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La Intervención en Lo Social en Tiempos de Pandemia


Pensando (con) las infancias y el cuidado en tiempos de pandemia

Por:
María Adelaida Colangelo. CEREN-CIC/Universidad Nacional de La Plata
M. Celeste Hernández. LECyS, FTS, UNLP
Silvina Davio. Universidad Nacional de Luján
Analia Paola García. Universidad Nacional de Luján/Equipo de acompañamiento de la Red Andando Centros Comunitarios de Educación Popular.
Ramiro Garzaniti. UNLP/CEREN-CIC.
Leticia Giudice. LECyS, FTS, UNLP
Silvina Rivas. IETSyS, FTS-UNLP
Agustina Pallero. Servicio Social del Hospital Interzonal de Agudos Especializado en Pediatría "Sor María Ludovica"
Mariángeles Vallejos. CEREN-CIC.

Introducción
En Argentina, las estrategias de prevención del covid19, adoptadas a nivel nacional a mediados de marzo cuando la pandemia recién comenzaba a manifestarse en el país, se centraron en el “aislamiento y distanciamiento social preventivo y obligatorio”, sintetizados en la consigna “quedate en casa”. Si bien dicha medida se ha mostrado eficaz en la reducción de contagios, su puesta en práctica ha evidenciado con crudeza las desigualdades sociales y ha impactado de diferentes maneras en lxs niñxs1, sus cuidados y cuidadorxs, como iremos viendo a lo largo de este artículo.
El segundo día de aislamiento, mientras las familias de un barrio popular del conurbano bonaerense se organizaban en la vereda para retirar las viandas del almuerzo en una organización comunitaria, una mamá bastante preocupada, preguntó a la educadora: “¿Y ahora qué vamos a hacer con los chicos, podría darnos algunas ideas para entretenerlos?” (Ver imagen 1).

Imagen 1. Dibujo realizado por Agustín (cinco años) con su papá, en respuesta a la consigna que enviaron sus educadoras: “A partir de la lectura de otras historietas, pueden crear la propia”. Fuente: familia del Centro Comunitario “Casita Feliz”, Partido de Moreno, provincia de Buenos Aires.

En sus sesiones virtuales de psicoanálisis, mujeres de clase media urbana expresan su agotamiento y hastío frente a la sobrecarga de las tareas de cuidado que supone el estar todo el día en la casa con sus niñxs, ayudarlos en las tareas escolares domiciliarias, además de realizar los quehaceres domésticos y, con frecuencia, cumplir sus propias actividades laborales en la modalidad de home office.
Desde diferentes espacios centrados en el acompañamiento y trabajo con la infancia, lxs profesionales y referentes reciben diversas expresiones de malestar por parte de lxs niñxs y, en algunos casos, de agravamientos de sus padecimientos mentales. Su ausencia en las instituciones que les están especialmente destinadas, genera cierto desconcierto y preocupación en lxs adultxs a cargo de las mismas. Así, una trabajadora del Servicio Social de un hospital pediátrico de alta complejidad observa que “de un día para el otro el hospital se vacía…” y se pregunta, junto con sus compañerxs, cómo hacer para mantener el contacto con lxs niñxs y sus familias que no transitan pasillos y consultorios. “¿Cómo estarán? ¿Qué andarán sintiendo?” se pregunta una docente acerca de sus alumnxs, con los que sólo puede encontrarse en alguna clase virtual o en el intercambio de tareas escolares vía whatsapp (Ver imagen 2).


Imagen 2. Sol haciendo sus tareas escolares en la quinta de horticultura en la que trabaja su familia. La fotografía fue tomada y enviada a la maestra por su papá. Fuente: Sr. Efraín Cruz.

Estas son algunas de las experiencias que venimos transitando recientemente, en nuestros diferentes espacios profesionales y de intervención social, quienes integramos el proyecto de investigación “Infancia, cuidados y participación: análisis de intervenciones sociales con niños y niñas en ámbitos educativos, de atención de la salud, organizaciones socio-comunitarias y organismos de promoción y protección de derechos”, anclado en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Pertenecientes a distintas disciplinas vinculadas con las ciencias sociales (trabajo social, antropología, psicología, ciencias de la educación, ciencias de la comunicación, derecho), desde las cuales enfocamos los procesos ligados al lugar y participación de las infancias en los procesos de cuidado, nos preguntamos ¿qué pasa en estos días, cuando el entramado de instituciones en las que lxs niñxs transitaban sus infancias está reinventando las formas de vincularse con ellos? ¿Cómo han cambiado las relaciones y las prácticas de cuidado? ¿Cómo lxs chicxs están viviendo el aislamiento social obligatorio?

(Re)Organización social del cuidado infantil en tiempos de pandemia
La pandemia y las formas de intervenir para hacerle frente ponen en foco el espacio. Si los mapas de expansión territorial de la enfermedad nos muestran una de sus caras, las estrategias de cuidado de la salud de la población adoptada por algunos gobiernos hacen otro tanto. La vida cotidiana se espacializó de modos inauditos para la mayoría de la población, y así también sucedió para lxs niñxs. El espacio construido socialmente, habilitando y limitando relaciones sociales, siempre se presentó diverso y desigual. De igual modo se muestra hoy.
¿Qué espacios habitaban las infancias? ¿Cómo lo hacían? ¿Con quiénes y qué vínculos habilitaba esa experiencia espacial? ¿Dónde y cómo lxs adultxs participábamos de sus entramados de sociabilidad y de cuidado? Las transformaciones impuestas por las circunstancias necesariamente se superponen a esa multiplicidad de realidades. De aquí que pensar hoy las infancias exige, como siempre, visibilizar su pluralidad.
La distancia, posibilitada por la disminución de la movilidad, es un modo de cuidado asociado a este tiempo. Que la experiencia espacial se haya reducido a la casa y sus alrededores modificó los modos de encuentro conocidos hasta el momento y también cómo se organiza socialmente el cuidado. En muchas viviendas la convivencia entre sus miembros se intensificó y los cuidados infantiles se concentran en este ámbito, donde ahora lxs niñxs pasan la totalidad de cada día. Como veremos más adelante, en los barrios pobres, las casas pequeñas y precarias difícilmente alojan a sus miembros, entonces sus límites se hacen porosos y los espacios públicos, aunque con otras cautelas, son necesariamente transitados.

Cuando la casa es el sitio al que la pandemia nos “encadenó”, la pregunta por la dicotomía entre lo privado y lo público renueva su vigencia al analizar los cuidados. Históricamente, la desigualdad de género en la organización del cuidado asignó lugares diferenciales para mujeres y para varones, en consonancia con las distinciones establecidas y las posiciones ocupadas en las esferas pública y privada y respecto al trabajo doméstico/trabajo asalariado. Ahora que esa “dicotomía espacial” se ha vuelto difusa ¿qué pasa con la distribución del cuidado al interior de los hogares?
Es posible reconocer que esas posiciones “espaciales” quedaron en evidencia más que nunca como posiciones sociales. El trasfondo histórico, social, cultural y económico de esa asociación del cuidado como privado-familiar y más que nada maternal, queda expuesto como un imperativo en esta situación excepcional, y emerge entre otros modos, en las angustias registradas por la sobrecarga cotidiana que recae sobre las mujeres, con características diferentes según clases sociales.
En las familias nucleares heteronormadas de clase media (más allá de la singularidad de cada caso), el “quedate en casa” desnudó lo desnudo: la desigualdad en la división del trabajo hogareño y del cuidado entre hombres y mujeres, habitualmente enmascarada por el recurso al servicio doméstico -ahora imposibilitado- realizado también por mujeres, pero de otro sector social.
Como veremos, son muchas de estas mujeres las que ahora están sosteniendo el cuidado infantil desde los espacios comunitarios de los barrios pobres en que habitan, con una sobrecarga adicional ante la suspensión del funcionamiento de escuelas y otras instituciones donde los niños pasan gran parte del tiempo.
En este sentido, relegar los cuidados al ámbito de lo privado y asociarlos a las mujeres invisibiliza la necesidad de asumirlos como responsabilidad social; responsabilidad en crisis cuando la multiplicidad de ámbitos y actores que participan usualmente de los cuidados están limitados en su accionar.

El entramado de relaciones que habitaba y moldeaba la infancia se modificó. Lxs niñxs viven sus infancias situadas en tiempo y espacio; los procesos sociales más o menos amplios en que tienen lugar y las modelan no pueden por tanto escindirse en nuestras reflexiones sobre la infancia. Y en este contexto, ello parece una obviedad. Más allá de los intentos por restringir las experiencias infantiles a lo que consideramos “adecuado” para lxs chicxs (lo que nos habla de los sentidos socialmente asociados a este momento vital), ellxs hacen y dicen sobre lo que sucede. Así, cuando y como pueden, manifiestan de diferentes maneras su parecer y malestar frente a la situación actual: en conversaciones, juegos, dibujos, tanto como en dificultades para dormir, episodios de enuresis, dolores abdominales o de cabeza, ansiedad, enojos injustificados, introversión, decaimiento, episodios de agresión exacerbada; a la vez que se refieren al covid19 mediante expresiones amenazantes: “te mata”, “se te mete adentro”, “se mueren los abuelos y los viejos”.

Cómo acercarse a lxs niñxs en este contexto es una preocupación de quienes habitualmente se encontraban con ellxs en escuelas, centros de atención a la salud u organizaciones sociales. “¿Qué les estará pasando a lxs chicxs?” se interrogan algunxs adultxs; pregunta que evidencia una mirada sobre lxs niñxs como actores sociales, al tiempo que muestra los desafíos que enfrentan quienes (no siempre con igual disposición de escucha y consideración) intervienen sobre y con las infancias.
Las escuelas argentinas buscan reiventarse. Clases virtuales, llamadas telefónicas, cuadernillos con actividades, programas televisivos y radiales se multiplican con la propuesta de “seguir educando”. La idea de infancia fuertemente asociada a la escolaridad y la consecuente importancia de la escuela en la crianza infantil emerge con fuerza estos días, en que “hacer los deberes” ocupa especialmente a sus cuidadorxs. En los barrios más pobres, ello se traduce en la preocupación por conseguir los materiales y fotocopias que dejan lxs docentes (conscientes de las limitaciones para acceder a internet) y acompañar a lxs chicxs en la realización de “las tareas”, no siempre con los recursos materiales y/o simbólicos propicios para hacerlo pero, frecuentemente, con la responsabilidad y el afecto que requiere esa labor. La virtualidad sostiene lazos aunque de manera muy contrastante entre quienes tienen y no acceso a los dispositivos y la conectividad, pero ¿cómo? Internet acorta algunas distancias, ¿posibilita acceder a sus experiencias, deseos o temores? ¿Y los espacios de encuentro entre pares que la institución habilitaba? ¿Y la recreación en las aulas y patios? Algunxs trabajadorxs de la educación manifiestan sus preocupaciones al respecto, evaluando cómo quedan vedadas muchas dimensiones de la escolaridad. En la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, numerosas escuelas, mayormente las de los barrios periféricos, han asumido la tarea de brindar alimento a las familias, armando y distribuyendo bolsones con provisiones, lo cual ha renovado las tensiones nunca completamente resueltas en torno al rol de la institución con los sectores populares.

Desde la experiencia de trabajo en el servicio social de un hospital pediátrico de alta complejidad con referencia provincial y nacional, la pandemia se ha presentado generando miedos y desconocimiento sobre cómo actuar -más allá de los protocolos presentados por el Ministerio de Salud- y, cuando todo parece ensayo y error, resulta imperante repensar los procesos de intervención con lxs niñxs. La suspensión de la atención en la mayoría de los servicios del hospital disminuyó significativamente los procesos de asistencia y, por lo tanto, la presencia de lxs niñxs y sus familias. La pregunta por cómo se encuentran esxs niñxs que solían ver con frecuencia, incorpora otras dimensiones cuando muchos de ellxs provienen de sectores populares, con trayectorias de vida atravesadas por procesos de pauperización, precarización y vulneración de derechos y con diagnósticos de salud complejos, que determinan su cotidianidad y la de sus familias. ¿Qué les está aconteciendo en sus barrios y localidades? ¿Qué necesitarán? Repensar las maneras de vincularse con estxs niñxs es actualmente un desafío para lxs trabajadorxs de la salud; tejer vínculos con instituciones comunitarias que puedan acompañarlxs o conocer si los municipios pueden garantizar sus necesidades, son algunas de las estrategias que se han ido desarrollando.
Cuando las formas en que se organizaba socialmente el cuidado se trastocan, con un repliegue en el espacio doméstico y una suspensión de las mediaciones institucionales, familiares y comunitarias que hacen habitualmente de soporte, de acompañamiento en la vida cotidiana de lxs niñxs, se evidencian impactos en su salud mental, con efectos diferentes en las subjetividades según los contextos y cuidados disponibles.
En el entramado relacional transitado (escuelas, centros comunitarios, clubes, actividades varias), lxs niñxs encontraban eventualmente la posibilidad de ser escuchados, de que alguien alojara sus preocupaciones o angustias -actitud no hegemónica en sociedades mayormente adultocéntricas donde lxs niñxs suelen ser invisibilizados-. El confinamiento a un espacio y la restricción de las relaciones sociales a las personas con quienes conviven, los expone, en algunos casos, a sufrir mayores situaciones de violencia intradoméstica. En otros, puede observarse el retroceso y agravamiento de algunos cuadros psicopatológicos o situaciones de padecimiento, tanto por la interrupción de diferentes modalidades de tratamiento, como por la falta del vínculo con el afuera, evidenciando la importancia del intercambio con otros actores sociales e instituciones en la economía y organización psíquica.

En Argentina, los discursos que han circulado en las campañas de prevención frente al Covid19 (“quedate en casa”, “somos responsables”, “cuidarte es cuidarnos a todos”), buscan interpelar en términos personales y apelan fuertemente a la acción individual como estrategia de cuidado. En ellos, las condiciones de vida de la población se presentan con algún grado de homogeneidad, con un cierto carácter universalista, al mismo tiempo que por las políticas implementadas se reconoce la necesidad de mayores cuidados en ciertos sectores sociales. No obstante, también se hace visible el escaso reconocimiento al lugar que ocupan las acciones comunitarias llevadas a cabo por las organizaciones sociales y comunitarias, para sostener los lazos de solidaridad y cuidado.
Como en crisis socioeconómicas previas atravesadas por nuestro país, en esta oportunidad numerosas organizaciones sociales y comunitarias, con fuertes anclajes territoriales, han reorganizado sus propuestas para que permanecer en la casa no se viva únicamente como la contracara de: “te quedaste sin trabajo”, “te quedaste sin comida”, “te quedaste sin ir al jardín de infantes”, “volviste a hacer la cola en el comedor comunitario”.

Una experiencia significativa en ese sentido es la de los dieciséis centros comunitarios que componen la Red Andando, ubicada en los partidos de Moreno y Merlo, en el oeste del Gran Buenos Aires, que han resignificado esa consigna para sostener en Red la educación, la alimentación y la salud en términos de lazos de cuidado entre vecinos organizados. Con tal sentido, un grupo de 226 mujeres, de modo repentino y optimizando recursos, lograron garantizar la asistencia alimentaria de alrededor de 10.000 personas y desarrollar propuestas educativas de aprendizaje domiciliario. Con la urgencia por la pérdida de contacto con lxs niñxs y partiendo de las dificultades ya mencionadas para el acceso a las actividades escolares virtuales -a las que se suma la falta de vacantes para acceder al nivel de educación inicial- han desarrollado la propuesta educativa “Aprendo en casa” (https://www.redandando.org/category/aprendo-en-casa/) que posibilita a las educadoras sostener el contacto a través de fotos y whatsapp tomadas por lxs adultxs, en los que se comparten los modos en que aprenden, juegan y participan lxs niñxs en la vida cotidiana, con base en la recuperación y potenciación de las posibilidades y recursos de las familias en su función mediadora, valorando sus iniciativas, creatividad y capacidades.

Otra experiencia que ejemplifica las transformaciones en las propuestas de acompañamiento comunitario de los niñxs y sus familias es la de un centro educativo complementario ubicado en las afueras de La Plata, cuyas tareas habituales se vinculan a brindar un espacio de juego, esparcimiento, actividades artísticas y apoyo escolar. Reorientadas en un comienzo a sostener de manera “virtual” las actividades antes realizadas de manera presencial, fueron revisadas y modificadas a partir de percibir que las mismas eran asociadas a la sobrecarga de tarea escolar y a que el tipo de comunicación establecida quedaba ahora mediada por lxs adultxs. La actual reorganización del espacio institucional como comedor, entregando viandas o alimentos para la merienda, trasciende los aspectos alimentarios, permitiendo a las educadoras y equipo técnico “volver al barrio” y a una vinculación más directa, aunque de otra manera, con los niñxs, jóvenes y sus familias, para recuperar sus percepciones y modos de transitar el aislamiento.

Reflexiones finales
A partir de nuestras experiencias concretas en ámbitos diversos encontramos la posibilidad de pensar -y mayormente abrir interrogantes sobre- las infancias y sus cuidados en estos tiempos. Vemos que en Argentina, las medidas tomadas ante la pandemia impactan en la vida cotidiana de las personas inmovilizando, distanciando, confinando. Sus efectos transformadores se superponen a las condiciones preexistentes, visibilizando y profundizando las desigualdades de clase, pero también de género y etarias. Porque si hay algo que se puede vislumbrar en esta cuarentena es la vivencia desigual y diversa de la posibilidad de distanciamiento social como forma de cuidado. Al interior de los hogares se hace inocultable la desigualdad de poder que conlleva la división del trabajo doméstico y de cuidado, que no por persistente resulta menos naturalizada.
A su vez, la centralidad de la permanencia en la casa para prevenir el contagio visibilizó -por su ausencia- el amplio entramado de instituciones y actores que participan en el cuidado infantil proporcionando soportes y mediaciones que se revelan vitales para la salud mental de los chicxs de diferentes clases sociales y género.
Por otro lado, en estos tiempos en que el discurso sobre el cuidado aparece fuertemente ligado al saber médico, el recorrido realizado permite visualizar con especial nitidez la dimensión comunitaria de los cuidados en el sostenimiento de los niñxs y sus familias. Así, la alusión a “somos responsables” que aparece en los medios de comunicación, acompañada de recomendaciones de orden sanitario pero también social como el distanciamiento, opaca las enormes dificultades de numerosos grupos familiares para cumplir con esta medida, al mismo tiempo que desdibuja los distintos niveles de responsabilidad involucrados. Por ello resulta de vital importancia la revalorización de la dimensión comunitaria y asumir las limitaciones de las salidas de carácter individual, sin que esta apuesta implique una desresponsabilización de las instancias estatales.
Quizás a partir de estas reflexiones podamos avanzar en pensar en los desafíos que se presentarán para el cuidado y la participación de los niñxs cuando el aislamiento termine.

Agosto de 2020