Era más fácil la guerra
GARCIA MARQUEZ CONVERSA
CON MARCOS
Por Gabriel García Márquez y Roberto
Pombo
LA REFORMA, sábado 24 de marzo del 2001
Si el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional se perpetúa como una estructura
armada militar, va al fracaso como una opción de ideas y de
posición frente al mundo, afirma el subcomandante Marcos en su
conversación con el Nobel colombiano. Y lo peor que le
podría pasar, aparte de eso, sería que llegara al poder
y se instalara como un ejército revolucionario. Para nosotros
sería un fracaso, advierte el líder rebelde. |
El subcomandante Marcos
llegó en 1984 a la selva lacandona de Chiapas, en el sureste
de México, y allí vivió durante 17 años
con las comunidades indígenas tzotziles y tzeltales hasta el
11 de marzo pasado, cuando la marcha que encabezó y que cruzó
medio país remató con una manifestación
gigantesca en la Plaza de la Constitución mejor conocida
como el Zócalo de Ciudad de México.
En ese lugar, cargado de un enorme peso
histórico, el jefe del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, sin un arma encima, hizo oficial la decisión de su
movimiento de hacer política por las buenas. Desde
ese día los mexicanos tienen el alma en vilo, pues saben que
en buena medida el destino del país depende del éxito o
del fracaso de las gestiones de este misterioso hombre encapuchado y
del puñado de comandantes que componen su estado mayor. Su
misión es lograr la aprobación de una ley de derechos
para los indígenas y sentar al Gobierno de Vicente Fox, cara a
cara, en una mesa de negociación.
Marcos se instaló con su gente
en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), al
sur de la ciudad, cuyos salones de clase improvisados como
dormitorios y recintos de reuniones se han convertido en el centro de
la atención de la opinión pública mundial,
debido a la importancia de sus inquilinos actuales y a la catarata de
noticias de implicaciones de.nitivas que se generan allí
minuto a minuto.
El subcomandante de los zapatistas no
había logrado que el Congreso le permitiera exponer su
criterio sobre la ley de los indígenas ante los diputados en
pleno, pues la división de opiniones en todos los partidos
políticos impedía alcanzar cualquier consenso frente al
tema. Al final, el jueves, se abrió una luz de esperanza
cuando el Congreso aprobó, en una votación apretada, la
propuesta de oírlo. Entre tanto, Marcos y el presidente Fox
buscaban sin éxito ponerse de acuerdo sobre cuál es la
mejor manera de dar el primer paso para iniciar en .rme el proceso de
conversaciones de paz entre la guerrilla y el Gobierno.
La semana pasada terminó en un
suspenso tremendo. Antes de la decisión del Congreso, los
zapatistas habían anunciado su determinación de
regresar a Chiapas por considerar que la clase política se estaba
cerrando al diálogo, y para atajarlos Fox había
respondido con la orden de levantar los puestos de vigilancia militar
en la zona del conflicto y con el anuncio de que liberaría al resto de los
guerrilleros que aún están en prisión.
El temor que generaba el ingreso
zapatista a la Ciudad de México para exigir los derechos de
los indígenas parecía haber sido superado por la
inquietud que producía la posibilidad de que regresaran a su
tierra con las manos vacías.
A través de una cadena de
mensajes con amigos comunes, el subcomandante Marcos aceptó
hablar con los autores de esta entrevista. La cita era a las 9:30 de
una noche de la semana pasada. La entrada principal de la Escuela de
Antropología está protegida por agentes de la policía,
y un grupo de estudiantes, que hace guardia las 24 horas del día,
vigila los salones de clase donde están
los zapatistas. Después de atravesar los dos anillos de
seguridad, llegamos al lugar de la reunión donde no había
más que una mesa y tres sillas. Cinco minutos más tarde
llegó Marcos y habló con nosotros.
Dejar de ser ejército
Después de siete años
de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
anunció que un día entrarían triunfantes a
Ciudad de México, usted entra a la capital y encuentra el
Zócalo completamente lleno. ¿Qué sintió
al subirse a la tarima y ver ese espectáculo?
Siguiendo la tradición zapatista
de anticlímax, el peor lugar para ver una manifestación
en el Zócalo es el templete. Había mucho sol, mucho
smog, teníamos dolor de cabeza y estábamos muy
preocupados contando a las personas que se iban desmayando delante de
nosotros. Yo le comentaba a mi compañero, el comandante Tacho,
que debíamos apurarnos porque cuando empezáramos a
hablar nosotros no iba a quedar nadie en la plaza. No alcanzaba a
verse toda la extensión.
La distancia que teníamos por
seguridad respecto a la gente, era una distancia también
emotiva, y no nos enteramos de lo que pasó en el Zócalo
hasta cuando leímos las crónicas y vimos las fotos al
día siguiente. En ese sentido, y ya valorando sobre lo que
otros nos dicen que fue, sí pensamos que fue la culminación
de una etapa, que nuestro discurso, nuestra palabra en ese día
era la apropiada y la más acertada, que desconcertamos a
sectores que hubieran esperado que fuéramos a tomar el Palacio
o a llamar a una insurrección generalizada.
Pero también a los que pensaban
que nuestro discurso se iba a limitar a la cuestión poética
o lírica. Creo que el balance conseguido fue suficiente y que
de una u otra forma el EZLN estaba hablando en el Zócalo el 11
de marzo, pero no del 2001, sino que estaba hablando de algo que
estaba todavía por completarse: ese sentimiento que significa
que la derrota definitiva del racismo se convierta en una política
de Estado, en una política educativa, en un sentimiento de
toda la sociedad mexicana. Como que eso ya está resuelto ahí,
pero falta todavía algún trecho. Como decimos los
militares, la batalla estaba ganada, pero todavía había
algunos combates que dar.
Creo, finalmente, que el
Zócalo del día 11 de marzo nos decía que había
sido acertado dejar las armas a un lado, que no era eso lo que
provocaba que tuviéramos interpelación con la sociedad,
que la apuesta a una movilización pacífica era correcta
y que daba resultados. Falta que el Estado mexicano lo entienda, que
el Gobierno en concreto lo entienda.
Usted utilizó la expresión
como decimos los militares. Para los colombianos que
hemos oído a nuestra guerrilla, el suyo no suena como un
discurso militar. ¿Qué tanto de militares tienen usted
y su movimiento, y cómo describe la guerra en la que ha
luchado?
Nosotros nos hicimos dentro de un
ejército, el Zapatista de Liberación Nacional. La
estructura es militar. El subcomandante Marcos es el jefe militar de
un ejército. En todo caso nuestro ejército es un ejército
muy otro porque lo que se está proponiendo es dejar de ser
ejército. El militar es una persona absurda que tiene que
recurrir a las armas para poder convencer al otro de que su razón
es la razón que debe proceder, y en ese sentido el movimiento
no tiene futuro si su futuro es el militar. Si el EZLN se perpetúa
como una estructura armada militar, va al fracaso.
Al fracaso como
una opción de ideas, de posición frente al mundo. Y lo
peor que le podría pasar, aparte de eso, sería que
llegara al poder y se instalara como un ejército
revolucionario. Para nosotros sería un fracaso. Lo que sería
un éxito para una organización político-militar
de las décadas del 60 y del 70, que surgió con los
movimientos de liberación nacional, para nosotros sería
un fracaso.
Nosotros hemos visto que .nalmente esas victorias eran
fracasos o derrotas ocultas detrás de su propia máscara.
Que lo que estaba pendiente siempre era el lugar de la gente, de la
sociedad civil, del pueblo. Que .nalmente es una disputa entre dos
hegemonías. Está un poder opresor que desde arriba
decide por la sociedad, y un grupo de iluminados que decide conducir
al país por el buen rumbo y desplaza a ese otro grupo del
poder, toma el poder y también decide por la sociedad. Para
nosotros esa es una lucha de hegemonías, y siempre hay una
buena y una mala: la que va ganando es la buena y la que va perdiendo
es la mala. Pero para el resto de la sociedad, las cosas no están
cambiando en lo fundamental. En el EZLN llega un momento en que se ve
rebasado por lo que es el zapatismo.
La E de la sigla queda empequeñecida,
con las manos amarradas, de tal forma que para nosotros no sólo
no significa una carga movilizarnos sin armas, sino que en cierto
sentido también es un alivio. De hecho,
la fajilla pesa menos que antes y sentimos que pesa menos la
parafernalia militar que necesariamente lleva un grupo armado a la
hora del diálogo con la gente. No se puede reconstruir el
mundo, ni la sociedad, ni reconstruir los estados nacionales ahora
destruidos, sobre una disputa que consiste en quién va a
imponer su hegemonía en la sociedad. El mundo, y en concreto
la sociedad mexicana, está compuesto por diferentes, y la
relación se tiene que construir entre esos diferentes con base
en el respeto y la tolerancia, cosas que no aparecen en ninguno de
los discursos de las organizaciones político-militares de las
décadas del 60 y del 70. La realidad ha llegado a pasar la
cuenta como siempre ocurre, y para los movimientos armados de
liberación nacional el costo de la factura ha sido muy alto.
Usted parece tener diferencias con
la izquierda tradicional también en cuanto a los sectores
sociales que los grupos representan. ¿Eso es así?
Voy a señalar a grandes rasgos
dos vacíos de la izquierda latinoamericana revolucionaria. Uno
de ellos es el de los pueblos indios, de los que somos partícipes,
y otros son los grupos supuestamente minoritarios. Aunque si
todos nos quitáramos el pasamontañas no serían
tan minoritarios, como son los homosexuales, las lesbianas, los
transexuales. Esos sectores no sólo son obviados por los
discursos de la izquierda latinoamericana de esas décadas y
que todavía hacen carrera en el presente, sino que también
se ha propuesto el marco teórico de lo que entonces era el
marxismo-leninismo: prescindir de ellos y verlos como parte del
proceso que debe ser eliminado.
El homosexual, por ejemplo, es
sospechoso de traidor, es un elemento nocivo para el movimiento y
para el Estado socialista. Y el indígena es un elemento de
retraso que impide que las fuerzas productivas... bla,
bla, bla...
Entonces lo que corresponde es eliminar esos sectores, para
algunos en centros de reclusión o de reeducación, y
para otros su asimilación en el proceso productivo y su
transformación en mano de obra calificada. Proletarios, para
ponerlo en esos términos.
Los guerrilleros suelen hablar en
nombre de las mayorías. Sorprende que en su discurso usted
habla en nombre de las minorías, cuando podría hablar
del pueblo pobre o explotado. ¿Por qué lo hace?
Toda vanguardia se supone que es
representante de la mayoría. En nuestro caso pensamos que eso
no sólo es falso sino que, en el mejor de los casos, no va más
allá de un buen deseo, y en el peor de los casos es un claro
ejercicio de suplantación. A la hora en que se ponen en juego
las fuerzas sociales, se da cuenta de que la vanguardia no es tan
vanguardia y de que los representados no se reconocen en ella. A la
hora en que el EZLN está renunciando a ser vanguardia, está
reconociendo su horizonte real. Creer que podemos hacer esto, que
podemos hablar por éstos más allá de nosotros,
es masturbación política. Y en algunos casos ni
siquiera es eso porque ni siquiera se siente el placer del onanismo.
Apenas el que se puede obtener en los panfletos que finalmente uno es
el mismo que los consume.
Estamos tratando de ser honestos con
nosotros mismos y alguien puede decir que es un asunto de bondad
humana.
No. Podemos ser incluso cínicos
y decir que ser honestos nos ha dado resultado cuando decimos que
sólo representamos a las comunidades indígenas
zapatistas de una zona del sureste mexicano. Pero nuestro discurso ha
logrado tocar el oído de mucha gente más. Hasta ahí
llegamos. No más. En todos los discursos que fuimos soltando a
lo largo de esta marcha le estábamos diciendo a la gente y nos
estábamos diciendo a nosotros mismos que no podíamos ni
debíamos empezar a encabezar o a abanderar las luchas que
íbamos tocando. Nosotros suponíamos que el México
de abajo estaba muy a flor de piel, que había muchas injusticias, muchos reclamos,
muchas heridas...
En nuestras cabezas hacíamos la
imagen de que cuando nuestra marcha iniciara teníamos que
llevar un arado para ir levantando la tierra y que esto fuera
surgiendo.
Nosotros teníamos que ser
honestos y decirle a la gente que no veníamos a encabezar nada
de eso. Veníamos a encabezar esta demanda y con base en ésta
se podían encadenar otras. Pero ésa es otra
historia.
|