Terrorismo
Tambores de guerra

Editorial de La Vanguardia (www.lavanguardia.com.es)
Las dos cámaras del Congreso norteamericano aprobaron ayer una resolución por la que se autoriza al presidente George W. Bush a "hacer uso de la fuerza" para castigar a aquellos que sean hallados responsables de los ataques terroristas cometidos el pasado 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Paralelamente, el presidente estadounidense ha decidido autorizar que se llame a 50.000 reservistas del Ejército para hacer frente a la crisis. Y la intendencia ha comenzado a hacer acopio de combustible para enviarlo al océano Índico. En resumen, en Estados Unidos suenan los tambores de guerra.

En Estados Unidos se vive un clima de psicosis de guerra. Es explicable. La emoción provocada por los atentados terroristas del pasado martes ha tenido un impacto sólo comparable al que en su día tuvo el ataque por sorpresa de Japón contra Pearl Harbor. Aquel acontecimiento fue decisivo en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Las situaciones políticas son distintas, y también cabe subrayar el hecho de que, a diferencia de entonces, el enemigo no tiene esta vez un perfil claro, sino difuso. Pero eso no quita que el impacto en la sociedad norteamericana haya sido como el de hace sesenta años. La emoción, aunque comprensible, es, sin embargo, mala consejera a la hora de dar la orden que desencadene la respuesta militar contra el agresor.

Los preparativos de guerra están siendo acompañados de una febril actividad diplomática. El objetivo, como sucedió en la guerra del Golfo, en 1991, debe ser la formación de una amplísima coalición internacional para, como ha anunciado el presidente Bush, desencadenar una guerra, nueva y distinta, contra el terrorismo. Una acción precipitada, sin un amplio apoyo, sería contraproducente. La historia lo dice claramente: Estados Unidos se enfangó en Vietnam, donde fue solo, y salió victorioso en la guerra del Golfo, donde encabezó una coalición internacional en la que tampoco faltaron los regímenes árabes moderados.

La solidaridad expresada por los países miembros de la OTAN a Estados Unidos es lógica y necesaria. Pero no suficiente. Sin el concurso de Rusia, China y los países árabes moderados, esta coalición sería sólo un frente occidental, lo que sería utilizado para certificar la tesis de Samuel Huntington sobre un inevitable choque de civilizaciones. Rusia y China tienen que apoyar la coalición internacional o, cuando menos, no estar en contra. Y Estados Unidos también debe contar con los países árabes, cuya decisión no será fácil. En el mundo árabe existe un divorcio entre el sentimiento de la calle y la posición de los dirigentes. Por eso no es sencillo el concurso de los árabes en el frente antiterrorista. Pero tampoco es imposible. Un dato puede ayudar a comprender la ecuación: sólo tres países (Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos) reconocen al régimen de los talibán que da cobijo a Ossama Bin Laden, a quien Estados Unidos apunta como cerebro del ataque terrorista del 11 de septiembre. Pero, una vez más, habrá que prometer un esfuerzo diplomático que encarrile el conflicto palestino-israelí, uno de los caldos de cultivo del terrorismo islámico. La confianza, un factor crucial

Por otra parte, Europa ha gozado de un imprevisto protagonismo bursátil y financiero a raíz del prolongado cierre de Wall Street, un fenómeno que en cuanto a duración no tiene precedentes desde la Primera Guerra Mundial. El balance de estos cuatro días ha sido mixto, porque al lógico derrumbe del martes -algunas plazas importantes, como Francfort, llegaron a perder hasta un 10% en apenas unas horas- siguieron dos jornadas, las del miércoles y el jueves, bastante positivas. Ayer, sin embargo, a raíz del renovado redoble de los tambores de guerra y del repunte del precio del petróleo, las bolsas volvieron a caer con estrépito. La bolsa española, sin ir más lejos, se dejó ayer casi un 5%, completando una semana desastrosa.

El euro, en cambio, subió por encima de los 92 centavos de dólar, pero no tanto por una presunta fuerza de la divisa única, sino por la debilidad del signo monetario estadounidense.

¿Qué interpretación cabe hacer de estos dos fenómenos, aparentemente contradictorios? Hay que remontarse a las nueve de la mañana del pasado martes, hora del este de Estados Unidos, para distinguir entre lo que son las tendencias de fondo de las principales economías y bolsas del mundo y el devastador impacto psicológico ocasionado por los ataques terroristas de ese trágico día.

Y es que, como se temía, las economías europeas se han desacelerado en los últimos meses mucho más rápidamente de lo esperado, debido con toda seguridad al contagio derivado del estancamiento norteamericano. El pasado jueves se supo que el producto interior bruto (PIB) de la eurozona sólo había crecido un 0,1% en el segundo trimestre con relación al primero, lo que supone un 1,7% en términos anuales. Es la primera vez desde 1997 que el crecimiento del PIB de la eurozona se sitúa por debajo del 2%, lo que, unido a los claros signos de recesión de la economía japonesa y a la anemia de la economía norteamericana, sugiere la posibilidad de una recesión global que, en todo caso y hasta los acontecimientos del martes, se esperaba corta y poco profunda.

En este sentido, la confianza de los consumidores e inversores, particularmente de los estadounidenses, va a resultar clave. No hay que obsesionarse demasiado con la apertura de Wall Street del próximo lunes. Es mucho más importante lo que ocurra en los próximos días y semanas. Sabido es que no hay nada más cobarde y menos romántico que el dinero, pero no cabe excluir una reacción patriótica -los signos externos son evidentes- que ponga al país en pie de guerra, tanto metafórica como literalmente. Aunque las circunstancias sean radicalmente distintas, es verdad que Estados Unidos empezó a superar realmente la Gran Depresión a partir del ataque japonés a Pearl Harbor.