Terrorismo
La nueva guerra que llega

Por: Miguel Bonasso
Publicado en: Diario Página12, República Argentina, 13 de setiembre de 2001
El apocalíptico ataque al corazón de Estados Unidos no sólo rompió un record de intangibilidad territorial que había sorteado con éxito dos guerras mundiales, sino que cambió de manera copernicana el nuevo orden internacional que parecía establecido por mucho tiempo después de la implosión de la Unión Soviética y de Operación Tormenta del Desierto. La posguerra fría ha durado menos de diez años para dejar paso a una guerra oscura, de golpes imprevisibles y retaliaciones devastadoras y seguramente infructuosas que teñirá de sangre y terror el siglo XXI como las guerras y las persecuciones ideológicas y raciales hicieran durante el siglo anterior.

Al cerrar este comentario no se sabía aún quiénes eran los responsables de los cinematográficos atentados que golpearon con la crueldad de una profecía autocumplida las torres del World Trade Center, que eran los tótem de la globalización; ese Pentágono que simboliza el poder militar más gigantesco de la historia, y estuvieron a punto de hacer volar por los aires la Casa Blanca y el Capitolio, en un Independence Day con extras de carne y hueso. Pero algo quedaba claro: sus autores materiales tienen una determinación oriental a morir junto con las víctimas que debería encender una luz de alarma en las estólidas conciencias texanas que hoy rigen los destinos del mundo: es imposible parar al que está dispuesto a irse con sus víctimas.
Si esos autores son, como se sospecha, seguidores del Islam, puede decirse sin temor a equivocaciones que Estados Unidos ha encontrado un enemigo más peligroso y duradero que la URSS. Los festejos de ayer en barrios palestinos no señalan necesariamente una autoría, pero ponen de relieve que el sentimiento antinorteamericano anida en buena parte de la población musulmana y amenaza quedarse durante el tiempo que duren las nuevas Cruzadas. Si los intelectuales del Grupo de Santa Fe buscaban un nuevo enemigo para mantener el complejo militar-industrial, la realidad les ha hecho caso con una escalofriante consecuencia que no supieron prever: la violencia ya no es privativa del Desierto o de Belgrado; ahora pasea su viento negro por las calles de Manhattan.

La dialéctica no perdona: los que pretenden un escudo antimisiles fueron mutilados con sus propios aviones comerciales, en una operación de terrorífica precisión, con comandos que no solamente estuvieron dispuestos a morir sino que podían pilotear Boeings 757 y 767. Esos comandos y sus apoyos totalizarían "según expertos" unos doscientos hombres. Ese virtual ejército pudo actuar con éxito en varios ataques simultáneos, burlando a los 14 servicios de inteligencia de Estados Unidos y mostrando la extrema vulnerabilidad de la potencia hegemónica.

Además del dolor y el espanto, un nuevo sentimiento insidioso se ha apoderado de los norteamericanos: la convicción de que los jinetes del Apocalipsis no hubieran podido cabalgar sin apoyos internos. Como en las películas, han descubierto que tienen a los alienígenas dentro. Esa vieja paranoia, que en tiempos de McCarthy llevó al matrimonio Rosemberg a la silla eléctrica, encontró desde ayer una confirmación no menos dolorosa que la conciencia de la derrota que les infligieron los vietnamitas en 1975. La guerra, por primera vez en su historia, ha dejado de ser una imagen de Nintendo en tierras lejanas. Esos aviones de United o American Airlines que hasta este martes formaban parte de la rutina y el pacífico american way of life, se trocaron en segundos en armas mucho más mortíferas que las bombas inteligentes diseñadas para reactivar la industria armamentista a costa de remotos extranjeros.

Como el presidente chileno Salvador Allende, de cuyo cruento derrocamiento por parte de Augusto Pinochet (con el aval de Henry Kissinger), ayer se cumplió un nuevo aniversario. Olvidado en medio de las estremecedoras imágenes del hombre que agita un pañuelo cuando se incendia la torre o el otro, que cae como un muñeco, desde más de cien pisos. El dolor ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los dominados y ha llenado de sangre el patio del vencedor. Terrible igualación que debería patrocinar conductas racionales y una búsqueda sincera de la paz. Pero eso no va a ocurrir: esta no es la Edad de la Razón, sino una nueva y aún más tenebrosa Edad Media.