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Edición digital

Edición N° 52 - verano 2009

El borde del desborde
Estrategias y límites de la intervención en lo social

Por:
Equipo Envión Maciel
* (Datos sobre los autores)


1. Envión Maciel

El Envión no cae en Isla Maciel como un paracaidista perdido, estaba en plena construcción aquello que le hizo de amortiguador y resorte para impulsarlo en el barrio. Ya desde el verano venía funcionando DeporVida, un proyecto impulsado desde el Club San Telmo (con una fuerte identificación con el barrio) para los más chicos de la Isla. Terminado el verano, siguió funcionando los sábados en El Convento. Un lugar con historia en el barrio, puertas abiertas, canchita de fútbol siempre disponible, juegos varios, un lugar que reúne.

Entonces, con la propuesta de la Municipalidad de Avellaneda de construir un Envión en Maciel, entre El Convento y DeporVida armaron el Equipo y se puso en marcha nomás. El 9 de junio de 2008 ya estaba funcionando el Envión Maciel, un programa que busca la inclusión social de jóvenes de entre 12 y 17 años, a través de capacitación en oficios, apoyo para la escuela, actividades recreativas y comunitarias.

Previo al 9 de junio, ¿cómo se decidió quiénes serían los (primeros) veinte inscriptos al programa? Desde la Municipalidad se hizo llegar censo, realizado originalmente para desarrollar un Plan de Viviendas, con datos de la mitad de los jóvenes de esa franja etaria que vivían en la Isla. Además, se caracterizaban las franjas según “prioridad” entrecruzando diferentes variables como ser: estudia (sí/no), trabaja (sí/no), tipo de vulnerabilidad (1, 2, 3, sin vulnerabilidad).
Donde la prioridad 1 la tenían quienes tenían tipo de vulnerabilidad 3 y ni trabajan ni estudian. A pesar de este estudio, nunca se impuso al Equipo la selección de los jóvenes que participarían del Envión. La elección se realizó a partir del conocimiento de algunas familias del barrio desde DeporVida y el Convento y la articulación con la Escuela, la Salita de Salud y un referente barrial.

Esta articulación entre los datos del censo, el equipo y las diferentes instituciones del barrio permitió armar un rompecabezas de la complejidad de los problemas sociales presentes. Ir conociendo a los jóvenes que comenzaron a venir al Envión agregó innumerables fichas a ese rompecabezas. Se abre una cantidad de frentes en los que es indispensable poder conocer no sólo la problemática sino también el deseo, las capacidades y habilidades. Entonces en el Envión se abren tantas posibilidades como frentes, todo es bienvenido, se entiende que la inclusión social no depende de una variable. Así es que se proponen diferentes formas de inclusión social, en torno a la salud, a lo cultural, a lo laboral, a la educación, como también se brinda asesoramiento y gestión en solicitudes de documentación y subsidios, ya sea para algún participante del Envión, para la familia, para alguna persona del barrio o para quién sea que se acerque. Incluso, se busca abrir más el juego proponiendo actividades y participación de la comunidad.

2. Escenario de intervención

El barrio de Isla Maciel se encuentra ubicado en la zona norte del Partido de Avellaneda, limitado por la localidad de Dock Sud, la Villa Tranquila y lindante con el barrio porteño de la Boca, pero separado de éste por el Riachuelo.

Esta delimitación geográfica define claramente los límites de esta comunidad formada alrededor de astilleros y zonas de comercio portuario y acentúan el aislamiento del barrio. También son sus dimensiones, cuatro por seis cuadras, las que dan cuenta que este lugar, en el que viven aproximadamente 4500 personas, es una isla.

Como primera instancia, tenemos que dar cuenta que Isla Maciel es una comunidad y, por lo tanto, “las comunidades como totalidades complejas pueden ser explicadas sólo desde una doble dinámica; la de su propio desarrollo histórico y la que emerge de su interacción con otras totalidades del sistema social, de mayor o menor complejidad” 2.

Así fue que históricamente Isla Maciel supo albergar a aquellas familias que se dedicaban y vivían del trabajo que proporcionan la zona portuaria en que se encuentra. También fue un lugar próspero que continuaba con el circuito turístico iniciado en la Boca, y continuado en Isla Maciel gracias al cotidiano contacto con la zona sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, por medio de transbordadores mecánicos y escaleras también mecánicas, para subir a su puente, favorecían este contacto haciendo del Riachuelo no sólo un mínimo sino pintoresco obstáculo para la comunicación entre ambos lugares.

Así, al recorrer el barrio se deja entrever el progreso que tuvo este barrio cuando barcos de todo el mundo realizaban intercambios en esta zona. Generaciones de familias fueron anclando en este “isla” formando una identidad muy particular que permanece en sus históricos habitantes. El ser de “La Isla” se define por oposición a estos integrantes y otorga esta identidad particular que fueron transmitiendo a lo largo de generaciones. Son sus vecinos quienes se autodefinen de “La Isla” y no de Avellaneda.

Pero esta ilusión de “La Isla” como un todo, permanece sólo en lo simbólico y para quienes ven este lugar como pintoresco, sin conocer sus entretelones. Fueron los cambios en el modelo de acumulación, que homogeneizaron macro económicamente pero fragmentaron instituciones y comunidades, y como no podía ser de otra manera, también se hacen presentes en Isla Maciel. Se distinguen, al menos, dos sectores al interior del barrio: la zona de adelante, más cercana a los lugares en que funcionaron cantidad de astilleros, areneros y zonas de carga portuaria, donde se puede encontrar, con sus calles asfaltadas y alumbrado público, la escuela, la iglesia, el convento, la unidad sanitaria, la plaza, locales de partidos políticos y servicios como una antigua delegación municipal.
Es por estas calles donde se pueden observar mejores construcciones en sus viviendas y una zona de mucha circulación peatonal y vehicular. Los antiguos bares y casas de estas zonas delatan al barrio como un lugar concurrido por aquellos años de apogeo que, a consecuencia de las cíclicas crisis, hacen de éste un lugar deteriorado.

Contrastando con esta zona, pero siempre dentro del mismo barrio, se encuentra la zona llamada por sus vecinos como “el fondo”. Tan sólo por su nombre esta zona nos hace pensar en un lugar secundario, que al acercarnos y presenciar sus casa de materiales muy precarios, construcciones a la vera del contaminado Arroyo Maciel, un trazado irregular en sus calles y sus estrechos pasillos entre casa y casa, no hacen más que describirnos a los vecinos que construyeron sus viviendas para ubicarse de manera transitoria en este lugar, pero con el devenir de la historia lo transitorio se volvió permanente.

Es importante destacar que esta división del barrio, como es de esperarse, no es sólo geográfica. Los “del fondo” y los “de adelante” permanecen atemorizados por enfrentamientos entre bandas que pertenecen a uno u otro sector. También la conformación de “bandas” amedrenta a sus vecinos ante posibles asaltos o contra sus viviendas o agresiones físicas. Esto genera obstáculos para el libre tránsito de quienes allí viven, dificultando en muchos casos su accesibilidad a posibles recursos y servicios tales como lo unidad sanitaria.

Caracterizar el espacio geográfico en el que tienen lugar nuestras intervenciones no persigue un desarrollo puramente descriptivo del espacio social, sino que también se propone contextualizarlo como el devenir de un proceso histórico social, cargado de conflictividades, violencia y particulares relaciones de poder que atraviesan a esta comunidad. La Isla Maciel forma parte de un sistema social complejo, cambiante y conflictivo, que no puede ser analizada sólo desde su propia dinámica. Así, en el espacio social de Isla Maciel se encontrará reflejados en la cotidianeidad de sus habitantes una multiplicidad de fenómenos macro sociales que se particularizan en este lugar.

3. El sentido de la intervención

Hay una tensión que se nos presenta en el horizonte de nuestra intervención en lo social: entre, por una parte, el debilitamiento de las instituciones tradicionales y sus modos de intervención precisos y seriados; y, por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, el fortalecimiento de las lógicas posinstitucionales que promueven el trabajo con la singularidad.

En tensión con ambas lógicas, pero con el deseo de fortalecer determinado tipo de lazo social damos sentido a nuestra intervención, en el marco del programa. Partimos de entender que frente a la crisis que atraviesan los lugares típicos de socialización son otros los espacios que adquieren relevancia a la hora de construir identidad. En un escenario social caracterizado por el declive de las instituciones, 3 acordamos con aquellos autores que sostienen que los grupos de pares, las “bandas”, devienen espacios privilegiados de construcción de identidad.

El Programa Envión se erige como un espacio alternativo de socialización para “chicos de 12 a 17 años en situación de extrema vulnerabilidad” 4. Esa es la primera y central impronta del Programa. A los chicos que participan en la construcción de este espacio se les presenta la oportunidad de contar con una opción. Lo entendemos así, no creemos en milagros ni en fórmulas mágicas, lo que nos lleva a sospechar que no todos los chicos que ingresen a un espacio con estas características habrán de construir su subjetividad de acuerdo con nuestras regulaciones, ya que “no se trata de cambiar una subjetividad por otra, sino de facilitar la expresión de lo propio” 5. Más bien, el milagro radica en tener la opción.

A pesar de la diferencia que intentamos establecer entre los códigos de la “esquina” y los del Envión, como un espacio de socialización alternativo; encontramos que ambos espacios comparten, al menos, el estado de fragilidad. En el caso de los pibes del barrio, estas características se manifiestan en una serie de lazos que no dejan de estar afectadas por la lógica de las relaciones mercantilizadas; en el caso del Envión, la fragilidad reside en el modo de la intervención y en la posibilidad latente de que el equipo se vaya el día de mañana y quede trunca la apuesta de los pibes que tomaron el espacio como propio.

4. Trayectorias singulares/Biografías

Es frente a ese escenario donde el equipo de trabajo intenta construir un dispositivo de intervención que haga dialogar lo macro y lo micro, a través de estrategias de abordaje comunitario, barriales, familiares y particulares. Entendiendo y tomando en cuenta las variables que hacen peculiar a la Isla Maciel, y a partir del conocimiento de la trayectoria, la biografía de ese otro, es que podemos pensar en estrategias de intervención particulares.

Es en la instancia de reflexión desde el equipo donde surgen nuevos interrogantes y se comparten sensaciones, puntos de vista, se intercambian ideas en un espacio de revisión de las propias prácticas, espacio en el que se construye una visión estratégica de la intervención.
Dicha estrategia parte de entender que intervenir es intentar rescribir los “textos y guiones que se presentan como inamovibles” 6. De este modo, cobra central importancia esa trayectoria, ya que conociéndola y comprendiéndola es que cualquier estrategia de abordaje adquiere sentido.

Este conocimiento se basa en la comprensión de procesos sociales en la medición de impactos subjetivos, en el acercamiento a historias de vida, en fin, se tienen en cuenta elementos vinculados con la subjetividad, la particularidad y lo cualitativo en detrimento de aquellos datos estadísticos que tienden a borrar a la persona de carne y hueso.
Así, Guillermo deja de ser el número X, prioridad Y, afectado por una vulnerabilidad de tipo 3 que no estudia ni trabaja, según el censo realizado, para volver a adquirir corporalidad, ser ese chico de 17 años, hijo de una de las transas del barrio, criado en lugares de encierro, cuyo padre murió hace un par de años y que hace dos meses decidió mudarse con Gustavo (su hermano de 19, también adicto) a no más de 50 metros de la casa de Amanda, su madre (en lo que parece más un corte simbólico que real con ese vínculo pero que no por ello deja de ser un corte). Fue precisamente ese hermano el que se acercó a pedir ayuda para Guillermo, que se había ido a “el galpón” en el barrio de la Boca a fisurar.
Desde el equipo, nos ofrecimos a acompañar en la búsqueda. Cuando finalmente Guillermo apareció, las consecuencias físicas del consumo eran evidentes. Con un gesto, Gustavo comprendió que no era necesario exponer a Guillermo a la humillación de tener que saludarnos y menos darnos alguna explicación. Mientras veíamos a los hermanos alejarse rumbo a la Isla Maciel, comenzamos a pensar posibles líneas de acción.

Una semana pasó sin que volviéramos a tener noticias de ninguno de los dos, excepto comentarios de amigos y vecinos. Otra vez, fue Gustavo quien se acercó a pedir ayuda para su hermano, entrando intempestivamente al convento en su bicicleta y pidiendo que lo acompañáramos a su casa a ver a Guillermo que había llegado la noche anterior luego de ir a fisurar nuevamente a la Boca durante la última semana.
Una de las trabajadoras sociales del equipo fue a verlo. Al entrar a la casa, las miradas de Guillermo y de ella se cruzaron, y él comenzó a llorar desconsoladamente, diciendo “por favor, ayudame, sacame de acá, me quieren matar, me quiero internar”, y levantando la manta que lo cubría evidencia su delgadez.
Mientras come unas galletitas y toma un mate cocido, relata su vida durante esa última semana, haciendo especial hincapié en su vuelta al barrio, cuando al intentar ingresar a casa de su madre recibió el apriete de Marcos, un vecino que hasta el momento no conocíamos desde el Envión, que amenazó con matarlo si volvía a aparecer por allí. Cuando la trabajadora social se va a hablar con el equipo decide pasar primero por lo de la madre de Guillermo.
Luego de golpear la puerta de la casa de Amanda, ve alejarse a Gustavo tras un pibe que pasaba. Extrañada por esa situación, pregunta a Amanda quién es. En el preciso momento en que ella dice “ese es Marcos”, el pibe saca un arma y dispara a los pies de Gustavo, que, enfurecido, ingresa en la casa de Amanda para buscar un cuchillo. Un chico con un billete de $2 extiende su brazo hacia Amanda, quien mirando a la trabajadora social dice “ahora no, ¿no ves que hay una señorita importante?”. La “señorita importante” vuelve al convento para hablar con el equipo, que no duda en ir a ver a Guillermo para hablar y decidir con él la forma que irá asumiendo la estrategia de intervención.

Sabíamos que había pasado buena parte de sus 17 años de edad en lugares de encierro, por lo que no hubiéramos intentado avanzar con ninguna línea de acción que incluyera la internación como parte de un tratamiento contra las adicciones. Sin embargo, también entendemos que esta práctica rescribe “en la medida en que sepa qué decir, qué hacer, qué recuperar, en definitiva, qué escribir en nuevos textos que marquen una orientación hacia lo propio, lo genuino, donde nuevamente lo ’otro’ se presenta como lugar de verdad” 7.
Y este otro hacía explícito el pedido de internación. Desde su óptica, esto le permitiría al mismo tiempo dejar de consumir y alejarlo de los bardos en que ese consumo lo había metido dentro del barrio. Su pedido era urgente, su estado físico y la angustia en su relato de algún modo avalaban esa urgencia. Al menos así lo vivimos y así actuamos. En menos de una semana se consiguió lugar en una institución de puertas abiertas por Ituzaingó, donde duró menos de 20 horas.
El pedido de Guillermo exigían una urgencia que entonces no cuestionamos pero que, entendemos ahora, era relativa. Esa relatividad pasa por la diferencia que existe y debemos permitir que exista entre los tiempos de Guillermo y los tiempos de la intervención, pasa también por la interpelación que ese pedido provocó en nosotros, personas (como Guillermo) de carne y hueso, y por comprender lo falaz de una intervención que utilice una metodología estanca guiada por pasos y que por ello apuesta a una intervención estratégica donde ese otro es protagonista.

5. Límites de la intervención

Las limitaciones de y en la intervención pueden estar relacionadas con la conjunción de diferentes variables. A veces los obstáculos se relacionan con los recursos, con la incapacidad de dar una respuesta institucional frente a problemáticas sociales complejas, otras veces provienen de ese otro, de los profesionales, de la comunidad, un poco de todos, todos un poco, el punto es que la estrategia de intervención con Guillermo comenzó a hacer agua. La limitación se vinculó más bien con los tiempos. Tiempos nuestros, tiempos de Guillermo. Luego de darnos un tiempo para conocerlo y que a su vez él nos conociera a nosotros, comenzamos a idear el dispositivo de intervención en relación al consumo, en tanto situación que él planteaba como problemática.

Se trata de un límite inscripto en el escenario surcado por la tensión que marcábamos al principio: en efecto, la intervención, al no poder guionarse en el marco de las instituciones disciplinarias, también abandona, como correlato, la posibilidad de moldear el sujeto más allá de su agencia. En este sentido, el debilitamiento de una ley en común hace más visible que el otro se convierte en un límite al mismo tiempo que permite, y muchas veces obliga, a generar lazos que tienen que ver más con lo afectivo que con la regulación.

La experiencia con Guillermo nos dejó frente a una serie de inquietudes: ¿Hasta dónde se avanza en la intervención? ¿Cuándo y de qué manera se presenta ese límite que no estamos dispuestos a pasar por entender que hasta aquí llegamos? ¿De qué manera podemos sostener que ese límite es legítimo y no el fruto de la desilusión por el fracaso de determinada estrategia? La respuesta estuvo siempre delante nuestro, con ella trabajamos en la planificación del dispositivo y de todas las estrategias que se armaron y desarmaron una y mil veces, con la respuesta tomamos mate dulce mientras nos oíamos y conocíamos, haciendo chistes, hablando en serio cada tanto, la respuesta es Guillermo.
El límite es Guillermo. No podemos avanzar más allá de él ni en su nombre. Entendimos que podíamos acompañar en el proceso, avanzar y retroceder, poner pausa, acelerar, pero de ningún modo asumir el protagonismo de su vida. Podíamos poner a su disposición todo de nuestra parte, pero no podíamos poner también su parte, su compromiso con él mismo y con nosotros.

Bibliografía

  • BARREIRO, Ana María y otras (2002). “Comunidad ¿Cómo una unidad?” en Nuevos escenarios y práctica profesional. Buenos Aires. Ed. Espacio.

  • CARBALLEDA, Alfredo (2008). Los cuerpos fragmentados. La intervención en lo social en los escenarios de la exclusión y el desencanto. Buenos Aires. Ed Paidós.

  • DUSCHATZKY, Silvia y COREA, Cristina (2002). Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Buenos Aires. Ed. Paidós.

  • Lineamientos del Programa Envión.


NOTAS

1 Buchanan, Luis; Klein, Maia; Moñino, Agustín; Osuna, Virginia

2 Barreiro, Ana María y otras: “Comunidad ¿Cómo una unidad?” en Nuevos escenarios y práctica profesional. Buenos Aires, 2002. Ed. Espacio. Pág. 137.

3 Duschatzky, Silvia y Corea, Cristina. “Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones”. Ed Paidós. Buenos Aires. 2002.

4 Lineamientos del Programa Envión.

5 Carballeda, Alfredo. “Los cuerpos fragmentados. La intervención en lo social en los escenarios de la exclusión y el desencanto”. Ed Paidós. Buenos Aires. 2008. Pág. 96.

6 Carballeda, op cit, pág 72.

7 Carballeda, op cit, pág 72.



* Datos sobre los autores:
* Luis Buchanan; Maia Klein; Agustín Mońino; Virginia Osuna
Trabajadores Sociales

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