Preservar ampliando
 
Carlos Monsiváis
 

Si se quiere encapsular la llegada de la comandancia del EZLN al Zócalo descríbasela obsesivamente como "fecha histórica". Lo será y, lo fundamental, lo está siendo, pero su importancia es más específica: es el reconocimiento de cada uno de los participantes, presentes o no en la Plaza, de la imposibilidad de continuar aceptando la idea y la práctica restrictivas y selectivas de la nación. El subcomandante Marcos ha sido muy preciso. "México, venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar para nosotros, los que somos el color de la tierra". Tal certidumbre, en una ciudad vivificada se convierte con el simbolismo y la carga de realidad de estos casos, en la gran ceremonia de inclusión. "No estoy solo", podría haber sido la consigna complementaria de cada uno de los presentes.

Ayer atestiguamos el deseo vigoroso de paz, en su definición más intensa, el cese de todas las guerras de alta y baja intensidad económicas, sociales, culturales, dirigidas contra la mayoría. También hemos visto el compromiso grave y festivo a la vez contra el racismo, la segregación, la discriminación, el sexismo, la intolerancia, la homofobia. Por eso la marcha de la dignidad ha encontrado eco en sectores de colonos, feministas, ecologistas, obreros, campesinos, estudiantes, desempleados, subempleados, y el sector indígena no necesita de vanguardia. Al renunciar el EZLN explícitamente al poder, su actitud puede verse lírica, según los especialistas en delatar intenciones, pero no es de ningún modo incongruente. Por eso estoy convencido de la profundidad del pacto: el retorno a las armas es imposible no sólo por el altísimo costo humano, sino porque desterrar la violencia ya es asunto de tantos que bien podríamos decir que es asunto de todos. Con sus tristes excepciones.

zapatistasenah1Lo del 11 de marzo es sin duda una victoria política, con todo lo azaroso de las afirmaciones sujetas a revisión periódica. También, y de manera irrefutable, es una victoria cultural, el término que pretendió arrogarse en vano una derecha de alcaldes y gobernadores que sueña en su integrismo con calificar al padre Ripalda de izquierdista subversivo. (Este es un caso para Pepe Carvalho). Es una victoria cultural porque en el recorrido por 12 estados y a través de la importancia concedida nacional e internacionalmente al hecho, se ha reiterado el apoyo de sectores muy significativos de la sociedad dentro y fuera de las encuestas, decididas a hacer suya la causa de la integración indígena, que es también y con rapidez posible, la causa de la desintegración del racismo y la desigualdad extrema. La victoria cultural de estos días no es sólo del EZLN, sino de la sociedad en su conjunto. Los que insisten en minimizar acontecimientos y en hablar de manipulación, no parecen entender que las movilizaciones no se dan por vocación alguna de títeres, sino por la necesidad de cada persona de modificar o cambiar las  imágenes internas de sí misma y de la sociedad en donde vive. Así como la izquierda hizo muy mal en menospreciar a los votantes de Vicente Fox, los que se burlan de la marcha zapatista con el candor y el rencor que les son propios, confunden su mirada de prejuicios con el entendimiento.

Una de las grandes lecciones que extraigo de la marcha es ver hasta qué punto el tema de los usos y costumbres deben adecuarse a los cambios actuales. Las intervenciones de las comandantas zapatistas, de las mujeres en Nurio, de las oradoras en los distintos actos ratifican el avance de estos años y los efectos benéficos de la globalización cultural. (La economía es muy otra cosa). Todas han insistido en el machismo y la discriminación en sus propias comunidades, y se aplican la perspectiva de género. Lo relativo de los usos y costumbres se valora gracias a esta experiencia y a la modernidad de muchas actividades. Así como el gobierno deberá reconsiderar el paternalismo tan penoso y deberá llevarle los últimos auxilios al indigenismo oficial, así también, estoy seguro, las propias comunidades están revisando en la práctica las nociones autoritarias y excluyentes de los usos y costumbres.

La ley sobre las culturas indígenas habla de la preservación del vasto patrimonio de las etnias, de los saberes y las lenguas a defender de la vitalidad de las tradiciones (aquellas irrenunciables). Pero también, así no tenga por qué incorporarse al debate constitucional, la noción de cultura indígena se ha ido modificando al ritmo de los grandes cambios en la idea misma de cultura. Es muy valioso lo que se preserva, pero es igualmente valioso lo que se añade. En los años próximos la flexibilización de la idea de México hará que los indígenas, los pobres, los desahuciados de la prosperidad, vamos, incluso los analfabetos funcionales (tecnócratas, políticos y empresarios incluidos), hagan suyas las ventajas imponderables de la cultura que les ha sido negada o ante la que han sido indiferentes. También son y serán derechos de los indígenas y de los mexicanos en general, oír a Mozart y Verdi, leer a Balzac y Saramago, ver a Eisenstein y John Ford, y considerar en el panorama nacional absolutamente propios a ?la enumeración dista de ser exhaustiva? Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rulfo, Paz, Tamayo, Toledo, Luis Barragán, Rojo, Miguel León-Portilla, Alfonso Reyes, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Rosario Castellanos, Sabines, Monterroso, Guillermina Bravo, Fuentes, Poniatowska, Pablo González Casanova, Luis Villoro, José Revueltas, Leonora Carrington, Gerzso, Pitol, Pacheco, Buñuel, Gabriel Figueroa, Carballido, Magaña, Cosío Villegas, Luis González y González, Juan García Ponce, Rodolfo Morales, Cuevas, Felguérez, Zaid, Garro... La lista es tan interminable como los derechos culturales.

Al sistematizarse las tareas de la preservación y el respeto por el legado de las generaciones, se abre el camino para que al nuevo nosotros, formalizado ayer en el Zócalo, le resulte imprescindible reconocer el gran papel liberador de las artes y las humanidades de todas las tradiciones del planeta. De otra manera, se convertirían en prisiones los adelantos, y en última instancia dejaría de tener sentido la lucha. Si se da en la organización comunitaria un mandar obedeciendo, en la cultura debe instaurarse un preservar ampliando.

¿Qué porcentaje de niños indígenas termina ahora la educación primaria? Los informes van del 2 al 8 por ciento. ¿Qué hacer ante esto? Deshacerse de la división tan artificial entre educación y cultura, y darse cuenta de que la reforma constitucional sólo dará buen resultado si las vías de la modernización son políticas, sociales y culturales. Alguna vez Alfonso Reyes pidió el latín para las izquierdas porque no veía la ventaja de dejar caer conquistas alcanzadas: del mismo modo debemos exigir la divulgación de la riqueza del castellano en los sectores indígenas y en la sociedad, porque en gran medida la discriminación se ha fundamentado en la exclusión lingüística, que al rechazar lo diverso (las lenguas indígenas) le cierra el paso a la lengua en común, y porque en el manejo de las potencias y las potencialidades del español se deposita el horizonte del desarrollo, del gozo de la lectura, de la racionalidad democrática.

Una joven de Capalillo, Guerrero, en frases que rescató Hermann Bellinghausen, afirmó en la marcha: "A los ricos siempre les hemos pagado el precio de nuestra pobreza. Pero no venimos aquí a llorar porque nos cierran la puerta. Hoy somos la puerta". Ayer, en el Zócalo, experimenté a fondo la justeza de la metáfora al pertenecer a la multitud que cifraba en su vastedad a muchas otras. Ayer los asistentes se convirtieron en la puerta de entrada, o si no se quiere ser tan tajante, en la ilusión materializada de un país distinto, más igualitario, opuesto a la discriminación, más libre y gozoso. Nada de lo anterior se mantiene con facilidad, y a la vivencia de un día la podrían disipar la opresión o el sofocamiento de los días siguientes. Pero los alcances culturales del 11 de marzo, fecha que sintetiza y anuncia distintos procesos de implantación de la diversidad, permiten ese grado de optimismo que desemboca en la convicción racional: el "nunca más un México sin nosotros" es en sentido estricto, "nunca más un México fundado en la exclusión de casi todos". Sé que mi esperanza será calificable de utópica, pero desde la convicción que emite el calificativo, esto me parece un gran elogio.

Muchas gracias, EZLN. Y si hago el agradecimiento a título personal es porque hasta ahí llegan mis poderes de representación.