyuntura” . Aquí es donde encontramos la intervención social fundando su necesidad a partir de posibilidades de ruptura del contrato. O sea a partir de la idea de que lo que no coincide con la racionalidad social de esa época debe ser ordenado, racionalizado.

El proyecto de la Modernidad, formulado en el siglo XVIII por los filósofos de la Ilustración, de la mano del positivismo, puso sus esfuerzos en el desarrollo de la ciencia objetiva, la moralidad, la ley universal y el arte autónomo de acuerdo a su lógica interna.

Puede decirse que la Ilustración considera que el mundo ha estado oculto por la mitología y sujeto a la irracionalidad por lo que afirma que el sufrimiento, la ignorancia y la injusticia podrán superarse a partir de la desmistificación.

Este proceso se realiza a través del triunfo de la razón, cuya expresión ideológica es el Positivismo (de la mano de A. Comte que afirma la similitud entre el organismo social y el organismo biológico y que cada individuo tiene una función que cumplir ante lo cual toda disfunción debe ser atendida individualmente)..

La razón se convierte en el instrumento eficaz para garantizar el progreso indefinido y el bienestar de la sociedad. “La razón ilumina”.

Se hace importante la laicización, la educación. La organización de la sociedad y el dominio de la naturaleza se hace interventivo, no hay privilegios naturales y se genera el control público de las instituciones sociales. El discurso plantea que todos los hombres son iguales, pero la realidad muestra que sólo los considerados ciudadanos pueden tener libertad y la idea de ciudadano se relaciona fundamentalmente con ser propietario.

Gana lugar la idea de bienestar social.

En este marco se desarrollan nuevas instituciones a las que se liga el surgimiento de nuevas prácticas. Algunas de estas prácticas (que serán inicios del Trabajo Social) toman al bienestar social como uno de sus objetivos.

Según expresa Margarita Rozas Pagaza el concepto de bienestar social “...es asumido por el Trabajo Social desde una perspectiva valorativa que lleva a pensar las acciones del mismo como servicios que deben ser funcionales a la aparición de la sociedad moderna, sin embargo, dicha funcionalidad, desde el ejercicio profesional tuvo manifestaciones conservadoras y que se pueden denominar antimodernas”. La organización de la caridad, que en Argentina fue creada por B. Rivadavia en l823 y que asume el concepto de bienestar social como objetivo, es incorporada al Trabajo Social y luego retomada como el ámbito del quehacer profesional. “La asistencia organizada trabaja para aliviar la pobreza y liberar a los hombres del peso de las circunstancias de la pobreza procurando que cada individuo asuma su responsabilidad para orientar su existencia en la contribución del bienestar de la sociedad.” Esta autora plantea que el concepto de bienestar social influyó en la configuración de las prácticas asistenciales más sistematizadas constituyendo el primer antecedente de lo que después sería una metodología de intervención. En este marco la intervención comienza a naturalizarse e incorporarse a lo cotidiano.

De Sousa Santos expresa que “la riqueza del proyecto de modernidad está sustentado en un principio de regulación y en un principio de emancipación”. En el equilibrio entre estos dos se sustenta esta sociedad.

De la mano del argumento del desarrollo de la sociedad comenzó a fortalecerse la regulación (que inició una identificación hacia el capitalismo) a costa del pilar de la emancipación, en un proceso “no lineal y contradictorio” evidenciado en los distintos campos de la vida: cientificismo/utopismo, liberalismo/marxiamo, reforma/revolución, corporativismo/lucha de clases, capitalismo/socialismo, etc.

Estos desequilibrios han dado forma a lo que luego se llamará la “cuestión social”.

En este escenario se instala la exclusión” como un hecho social de característica estructural dado que ha afectado la posibilidad de constitución de ciudadanos con derechos. Vemos así un posicionamiento con respecto al concepto de ciudadanía.

El bienestar social se relaciona con la idea de superación, es la búsqueda de justicia y progreso a partir de la razón. El Trabajo Social asume este concepto como una aspiración personal que aporta a la búsqueda de soluciones de los problemas que dificultan el desarrollo de la sociedad. Se trata de mantener la homogeneidad de la población, de mantener el orden social establecido por las instituciones. A su vez, puede decirse, que a partir de sus intervenciones el Trabajo Social colabora en la construcción de los destinatarios de su intervención, los que originalmente son “señalados”, determinados, por quienes detentan el poder, y en la tarea de construir ideales a los que debe aspirarse.

Desde esta perspectiva puede decirse que el origen del Trabajo Social se da en el contexto de una fragmentación social y se presenta como modo de cohesionar, de volver a integrar.

El bienestar social es funcional a los intereses de la clase dominante que considera que el único sistema que garantiza este bienestar y el “estado de libertad” es el capitalista.

En esta época el Trabajo Social toma una primera forma de organización sistemática elaborando lo que podríamos mencionar como una metodología de intervención que parte del supuesto de relacionar el bienestar social con el progreso individual a través de la explotación de las potencialidades del individuo. Se naturaliza la pobreza y su posible solución haciendo precario el concepto de bienestar en tanto éste es parte de una racionalidad reproductora del orden social.

Este bienestar social es parte constitutiva del orden institucional, “es consustancial al orden social”, así tiene una connotación más ideal que real, por lo que termina siendo sólo formal y aparente. De este modo el Trabajo Social no puede ya convertirlo en un objetivo de su intervención profesional en los términos planteados por las concepciones del orden social que lleva una intencionalidad ideológica explicitada en un ordenamiento de instituciones siendo ello lo que marca la legalidad.

Durante la primera mitad del siglo XIX se concretiza el desarrollo de las fuerzas productivas, los procesos de industrialización y urbanización, la burguesía lucha por alcanzar la hegemonía política y económica surgiendo la “cuestión social” como amenaza al orden establecido y como manifestación de las desigualdades estructurales del capitalismo. Se entiende por capitalismo no sólo el sistema mercantil generalizado sino fundamentalmente las relaciones de producción que se instauran entre el capital y el trabajo, siendo ellas las que determinan la emergencia y generalización de un sistema capitalista.

La cuestión social contrapone así una organización político-jurídica que asegura los derechos de todos los ciudadanos con un sistema económico que genera miseria y pobreza”.

Entendida como la manifestación de las desigualdades y antagonismos políticos, económicos, culturales, y cuestionando al poder hegemónico de la burguesía, la cuestión social es vivida como un atentado contra el orden social establecido. Esto genera la necesidad, en el poder instituido, de implementar estrategias para enfrentarla, callarla, naturalizarla.

Debemos señalar, sin embargo, que al decir de algunos autores no siempre la existencia de la cuestión social generó el reconocimiento de que el propio desarrollo del proceso productivo y las diversidades sociales eran las causas de su existencia, sino que se la naturalizó transformándola en problemas de la “asistencia social”, o de violencia y caos social. La justificación de su existencia fue centrada en la existencia de problemas individuales o desviaciones patológicas.

Por otro lado se comenzaron a desarrollar investigaciones sobre los sectores populares y sus modos de vida cuyos resultados constituyeron el origen de las ciencias sociales. Se construye acerca del hombre un saber surgido de las prácticas de vigilancia, control y disciplinamiento.

Se desarrolló una conciencia de que la nueva pobreza era un fenómeno de masas, consecuencia de la industrialización, y aparece así la creencia de que esa pobreza debe tratarse mediante técnicas derivadas de la moral institucionalizada.

Ahora estaría el hombre en el centro (y no Dios como con anterioridad) pero recogían las ideas de la caridad como antaño.

Se presentaba un “plan de gobernabilidad política” que imponía modos de dependencia personal y sostenía el trabajo como un sistema de obligaciones morales.

Las estrategias a implementar debían recrear redes de interdependencia entre superiores e inferiores que daban por sentada la adhesión de aquellos a quienes “se moralizaba” perpetuando la situación de minoridad social.

Uno de los niveles en los que operaban estas estrategias de “moralización” era el de “asistencia a los indigentes” mediante técnicas que anticipaban el Trabajo Social.

Esta estrategia tenía como protagonista al “visitador de pobres”. Su tarea explícita no era la de dar directamente “socorro” a los indigentes (se consideraba peligroso darles bienes materiales si no se controlaba estrictamente el uso que harían de ellos) sino la de realizar un examen minucioso de las necesidades y clasificarlas. Tenemos, entonces, que las tareas del “visitador de pobres” eran: evaluación de necesidades, control del empleo de la ayuda, intercambio personalizado.

Asimismo podemos decir que el otorgamiento de la ayuda estaba condicionado a la “buena conducta” del beneficiario. O sea que puede afirmarse que lo que se buscaba con esta ayuda era garantizar la pasividad de los pobres, acallar las manifestaciones de las desigualdades y garantizar la relación de dependencia. Podemos, así, marcar un paralelo entre esta modalidad de intervención social y lo que hoy denominamos “clientelismo político”.

Esta línea de pensamiento podemos decir que coincide con el pensamiento de Stuart Mill quien planteaba la existencia de 2 clases sociales: una “inferior” que necesitaba ser dirigida, la otra “superior” y como tal pensante y rectora de los destinos de la sociedad. Esta superior debía prestar asistencia a la inferior siempre y cuando esta fuera obediente y respetuosa de sus superiores.

Las distintas estrategias implementadas para intervenir en la cuestión social van generando nuevas prácticas que, en muchos casos, esconden la verdadera intención de ser instrumentos de control social.

G. Parra menciona 2 matrices como fundacionales del Trabajo Social:

  1. de base doctrinaria, fundada en conceptos de la persona humana y la moral cristiana.

  2. de base racionalista y laica, ligada al movimiento de médicos higienistas, que apunta a la regulación desde lo público.

C. Montaño también opina sobre ello y plantea 2 tesis respecto a la génesis del Trabajo Social:

  1. una perspectiva endogenista en la que el origen de la profesión de halla en la evolución, organización y tecnificación de las formas de ayuda social como la caridad y la filantropía.

  2. Una perspectiva histórico-crítica que ubica al Trabajo Social como resultado de la necesidad del sistema capitalista.

Sea el que fuere el punto en el que nos paremos para analizar el origen del Trabajo Social creemos que no se puede negar que su origen apunta (aunque no explícitamente) al control de los conflictos sociales y marca un papel político de la profesión.

Citando a Alfredo Carballeda podemos señalar que “en el Río de la Plata la génesis de la intervención en lo social se relaciona con una serie de fracturas que están fuertemente ligadas a la irrupción de la modernidad y a la necesidad de ordenar y disciplinar una sociedad que lentamente escribía su contrato societario”.

Este autor expresa la presencia de una nueva lógica construida sobre 2 ejes: “la pregunta por el origen y el mito del progreso indefinido”.

La primera pregunta planteaba como punto de partida la idea de un “caos inicial y la búsqueda de un orden final”. Orden que fue marcado en un solo sentido y que dejó “del otro lado” a aquellas expresiones o personas que no se ajustaban a él. Aparece así la noción de “el otro” a quien se considera peligroso, inferior, lo que genera la necesidad de ordenar la sociedad delimitando sus espacios.

Esta función fue la que tomaron las intervenciones del Trabajo Social si bien su discurso se relacionaba con la filantropía en el sentido de que “se trataba de preparar a los otros para que se desempeñen dentro de la sociedad”. En este modo de intervención el sujeto era quien tenía la “culpa” por su situación, era diferente, inferior. Este discurso obstaculizará dentro de la profesión un análisis sobre las causas de las desigualdades e irá conformando con más fuerza una idea de sujeto destinatario de las prácticas sociales.

Observamos, así, una dicotomía entre discurso y práctica, la que continuaba ligada al disciplinamiento, a lo normativo, a la noción de orden social impuesta por quienes detentaban el poder.

Leyendo a Lucía Martinelli vemos que “menos por razones éticas y sociales y más en la defensa del régimen a lo largo del tiempo, la burguesía se vió obligada a rever sus estrategias de asistencia a los pobres. El pauperismo, como polo opuesto a la expansión, creció tanto que su atención ya no podía restringirse a las iniciativas particulares o de la Iglesia; era preciso movilizar al propio Estado, incorporando la práctica de la asistencia y su estrategia operacional – el Trabajo Social – a la estructura organizacional de la sociedad burguesa constituida como un importante instrumento de control social”.

Considero, asimismo, significativo recordar a G. Parra cuando afirma que el espíritu humanista animó a las instituciones que se desarrollaron desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX y consecuentemente durante los primeros años de institucionalización de la profesión, institucionalización que fue desarrollándose en un contexto en continua transformación.

A fines del siglo XIX nos encontramos con el Estado como eje central del ordenamiento de la sociedad, era la manera de resolución entonces planteada frente a la crisis y fractura existente.

Poco a poco, y algunos autores opinan que a partir de la caída de la idea de mercado como mecanismo autoregulatorio, va deteriorándose la figura de la libre empresa y de la mano de este deterioro camina el sistema capitalista. Aparece, así, el sistema capitalista en crisis iniciándose una etapa de mayor intervensionismo del Estado, intervensionismo que apunta a mantener la hegemonía de las burguesías defendiendo sus intereses.

Desde tiempo atrás venía preparándose lo que sería “la crisis entre democracia y liberalismo”, la que agudizada en esta época genera también la intervención del Estado como mecanismo para mantener no disuelta esta síntesis.

Estas intervenciones del Estado pueden señalarse como antecedentes de lo que luego sería el “Estado de Bienestar”.

La crisis del sistema capitalista implicará grandes cambios en todos los órdenes de la vida de la sociedad, hasta en la conformación de los Estados y en las explicaciones que las ciencias sociales intentarán dar.

Las modalidades de intervención del Trabajo Social continuarán ligadas a la filantropía y a un discurso con contenido moralista-religioso de integración pero con algunas variantes.

Podemos mencionar que en esta época, a fines de 1.800, las primeras organizaciones filantrópicas esbozan una línea de trabajo consistente básicamente en:

  • conocimiento de las necesidades del sector.

  • estudio de las “necesidades de los pobres” del sector.

  • relaciones de “amistad con los necesitados”.

  • supervisión del trabajo.

  • uso económico” de la “limosna”.

La “Charity Organization Society”de Londres agregaría a estas otras acciones:

  • cada caso será objeto de una encuesta escrita.

  • Cada encuesta se presentará a una comisión que decidirá las medidas a tomar.

  • La ayuda no será temporal sino metódica hasta que la familia o el individuo vuelva a sus condiciones normales.”

En 1897 en Estados Unidos se lleva a cabo la Primera conferencia nacional de asistencia social y allí Mary Richmond propone la creación de una “escuela de filantropía aplicada” y a posteriori se inician las primeras acciones de capacitación sistemática.

Se comienza a dar mayor importancia a la formación y al conocimiento relacionándolo con el poder. Es asi que lentamente las modalidades de intervención se reacomodan hacia una mayor especificidad del disciplinamiento partiendo de un conocimiento de las características de la población sobre la bases de la existencia de la heterogeneidad y división marcada por la población destinataria de las intervenciones.

El Trabajo Social no escapa a ello, interviene sobre las diferencias, los sujetos destinatarios de sus intervenciones continúan siendo “los diferentes”, “los otros”. Ahora trata de conocerlos en su homogeneidad y en su heterogeneidad desde un conocer para controlar como objetivo real de la intervención y no para integrar como expresa en su discurso.

Así el conocer se relaciona con el poder, poder sobre los diferentes.

Se construye, de este modo, un sujeto al que a partir de un diagnóstico (conclusión a la que se arriba luego del estudio realizado del sujeto) se lo clasifica y califica, se lo categoriza para posibilitar su control y justificar su exclusión. Esto se relaciona con la concepción de ciudadano que se va conformando.

Es una etapa a la que algunos autores llaman “primera gran crisis de la modernidad”.Es el fin de las certezas, de las respuestas totalizadoras.

La idea de progreso indefinido asociado con el bienestar comienza a ser cuestionada en distintos campos. Se cuestiona la relación entre las ciencias humanas y las ciencias naturales planteando que no pueden aportar a la resolución de la problemática de la integración.

Las ciencias sociales, desde la sociología que jugará un importante papel, intentarán comprender los conflictos aportando distintos modos de reformas para solucionarlos a partir de mantener el orden instituido.

El socialismo marcará otro discurso de solución a partir del importante apoyo de la clase obrera. Para éste la crisis es visualizada como un indicador del fracaso e inicio del fin del capitalismo.

Se visualiza la crisis de las formas de integración social y con ello el inicio de un período de incertidumbre, lo que intentará ser resuelto a través del surgimiento de los Estado-Nación.

Esta crisis iniciada a fines del siglo XIX puede decirse que se extiende hasta comienzos del siglo XX, hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, período en el que se hace más firme la necesidad de reordenamiento ya planteada. Esta necesidad de reordenamiento no se plantea ahora como necesidad de volver al orden anterior sino de construir uno nuevo a partir de nuevas estrategias de intervención desde el Estado. Se reafirma, entonces, la centralidad del Estado-Nación como ordenador de la sociedad y desde allí se construyen las posibles respuestas a la crisis.

Aparece así la idea del Estado de Bienestar como modo de igualar las desigualdades sociales y dar fin a la fragmentación.

Uno de los hechos más importantes que afectan a la sociedad en el siglo XX es el surgimiento de las profesiones. En la lógica del mercado y el modo de producción capitalista la racionalización y la división del trabajo y las estrategias de intervención sobre la cuestión social generan posibilidades y demandas que van cubriendo distintos grupos. Así cada uno de estos grupos siente la necesidad de demostrar que su labor no puede ser ejercida por cualquiera, aparece la necesidad de diferenciarse. El proceso de consolidación de este Estado, cuyo momento más importante puede decirse es la revolución industrial, es acompañado de distintas corrientes de pensamiento que conviven y van influyendo en el desarrollo de las estrategias, en la configuración de los distintos campos profesionales. Estos campos profesionales son propietarios de un saber especializado que a través de distintas prácticas y representaciones intenta conocer, explicar e intervenir sobre la cuestión social, sobre los efectos propios de la sociedad en construcción.

La diferencia está basada en que el desempeño de tal o cual tarea ya no es una cuestión de fe, de creencia o de voluntad, sino que es una práctica fundada sobre un saber específico. Se constituyen así las profesiones.

En este marco el Trabajo Social cobrará fuerza y es, entonces, que asoma en el escenario como práctica profesional.

Consideramos en este momento importante señalar que las relaciones entre la cuestión social y la profesionalización del Trabajo Social no pueden ser planteadas como unilineales ya que presentan una importante complejidad.

El Trabajo Social asoma en este contexto sin poder desprenderse de los condicionamientos previos ya planteados, lo hará respondiendo a la necesidad de integración pero desde una mirada de disciplinamiento.

Vemos, entonces, que el surgimiento del Trabajo Social en cuanto a profesión dentro del orden capitalista se relaciona con las estrategias del poder instituido para abordar la cuestión social. Surge como una de las formas de enfrentar la cuestión social y subordinado al poder de las clases dominantes.

Según J. P. Netto el Trabajo Social se constituye como profesión a partir de su inserción en el mercado de trabajo, o sea, a partir de que el trabajador social se incorpora al Estado y “se hace vendedor de su fuerza de trabajo”. Por lo tanto la práctica profesional está condicionada por las relaciones Estado y sociedad civil. La constitución e institucionalización del Trabajo Social como profesión depende de la acción del Estado en la regulación de la vida social.

El Trabajo Social encuentra su especificidad en la intermediación entre recursos y satisfactores que moviliza y pone en juego en situaciones concretas. Intermediación que va adquiriendo distintas significaciones según las distintas significaciones que va adquiriendo la cuestión social.

La nueva profesión construye su estructura particular en un esquema conceptual general, perteneciente a las ciencias sociales, pero influenciado internamente por las ideas de las prácticas del espíritu humanista, exigencias institucionales de procedimientos administrativos y burocráticos que apuntan al control social y por la demanda específica en la mediación entre necesidades y recursos.

A la luz de la dinámica social e influenciada por ella la práctica fue construyendo distintos encuadres teóricos, distintos modos de entender y operar y, por ende, de ejercitar su práctica.

La profesionalización del Trabajo Social y su incorporación al mercado de trabajo se produce por una necesidad del sistema capitalista, pero la raíz ideológica de la profesión se relaciona con ideas del pensamiento conservador. Ideas que son re-interpretadas de modo que sean favorables al sistema capitalista pero no por ello modifican su práctica conservadora.

Citando a Iamamoto diremos que “el Servicio Social al ser incorporado en el aparato del Estado, tiende a reproducir, en su práctica institucional, no sólo el paternalismo autoritario estatal frente a la clase trabajadora, sino también el discurso del Estado, expresión de la ideología de los gobernantes”.

Es importante señalar como otro elemento a tener en cuenta en nuestro análisis lo que plantea M. Iamamoto al argumentar que existe una vinculación entre ciertos componentes profesionales oriundos del humanitarismo cristiano con determinado “espíritu de casta” de los trabajadores sociales. Apunta con ello a la extracción de los trabajadores sociales (fundamentalmente de los sectores medios) y su posible identificación ideológica con la sociedad dominante y el proyecto de sociedad que ésta plantea. Afirma, así, que estos factores contribuyen a la formación de una “conciencia profesional profundamente ambigua en la que se constata una amplia distancia entre los propósitos enunciados y los resultados de la acción”.

Nos deja, aquí, planteada de este modo nuevamente una de las cuestiones que ya mencionáramos: distancia entre los dichos y la acción, falta de coherencia entre discurso y práctica. Motivada ¿en qué? En la falta de convicción sobre los ideales manifestados.

Argentina no era ajena a este panorama.

A comienzos del siglo XX se había producido una importante inmigración y desarrollo de la clase obrera. Se produjo un significativo crecimiento poblacional y comenzaron a ganar lugar ideas socialistas (traidas por los inmigrantes opinan algunos autores) lo que dio lugar a protestas y reclamos por las situaciones de explotación a las que era sometida la población obrera.

Así el Estado ve como imprescindible la necesidad de ejercer el control social manteniendo el status político y económico y lo hace a través de distintas leyes que promueven homogeneizar la población y mantenerla dentro del sistema imperante (ejemplo de ello es la Ley de residencia-1920-donde se permitía la expulsión de los extranjeros “díscolos”).

La profesión del Trabajo Social se organiza en América Latina a partir del proceso de industrialización, urbanización y del conflicto entre obreros y capitalismo. Las primeras medidas del Estado en estos conflictos apuntaban al aspecto sanitario (se necesitaba población sana para la producción) y por ello el Trabajo Social se desarrolló originariamente en el campo de la salud. Se trata de construir una población homogénea a partir de ratificar al destinatario de la intervención como alguien que está fuera de lo normado (en este caso haciéndose hincapié en costumbre higiénicas y sanitaristas); es alguien moralmente débil, que no logra comprender. Se re-construye así un sujeto desde lo negativo, colocándolo fuera de lo definido como “normal”.

En 1929 puede señalarse como hecho muy importante el derrumbe de la bolsa de Nueva York lo que impacta negativamente en las economías capitalistas. EEUU y Europa aplicaron medidas proteccionistas afectando el comercio internacional. Ello repercutió en Argentina que vió perjudicados sus ingresos por la disminución de las exportaciones. A partir de ello creció el desempleo y el descontento social.

Como ejemplo del pensamiento de la función del Trabajo Social en 1930 podemos citar párrafos del discurso de Maidagan de Ugarte, en Chile, el inaugurar el ciclo lectivo en la Escuela de Servicio Social:

“... el objetivo es formar visitadoras sociales que cuiden no sólo el aspecto material de los asistidos sino también sus almas... se concibe al Trabajo Social como una vocación, más que una simple profesión, para la cual son tan necesarios los aspectos técnicos como el amor que se da... se apunta a formar visitadoras que donde vayan lleven paz, alegría, den seguridad y confianza, inclinando su corazón hacia todos los que necesitan ser ayudados y reclaman una mano que los guíe... ellas han de ser la más alegres, las más amplias y comprensivas, las más amables y las más inteligentes de todas las mujeres que se dedican al trabajo; han de ser sanas de alma y cuerpo puesto que debe comunicar esta salud y esta fuerza a quienes nunca la tuvieron o a los que están privados de ellas por las vicisitudes de la vida”. (Manrique Castro – 1982).

En Argentina la formación profesional, con una fuerte tendencia sanitaria, se inició con la escuela del Museo Social en ese mismo año.

Pasadas ambas guerras mundiales puede decirse que se observa la existencia de cierto nivel de esperanza y confianza en el desarrollo futuro con un fuerte desarrollo del Estado de bienestar.

El Estado desarrolló un importante papel en tratar de minimizar o neutralizar los efectos negativos del capitalismo en la sociedad. Puede decirse que ello fue posible mediante una especie de “negociación” que por un lado planteaba implícitamente un compromiso de no traspasar los límites del capitalismo y por otro explícitamente la atención de la cuestión social con estrategias diferentes a las de filantropía y represión.

El desarrollo del socialismo, las luchas sindicales que llevaron a la organización gremial de lo trabajadores, generaron un nuevo escenario desde lo económico y laboral que afectó todas las esferas de la sociedad incluyendo los Estados de bienestar.

Creció el empleo, se mejoraron las condiciones de trabajo, se incrementaron los salarios. Volvió la idea de un progreso sin fin relacionada con la valoración positiva de lo nuevo.

Touraine plantea que “la vida de una sociedad se basa en la interiorización de normas” marcando la importancia de que exista correspondencia entre las instituciones que las elaboran, las socializan y las hacen respetar. Estas intervenciones forman parte muy importante de las misiones del Estado haciéndose ello más relevante dentro del Estado de bienestar.

Podemos señalar que el modelo vigente en EEUU y Europa es transplantado a Latinoamérica manifestándose una dependencia de tipo económico pero también política, social y cultural.

El Estado de bienestar se desarrolló en Argentina detrás del peronismo (1945-1955) y del modelo desarrollista (1960) jugando un importante papel en la implementación de políticas de protección para los trabajadores (obra social, servicios colectivos gratuitos: educación, salud, etc., derecho laboral, etc.), en favorecer la incorporación de la mano de obra al sistema productivo y en aumentar el consumo.

Cabe señalar que en esta etapa en Argentina el término “ciudadano” se ligó íntimamente al del “trabajador”, categoría que durante la época tuvo un importante desarrollo.

De la mano de esto los sujetos de la asistencia social fueron quienes por razones particulares (vejez, invalidez, etc.) no podían incorporarse como fuerza productiva. Si bien se continúa trabajando sobre “los diferentes” se modifica, en parte, la visión de estas diferencias.

“La práctica de las asistentes sociales, visitadoras de higiene, médicos, educadores, etc. en este marco, se vinculó fuertemente con la política social y con la idea de dignidad que les daba un nuevo sentido”.

Podría decirse que aquí se abre la brecha marcada en el ligar las distintas disciplinas sociales con lo derechos sociales, las prácticas del Trabajo Social se vieron influenciadas por ello.

Un papel importante en ello le cupo a la Fundación Eva Perón cuya actividad podría pensarse sentó, en cierto modo, las bases para la elaboración de diagnósticos sociales comunitarios ya que quienes en ella trabajaban recorrían las distintas comunidades, generalmente en compañía de un médico, y elaboraban fichas que contenían un diagnóstico del estado sanitario de la población.

Paralelo a ello continuaba en los trabajadores sociales y en el Estado vigente un rol de “detector de problemas” y de armador de estrategias de “socialización o resocialización”, desde una mirada micro social que asociaba la pobreza a una “desviación social”.

Durante la etapa del desarrollismo (1955-19565) el Estado ocupó un lugar principal en la concepción de la política económica y social elaborándose distintos programas sociales cuyo objetivo teórico consistía en lograr la participación de los “sectores sociales subordinados en el mejoramiento de sus condiciones de vida y trabajo”.

La ejecución de estas políticas de promoción social estuvo en manos de los trabajadores sociales. Crecieron escuelas de formación y adquirieron jerarquía.

Puede decirse, entonces, que la profesión tuvo aquí su oportunidad de dejar de lado su práctica tradicional, dejar de ser una práctica meramente empirista y asistencialista para vincularse con la promoción de los sectores populares y contando con aportes de distintas corrientes ideológicas y de distintas disciplinas iniciar un camino que lo llevará a poder realizar la explicación de los problemas sociales.

Este fue un momento de importante politización de la sociedad y ello impactó en el Trabajo Social, muchos de cuyos profesionales debieron asumir el carácter político que tenía la profesión aunque muchos otros continuaron con una línea de voluntarismo que intentará ser superada a posteriori.

No obstante la situación económica – política – social descripta, a partir de la década del 70, comienzan a perder fuerza en el mundo estas ideas de desarrollo y progreso. Como hechos significativo de esta época, marcados por diferentes autores, y que se relacionan con ello pueden mencionarse: la carrera armamentista, la carrera espacial, la preocupación por el medio ambiente y la denominada “crisis del petróleo” (1973).

Puede decirse que esta crisis pone en el tapete la falsedad de la idea de progreso indefinido a partir de evidenciar la existencia de límites; se plantea que los recursos naturales pueden tener un límite y este límite no sólo tendrá que ver con la naturaleza sino que también se relacionará con lo político. Se plantea un regreso al liberalismo al que luego se llamará neoliberalismo.

Comienza, así, una crisis de “sentidos”, que abarcará todas las esferas de la vida afectando ineludiblemente a los Estados de Bienestar, y a la que se denomina “crisis de la modernidad”.

La crisis de sentidos estará relacionada con una crisis de valores, de identidad, de legitimidad, de integración, marcando al Estado de bienestar.

En esta época se sitúa el movimiento de “reconceptualización” del Trabajo Social en Latinoamérica, produciéndose entonces un análisis crítico de los fundamentos teóricos, de las metodologías y de las técnicas utilizadas. Se expresa la decisión de no adoptar acriticamente las técnicas y métodos utilizados en otras regiones (EEUU Y Europa sobre todo) y se comienza a cuestionar el sistema económico y social vigente como productor de miseria y explotación buscándose causas globales de ello.

El movimiento de reconceptualización parte de una profunda y explícita intención de ruptura con el Trabajo Social conservador llevado adelante hasta entonces. Este proceso es guiado por una necesidad de relegitimización de la profesión a partir de una mayor rigurosidad teórica. Este proceso fue abortado por las dictaduras militares.

Un hecho importante de esta época, y que luego marcaría las economías mundiales, es la instalación de los “petrodólares” en el sistema económico dando ello lugar a la conformación de un sistema financiero que estimuló la especulación económica.

Desde el punto de vista económico, además, se observa la existencia de una reducción en las ganancias de los dueños de los capitales (quienes acusan de ello a estas crisis económicas pero más a los avances obtenidos sobre los derechos laborales por la clase obrera). Esto afecta también las políticas diseñadas desde el Estado y al Estado mismo.

Así deberá producirse un nuevo reacomodamiento que se tratará de lograr a partir de la implementación de otras modalidades de intervención.

En el caso de Argentina, Nora Aquin expresa que desde 1976 “ se viene ratificando y consolidando la impotencia del Estado argentino para conducir estratégicamente a la sociedad en relación a una vida colectiva digna y viable para todos” y plantea la existencia de 3 subordinaciones del Estado:

  1. de la Nación al mercado

  2. de la política a la economía

  3. de lo público a lo privado

Estas tres subordinaciones tuvieron su momento fundacional a partir del desarrollo del “terrorismo de Estado”. A partir de entonces, utilizando diferentes estrategias, los gobiernos que se sucedieron implementaron una política basada en el terror, ello construyó una sociedad temerosa que comenzó a encerrarse en sus espacios privados y trajo como resultados una importante fractura cultural, disgregación política y desarticulación social cuyas consecuencias aún estamos pagando.

El mercado y lo económico pasan a ser los ejes centrales a partir de los cuales se organizan las políticas. Así desde lo económico como uno de los modos de superar la crisis se toma como variable de ajuste el salario de los trabajadores; desde lo laboral comienzan a restringirse los derechos de los trabajadores con la consecuente pérdida de poder de los gremios. El desempleo que se sufre hace que el trabajo pierda su sentido histórico como espacio de socialización y construcción de identidades.
El Estado se retira cada vez más de su lugar de Estado benefactor, deja su lugar de integrador, se excusa de sus responsabilidades en este campo y delega en el sector privado. Sus decisiones políticas están subordinadas a la economía, al capital.

Se modifica la distribución de la riqueza con un importante crecimiento de la inequidad. Así se incrementan los espacios de exclusión ya que ésta comprende cada vez a mayor número de personas, incluso quienes no se consideran a sí mismos excluidos saben que corren el riesgo de pasar a serlo en cualquier momento. Crece el sentimiento de falta de pertenencia, el temor, la incertidumbre por el futuro propio y de las futuras generaciones.

En 1980, en América Latina se inicia una etapa de democratización de la que el Estado se erigió, en cierto modo, como garante pero esta democratización no sirvió para que el Estado retomara su papel de integrador. Estas democracias terminan subordinándose al interés del mercado trayendo como consecuencia importantes desigualdades sociales con importantes limitaciones de la ciudadanía.

La situación de la profesión en esa época es expresada, en 1980, por el CELATS (Centro de estudios Latinoamericanos de Trabajo Social) que elabora un informe sobre la situación y perspectivas de la profesión en América Latina. Sus puntos principales son los siguientes:

  1. Formación profesional: los profesionales fueron pasando de una formación netamente instrumental a una de corte psicológica por influencia del Trabajo Social norteamericano, hasta llegar a una formación más amplia y sólida que los prepara para desarrollar procesos de integración. Persiste un desfasaje entre teoría de los centros académicos y la práctica producto de un “reduccionismo” por división indebida de conocimientos y prácticas.

  2. Ejercicio profesional: es definido como el conjunto de prácticas y representaciones desarrolladas en distintas áreas de intervención. Se pasó de actividades netamente empíricas y asistencialistas a actividades de organización y promoción pero entre muchos colegas no se superaron las prácticas consideradas obsoletas acompañadas de una comprensión ahistórica de la práctica profesional.

  3. Producción teórica: con el proceso de reconceptualización comenzó la producción teórica que antes era inexistente.

En la década del 90 se comienza a hablar de “globalización” lo que tendrá fuertes impactos sobre los Estados-Nación. Globalización que, tomando la propuesta neoliberal de desarrollo, puede entenderse como un macro proceso que imprime una nueva lógica a procesos capitalistas.

Alan Touraine señala 3 aspectos como principales indicadores de los cambios de esta época:

  1. Destrucción de los sistemas de control de la actividad económica (sistemas políticos, sociales, legales y culturales)” lo que genera un “debilitamiento del control social y político”. Hay una descomposición de los sistemas normativos a los cuales los individuos ya no se someten, lo que se acerca, en gran medida al estado de anomia planteado desde la sociología.

  2. Triunfo del individualismo” que atribuye a la desaparición de los sistemas de control.

  3. Un mundo cuya perspectiva es a la vez global e individual” .El autor explica ello afirmando que “todos intentamos, individual y colectivamente, darle sentido a nuestras vidas. Intentamos darle importancia a cada acción en relación a la construcción del significado general de la autoreferencia de las vidas individuales”.

Se observa, entonces, lo que Castels ha denominado la “metamorfosis de la cuestión social”.

Se impone la existencia de patrones comunes de consumo y producción para todos y se colocan en el último lugar las necesidades sociales y la identidad cultural de las naciones.

El eje del capitalismo que estaba puesto en el sistema productivo se desplaza hacia el sistema financiero.

En los procesos económicos se dejan de lado aún más las dimensiones humanas, lo que lleva a que el modelo de desarrollo se construya en base a la posibilidad de adquirir los servicios en el mercado y la disponibilidad a las condiciones propias del mismo. Ser ciudadano se equipara a ser consumidor.

La fragmentación social, que pretende esconderse detrás de la globalización, se hace más notoria y se da al interior de los Estados, los que han dejado de ser el centro de lo político para permitir el dominio de nuevos poderes relacionados con los capitales.

Las instituciones del Estado, cuya función era la de reducir las diferencias sociales y construir identidades, padecen crisis de financiamiento y comienzan a restringir y/o abandonar las prestaciones y servicios a pesar que las demandas de la población afectada por la crisis económica son más nuevas y cada vez mayores. Las políticas sociales plantean un ficticio carácter de inclusión desde la marcada focalización de los destinatarios y problemáticas amparándose el Estado en su carencia de recursos económicos y financieros.

Se apela a un “pensamiento tecnocrático”, esto es se reduce la razón “a una racionalidad técnica que selecciona estrategias al margen de la inclusión de otras racionalidades”; los problemas sociales se expresan en una relación costo-beneficio.

En el Trabajo Social se observa esa racionalidad técnica a partir de la neofilatropía, a partir de hablar de la reducción del gasto social se trata de lograr un desplazamiento de la intervención social basada en derechos sociales a una intervención social basada en los deberes morales.

En el marco de esta crisis se ponen en discusión las características esenciales del Estado evidenciadas hasta ese momento. Se marca una “crisis de legitimidad y representación”.

Se produce una fragmentación dentro del mismo Estado y sumado ello, a su “retiro” de la prestación de servicios, comienza una revalorización de “lo privado”, “lo comunitario” y del mercado que se integra a la vida cotidiana a partir de la necesidad de supervivencia. La “acción social” se privatiza, interviniedo las empresas al descubrir que ello puede traerles mayores ventas de sus productos, a partir de la construcción de una imagen de solidaridad.

Existe un discurso que da cobertura ideológica a este “retiro” del Estado y apela a la responsabilidad de los individuos y la comunidad recurriendo a la vuelta a la filantropía para la atención de la cuestión social a la par que habla de derechos. El Trabajo Social no escapa a esto.

La incertidumbre vuelve a reinar, los fenómenos generados a partir de la globalización, la creciente fragmentación social a partir del crecimiento de las desigualdades sociales, los procesos migratorios de la población, la aparición de nuevas problemáticas sociales, etc., ponen a las ciencias sociales y al Estado frente a nuevos interrogantes sobre mecanismos o intervenciones para superar esta crisis de la modernidad.

Susana Malacalza marca como aspectos de la crisis indispensables de tener en cuenta al pensar en las prácticas del Trabajo Social los siguientes:

  • crisis de representatividad de las instituciones (ya no cumplen la función integradora).

  • metamorfosis de la función del Estado.

  • Corrimiento de las responsabilidades públicas al ámbito privado.

  • Desdibujamiento de la figura de ciudadano.

  • Irrupción de la violencia en la vida cotidiana.

  • Exclusión económica y social de un número cada vez mayor de la población con la correlativa aparición de relaciones sociales y producción de nuevo tipo.

  • Desarrollo tecnológico con pocas posibilidades de apertura de fuentes de trabajo.

  • Precarización laboral.

  • Contradicciones entre la globalización cotidiana de la economía y la cotidianeidad cada vez má individual del sujeto.

  • Pérdida de identidades.

  • Influencia creciente de los medios de comunicación como formadores de opinión.

  • Incremento de actitudes racistas y xenofóbicas.

  • Agudización de la contradicción entre centralismo y lo local.

  • Crisis de eticidad.

Esta crisis impacta, sin duda, en el Trabajo Social como profesión y en su práctica.

El Estado se ha desprendido de sus criterios de benefactor como otra visión de “lo social”, dándole otros significados a la administración de recursos (escasez, incertidumbre en cuanto a continuidad de los existentes, clientelismo político, etc.), recursos que han perdido su sentido como instrumentos de integración social y por ello también han perdido su validez como tales.

Esta pérdida de validez involucra también al Trabajo Social como profesión que había construido buena parte de su especificidad en la intermediación entre recursos y satisfactores. Así esta profesión encuentra cuestionado su papel y su lugar en las instituciones.

El discurso neoliberal hace una re-interpretación de la cuestión social. Se naturalizan las desigualdades expropiándoles su carácter histórico y social, se elimina así a “la pobreza” como comprensión social y se instala en su lugar a los pobres definidos como incapaces.
Se efectúa una valoración negativa de aquellos sujetos que demandan lo que otrora fueran derechos sociales, argumentando que quienes realizan estas demandas expresan y reconocen su "deficiencia" individual para llevar adelante su vida sin ayuda.
Expresa Margarita Rozas sobre esto: “...Si son deficientes, bien vale entonces en esta perspectiva, perpetuar en los desposeídos una suerte de estatuto de minoridad, de la mano del cual siempre está presente el desprecio y la condescendencia, y la sospecha continua de que se trata de una población sobrante que quiere apropiarse de la ayuda en forma indebida; por lo tanto, quedan expuestos a permanentes vigilancias y evaluaciones por parte de expertos que comprueben la existencia y permanencia de los requisitos que los habilitan para ser tratados como pobres”.

Pierde validez el concepto de derecho social que es sustituido por el de deber moral. “La asistencia social ha dejado de obedecer al derecho de los desposeídos para constituirse en un deber moral de aquellos que están en condiciones materiales de ayudar”.

El modelo exige a los Trabajadores Sociales parámetros de eficiencia y productividad que incluyen cada vez más elementos para la “definición y tratamiento social de los pobres”, un tratamiento que tiene por finalidad la de transformar en "razonables", a los ojos del poder, sus demandas.

La focalización, tanto de las necesidades como de la población que merece ser atendida, ubican a los Trabajadores sociales en el lugar de “expertos habilitados para clasificar personas” lo que otorga un importante papel a partir de la asignación de identidad en 2 sujetos:

  1. en las personas que el Trabajador social atiende poniendose en juego múltiples ejes de inclusión y exclusión.

  2. en los trabajadores sociales y su función en una institución

Esto es lo que se está jugando en la perspectiva tecnocrática que intenta imponerse.Desde esta perspectiva el saber es un saber interesado en asegurar y ampliar el campo de acción del control social.

Las ideas del neoliberalismo se han incorporado a las profesiones sociales a través de las prédicas neofilantrópicas y, con el argumento de disminuir el gasto social, intentan reemplazar la intervención en la cuestión social basada en derechos y resposabilidades sociales por una intervención sustentada en la piedad y otros deberes morales.

Este contexto plantea múltiples interrogantes y demanda redefiniciones desde todos los ámbitos de la sociedad, más aún desde las ciencias sociales, requiriendo del esfuerzo del Trabajo Social en la construcción de respuestas y alternativas de intervención posibilitadoras de una salida de esta crisis.

Los interrogantes aún se hallan sin responder y las alternativas a construir.

Nota: los términos señalados entre comillas así como las frases escritas en letra cursiva son copia fiel de expresiones observadas en la lectura bibliográfica realizada.

Biliografía:

  • Aquin Nora – “Hacia la construcción de enfoques alternativos para el Trabajo Social para el nuevo milenio” Revista de Servicio Social, Vol 1 – n° 3.

  • Aquin, Nora –“Unnuevo escenario para el Estado, un nuevo horizonte para el trabajo social”.

  • Bentura, Juan Pablo –“Transformaciones en el mundo del trabajo y su impacto en las autorepresentaciones del Servicio Social”.

  • Carballeda Alfredo – “ El Trabajo Social y el otro lado” –Margen N° 4 – Octubre/93.

  • Carballeda, Alfredo –“Del desorden de los cuerpos al orden de la sociedad”.

  • Carballeda, Alfredo – “ Exclusión y ciudadanía. Nuevos interrogantes para la práctica del Trabajo Social” – Margen/98.

  • Carballeda, Alfredo – “La intervención en lo social – Exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales”.

  • Cifuentes Gil – Pava Barboza – Rodriguez Durán – Valenzuela Camacho – “Intervención de Trabajo Social. Avances y perspectivas 1995-2000”.

  • Kreiman , Miriam – “Hacia la construcción de una nueva legitimidad”- Desde el fondo N° 22 – U.N.E.R.

  • Malcalza Susana – “Pensando el Trabajo Social en este final de siglo” – Margen N° 5 – Abril/94.

  • Firpo Isela – “Los hilos invisibles entre una retórica humanista y reivindicativa y visos conservadores en la práctica académica de Trabajo Social” – Desde el Fondo N° 18 –U.N.E.R.

  • Omil, Nilda Gladys – “Génesis y ¿consolidación? del Trabajo Social en Argentina: su vinculación con el Estado de bienestar”.

  • Parra, Gustavo – “Antimodernidad y Trabajo Social . Hacia una caracterización del Trabajo Social”.

  • Peralta, María Inés – “ La práctica profesional y los procesos de ciudadanización: repensando los momentos fundantes del Trabajo Social” – Margen N° 22 – Invierno/2001.

  • Rodriguez Camacho, Marco A. – “Breve bosquejo histórico de la Escuela superior de Trabajo social de la Universidad autónoma de Sinaloa”.

  • Rozas Pagaza, Margarita – “Una perspectiva teórica-metodológica de la intervención en Trabajo Social”.

  • Spalding, Teresa – “Desarrollo sostenible y bienestar social, un camino para las familias en una sociedad pluralista”.

  • Tait, Eugenio –“Aspecto histórico y social de la Argentina del siglo XX”.

  • Touraine, Alain – “Las transformaciones sociales del siglo XX”.



* Datos sobre la autora:
* Lic. Silvia C. Fossini
Licenciada en Trabajo Social. Integrante del equipo de Servicio Social de la ciudad de Río Grande, Pcia. de Tierra del Fuego (Argentina)

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