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Edición electrónica

Edición N° 30 - invierno 2003

Discursos sobre vejez y enfoque antropológico de los cuidados

Por:
Silvia Tarío
*
(Datos sobre la autora)


Como investigadora integrante de un proyecto que aborda la problemática de la institucionalización de ancianos dependientes en establecimientos de larga estadía y docente de la Carrera de Enfermería de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UNMdP, pretendo a través de este artículo delinear algunos puntos de articulación entre los resultados de las investigaciones realizadas y los aportes teóricos de la Enfermería profesional, con el fin de contribuir a la formación de profesionales que participarán activamente en la construcción de la calidad de vida de ancianos residentes en geriátricos.

El discurso cotidiano

Desde la perspectiva del interaccionismo simbólico, los seres humanos construimos a partir de nuestra constante interacción con otros, un entramado de significados a partir de los cuales interpretamos, - asignándole un sentido - a los objetos y situaciones de nuestra realidad. Esta asignación de significados se produce mediante el lenguaje, considerado como un “sistema de signos capaz de transformarse en depósito objetivo de vastas acumulaciones de significados” (Berger y Luckmann, 1968).

Pero el discurso no sólo dice cosas. Al hablar, al comunicarnos (verbal y gestualmente), colaboramos en asentar una interpretación posible de los objetos y situaciones a los que hacemos referencia, privilegiando "una" realidad por sobre otras.

Para poder interactuar con los demás en nuestra vida cotidiana, necesitamos ‘preveer’ la ‘clase de personas’ que los otros son y lo que es esperable de ellas. Esto nos exige organizar las personas que integran nuestro mundo social en categorías según ‘tipos’ de personas, que agrupamos destacando algún elemento que define ese objeto social (madre, viejo, trabajador, jefe etc.) y además tipificamos las pautas de interacción que se espera pongamos en juego con él (op. cit.).

Si pensamos en la categoría ‘ancianos’ y repasamos nuestro discurso cotidiano, vemos que éste está plagado de expresiones relativas a la vejez: "vieja loca", "viejo verde", "la vejez no viene sola", "viejos son los trapos" o "¡a tu abuela!”. Observamos que los dichos, expresan una serie de atribuciones (asexualidad, incapacidad, enfermedad, dependencia, etc.) no necesariamente válidas para todo el conjunto tipificado. Pero además de describir como se supone que ‘es’ un anciano, también normatiza como ‘debería ser’ una persona vieja, definiendo socialmente con qué conductas es esperable que se comporte una persona anciana y qué conductas no son admisibles en ellas.

La ciencia y el discurso cotidiano

Serge Moscovici en su teoría de las representaciones sociales, mostró cómo las teorías científicas son el material prioritario sobre el que se construye, con una lógica propia, el conocimiento de sentido común. Las representaciones sociales funcionan como teorías explicativas que atribuyen diferentes significados a los objetos representados según sea el grupo social que las construya (Moscovici, 1966).

Así como Moscovici demostró que el conocimiento de sentido común se nutre en teorías científicas a las que somete a un proceso de vulgarización, Angel Rodríguez descubre la incidencia de las representaciones sociales hegemónicas sobre la vejez en las teorías que abordan esta temática. Son estos atravesamientos los que conducen a justificar la exclusión social del anciano, atribuyéndole desde la teoría de la desvinculación "causas naturales" a su aislamiento social, básándose en una comparación de capacidades relativas a ‘productividad’ y ‘competencia’ (Cumming y Henry, 1961, en Rodríguez, 1994).

La misma lógica guiaría la teoría de la actividad (Havighurst, 1968, en Rodríguez, op, cit.), que le atribuye a los prejuicios sociales sobre la vejez el aislamiento al que son sometidos los ancianos. El que surja a partir de esta perspectiva la noción de envejecimiento saludable – entendido como mantenimiento de los roles y actividades de la edad madura -, muestra la exigencia social que pesa sobre el viejo, quien ‘debe’ esforzarse por no arribar ¿a la vejez?.

Basándose en estas teorías otros autores proponen intervenciones como las de autobiografía en grupo, con objetivo de hacer recuperar al viejo su potencialidad al conectarlo con momentos de su biografía en que era activo y tenía el poder de decidir, poniéndose así de manifiesto que es esta capacidad competitiva la valorada (Birren y Deutchman, 1991, en Rodríguez, op. cit.).

El anciano en nuestra sociedad parece atrapado en un doble discurso. Por una lado se lo considera ‘saludable’ si se mantiene activo, lo cual lleva a muchos de nuestros viejos a desarrollar actividades incluso en detrimento de su propia salud. Pero al mismo tiempo, se asientan en el discurso cotidiano prohibiciones y desacreditaciones que intentan diferenciar la vejez sin poder asignarle un significado preciso si no es a partir de la incapacidad.

Desde el campo de la gerontología Butler conceptualizó como "viejismo" a aquellas actitudes prejuiciosas y/o conductas discriminatorias hacia la vejez (Butler,1978) . Hoy parecería existir un "nuevo viejismo" (Kalish, 1979) dirigido a los menos capaces, los menos competentes y a los más enfermos, y este nuevo ‘viejismo’ parece asentarse en las propias formulaciones teóricas surgidas de la ciencia.

Lía Daichman reflexiona en relación a esta problemática: "La revolución gerontológica ha sido exitosa en su lucha contra los mitos sobre la vejez pero especialmente para aquellos cuya salud y vigor permanecieron intactos en esta etapa de la vida pero no lo habrá hecho tal vez a expensas de los ancianos discapacitados que se transformaron en el objeto de este "nuevo viejismo?" (Daichman, 2000).

El discurso de la ciencia y del sentido común en las instituciones de larga estadía para ancianos

Pensar en estas cuestiones no es en vano, cuando las representaciones sociales nos atraviezan y afectan nuestras prácticas. Múltiples relatos del personal de la salud, describen cómo algunos residentes exageran su discapacidad en búsqueda de recibir atención y cuidado "extra", mientras otros intentan mostrarse en el "modelo superactivo" aún a riesgo de su salud, dos formas de expresión para asumir o intentar rechazar el lugar socialmente asignado (Daichman, 2000)

La mayoría de los ancianos internados, tanto en Mar del Plata como en el resto del país presentan algún tipo de dependencia funcional (incapacidad para el autocuidado, limitaciones en la movilidad, falta de control de esfínteres, déficit en la memoria, pérdida de capacidad de orientación) y especialmente déficits intelectuales (Gutman, 2000; Pássera y otros, 1998), lo cual aumenta su vulnerabilidad.

Al ingresar un anciano a un establecimiento de larga estadía, tanto la familia como el personal de salud suelen ahondar en los déficits y no en las potencialidades del anciano, lo cual contribuye a que el viejo se perciba, valore, actúe y se comunique desde estas carencias que los otros le presentan como los rasgos distintivos de su identidad en tanto son el motivo de su institucionalización.

La situación se agrava cuando el personal de atención directa al anciano expresa sentimientos de lástima a través de apelativos cariñosos y diminutivos con los que logra reforzar el lugar de impotencia e incapacidad asignado al viejo, limitando las posibilidades de ejercer sus derechos y modificar en lo posible su situación. El personal suele llamar al anciano ‘querido’, ‘abuelito’, apelativos utilizados de forma genérica que privan a la persona del mayor sostén identificatorio: su nombre.

Por otra parte, suele ser habitual que el anciano no ingrese a las instituciones de larga estadía munido de aquellos objetos que son de su preferencia y componen su biografía afectiva, lo que produce una verdadera ‘mortificación del yo’ (Goffman, 1961) y sensación de desarraigo. Respetar al viejo es respetar sus preferencias e involucrarlo en las decisiones. La internación prolongada es una decisión que incide profundamente en su biografía y en la cual debe participar acorde a sus capacidades.

Socialmente solemos interpretar la internación de un anciano por parte de su familia como producto del desafecto, falta de solidaridad e incluso incumplimiento de los deberes familiares. Y cuando estos significados son compartidos por el personal asistencial, le impiden sostener a la familia la difícil decisión de la internación, que suele estar cargada de culpas debido los imperativos morales compartidos socialmente.

La aceptación de la enfermedad y la consiguiente dependencia del anciano implica un difícil proceso y genera un mayor o menor grado de mortificación, tanto para el grupo familiar como para el anciano.
Esta mortificación dependerá del valor atribuido a la autonomía y de la estigmatización de las disfunciones físicas y/o psíquicas. Los autorreproches y culpas debido a la adjudicación social de responsabilidad de cuidado a la familia y la representación social ampliamente difundida en nuestro medio de las instituciones geriátricas como "depósito" (de los Reyes, 2001) suelen demorar la decisión de internación, a veces poniendo en riesgo al propio anciano; así como a posteriori del ingreso de este último al geriátrico suele producirse en la familia cierto retraimiento, donde la culpa impide afrontar el reencuentro.

Este retraimiento suele ser interpretado por el personal de la institución como abandono, reprochándose a la familia sus conductas y poniendo en juego imperativos morales que colaboran en consolidar el denominado ‘ciclo de ruptura familiar’ (Botella, 1991), aumentando así el distanciamiento.

La hipótesis del abandono familiar es tan falsa como simplista (Bazo, 1992). La problemática del cuidado de los ancianos en nuestra época, exige de la co - responsabilización de la familia, los establecimientos de larga estadía y el Estado en el cuidado de los ancianos. La institucionalización pone de manifiesto la falta de posibilidades intermedias como hogares de día y/o de noche, capacitación gerontológica de posibles cuidadores domiciliarios, y la participación de organizaciones intermedias (obras sociales, mutuales, asociaciones de ayuda) para colaborar en la obtención de los recursos para el sostenimiento de estas formas alternativas de cuidados (de los Reyes, Tarrío y Aroza, 2000).

Lo antedicho permite afirmar que el proceso de internación del anciano en instituciones de larga estadía exige de un abordaje que no puede recortarse en el anciano, teniendo en cuenta que la problemática se extiende significativamente desde él a la familia nuclear, de ella a la familia extensa y a todas las redes sociales generadas en su proceso de vida.

Cuidadores formales y enfoque antropológico en la enfermería

Los resultados de investigaciones en este campo muestran la ausencia o insuficiencia de capacitación formal en geriatría y gerontología entre los cuidadores de ancianos en general, así como en capacitación relativa a la práctica de la enfermería entre el personal de atención directa en establecimientos de larga estadía.

En estos últimos, al igual que en la mayoría de los establecimientos sanitarios, suele asimilarse la nominación ‘enfermera’ a un amplio sector que incluye prácticos, auxiliares de enfermería, enfermeras profesionales y licenciadas en enfermería sin distinción de la formación de cada uno de estos sectores, siendo lo más frecuente la presencia de empíricos.

En este punto creemos oportuno destacar dos aportes conceptuales surgidos dentro del campo de la enfermería profesional que se integran y enriquecen lo hasta aquí planteado. El primero de ellos es el concepto de "unidad multipersonal de cuidado" (Orem, 1993), que permite recortar el objeto de intervención según el momento del proceso, pudiendo organizar prácticas en diferentes niveles de intervención sin perder la noción de la complejidad del problema (anciano/familia/comunidad). Esta noción permite pensar la familia no sólo como contexto de significados compartidos por el anciano (en relación a la internación, dependencia, etc) sino también como objeto de intervención. Además nos permite extender este objeto de intervención, reconstruyendo las redes de apoyo social que permitan corresponsabilizar el cuidado de nuestros viejos.

La práctica enfermera es concebida como una práctica terapéutica del ‘autocuidado’. Es decir, toda acción de cuidado es pensada a partir de las potencialidades de la persona y no de sus limitaciones. De esta manera, colabora en transformar el significado tradicional del cuidado y por consiguiente de la práctica.

Por otra parte, Leininger en su teoría transcultural, define el cuidado como la esencia de la enfermería, cuya práctica se basaría en: "... un conjunto de conceptos e hipótesis interrelacionados que tienen en cuenta las conductas cuidantes, los valores y las creencias basados en las necesidades culturales de los individuos y grupos, para proporcionarles unos cuidados de enfermería eficaces y satisfactorios. El objeto de su teoría es que los pacientes propongan sus puntos de vista, conocimientos y prácticas como base para acciones y decisiones profesionales válidas" (Torralba i Roselló, 1998).

En ambas propuestas la familia puede abordarse en tres dimensiones diferentes 1) Como factor que junto a otros condicionantes básicos influye en la necesidad de cuidados de sus miembros y la capacidad y posibilidades de satisfacerlos, 2) Como contexto en que se brindan dichos cuidados en una situación de dependencia, 3) Como entidad global que en determinadas circunstancias necesita de cuidados enfermeros (Taylor, 1989).

Esta perspectiva exige al personal de enfermería ubicar la práctica profesional como producto de una interacción con un Otro portador de creencias y significados que deben ser respetados y sólo resignificados si obstaculizan la posibilidad de que la persona ’autocuidada’ se exprese en toda su potencialidad. Es decir, se concibe la persona como activa y capaz de transformar su entorno.

Por otra parte, toda práctica de ‘autocuidado’ es aprehendida y aprendida en una determinada cultura, y por lo tanto admite transformaciones en sus formas y significados.

En tercer lugar, obliga frente a la gran variedad de "tipos" familiares actuales (familias ensambladas, de convivencia, de lazos emocionales, de relación legal, de residencia etc.) a articular las dimensiones que participan en este concepto para poder abordarlo. Para el caso, creemos oportuno pensar la familia como una “institución formada por un grupo de personas que mantienen un cierto tipo de relación, ya sea ésta biológica, legal o emocional, que comparten una historia común, normas, costumbres y creencias sobre la vida en general y en particular sobre el cuidado de la salud y la noción de autocuidado, pudiendo éstas vivir o no en el mismo hogar” (Taylor, op. cit.).

Cualquier planificación de cuidado, debe tener en cuenta los significados de la situación (para el viejo y la familia), el significado del autocuidado y las formas habituales en que éste ha sido aprehendido. Esto exige de una intervención desde una relación dialógica, con el fin de contribuir en la producción de los cambios necesarios definidos en conjunto y manteniendo la actitud permanente de aprendizaje de la/s persona/s que participe/n en este proceso.

BIBLIOGRAFÍA

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* Datos sobre la autora:
* Silvia Tarío
Investigadora U.N. Mar del Plata, Argentina

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