La cuestión social
Un pobre es un pobre*
La sociabilidad en el barrio; entre las condiciones y las prácticas

Por: Denis Merklen (Facultad de Ciencias Sociales, UBA.)
* Este trabajo es parte de mi tesis para la Maestría en Investigación en Ciencias Sociales, que realizo bajo la dirección de la doctora Francis Korn. Por otra parte, se basa en la investigación que hago en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, en mi carácter de becario del Programa UBACyT, con la tutoría del doctor Alfredo Pucciarelli. Dicha investigación tuvo origen en un estudio de caso sobre tomas de tierras en el Partido de La Matanza, cuyos principales resultados han sido publicados. Véase Denis Merklen, Asentamientos en La Matanza. La terquedad de lo nuestro, Catálogos, Buenos Aires, 1991; también "Asentamientos y vida cotidiana. Organización popular y control social en las ciudades", revista Delito y Sociedad, Nº6/7, Buenos Aires, 1995.

Introducción
1. Un episodio
En setiembre de 1991 se publicó mi trabajo de investigación sobre una serie de ocupaciones de tierras en La Matanza. Había escrito ese libro siendo un estudiante a punto de graduarse y tenía mucho temor respecto de si valía la pena su publicación. Puse en esa edición todo el cuidado que me fue posible; tenía veinticinco años y había terminado la investigación un año antes.
El libro debía cumplir mis expectativas académicas, se trataba de mi primer producto como “investigador” de las ciencias sociales. Pero fundamentalmente, de acuerdo con mis pretensiones, debía servir como herramienta a los procesos de organización popular en los que yo participaba. Los comentarios que acompañan al texto principal reflejan la situación: el libro está prologado por el obispo Jorge Novak, de la diócesis de Quilmes; a continuación tiene como introducción un comentario académico de Alberto Federico y Federico Robert, los profesores que dirigieron el trabajo de investigación; finalmente, cerraban el libro los comentarios de una militante y de un dirigente barrial, a quien yo en ese momento consideraba con extraordinarias dotes políticas y de liderazgo y en quien tenía depositada una enorme confianza.

Esas fueron las dos caras con las que pensé Asentamientos en La Matanza, la faz política y la faz académica. Con un fundamento: la correcta descripción de una realidad “oculta”, por medio de los procedimientos de la investigación y su explicación por vía de los conceptos que la sociología me brindaba, permitirían conocer mejor una parte de la realidad que era socialmente estigmatizada y permitiría también publicitar un modelo de acción colectiva que podría ser tomado por otros sectores del campo popular.
Allí tenía yo a un grupo de hombres y mujeres del pueblo ocupando tierras, construyendo sus viviendas, enfrentándose a una serie de intereses poderosos de diverso tipo y desarrollando una organización social novedosa. Quizá deba agregarse que esto ocurría cuando en el Cono Sur estábamos saliendo de las dictaduras iniciadas con los golpes de Estado de los años 70. En ese contexto todas las organizaciones populares, si bien gozaban de cierto rebrote participativo, habían quedado heridas de muerte. Por ello los asentamientos se volvían muy atractivos: eran una organización popular “nueva”, “autogestiva”, “auténtica”. Y allí estábamos los intelectuales para interpretar la contribución que estos nuevos movimientos sociales harían a la sociedad y a la democracia.

Por ese entonces yo realizaba en el Barrio El Tambo, uno de aquellos asentamientos, los Talleres de Formación de Dirigentes Barriales de los que participaban varias organizaciones. Así, contaba con el apoyo de algunos dirigentes y de un grupo grande de vecinos, que estaban bastante entusiasmados con la publicación de “la historia de nuestros barrios”. Esos asentamientos habían ocurrido poco antes y estaba presente en la memoria reciente de los vecinos la larga cadena de luchas y conflictos de la cual habían sido protagonistas. La verdad es que el libro relataba aquella historia, pero además tenía una serie de capítulos destinados al análisis sociológico.

El hecho que quería traer hasta aquí y para el cual viene a cuento esta introducción, es que una vez impreso el libro invité a los vecinos de los asentamientos a participar de su presentación, que tendría lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. La presentación también contenía la cara política y la académica: participarían un funcionario del gobierno y un dirigente barrial; un profesor de la Facultad y una investigadora de un instituto privado; y leería sus textos un formidable escritor, vecino de un asentamiento, mientras otros serían entrevistados en público. Pero yo consideraba que, antes, el libro debía ser leído por aquella gente pobre y que debía someterme a sus críticas, escucharlos.

De tal modo, repartí una cantidad importante de ejemplares entre los asistentes al taller y entre algunos vecinos más para que lo leyeran y fijamos un día para que yo escuchara sus comentarios.
La reunión se hizo un sábado por la tarde en el horario del taller. Concurrieron unas veinte personas entre vecinos y dirigentes. Algunos habían ido viendo partes del texto con anterioridad, de manera que lo conocían; pero otros no, y para mi sorpresa el día de la reunión todos lo habían leído. Muchos de ellos nunca habían accedido a un libro y para la mayoría sería aquel el único texto largo con el que tomarían contacto en mucho tiempo. Si consideramos que se trataba de un trabajo sociológico, podrá comprenderse la enorme alegría y la gran emoción que yo sentía. La vocación del sociólogo estaba perfectamente realizada, mi condición de intelectual comprometido estaba en plenitud: hombres y mujeres de un barrio, plenos sujetos de la historia que habían iniciado un proceso social a contrapelo de las estructuras de poder, a punto de discutir mi versión de los hechos.

Habían llegado a organizar pequeños grupos en los que los más duchos leyeron en voz alta. La situación me comprometía por completo. Estoy seguro de que ninguno de ellos leyó el libro entero, pero todos los que estaban presentes habían puesto interés en los capítulos en los que se narraba su historia.
Pues bien, allí estábamos, a puerta cerrada, todos en silencio mirando el piso y yo con una cara de felicidad que supongo inocultable. Empezó Jorge, uno de los más jóvenes pero también uno de los más “pesados”, y se transformó en la voz cantante. Dijo que yo había escrito mentiras, que muchas de las cosas más importantes que habían pasado no estaban relatadas, que se le daba demasiado importancia a algunos personajes mientras que otros protagonistas ni siquiera eran mencionados... Y se fueron añadiendo otros para decir lo mismo: que fulana, de la cual se hacía tanta alaraca no era tal; que zutano, en cambio, ni figuraba; que tal o cual anécdota no era tan así y que lo que había ocurrido este y aquel día era fundamental. Algunos estaban enojados, otros estaban furiosos y absolutamente todos estaban decepcionados. Me fueron descargando cada golpe a lo largo de casi cuatro horas. Yo escuchaba y pensaba, cómo les explico ahora, cómo contemplo todas sus verdades...

Bien miradas las cosas, no planteaban un cuestionamiento “sustantivo” del libro, aunque en ese momento yo no pudiera advertirlo. En realidad, cada uno de ellos participaba de un campo de poder en disputa que ahora estaba siendo descripto, objetivado: aquél era un libro que había conseguido hablar de sus historias y había logrado interpelarlos, por eso había debate. Así, lo que más reclamaba cada uno era que se incluyera o se quitara del texto algún nombre, algún episodio o alguna versión sobre cuestiones que afectaban sus respectivas posiciones en la historia y la situación de las organizaciones en ese momento. Allí no había verdades ni mentiras. Nos conocíamos mucho como para que hubiera habido engaños, y todos lo sabíamos. Pero es cierto que el relato presente en el libro dejaba mejor parados a unos que a otros, no puede evitarse.

Finalmente alguien me lo pidió: ¿No se pueden cambiar algunas partes del libro?
- No, el libro ya está impreso, no puede cambiarse... -atiné-.
- Hablemos con el de la editorial. Nosotros conseguimos la guita que haga falta para hacer algunas partes de vuelta... Pero vos tenés que grabar a otra gente, escuchar a otros vecinos que te van a contar bien las partes que están mal...
Hasta que decidí sentenciar: Esta es mi versión, es mi verdad, es la historia que yo investigué con seriedad y no voy a cambiarla.

Al día siguiente vino uno a casa a decirme que iban a ir todos a la presentación, pero que no habría entrevistas ni testimonios. Estaban enojados.
De todos modos, el día de la presentación mi sueño se cumplió en parte: allí estuvieron sentados varios de mis profesores, varios de mis compañeros y algunos de quienes ya eran mis alumnos; y junto a ellos cincuenta vecinos de los asentamientos que viajaron en dos ómnibus hasta la Facultad. Allí entraron a la academia los pobres, esta vez no sólo en el papel de una descripción que los ponía bajo la lupa ni como revuelta que destruía lo que odiaba. Interesadamente aquellos hombres, jóvenes en su mayoría, escucharon las cinco disertaciones de la noche. Ellos se fueron a sus casas y yo ya no volví a los asentamientos sino esporádicamente durante un tiempo hasta que retomé mi trabajo de campo recientemente.

Y el libro cumplió su cometido. La mitad de los ejemplares se distribuyó entre varios asentamientos. Una vez, hace poco, entrevistaba a una señora del asentamiento El Tala en Quilmes sobre el acceso al agua potable; la señora era una de las fundadoras del barrio, y cuando terminamos la entrevista me preguntó:

- Usted escribió un libro, ¿no?
- Sí.
- Yo lo leí, acá lo tengo, mire -y allí estaba en una repisa llena de cosas, debajo de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús-.

Respecto de su cometido académico, leído algunos años después sólo puedo decir que contiene aportes originales sobre el tema y una buena crónica del conflicto. De todos modos ya nada era lo mismo ni volvería a serlo. Los asentamientos han cambiado y muchísimo. Y el sociólogo también. Entre otras cosas aprendí a pensar en términos de representaciones sociales. Y pensé que aquella historia que conté en el libro es a los asentamientos lo que El acorazado Potemkin al socialismo soviético.

2.
El hotel, el conventillo, el inquilinato, la villa, el barrio obrero y los complejos habitacionales construidos por el Estado -como los FONAVI-, establecen un repertorio de situaciones para el hábitat popular en el Buenos Aires de este siglo. Todos ellos tienen que ver con distintos modelos de desarrollo urbano -1- y con distintas situaciones sociales y coyunturas políticas; pero fundamentalmente con la formación diferenciada de los sectores populares. El conventillo representa al inmigrante pobre y europeo de comienzos de siglo y nos lleva a pensar en el Buenos Aires de los años 20. -2-
La villa representa al inmigrante obrero del interior del país o de países limítrofes a partir de los 40 y al paupérrimo habitante de la gran ciudad en los 90. Los planes de vivienda a cargo del Estado tienen que ver con una conciencia planificadora que expresa al modelo desarrollista iniciado en la década del 50; pero también con las políticas clientelares y con las distintas demandas en materia de vivienda, no solamente por parte de la población de bajos ingresos, sino también de los sectores de capital inmobiliario, financiero y de la industria de la construcción.

Desde la década del 80 aparecen en el Gran Buenos Aires los asentamientos como una nueva modalidad de hábitat popular. Y éstos se distinguen de todas las formas habitacionales anteriores, aunque guardan proximidad o similitud con algunos de ellos. Por la precariedad de las viviendas se parecen a las villas; pero por su configuración espacial se parecen al barrio obrero o al loteo popular.

En setiembre de 1981 se produce en los partidos de Quilmes y Almirante Brown una toma masiva de tierras que dio origen a seis nuevos barrios, llamados posteriormente asentamientos: La Paz, Santa Rosa de Lima, Santa Lucía, El Tala, San Martín (en Quilmes) y Monte de los Curas (en Almirante Brown). 3
Este grupo de tomas de tierras inauguró al asentamiento como modalidad de hábitat de los sectores populares, que se diseminó rápidamente por los partidos que conforman el Gran Buenos Aires. En la investigación sobre las ocupaciones masivas con las que se iniciaron los asentamientos en el partido de La Matanza, en el oeste bonaerense y en muchos relevamientos posteriores, hemos podido comprobar la descripción de las características centrales que definen a un asentamiento y lo diferencian de la villa y del loteo popular. 4

En este artículo intentaré aportar elementos que, desde la investigación empírica, nos permitan pensar mejor al sujeto de la pobreza. Así, la descripción comparada de estos tres barrios sólo tiene el propósito de ver cómo en algunas de sus características se ponen en juego distintos tipos de sociabilidad de los “sectores populares”. Ocurre que con estos términos decimos poco, como todo sociólogo se encarga de aclarar antes de iniciar su uso indiscriminado. Pero, la verdad sea dicha, también decimos poco y a veces equívocamente, con otras conceptualizaciones como pobre, underclass o marginal.

Aunque no estemos pensando exactamente en el mismo conjunto de condiciones que Marx, bien vale recordar una de sus advertencias: “Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital”. 5
Un pobre es un pobre. Y no sólo estamos pensando en un conjunto mayor y más complejo de condiciones. La máquina y el negro son categorías “naturales” sobre las que Marx llamaba la atención: debía descubrirse su sentido social. El pobre y los sectores populares son categorías sociales, en todo caso naturalizadas, que requieren una constante redefinición. Veamos entonces si la comparación de estos tres barrios nos permite captar algo de ese sentido, a partir de la observación de cómo se producen estos sectores sociales. 6

Tanto la villa como el loteo y el asentamiento son barrios pobres y, como podrá observarse, en el texto no se los explica solamente por distintos grados o niveles de pobreza. Se trata de distintos sujetos sociales. Y en el artículo se busca compararlos tomando el hábitat como eje. Unas veces la villa y el asentamiento comparten el mismo momento histórico; otras, aquélla es antecedente de éste. Otras, en la misma coyuntura están la villa y el loteo, y luego éste es antecedente del asentamiento. Veremos cómo similares determinantes estructurales han dado origen a la villa y al loteo, y cómo distintos determinantes sostienen a la villa en dos situaciones distintas. Lo reitero: se toma como objeto de análisis a los barrios no para hacer una descripción urbana típica sino para observar cómo se producen a sí mismos distintos sujetos sociales en múltiples contextos estructurales y en múltiples situaciones de pobreza.
El objetivo es encontrar nuevos elementos para caracterizar unos fenómenos de los cuales no decimos lo suficiente al caracterizar su nivel de ingreso, su escolarización, su situación de empleo o su nivel de acceso a los equipamientos urbanos. Menos aun si de ahí queremos saltar a pretendidas “estrategias” que intenten explicar la acción colectiva. Como veremos más adelante, es importante incluir en este juego complejo de elementos a las representaciones que se juegan en la producción de las identidades.

Las villas
Por su proximidad social y geográfica y por la asociación que suele hacerse desde el sentido común, la comparación obligada de los asentamientos es con la villa. Diversos fabularios apoyados sobre el carácter extremadamente pobre de estos barrios, le han otorgado una fama misteriosa que las colocó en un lugar de importancia frente a las políticas públicas, así como en el discurso político de diversos actores. Durante muchos años y a lo largo de todos los gobiernos, desde la Revolución Libertadora de 1955 a la fecha, se trató de dar solución al problema de las villas. 7
Sin embargo fueron los propios sectores populares quienes ofrecieron una alternativa a esta forma habitacional en el comienzo de los años 80. Y cuando digo esto no es porque desde esa fecha no existan más villas en Buenos Aires. Lo digo porque es a partir del surgimiento de los asentamientos cuando esta nueva modalidad de hábitat prácticamente va a desplazar a las villas como estrategia de ocupación de espacios urbanos. Durante los 80 casi no se produjeron nuevas villas, y aunque en los 90 se han ocupado de esa forma algunos pequeños terrenos, los asentamientos han sido dominantes como estrategia. De todos modos, es probable que las villas y los asentamientos coexistan como dos formas habitacionales de la pobreza, dependiendo de un número importante de factores la forma que adquiera la ocupación; siendo de especial importancia la política estatal hacia el sector.

El proceso de ocupación inicial de terrenos en Buenos Aires que dio origen a las villas se remonta a los finales de la década del 30 y se consolida en los años 40, durante los primeros gobiernos peronistas. 8
Tal proceso tuvo la marca del importante movimiento migratorio de la época desde el interior rural hacia las ciudades más grandes, como Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Tucumán. Puede decirse que el motor motivacional de estos nuevos habitantes de las ciudades era su incorporación como obreros al proceso productivo industrial en pleno desarrollo o al Estado como empleados del sector público. Aquellos pobres de cincuenta años atrás llegaban desde el interior del país y en menor medida desde los países vecinos, principalmente Paraguay y Bolivia. Pero además llegaban en busca de un trabajo en la incipiente industria nacional o en el Estado, también en pleno crecimiento.
Tal asociación entre desarrollo estatal, fábrica, villa y migración interna nos servirá luego como faro indicativo de las principales diferencias con sus parientes cercanos de fin de siglo, los asentamientos. Los otros rasgos característicos de las villas han sido su configuración y localización urbana. La localización de las villas en la ciudad estuvo determinada por la proximidad de los terrenos elegidos a los lugares de trabajo o a los medios de transporte que llevan a ellos.
En el caso de la Capital Federal, las villas se localizaron en los barrios de Lugano, Bajo Flores y Mataderos, en la zona de Retiro, en la zona de Puerto Nuevo y en la zona del Bajo Belgrano. Todos los relatos coinciden en que lo que se buscaba era un trabajo, y luego un lugar donde vivir, relativamente cerca de aquél. Tal vez, la denominación como “villa de emergencia” haga referencia al carácter transitorio con que vecinos y autoridades pensaban a aquellos asentamientos. Pero una cabal comprensión de la localización originaria de las villas en la Capital obliga a trasladarse a la configuración territorial de la ciudad en ese momento.

En efecto, los lugares que ocupan hoy las villas que aún existen, pese a ser los mismos no reflejan la situación de aquel momento. Esto está implicado en la noción de hábitat, pues el sentido de la localización de un terreno específico depende de la relación en que se encuentra con el resto de la ciudad y esto, obviamente, cambia con el tiempo. Las zonas de la ciudad que hoy son periféricas pueden no serlo mañana, así como la aparición o el fin de un mercado, un hospital o una fábrica pueden dar o restar vida a un barrio, etcétera, y cambiar el significado que se le otorga a determinado lugar. Piénsese en una esquina cualquiera como Corrientes y Jean Jaurès, por ejemplo, y se verá lo que con ella hacen los cambios a lo largo del tiempo. Pues bien, los lugares que ocupaban las villas en aquellos tiempos eran tierras marginales respecto del negocio inmobiliario, de la belleza del paisaje o de la necesidad estratégica de la urbanización por parte del Estado.

En cuanto a su configuración interna, los rasgos centrales de las villas son el hacinamiento y la enorme precariedad de las viviendas y de los materiales usados en su construcción. En sus inicios, las viviendas se componían de materiales de desecho como trozos de automóvil, chapas, carteles robados, madera, etcétera. La villa Los Acumuladores, por ejemplo, en el sur de la ciudad, recibió ese nombre porque los vecinos utilizaron baterías de auto como material predominante en la construcción de las paredes de las casas. 9
Pero, posteriormente esos desechos fueron siendo sustituidos por otros materiales menos precarios, hasta que predominó la mampostería en las villas más antiguas. De que allí se concentra el mayor número de viviendas de peor calidad de la ciudad no hay dudas; pero en general y dentro de la precariedad más absoluta, estos barrios pobres han ido mejorando respecto de aquellas descripciones correspondientes a sus primeros años de vida.

Los vecinos, a lo largo de los años han aprovechado los momentos de mejores ingresos para acomodar un poco la calidad de las viviendas, y las coyunturas políticas favorables para conseguir la inversión del Estado que permitiera incrementar la infraestructura de servicios en los distintos barrios. Con diferencias de unas a otras, actualmente en las villas de Buenos Aires suele haber energía eléctrica y agua potable en la mayoría de ellas, aunque casi todas carecen de servicios sanitarios, gas y teléfono. Es frecuente también que de las manos de algún “puntero” y de algún funcionario hayan llegado tramos de asfalto, un par de canillas, una mejora en el tendido eléctrico y en el alumbrado o un par de máquinas viales para despejar el barro y rehacer las cunetas.

El fenómeno de mejora en la calidad de las viviendas suele ser descripto por la arquitectura en términos de que la villa se va “consolidando”, incluso se hace mención a “villas muy consolidadas”. Con ello quiere significarse que a lo largo del tiempo los vecinos van sustituyendo el piso de tierra por el cemento, la baldosa y la cerámica, la pared de madera o chapa por el ladrillo y la mampostería y han ido creciendo unos pocos árboles entre las casillas. Pero lo que no ha podido modificarse es el hacinamiento.
Ese amontonamiento desordenado de casillas y personas ha ido empeorando a lo largo del tiempo, hasta que se mudó allí toda la gente que pudo hacerlo. Familias que vienen y van; hoy sale un grupo de una casilla y mañana llega otro. Algunos consiguen que la villa sea un lugar de tránsito por algún período y otros van quedando allí, convirtiéndose en villeros, como si las características del paisaje fueran incorporándose a las personas y forjando su sociabilidad. Es que “ordenar” la villa, en el sentido de transformarla en una urbanización similar a la del resto de la ciudad, implicaría demoler una buena parte mientras la línea recta y el teodolito indican a las máquinas por donde avanzar.

Estos barrios están compuestos de gran cantidad de casillas en un espacio reducido y de gran cantidad de personas en cada vivienda. Es sorprendente el amontonamiento, la superposición de una casa sobre la otra, como si ningún resquicio pudiera ser abandonado como espacio libre. Allí no pueden distinguirse calles, manzanas ni lotes y el lugar carece prácticamente de espacios verdes o de recreación. El pasillo, espacio principal de circulación, se ha convertido en un elemento folclórico de las descripciones paisajistas de la villa. Un metro de ancho entre dos muros aquí, ochenta o cincuenta centímetros más allá entre un alambrado y un cerco, tratando de esquivar el barro y el charco y acertarle con el pie al cascote o al resto de piso.
Al final, al borde del barrio se dejan los zapatos sucios y se calzan unos más limpios para ingresar a la ciudad. Así, como consecuencia del hacinamiento de las viviendas se hace prácticamente imposible la circulación vehicular por su interior. Todos llegan al borde del barrio y desde allí deben trasladarse a pie por algún pasillo hasta llegar a la vivienda deseada: el transporte de pasajeros o de mercancías, la policía o el servicio sanitario; entrar en el pasillo, doblar, zigzaguear, pasar por algún patio, quizás por dentro de alguna casita hasta llegar a destino. 10

El hacinamiento es producto de la necesidad de aprovechar al máximo las buenas localizaciones de los terrenos respecto del lugar de trabajo. Pero también de la falta de planificación del uso del suelo por parte de los ocupantes. Es que esta migración en busca de trabajo que dio origen a las villas tuvo dos características centrales: fue espontánea y desordenada. Y sin duda, ese desorden en su configuración se transformó en un rasgo distintivo que selló su vida hasta el presente. Cada persona que llegaba a Buenos Aires y conseguía conchabarse en alguna fábrica o dependencia estatal, se instalaba con un grupo de compañeros de trabajo en algún terreno baldío. Posteriormente era avisada la familia, hermanos, parientes, amigos, vecinos del pueblo de origen, y todos iban a parar allí, en algún punto de la ciudad, con sus casi inexistentes pertenencias.

Como consecuencia de esa espontaneidad, para el observador desprevenido parece como si en la villa no hubiera ninguna clase de orden. Es que desde la fundación de una ciudad hasta la construcción de una casa, el ordenamiento urbano implica la planificación previa al asentamiento, implica la idea de proyecto, implica la organización social. Luego, una vez construida la ciudad, esos hechos sociales físicos que son las paredes y techos, los caminos y la infraestructura se convierten en naturaleza construida ya muy difícil de modificar. Y, como dijimos, la villa se constituyó sin plano; como un campamento por adición en el que una piecita va sumándose a otra, uniéndose techos, cercos y paredes guiados por la contigüidad.

En sus casi cinco décadas de existencia, las villas no dejaron de existir ni disminuyeron su población; -11- por el contrario, ésta ha ido creciendo. No obstante, la villa obrera de los años 40 fue transformándose a lo largo del tiempo, tanto que la villa actual nada tiene que ver con aquel barrio de “los descamisados”. En primer lugar porque una buena cantidad de los obreros y empleados de las grandes ciudades consiguieron mudarse a otros barrios, también humildes, pero con viviendas de infinita mejor calidad e infinitamente mejor equipados. Incluso, en muchos de los casos, lograron convertirse en propietarios.

Es que juntamente con su aspecto urbano, las villas han cambiado sus características sociales. Al igual que con el significado que adquiere un punto en la ciudad, las características sociales cambian de sentido con el tiempo. Ser un trabajador manual asalariado con alguna calificación especial, tornero metalúrgico, por ejemplo, no significa lo mismo hoy que en épocas de pleno desarrollo industrial. Por otra parte, en la villa actual, familias de trabajadores desocupados, changarines, empleadas domésticas y vendedores ambulantes superan largamente a las de trabajadores estables, obreros y empleados.
Si puede decirse que en general los pobres de cuatro décadas atrás eran obreros y empleados, debe admitirse que los pobres de hoy se constituyen mucho más como excluidos. En las villas, con un ritmo muy acelerado desde hace veinte años, muchos más se ven excluidos del empleo, de la creencia en el ascenso social, de los niveles superiores de la educación, del manejo elemental de la tecnología, de la seguridad social, jurídica y policial, del consumo de un sinnúmero de bienes materiales y culturales. Y no se trata de que aquellos trabajadores estuvieran plenamente integrados a la sociedad moderna, simplemente que la profundidad y la extensión de las exclusiones se ha incrementado, en la misma medida que ha crecido la pobreza.

El sindicato y su serie de compromisos sociales, la dignidad del trabajador y las garantías que desde el Estado debían proveerse han ido transformándose, y ello ha repercutido enormemente en lo que las villas son y significan. 12
Seguramente como parte del proceso de transformación que afectó a toda la sociedad y a los sectores populares particularmente.

Hasta ahora vinimos observando los procesos sociales por medio de los cuales la villa es producida en cada época. Pero también está presente la forma en que la existencia misma de la villa y la categoría de villero impactan sobre la sociabilidad de quienes viven allí (y éste es un asunto mucho menos investigado que el anterior pese a estar en el centro de la cuestión). 13
Porque existe un rasgo que no por obvio carece de importancia: su permanencia en el tiempo. Desde que las primeras villas se instalaron en Buenos Aires hasta la fecha han transcurrido sesenta años, y esa permanencia, como veremos, tiene importantes consecuencias.

Los términos “villa” y “villero” constituyen etiquetas sociales con las cuales en la sociedad se designa a los habitantes de esos barrios. Aunque desde un punto de vista cultural puede decirse que la identidad del sector estuvo siempre en tensión entre el ser trabajador y el ser villero, existe cierto fabulario colectivo según el cual los villeros son sucios, feos y malos, además de delincuentes, vagos e ignorantes. 14
Para otros la villa constituye el hogar de los descamisados o de los cabecitas negras, el resultado del aluvión zoológico o la substancia de la identidad peronista. Lo cierto es que la villa molesta al paisaje urbano, constituye una suerte de gueto de la miseria presente allí, en medio de la ciudad. Así, desde el punto de vista de los gobiernos y sectores más autoritarios de la sociedad, la villa es la representación tal vez más indeseable del desorden. No solamente porque allí está la ilegalidad de origen que el laberinto de los pasillos ayuda a esconder y a disimular y siempre está presente la resistencia al control policial. Sino porque este conjunto informe de viviendas, sin lugar a dudas desmiente toda imagen de progreso, bienestar o igualdad de oportunidades de las que suelen jactarse los gobernantes. Tal vez también porque en el país que se piensa a sí mismo como granero del mundo, tierra de prosperidad para cientos de miles de inmigrantes europeos, la villa devuelve una imagen que lesiona importantes componentes de la identidad nacional.

Una característica frecuentemente presente en los gobiernos de esta segunda mitad del siglo ha sido su voluntad de “erradicar” a las villas de Buenos Aires, -15- como si se tratara de una peste endémica. El gobierno de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires de la dictadura militar de 1976/1983 inició el mayor “plan de erradicación” de las villas del ámbito de la Capital Federal, urgido por la inminencia del Campeonato Mundial de Fútbol de 1978. Probablemente con objetivos de más largo plazo, pero lo cierto es que se aceleraron los procedimientos hacia 1977. 16
Si la Junta Militar tenía pretensiones de usar ese evento deportivo para presentar al mundo una buena imagen del país, no tuvo mejor idea que eliminar la pobreza de las zonas visibles. Y emprendió el plan con la dureza del metal. Primero el ejército subió a la gente en camiones para dejarla en algún descampado del conurbano y luego las topadoras arrasaron con las casillas. 17
En ese operativo, en la manzana ubicada entre la avenida Córdoba, Anchorena y Jean Jaurès, se demolieron una villa y un conventillo para remplazarlos por la plaza Monseñor De Andrea. Y la enorme villa de avenida Lacarra y la autopista Dellepiane también fue demolida velozmente; pero esta vez su terreno quedó vacío y unos pocos años después, ya en democracia, la gente volvió a levantarla y a poblarla casi con la misma rapidez. No cabe duda de que estos procedimientos dieron tranquilidad a muchos vecinos de la Capital, librados así del peligro villero.

Porque tanto para quienes están fuera como para quienes habitan allí, vivir en la villa implica poseer los “atributos” del villero, como si la precariedad de las viviendas se impregnara en la calidad humana de los vecinos de aquellos barrios. Presente la etiqueta social, el vecino es tratado como un villero, es considerado un villero y probablemente se comporte como un villero. Y aquí se vuelve necesaria una breve digresión sobre este punto.

En primer lugar, es obvio que la identidad del villero en particular y su sociabilidad en general, no se constituyen sólo a partir del estigma que implica ser villero. La sociabilidad es producto de un conjunto de relaciones y de representaciones cuya constitución no puede reducirse a una operación de etiquetamiento social. Es decir, no debe interpretarse de lo que hemos afirmado más arriba que el solo hecho de ser considerado villero -con una determinada carga de connotaciones- convierte a alguien en tal cosa.
Esto sería un reduccionismo ridículo a fuerza de simple. En segundo lugar, la estigmatización no opera solamente sobre el sujeto estigmatizado. Funciona, de distinta manera, sobre un conjunto de actores sociales. Y es precisamente por ello que estamos haciendo hincapié en la etiqueta del villero, porque el impacto que tuvo sobre el resto de los sectores populares influyó en la elaboración de los asentamientos como forma de producción del hábitat. 18
Algunos investigadores y asistentes sociales que han realizado trabajo de campo en las villas relatan con asombro haber encontrado casas que parecían más limpias que las propias o padres extremadamente preocupados por la educación de sus hijos, a quienes mandaban a buenos colegios. Independientemente de que resulta una verdadera proeza mantener una casa limpia en la villa o para un niño villero concurrir a un colegio “bueno” y hacer allí un buen papel, lo que asombra a nuestros colegas es que un villero pueda ser limpio y tener aspiraciones de progreso.

Prueba del estigma es que el villero generalmente oculta su domicilio. Y lo hace en diversas situaciones. Debe hacerlo cuando busca integrarse a alguna institución formal, salvo que lo que busque sea la beneficencia o la asistencia social. Frecuentemente debe ocultarlo para inscribir a sus hijos en la escuela de algún barrio cercano. Debe ocultarlo para presentarse a un trabajo formal, para tener un domicilio legal en el documento o para poder comprar algo a crédito. También debe ocultarlo -siempre que lo consiga- frente a la requisitoria policial si no quiere terminar “detenido en averiguación de antecedentes”.
En realidad, ningún villero es denunciado o procesado por ocupar ilegalmente un predio ya que las villas son conocidas por todas las autoridades y su permanencia o desalojo obedece a motivos políticos. Lo que ocurre es que el villero es maltratado en la comisaría y su condición social es ya prueba de su delincuencia. Pero el villero también oculta su domicilio en las relaciones cotidianas informales, porque ocultando su domicilio esconde su status, que él sabe estigmatizado. Sólo deja de hacerlo en determinadas situaciones, muy particulares, por ejemplo, cuando se encuentra entre pares.
O cuando su condición de villero le permite ser beneficiario de algún programa de asistencia social. También el villero se reconoce positivamente en su condición y busca así diferenciarse del resto. Esto puede verse con claridad en la actitud de los jóvenes, por ejemplo, que en la adhesión a determinado tipo de rock encuentran una identidad que les permite reconocerse como con autenticidad frente a otros ámbitos de la cultura rockera, a la que consideran “careta” y representante de los “chetos”, haciendo referencia con ello a la hipocresía que atribuyen a los sectores mejor acomodados en el consumo de productos culturales de moda. Muchas veces, la condición de villero es asociada con una carga positiva a la actitud violenta -el “tener aguante”-, colocándose el desprecio por la aceptación de cierto tipo de normas y de autoridad como algo indeseable.

En muchos ámbitos el ser villero es vivido como vergonzante y esto nada tiene que ver con la pobreza. Suele presentarse el contraste entre el villero y el otro pobre a quien se conoce que es emprendedor, trabajador y, fundamentalmente, aquel que ha logrado salir de la villa. Y aquí es donde la etiqueta del villero se une con la permanencia de la villa y adquiere dimensión de fatalidad. “De la villa no salís más”, igual que del manicomio o la cárcel. La situación se ve reflejada en lo que le ocurre a quien se relaciona directamente con un villero y de pronto lo descubre un ser humano completo, común y corriente al que no le falta nada. Inevitablemente se pregunta: “¿Cómo puede ser que este tipo, que es tan buena persona, tan trabajador e inteligente no haga nada por salir de la villa?”.

Lo que ocurre en este caso es que se ve en el otro a un actor de racionalidad simple, que vive “allá” pero con los esquemas representativos de “acá”. Se trata de una pregunta cargada de moralidad pero cuya respuesta implica un desafío. No se advierte que, en la villa y en todo lo que ser villero significa, va forjando una sociabilidad. Simplemente porque allí se aprendió a vivir, a vincularse con la ciudad y es desde los parámetros allí aprendidos desde donde se representa el mundo. Salir de la villa, además de las enormes dificultades económicas que se debe vencer, implica aprender a vivir nuevamente. Tal es la distancia social con la que se configuran los ámbitos urbanos. Completaremos la imagen de este punto cuando veamos el surgimiento de los asentamientos, pero provisoriamente podemos decir que cuando la pregunta es hecha al individuo (“¿por qué fulano no sale de la villa?”) esconde en sí misma la respuesta. Simplemente porque la villa es el resultado de una acción colectiva que escapa al control individual y su persistencia en el tiempo no puede explicarse desde la consideración de las decisiones de los individuos que se mudan allí.

El lote propio y el barrio popular
Si desde los años en que se inició la industrialización los sectores populares urbanos más empobrecidos se instalaron en las villas, quienes tuvieron la posibilidad de hacerse de una vivienda por sus propios medios recurrieron al loteo popular. Más allá de los planes de vivienda elaborados por iniciativa estatal, los barrios populares tuvieron origen en este tipo de loteos. Esencialmente, consistieron en fraccionamientos de tierra rural para destinarla a la vivienda. De este modo se urbanizó buena parte del Gran Buenos Aires, dada la iniciativa de empresas del sector inmobiliario que compraban tierra rural, la fraccionaban y vendían luego los lotes en cuotas. El surgimiento de esta forma de acceso a la tierra se inició en una coyuntura específica y se prolongó durante treinta años para terminar a fines de los 70.

En la década del 40 se produce un gran crecimiento poblacional en el área comprendida por el Gran Buenos Aires. Pero desde mediados de esa década hasta comienzos de la actual, mientras la población de la Capital Federal se mantuvo estable, la del conurbano se multiplicó casi por cinco. 19
Esto determinó que la demanda de tierra y vivienda en estos años haya crecido aceleradamente. Pero en forma paralela a esto se dieron una serie de modificaciones políticas y sociales que impactaron sobre el área. El conurbano fue transformándose por esos años en un cordón industrial, y acompañando este proceso se implementaron una serie de políticas urbanas que colaborarían a formar sus características. 20
En este conjunto de circunstancias se formaron buena parte de los barrios populares del conurbano, y entre ellas tuvo especial importancia el loteo popular.
Fue la política de desarrollo urbano de los primeros gobiernos peronistas la que hizo posible los loteos. En ese período “se implementan una serie de medidas en el orden provincial, como la organización del Catastro y las normas de subdivisión, uso y ocupación del suelo urbano, que definen nuevas formas de producción de la ciudad. Estas políticas se hallan articuladas con la redistribución de los ingresos en favor de los asalariados, el crédito para vivienda destinado a estos mismos sectores y la industrialización que se produce casi exclusivamente en el Gran Buenos Aires”. 21

Esta situación en la que se generó una gran demanda, inicialmente de tierra y luego de vivienda, por parte de la población de bajos ingresos que se instalaba en el Gran Buenos Aires, implicó una transformación del sector inmobiliario. Con el aumento de la participación en el ingreso de los sectores populares, se produce una especialización del sector inmobiliario que vende por un lado departamentos en propiedad horizontal y viviendas individuales, y por el otro lotes en mensualidades. Esta especialización del sector inmobiliario comienza hacia fines de la década del 40 y se consolida en los años 50.

Sintetizando: las condiciones que hicieron posible el loteo popular fueron de dos tipos. Por un lado, la industrialización del país y el desarrollo de un Estado de bienestar que atrajo a Buenos Aires a una gran corriente inmigratoria con un proyecto de integración social -a muchos de ellos la sociedad les dio lugar como trabajadores en la sociedad, en la ciudad y en el sistema político y fundamentalmente les brindó un ingreso alto y estable (comparado con el que hoy tienen)-. Por otro lado, brindó un contexto legal que hizo posible su establecimiento en el conurbano. Esa legislación fijaba las condiciones para la venta en mensualidades y no establecía prácticamente condiciones para el loteo, lo que hizo a la tierra muy barata. 22
Apenas en 1966 se prohibió lotear tierras inundables y en 1977 se prohibió lotear tierra sin infraestructura. Los vendedores tenían un sector de bajos ingresos pero con capacidad de pago buscando dónde levantar su casa. Los compradores tenían a un sector rentista que compraba tierra a precio rural, la fraccionaba y la financiaba vendiéndola como tierra urbana con altísimos beneficios en ambas operaciones. Y ambos contaban con una legislación poco exigente. Tal submercado funcionó desde 1946, originado por un conjunto de normas, hasta que, en 1977, otra ley le puso fin. El ciclo se inició y empezó a terminarse durante dos gobiernos peronistas. Este sistema de loteo permitió a los sectores populares acceder legalmente a la tierra e iniciar el proyecto de la vivienda propia.
A diferencia de lo que ocurrió en otros lugares de Latinoamérica, la tierra que se producía y comercializaba aquí era legal. Es cierto que se organizaban gigantescas estafas, que en innumerable cantidad de casos los terrenos no eran escriturados y que se vendió tierra inundable durante años. Otro de los grandes problemas era que la tierra que se vendía estaba localizada lejos de los lugares de trabajo y que los hoy barrios eran prácticamente inaccesibles. Este era uno de los principales costos que debían pagarse respecto de las villas, que como se dijo estaban localizadas estratégicamente. Pero también es cierto que esa tierra barata podía ser comprada por quienes la demandaban. Los padres de Mario, actual repartidor de productos de limpieza en La Matanza, llegaron a Villa Luzuriaga desde Santiago del Estero en los años 50. Al predio donde actualmente tienen su casa llegaban caminando los tres kilómetros de barrial al borde del cual los dejaba el colectivo; pero fue entonces cuando compraron el terreno donde con mucho esfuerzo edificaron la vivienda propia en la que hoy viven.

Es obvio que el loteo y la construcción de la vivienda no lo eran todo. También se conjugaba la acción urbanizadora del Estado que por medio de la inversión pública iba formando esa compleja trama de servicios e infraestructuras que coexisten en la ciudad. Lentamente, a lo largo de los años, siguiendo la compleja serie de tironeos que implica la inversión pública y la captación política, el Estado fue asfaltando, construyendo las redes de servicios, asignando escuelas y hospitales. Esta urbanización iniciada por el loteo y la consiguiente construcción de viviendas tuvo, por otra parte, un carácter desordenado: se habitaban grandes extensiones sin las provisiones elementales; se fraccionaba en forma de islas, dejando grandes extensiones baldías entre un grupo de lotes y otro; muchas veces se utilizaba la inversión pública con el prioritario objetivo de maximizar el beneficio del capital inmobiliario, etcétera. Por otra parte, con respecto a las necesidades de la población, el ritmo con el que el Estado llegaba a algunos lugares era lentísimo y en muchos aspectos ineficaz. Pero lo cierto es que esa acción de crecimiento urbano que tenía como protagonistas a trabajadores asalariados se veía complementada por la acción estatal, bajo diversas conducciones políticas y en distintos regímenes de gobierno.

Así se conformó un vasto sector de trabajadores propietarios de su vivienda, que vivieron endeudados durante años y en condiciones de precariedad importante por la carencia de servicios básicos y por la situación de una vivienda que demoraba años y enormes cantidades de trabajo extra en construirse. Pero ese sector vivió la experiencia de construir en un lugar propio, de ahorrar y de acumular por medio del esfuerzo. La experiencia opuesta a la de la villa permitía funcionar la creencia en la integración y el ascenso social. El trabajo poseía una eficacia que hoy ha perdido.
Porque a muchos trabajadores les alcanzó con eso para construir un hogar, la casa y la familia, educar a sus hijos y brindarse un lugar en el mundo. Este loteo permitió la formación de barrios populares por medio de un acuerdo en la sociedad civil y de un sistema político que lo hizo posible. Y si bien poseía una altísima ineficiencia desde el punto de vista de la producción material del hábitat, tuvo un peso muy importante en la constitución de ese sector social. El sentido de propiedad expresado en el lote propio, el esfuerzo personal y el logro alcanzable, tuvieron una enorme eficacia simbólica en la constitución de la identidad.

Finalmente, el triángulo de legislación laxa, trabajadores con buen salario y trabajo estable y sólidas ganancias para el sector inmobiliario, se rompió después de la segunda mitad de los años 70. Por una parte se inició la crisis que comenzó con el drástico empobrecimiento de los sectores populares. Comenzaron a reducirse los salarios reales -incluido el aumento de la desocupación y del trabajo en negro- y los acuerdos laborales que permitían la estabilidad del ingreso y el empleo. Como parte del mismo proceso se desató la carrera inflacionaria que llegaría a marcar la conciencia política del país durante veinte años. Las cuotas de casi todo se volvieron indexables y la financiación a largo plazo se volvió imposible cuando no una estafa para un asalariado. Desapareció lo que fue una costumbre durante dos décadas: comprar a 150 cuotas fijas y un pequeño anticipo de entre tres y cinco cuotas y escriturar con el 25 por ciento del terreno pago. 23
El mazazo que puso fin al loteo popular fue la Ley 8912, de 1977, que rige el ordenamiento del territorio en la provincia de Buenos Aires y establece que no puede venderse tierra para vivienda sin infraestructura. De esta forma se encareció enormemente el costo de producción de la tierra urbana, se redujo drásticamente la oferta y su precio subió también en forma escandalosa. 24

Pero lo que se ponía en crisis hacia esos años no era solamente la existencia de un submercado. Lo que estaba en juego era una forma de sociabilidad. Este trabajador pobre beneficiario de los loteos era un pobre “prolijo”. Estoy tentado de decir: era un trabajador humilde. Podría describírselo como un sujeto de bajos ingresos, es cierto, pero que estaba integrado a su rol, y que sus acciones y su sistema de preferencias correspondían con su status. Este pobre parecía el equivalente perfecto del trabajador fordista que aprovechaba sus oportunidades, que era asistido por el Estado y que sabía negociar en un mundo que parecía ofrecerle oportunidades.

La descripción que estamos presentando parece pintar un mundo cargado de optimismo. Pero aquel mundo de estos pobres era un mundo cargado de fluctuaciones y conflictos. Pleno de carencias, signado por la discriminación, el aprovechamiento y la inequidad. En términos comparativos con los sectores de mejores ingresos, accedía a muy poco y casi todo aquello a lo que accedía era de calidad inferior. Además, como lo confirmaron las décadas siguientes, la pintura de la época como un mundo que ofrecía alternativas generalizadas de ascenso social era, al menos, engañosa. El mundo en el que vivían estaba amenazado por el fantasma de caerse, de caerse del empleo, de caerse a la villa. Y ese fantasma se actualizaría a partir de los años 70.

Esta descripción nos pone en un dilema. ¿Estoy diciendo que en el período de Estado de bienestar los sectores pobres gozaban de un buen pasar? ¿Estoy afirmando que aquella era una sociedad justa o que brindaba a los trabajadores oportunidades de progreso, ascenso social y desarrollo? Seguramente que no. Por un lado es cierto que indicadores importantes muestran el deterioro de la calidad de vida de los pobres o el empobrecimiento de aquellos que no lo eran tanto, lo cual permite decir que globalmente los pobres de entonces estaban mejor que los de hoy. Por otra parte este mundo del barrio popular de,digamos, asalariados con acceso a la educación pública y a la seguridad social, convivía con el de la villa, donde fue concentrándose la exclusión. Y esto es importante porque el villero con toda su carga de representación, era la presencia misma de la amenaza de exclusión.

En las descripciones actuales sobre el Estado de bienestar se presentan dos actitudes igualmente idealistas, como consecuencia de la parcialidad de sus enfoques. Y ninguna de ellas ayuda a comprender lo que intentamos mostrar. La primera actitud -dominante hoy en las ciencias sociales- es condenatoria del Estado benefactor: considerado globalmente le atribuye a su desarrollo la causa privilegiada de la crisis de los 70. En este caso se supone, por un lado que el Estado era un impedimento esclerótico a los potenciales de crecimiento económico provenientes del despliegue del mercado mundial y de la incorporación de nuevas tecnologías.
Por otro lado, se supone que los compromisos sociales implícitos en el Estado de bienestar correspondían a una situación irreal del desarrollo económico que finalmente estallaba. La segunda actitud es decididamente nostalgiosa; hace hincapié en el empobrecimiento generalizado de los sectores populares y en la desprotección en la que van siendo dejados los más pobres. Esto es cierto, pero el problema radica en creer que aquel compromiso garantizaba verdaderamente el bienestar. Realmente en este caso las frases Estado de bienestar o Estado benefactor esconden las cosas mucho más de lo que las muestran. La extensión de la ciudadanía hacia los derechos sociales en Argentina no solamente fue tardía, sino que duró unas pocas décadas y nunca tuvo la profundidad y la extensión con la que se la trae a la memoria. Y aquí no es necesario recordar que durante el período del Estado de bienestar la población villera triplicó su tamaño.

Los trabajadores del barrio popular no solamente eran objeto de una serie de relaciones de dominación, sino que frecuentemente percibían los límites de ese compromiso que les brindó cierto beneficio. Piénsese que con todo, en términos de tiempo, fueron sólo tres o cuatro décadas en la vida de una generación de trabajadores lo que duró el relativo bienestar. Y esos trabajadores convivieron permanentemente con la más cruda de las miserias como vecino cercano. Esto no impidió que ese pobre “prolijo” encontrara las razones de su bienestar en su propio esfuerzo, en su condición de trabajador incansable, por ejemplo. Incluso que la representación del villero como un vago o un marginal, le confirmara esa explicación de su bienestar.

Frases como “Acá el que no labura es por que no quiere”, “En la Argentina se muere de hambre el que no quiere trabajar”, “Yo tengo mi casa porque me deslomé laburando”, provienen preferentemente de aquellos trabajadores prolijos. Son frases que refieren, a la vez, a una situación objetiva y a una construcción simbólica de la identidad. No es necesario aclarar que estas categorías morales expresadas en esas frases, son sólo eso; aunque también mucho dicen de aquel mundo de vida. Es que la identidad de este tipo de personaje en los sectores populares también estaba en tensión entre el ser trabajador y el ser villero. A fin de cuentas, lo cierto es que estos trabajadores creían en la integración y en el progreso. Eran estos los barrios en que vivían los humildes prolijos que por medio de su esfuerzo habían logrado algo.

Se trató de una parte de esa generación que vivió aspectos de la integración que le permitieron asociar el mito del ascenso social a la riqueza del país y al valor del esfuerzo propio. De este modo la representación estigmatizada del villero funcionaba como límite, como espejo que por oposición permitía confirmar la representación propia. Por otra parte, la representación incluía la existencia de una serie de carreras institucionales que permitían progresar. El trabajo permitía el bienestar. El Estado garantizaba derechos sociales. La educación permitía el ascenso y la autosuperación. Y la familia brindaba las aptitudes morales. Instalado este conjunto de creencias la representación se completaba atribuyéndole al villero dos tipos de características psicosociales: o bien era un vago, un sujeto moralmente deficiente, o bien era un fracasado, un sujeto socialmente incapaz. 25
El déficit se colocaba a nivel del individuo, que vivía en la villa como consecuencia de poseer esas aptitudes. Unas veces el set psicosocial era producto de la naturaleza de ese grupo de individuos, otras el producto de atributos raciales o culturales, como provenir de provincias norteñas.

El problema vendría a partir de la ruptura de ese compromiso social que hizo posible el sueño de la vivienda propia, la educación pública con ciertos estándares de universalidad, la salud pública con niveles de inversión y cobertura hoy envidiables, ingresos muy altos entre los asalariados, directos e indirectos, acceso a un conjunto de bienes hoy impensables, etcétera. Y ese problema lo veremos expresado cuando los hijos de estos trabajadores que habían conseguido su vivienda propia, vieran delante de sus narices a la villa como única alternativa habitacional.

La ocupacion masiva de tierras a partir de los 80: los asentamientos
1. Otro episodio

En 1991 Martín y Marta se casaron; ella estaba embarazada de un par de meses. Martín, que en ese momento tenía veintitrés años, era maestro en una escuela primaria de la zona. Para la fecha del casamiento Martín todavía era un dirigente importante del barrio. Muy querido entonces, ya que ocupó un lugar bien importante en la organización desde enero de 1986 en que se produjo la toma de la tierra cuando sólo tenía dieciocho años. Con una enorme vocación por la educación pública él fue quien organizó el jardín de infantes comunitario “Mis amiguitos”.
Para la fecha del casamiento, en el barrio vivían ya las 713 familias que lo componen, cada cual en su lote y su casita; pero además habían logrado construir autogestivamente la Sala de Atención Primaria -la “salita”-, la sede de la cooperativa, el jardín y la cancha de papi-fútbol con piso de cemento. Por aquel entonces aún funcionaba el cuerpo de delegados, con su comisión de manzana y su respectivo delegado manzanero. Periódicamente se realizaban asambleas y se brindaba todos los sábados el Taller de Formación de Dirigentes Barriales. La comisión directiva estaba en plena gestión de la propiedad de la tierra y de algunos subsidios y apoyos estatales para la salita, la escuela -que aún no existía- y el jardín de infantes. Tendría que agregar que Martín había llegado a la zona de Isidro Casanova, en La Matanza, a instalarse en la Villa Borward alrededor de 1977.
Llegó al Gran Buenos Aires de la mano de una tía, junto a alguna de sus hermanas mayores desde el Chaco, donde era un niño de la calle. Una vez en la villa, fue apañado por gente de las Comunidades Eclesiales de Base de la Iglesia Católica, y particularmente por Angel, quien tiempo después se transformaría en uno de los dirigentes más importantes de los asentamientos de la zona. Angel era maestro y junto a su reciente esposa adoptaron a Martín, le dieron casa y comida y fundamentalmente influyeron positivamente en él para que se pusiera a estudiar hasta llegar a ser maestro. Así fue como Martín conoció al pedagogo brasilero Paulo Freire y al teólogo del mismo país Leonardo Boff, con cuya compañía intelectual fue formándose como dirigente.

El día del casamiento de Martín y Marta no fue un día muy especial, sin embargo en el barrio se hicieron todos los preparativos necesarios. Hubo que hablar especialmente con los curas, con los cuales los dirigentes se habían peleado hacía tiempo, para que accedieran a casar a Martín en el barrio. Vino un cura joven, se vistió sencillamente con un atuendo blanco adornado con unas guardas mapuches y realizó la ceremonia en un improvisado templo en la sede de la Cooperativa. Era evidente que los curas estaban haciendo una concesión a Martín al casarlo allí.

Al comenzar la ceremonia todo estaba dispuesto: el púlpito, el fotógrafo, los bancos -con los lugares numerados como en un teatro- y dos pares de sillas para la pareja y sus padrinos. Al entrar, la gente metía la mano en una cajita, sacaba un número al azar y se sentaba en el lugar sorteado. Era una sorpresa preparada por Martín que todos captaban en seguida y se sonreían. Cinco años antes habían participado de un sorteo idéntico para conocer la ubicación que les tocaría en el futuro barrio, el número de lote y de manzana. Transcurrió la ceremonia con sencillez y al terminar Martín habló. Dijo ser consciente de cómo estaba sellándose allí su vida, de la importancia de la tierra y de tener un lugar en el mundo y después, para terminar, le ofrendó a cada familia de las allí presentes una bolsita con tierra del asentamiento.

2.
Existen varias características distintivas de los asentamientos comunes a todos ellos; comencemos por las que permiten ubicarnos más rápidamente. Los asentamientos consisten en ocupaciones masivas -26- de tierras que en el caso de Buenos Aires siempre se ubican en el conurbano, de ninguna manera en la Capital. Tal como ya adelantamos en la introducción, este tipo de barrio se originó en Quilmes, en 1981. Esta ubicación histórica y geográfica se completa coyunturalmente al saber que esos eran tiempos de la dictadura militar y que allí rige la diócesis de Quilmes de la Iglesia católica, bajo los auspicios del obispo Novak. En esa diócesis se han cobijado muchos de los curas que han hecho la llamada “opción por los pobres”, sector amparado en las determinaciones del Concilio Vaticano II.
Fue uno de estos sacerdotes quien aparentemente tomó de la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base del Brasil la idea de los asentamientos. Así se origina concretamente la idea; otro asunto es analizar la efectividad histórica de este tipo de ocupación masiva. Es decir, el por qué de la difusión y el arraigo en el Gran Buenos Aires de tal estrategia habitacional y organizativa.

Las casas pequeñas, pobres y bajitas pueden confundir a cualquier telespectador desprevenido y hacerle creer que está viendo imágenes de una villa. Sin embargo, ya en el paisaje los asentamientos son bastante diferentes de aquéllas. Cuando las cámaras apuntan a un asentamiento o cuando uno pasa por allí, puede verse con claridad cada casa en un lote, generalmente rodeada de un jardín. Es que básicamente lo que los distingue es su configuración espacial. Como vimos, las villas se caracterizan por ser un conjunto altamente hacinado de viviendas muy precarias, distribuidas en el terreno casi unas sobre otras, a las cuales se llega por pasillos estrechos y zigzagueantes.
Por el contrario, en los asentamientos el terreno ocupado se halla subdividido en lotes y manzanas, con sus calles perfectamente trazadas y en muchos de ellos se han reservado espacios libres para distintos servicios esenciales, como la escuela, el dispensario médico o el comedor popular, la sede social de la organización y la recreación, la cancha de fútbol casi siempre, un gimnasio, a veces. Por otra parte, y como veremos, son de gran importancia las medidas de los lotes, de las manzanas y de las calles; es decir, el conjunto de la configuración territorial que guarda las formas establecidas por la ley. -27-
Es más, como generalmente los asentamientos se hacen en terrenos próximos a viejos barrios resultados de loteos, lo que hacen los ocupantes es proyectar el trazado de calles existente a fin de mantener homogénea la urbanización.
Finalmente, como una prescripción expresamente consentida por todos, en un asentamiento sólo puede haber una vivienda y una familia en cada terreno. Como puede advertirse, la configuración espacial resultante no sólo es idéntica a la de un loteo popular, sino que es copiada de ella; por otra parte, el lote permite una proyección de la vivienda que el hacinamiento villero impide. Aun en medio de absoluta precariedad, puede observarse que en un asentamiento muchas de las viviendas se parecen más a una casita que a la casilla de la villa. 28

Lo veremos en seguida: todas estas medidas tienen por una de sus finalidades impedir el hacinamiento espacial para evitar que el asentamiento se transforme en una villa. Y es que los vecinos de un asentamiento han sido colocados en una situación de pobreza similar a la de un villero.
Como es fácilmente advertible, esta organización del territorio requiere de una organización social previa. Antes de la ocupación de las tierras, un grupo debe reunir a la gente, elegir el predio y realizar una serie de trabajos “de inteligencia”. Los futuros vecinos deben saber las dimensiones del predio y deben realizar una mensura provisoria que les permita conocer la cantidad de lotes que resultarán de la subdivisión del terreno. Esto determinará la cantidad de familias que integren el barrio. Sólo en el caso en que el terreno sea de dimensiones muy grandes y en que de antemano se sepa que la cantidad de familias organizadas no alcanzará para ocuparlo todo, la mensura y subdivisión puede realizarse simultáneamente con la ocupación.
En el 17 de Marzo, un asentamiento en La Matanza, los ocupantes llegaron masivamente al terreno una noche de 1987 y allí comenzaron con una cinta métrica, piolines y lanas a delimitar provisoriamente la urbanización a fin de que cada familia fuera tomando su lugar. Durante varios días subsiguientes se continuó con esa tarea, al tiempo que se daba lugar a los que iban llegando. Así fue hecho, desde el grupo inicial de 130 familias que se dispuso a la toma, hasta que se llegó a los 900 lotes para los 900 hogares que hoy viven en el barrio.

Hay otra razón de peso por la que el predio debe estar medido con anterioridad. Rápidamente las familias necesitan ubicarse para poder ir levantando allí una vivienda, por muy precaria que sea. No debe olvidarse que por tratarse de una ocupación ilegal y porque con frecuencia quienes hasta allí llegan no tienen otro lugar donde vivir, nadie puede abandonar su lugar ni siquiera por unas horas. Por otra parte, la gente sabe que la mejor forma de conjurar un desalojo es consolidar de la mejor y más rápida forma posible a las viviendas. Entonces, con la ayuda de los técnicos del SERPAJ hicimos una medición precaria, provisoria, para saber de qué terrenos disponíamos. Lo hicimos con metros, no teníamos ningún aparato... Luego, con eso se hizo un plano provisorio en el que se trazaron las manzanas y la ubicación de cada familia... Así fue como para el día de la toma ya iba cada uno con un papelito con el lugar o lote asignado. Por supuesto que esto era todo imaginario ya que el terreno era todo campo lleno de cardos, lo único que había era una cancha de fútbol.

Si la lógica de la urbanización los obliga a la mensura, la lógica política obliga a la organización a contar con mucha más información. Claro, un asentamiento se origina con una ocupación ilegal de tierras y siempre está presente el peligro de desalojo. 29
Y si bien las ocupaciones se han producido alternativamente en predios de propiedad privada o del Estado, los organizadores saben que posibles proyectos -de inversión, por ejemplo- pueden acelerar el peligro de expulsión. Frente a ese riesgo, en las ocupaciones se razona más o menos con la siguiente lógica: si bien la posibilidad de desalojo está siempre presente hasta que la situación no se normaliza en términos legales, ese es un hecho violento que implica costos políticos a los responsables de la decisión.

Por otra parte, si bien la propiedad de la tierra es un derecho socialmente reconocido, también está legitimado el derecho a un lugar en el que vivir, y la situación de pobreza que viven los ocupantes refuerza la legitimidad de la ocupación. Entonces, la decisión del conjunto de actores que ordenan el desalojo por la fuerza de un grupo generalmente grande de familias se ve reforzada en el sistema político si existe un interés concreto que presiona en tal sentido. Es por eso que los ocupantes tomarán los recaudos para saber si algún agente local tiene interés en el terreno elegido. Luego todo esto es mantenido en el mayor secreto posible hasta el día del ingreso al predio, que debe ser sorpresivo: si la policía advierte la ocupación, basta un pequeño destacamento para impedir la toma. 30
Estos son los motivos por los cuales generalmente la tierra ocupada por los asentamientos no posee un alto valor inmobiliario, no es soporte de proyectos de desarrollo urbano ni hay programada allí ninguna clase de inversión. Generalmente, además, las ocupaciones se instalan en terrenos rodeados de barrios pobres.

Dice un dirigente:
(antes de la toma) nosotros sabíamos que las tierras eran del Estado, y en eso aparece un personaje de la Democracia Cristiana... El nos consiguió los datos de la tierra en el Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires en La Plata, aprovechando su investidura de diputado provincial.

Todo esto, entonces, está hecho con el propósito de “disminuir al máximo” la conflictividad de por sí implicada en la toma de la tierra. Pero cuidado, siempre se juega con el límite. Claro, porque en realidad se eligen los terrenos mejor ubicados dentro de los que se piensa que no ocasionan conflicto. Algunas veces, quizá por error en la valoración de la situación, quizá por falta de información, quizá con toda conciencia, el conflicto aparece con toda su virulencia.
Y una vez desatado no es fácil detenerlo. Tal fue el caso de las ocupaciones de tierras en Ciudad Evita; mientras la ocupación era lejos, en la zona de Laferrere no hubo problema, pero ni bien la cantidad de familias que llegaban permitió extender la ocupación hacia las cercanías de los elegantes chalets, comenzó el conflicto. O el caso recientemente publicitado del asentamiento Agustín Ramírez en el barrio de La Sarita, donde aparentemente los organizadores no advirtieron un proyecto de instalación de una fraccionadora de combustibles en el lugar, lo que aceleró la actitud del sistema político en el intento de desalojo y luego en el traslado.

No es posible un análisis detallado de la localización de los asentamientos ya que no existe la información suficiente para realizarlo. No obstante, del único relevamiento que cuenta con información para la totalidad del conurbano, se desprenden algunas conclusiones. El 71 por ciento de los asentamientos se ubica en la zona sur del Gran Buenos Aires, lo cual probablemente se explique por la importante presencia allí del Obispado de Quilmes y su entorno político, que han contribuido con las ocupaciones. Por otra parte, 63 por ciento de la tierra ocupada se encuentra en la primera corona de partidos del conglomerado. Esto tal vez pueda verse como indicador de la búsqueda de los ocupantes de las mejores localizaciones con el menor costo posible, en términos de conflicto, recuérdese que en la primera corona se presentan una serie de ventajas urbanas de importancia respecto de la segunda. 31

¿Por qué tanta energía invertida en una ocupación masiva? ¿Por qué tanto cuidado puesto en la configuración territorial? ¿Por qué asumir tanto riesgo para proveerse de un terreno? En definitiva, ¿por qué no se opta nuevamente por la villa? ¿Qué es lo que explica al asentamiento en cuanto tal? Debe tenerse en cuenta que para poner una familia en un lote, cuidar la normativa vigente y evitar el hacinamiento, se necesita muchísima más tierra que la que insume una villa para albergar al mismo número de gente -la densidad promedio del asentamiento comparada a la de la villa lo demuestra-.
Además, en los primeros momentos de una ocupación es mucho lo que se pone en riesgo. En sus primeros días, un asentamiento es un campamento gigante. Ello implica que allí no hay agua ni baños ni lugar donde cocinar ni donde dormir ni donde higienizarse, ni nada. El peligro sanitario y el esfuerzo personal y físico son enormes. Por ello, para poder soportarlo mejor siempre se elige el verano para las ocupaciones -aun pese a esto, en el asentamiento Agustín Ramírez había muerto el 10 por ciento de los niños nacidos en los primeros 60 días como consecuencia del riesgo sanitario. 32
Por otra parte, gran cantidad de los vecinos que aún tienen un empleo formal, lo pierden. Muchos, porque la construcción de las condiciones mínimas de habitabilidad (como conseguir agua potable en cantidad suficiente y construir un mínimo refugio) demandan varios días. Pero si llegara a haber “cerco policial”, lo pierden por no poder ir a trabajar. 33

Gran cantidad de políticos, jueces y jefes de policía suele responder a las preguntas que nos hacíamos arriba diciendo que se trata de agitadores políticos que viven del conflicto. Esta tontería, si bien puede contener elementos verdaderos, no sólo no explica nada sino que impide ver por qué miles de personas eligen esta alternativa habitacional.
Una de las condiciones primordiales en juego es el ahogamiento de las alternativas de acceso a la vivienda para los sectores de menores ingresos. Como expusimos con anterioridad, en el transcurso de la década del 70 finaliza un tipo de relaciones sociales caracterizado por el desarrollo industrial y un compromiso estatal que ha sido llamado de bienestar.

Como es sabido, desde los años 40 la Argentina cambia su modelo de crecimiento económico basado en la producción agroexportadora por una estrategia de producción de bienes de consumo tendiente a suplantar las importaciones. En la primera etapa tiene lugar un importante desarrollo de la industria manufacturera liviana con ocupación intensiva de mano de obra y luego de una industria de mayor complejidad, como la automotriz, que incorpora tecnologías de uso intensivo de capital. Paralelamente, se desarrolla un importante aparato estatal que interviene en la producción económica de bienes y servicios y que provee de unos cuantos elementos para el “bienestar” social. Es en el seno de esta sociedad que se desarrollan villas y loteos populares que junto a los planes de vivienda elaborados por el Estado albergan mayoritariamente a los sectores populares.

Pero llegados los años 80 esa sociedad ya estaba en crisis y había iniciado plenamente su transformación. Ya en los datos registrados en el Censo de 1980 pudo observarse que la crisis tenía como uno de sus componentes centrales el aumento de la pobreza, incluida su extensión hacia sectores antes no-pobres y su profundización por aumento de las carencias. La información estadística disponible permite observar el deterioro general de las condiciones de vida de los sectores populares a partir de la crisis del Estado de bienestar iniciada en los años 70. 34
Se ha señalado a dos procesos simultáneos en el movimiento de la estructura social: por una parte se registró una polarización social dada por el aumento del número de los más ricos y del de los más pobres, en detrimento de los sectores de ingreso medio. Por la otra, los sectores de ingreso medio en su mayoría se empobrecen aumentando la heterogeneidad del sector y dando origen a lo que fue llamado “nueva pobreza”. 35
La crisis produjo un fuerte impacto sobre las mayorías pobres con un marcado aumento de la desocupación y la subocupación, y la reducción en términos reales del salario para quienes pudieron acceder a él. Sumado a esto, el ajuste estructural significó un retroceso en las redes de seguridad social. 36

El conjunto del período 1945-1983 tiene tres momentos distintos respecto de la movilidad social, pese a algunos elementos comunes. 37
Durante el primer período justicialista (1945/55), en el aspecto ocupacional se dio un proceso generalizado de movilidad social ascendente desde modestas posiciones rurales hacia posiciones urbanas de clase media y asalariados de clase obrera, conjuntamente con un aumento de los ingresos de estos sectores. Durante el período desarrollista (1958/72) se da un movimiento más complejo en lo ocupacional y un mejoramiento de las posiciones de los sectores de mayores ingresos -clases alta y media alta- y un empeoramiento de la situación de los sectores de ingresos menores -clase obrera y media baja-.
Por el contrario, las tendencias centrales desde la inauguración de los modelos aperturistas en 1976 muestran: a) la profundización del enriquecimiento absoluto del ínfimo segmento de la clase alta; b) la disminución relativa del volumen de clase media y su progresiva desalarización; c) la disminución del peso relativo de la clase obrera y su desalarización; d) el rápido aumento del estrato marginal (no asalariado). De tal modo, hacia 1990: la incidencia de la pobreza no sólo es muy superior a la que tenía la Argentina hacia 1974, sino que también excede el promedio urbano de los países latinoamericanos hacia 1970. 38

En el caso del tratamiento que estamos dándole al tema, lo que la literatura menciona como retroceso en las “redes de seguridad social” significa una progresiva y drástica reducción de las políticas habitacionales dirigidas a los pobres. Así, prácticamente ha finalizado el loteo y la construcción de la vivienda propia por la ruptura de las condiciones sociales que la hicieron posible; pero también el Estado ha disminuido muchísimo la producción de urbanización y vivienda destinada a los más pobres como consecuencia de la crisis fiscal y de una reorientación del gasto público. 39
Por otra parte, durante el período de la última dictadura se da una compulsiva relocalización de los sectores de menores ingresos en la ciudad. El aumento del precio del suelo en la Capital Federal, la política de alquileres, el ya mencionado Plan de Erradicación de Villas y la demolición masiva de viviendas para la construcción de las autopistas llevaron a los pobres hacia el Gran Buenos Aires, dejando a la Capital habitada mayoritariamente por sectores de ingresos medios y altos. 40
El proceso es cuádruple: reducción de los ingresos de los ya pobres, aumento del valor de la vivienda, desalojos compulsivos y deterioro de la política habitacional del Estado.

Entonces, puede contestarse a las preguntas que nos hacíamos más arriba diciendo que los asentamientos se presentan como una estrategia defensiva respecto de la exclusión. Y esa exclusión representa a la vez varias cosas y es vivenciada como imposibilidad de acceder a la vivienda. Por una parte por el gran número de familias empobrecidas que antes pagaban un alquiler y ahora no pueden hacerlo. Por otra parte, por quienes han sido compulsivamente desalojados en la década pasada. Finalmente, esa imposibilidad la experimentan las familias más jóvenes o en proceso de constitución, que vivieron con sus padres y ahora no pueden acceder a una vivienda similar.
Este tipo de respuesta a nuestras preguntas tiene un acierto mucho más importante. Responde a la idea de que restringidas las políticas públicas habitacionales y ante la imposibilidad de salir del barrio pobre, muchas familias eligen la estrategia de mejorar progresivamente la casa en la que viven. Esto es cierto aunque no alcanza para explicar al asentamiento como fenómeno. En todo caso parece la actitud corriente de cualquier familia en una situación de precariedad habitacional, incluso en una villa. Y aun este tipo de respuesta tiene una variante de mayor error.

En el caso al que hago referencia, se supone que la lógica de la urbanización vigente, y en última instancia la de las relaciones sociales, expulsa hacia la periferia a los sectores populares y que es su consecuencia que éstos ocupen las peores tierras de la ciudad. Hasta aquí podemos coincidir; lo que no es cierto es que la existencia de los asentamiento esté únicamente determinada por la lógica del sistema o de los sectores dominantes, como si no hubiera lucha contra esas tendencias.
Y no acordamos, fundamentalmente porque un asentamiento implica un conflicto; en todo caso es la acción colectiva de un conjunto de personas por no perder posiciones en la ciudad y en la sociedad. Es por eso que decíamos que desde el punto de vista de los ocupantes, hay un juego permanente entre garantizar el éxito de la ocupación y elegir los terrenos mejor localizados posibles. 41
Pero hay un elemento mucho más importante y que tiene que ver con el tema central de este artículo: cuando se produce un asentamiento se está produciendo un sector social, se está produciendo una nueva sociabilidad. Se lo hace cuando se elige un tipo de hábitat y se selecciona un lugar determinado en la ciudad, aunque eso implique riesgos. 42

Estas explicaciones tienen un déficit en común. Definen una situación y describen unas prácticas históricamente asociadas a ella. Así se sostiene que al empobrecimiento le corresponde tal estrategia de reproducción de la vida cotidiana, o que tal localización se explica por la actitud de los sectores dominantes que los empujan allí. El déficit es que ambas explicaciones no ponen nada entre la situación y las prácticas, con lo cual se vuelven débiles e inespecíficas, respondiendo muy mal a la exigencia del contraejemplo.
Es por eso que la exclusión respecto a la vivienda significa más que el impedimento de contar con cuatro paredes y un techo. Es exclusión del acceso a la tierra en tanto componente del hábitat y a la propiedad como sustento jurídico y simbólico, como muro de contención frente a la inseguridad social. Es también exclusión de la posibilidad de “acceder, progresar, llegar...”, con la cual en algunos casos antes se contaba. Es para muchos el final de la estrategia del lote propio en el contexto de lotes y del plan de vivienda estatal. Pero, como veremos en seguida, es su redición en otro contexto. En el asentamiento está aún presente la creencia en el esfuerzo como medio de integración, o de ponerle freno a la exclusión.

En cuanto asentamiento uno se acerque a preguntar y a cuanta persona uno le pregunte, va a escuchar: “Queremos hacer de esto un barrio, no queremos una villa”. 43
Ese es precisamente el muro de contención levantado por la organización comunitaria del asentamiento para respetar los principios de urbanización vigentes.

Y aquí es necesario resaltar nuevamente algunos rasgos descriptivos de estos sectores. La población de los asentamientos no responde ya a una generación mayoritariamente migrante; hay una porción muy importante de “pauperizados” o “nuevos pobres” y la mayoría de ellos proviene de barrios populares, no de villas. Además, como dijimos, se trata de una población muy joven, con una gran cantidad de familias recientemente constituidas, incluso de parejas que deciden su vida en común a partir de irse a vivir al asentamiento.
Familias empobrecidas que no pueden ya con un alquiler, parejas jóvenes que vivieron con sus padres en un barrio de loteo o en un plan de viviendas del Estado: todos ellos le temen a la villa, con toda la carga de significados que ello tiene. Y si no pueden hacer nada contra el empobrecimiento, van a pelear con uñas y dientes por no convertirse en villeros; por que no son inmigrantes, son habitantes de la ciudad que la conocen muy bien física y culturalmente. Y cuando aquí se dice villa o villero, se le está otorgando al término toda la representación estigmatizante que posee. Porque en realidad a lo que se quiere escapar es al estigma de ser villero.

Nuevamente es sugerente el testimonio de un dirigente:
“El tipo de una villa es un tipo que sabe que nunca más va a progresar, entonces no hace nada porque eso nunca va a pertenecerle. El tipo del asentamiento pelea, pelea por esto -el barrio- porque lo vive como propio”.
En la idea del asentamiento hay mucho más que una estrategia de reproducción de las condiciones materiales de existencia. Está la producción de una identidad, esta vez contraponiendo el barrio a la villa, puesta en jaque para muchos la condición de trabajador.

Desde el punto de vista urbano acceder a la tierra en la ciudad es ocupar un lugar en ella; es estar a tantos o cuantos minutos de viaje de los centros de consumo, de trabajo, comerciales, etcétera, y es acceder a determinada provisión de servicios e infraestructura. Pero también es suscribir al conjunto de representaciones que implica una zona de la ciudad cualquiera y a la forma en que se vive. Se suscribe un status y la posibilidad de la diferenciación respecto de quienes no lo han alcanzado.

Aquí es necesario retomar otro componente importante. En la convocatoria a un asentamiento está siempre presente el proyecto de la propiedad privada del lote. Otra frase que puede sernos dicha en cualquier asentamiento: “Nosotros queremos comprar, no queremos que nadie nos regale nada ni queremos ser ocupantes ilegales, queremos ser propietarios”. Una vez, un dirigente socialista del gobierno municipal del Frente Amplio de Montevideo explicó ante un grupo de vecinos de un asentamiento un proyecto de esa Intendencia de dar tierra en tenencia a los sectores de bajos recursos, a fin de evitar especulación inmobiliaria resultante de la mercantilización del lote.
Los vecinos no podían explicarse cómo podía ser “progresista” un gobierno que teniendo la oportunidad de darle el título de propiedad a la gente no lo hacía. Pese a que varios de los allí presentes habían perdido sus propiedades en manos de alguna expropiación estatal, de alguna estafa financiera, de algún préstamo usurero o de la lógica del mercado. Pese a eso, lo que se busca es la propiedad, en la creencia de que ella permite el acceso a determinado status, de que garantiza algunos reaseguros, permite algunos logros y aleja algunos peligros.

En otro desconocimiento total de lo que el asentamiento implica entre las representaciones de los ocupantes, suele afirmarse -sorprendentemente en el discurso político de izquierda y de derecha- que los asentamientos son un cuestionamiento a la propiedad privada. Pese a que el derecho es legalmente violado con la toma de la tierra, un asentamiento no cuestiona la propiedad privada porque contrariamente a ello, lo que se busca es reingresar a una condición de propietario de la cual se ha sido expulsado o a la cual se han cerrado las puertas de acceso.
Es que, si bien los asentamientos se inician como una ocupación ilegal, no hay en ellos ningún cuestionamiento a la noción de propiedad privada; lejos de ello, lo que los vecinos buscan es acceder al lote propio por verse excluidos de otros mecanismos de asignación. En el sentido que se le da a la toma, la salida de la legalidad es sólo para reingresar a ella con un derecho reconocido. La propiedad que no se consigue en el mercado por la vía del ahorro se busca en otros terrenos sociales.

En este sentido, ha sido y es realmente eficaz la acción de los dirigentes -aquellos, vecinos o no, identificados frecuentemente como “agitadores”- frente a los medios de comunicación cuando declaran que allí sólo quieren construir un barrio. Con ello, hacia adentro y hacia afuera buscan diferenciar su propio status del de villero y asociarlo al del trabajador que con su esfuerzo construye un lugar en el cual vivir.

Antes decíamos que los ocupantes copian la estructura urbana de los viejos barrios vecinos, continuando con el trazado de sus calles. Pero eso no es lo único que copian. Intentan copiar ese significado de la pobreza, el del pobre “prolijo”: propietario, trabajador, capaz de construir una familia “tipo”, de educar a sus hijos y de poseer una condición respetable. Para quienes se han quedado sin vivienda y sin tantas otras cosas, la posibilidad de acceder a la tierra posee siempre una significación idealizada. En el conjunto de representaciones en el que se inscribe, la mítica conquista del lote propio es presentada como un hito a partir del cual mejorará la situación. Ahora bien, aquí el asentamiento se enfrenta a un dilema de hierro.
El barrio El Tambo, de Laferrere, donde viven Martín y Marta, es un asentamiento muy particular. Es el único que conocemos que ha logrado la propiedad de las tierras y cuyos vecinos tienen una escritura de propiedad del lote. Está legalmente electrificado y ha conseguido que el Estado asfalte casi todas sus calles y construya una escuela pública y un puente vehicular sobre el arroyo Mario. Tiene además un gimnasio, un jardín de infantes, una salita precaria y recientemente varios de sus vecinos tienen teléfono. Se ha convertido en un auténtico barrio. Pero junto con ello ha ocurrido otro fenómeno: como a cualquier otro barrio ha ingresado la mercantilización de sus lotes y sus viviendas. Aquello que era soñado por muchos como el lugar en el que vivir, se ha convertido en un objeto de compraventa.
Y muchos vecinos, los más pobres, han vendido su terreno luego de diez años de pelear por su propiedad y se han mudado a otro barrio más pobre.

El nuevo barrio ya no es tan pobre y es atravesado por la misma fuerza centrífuga que expulsa lejos a los más débiles como cualquier otro sector de la ciudad. El asentamiento es una estrategia de integración social, pero si lo alcanza plenamente, como parece sugerir el caso de El Tambo, también se convierte en un lugar de exclusión. Porque en realidad la integración social nunca puede ser plena. Y un asentamiento, en términos sociales, apenas opera sobre algunas representaciones y sobre el hábitat, cuando la condición social es mucho más compleja. Este es un aspecto importante de los asentamientos: en un sentido, tras su búsqueda de integración a la norma y el lugar que han perdido, terminan legitimando aquella formación urbana y social que los dejó fuera. Ahora bien, ese no es el panorama general.
Casi todos los asentamientos se encuentran en una situación de ilegalidad y de precariedad mayor. Pero de todos modos, muchas veces cuando uno camina por algún asentamiento viejo no puede distinguir cuándo está dentro de la ocupación ilegal y cuándo cruzó la vereda y está en el barrio loteado. Muchas veces a uno deben decirle: “No, de esa media manzana para acá es el asentamiento, para allá es el barrio viejo”.

Efectivamente han conseguido evitar a la villa, pero no conseguirán recuperar la identidad de aquel trabajador de mediados del siglo. Allí, en los asentamientos, convive lo que la sociología ha llamado “heterogeneidad de la pobreza”. En otro lugar he dicho que una misma fuerza social de cambio y de conflicto empuja hacia un territorio geográfico, social y culturalmente común a individuos de muy diversa trayectoria.
Conviven allí nuevos y viejos pobres, estructurales y pauperizados, villeros que se fueron al asentamiento y antiguos inquilinos desalojados, aquellos a quienes una topadora les tiró la casa abajo y un gobierno les birló una indemnización con hijos de aquel matrimonio al que el peronismo le dio una vivienda en Ciudad Evita. Y todavía esas socializaciones previas diversas, esos distintos capitales culturales antecedentes, las disímiles trayectorias vitales pesan forjando múltiples representaciones del mundo en el que viven.

Pero todos ellos juntos han forjado el asentamiento y allí se encuentran, en esos nuevos barrios con historias políticas, culturales y sociales similares. Lo cierto es que allí termina la ilusión; luego las condiciones de exclusión social siguen operando sobre el ingreso, el empleo, la educación formal y la participación política. El sueño del progreso, de la integración a una sociedad de “bienestar” vuelve a alejarse a diario, aun cuando la ocupación y el barrio están ya consolidados. Y aquel viejo temor de caerse del plato comienza a renovarse en una sociedad que, pese a haber conquistado un lugarcito y no como villero, cada vez se encuentra más fragmentada. Es que “ciudad” y “sociedad” designan a veces lo mismo y en muchos aspectos no puede distinguírselas. Pero la segunda noción rebasa a la primera y no debe confundírselas. Este artículo quizá pueda terminar haciendo una breve referencia a las organizaciones de estos barrios, quedándonos pendiente el interesante despliegue de la relación de estos barrios con el sistema político.

3.
Aquella organización de la cual decíamos que cumplía un papel central en la reunión de las familias y en el ordenamiento territorial del barrio poseía un conjunto de características muy importantes. En los primeros asentamientos se dio un modelo organizativo que los constituyó como verdaderos movimientos sociales. Este modelo organizativo fue creado también por los militantes vinculados a la Iglesia y se dio primero en los asentamientos de Quilmes, pero luego fue replicado en varios de los de La Matanza y posteriormente en muchos otros.

Básicamente la estructura organizativa consistía en un cuerpo dirigente, que normalmente se llamaba comisión directiva, y un grupo de representantes más directos, el cuerpo de delegados. La comisión directiva se elegía democráticamente de tal modo que por cada lote hubiera uno o dos votos, correspondientes al jefe de hogar y su cónyuge, variando esto de un barrio a otro. Esta comisión, a su vez poseía comisiones especiales: la comisión de salud, la de educación, la de “rescate de la cultura guaranítica”, la de madres, la de jóvenes, en fin, cada barrio organizaba las suyas a las que daba tareas específicas.
El cuerpo de delegados estaba constituido por uno o dos representantes de cada manzana, elegidos por el mismo método -en algunos barrios hubo comisión de manzana-. Así, cada manzana organizada producía sus primeros productos de urbanización: instalaba alguna bomba manual en la manzana para tener agua, colaboraba en la determinación de los lotes y los espacios de calle, ayudaba a los vecinos a poner sus casillas en un lugar que no fuera a ser luego el lote del vecino, desmalezaba, tendía los primeros cables de la luz, organizaba la recolección de residuos, hacía las cunetas y las vereditas para salir del barrial. Además funcionaba como control de la comisión directiva que era el cuerpo más directamente político; las decisiones más importantes se sometían a su consideración. La comisión directiva representaba al barrio en todo: negociaba con la policía, con otras fuerzas sociales y políticas, recorría todas las dependencias estatales en busca de apoyos, subsidios, promesas, alimentos, declaraciones, etcétera.
También había cantidad de militantes, colaboradores externos a la organización que brindaban ayuda de todo tipo. Por último había una asamblea de todos los vecinos que decidía sobre todas las cosas fundamentales, o creía hacerlo. Como podrá advertirse el estado de movilización de un asentamiento en sus primeros meses es muy alto; están obligados por la altísima precariedad de las condiciones de vida y por el peligro de desalojo. Pues bien, en aquellos años 80 en que este modelo organizativo estuvo vigente las cosas funcionaron más o menos así, con variantes de un barrio a otro.
Esa organización, además, implicaba la existencia de todo un movimiento comunitario donde la vida del hogar parecía prolongarse hacia la comunidad. Y esto reaparece con bastante fuerza en momentos de necesidad muy crítica, como fueron los picos hiperinflacionarios de los últimos años.

Otro rasgo característico estaba dado por la relación con el Estado y el sistema político. Aquella acción de fuerza implicada en la ocupación ilegal, fijaba por un tiempo una posición de distanciamiento y lejanía. Además, el asentamiento, cohesionado, tomaba distancia de los partidos políticos con el fin de mantener la unidad interna. Esto provocó incluso que esas organizaciones fueran percibidas como algo extraño por los partidos, implicaron la irrupción de un nuevo actor político en escena al cual era difícil de contener.

Diría que hasta 1990 ó 1991 en El Tambo las cosas funcionaban más o menos así. La tierra, por ejemplo, fue comprada por la cooperativa del barrio y luego transferida por ésta a los vecinos. Claro, los dirigentes sabían que si dejaban en manos de los funcionarios públicos la venta directa a los vecinos, por esa vía se colaba el clientelismo y eso significaba el fin del movimiento social, que quería seguir mediando la relación de clientelar. Actualmente no queda nada de aquella organización salvo su comisión directiva, convertida ahora a otras funciones: cobra las cuotas de los terrenos, administra los desalojos de los vecinos incumplidores y opositores y se ha integrado informalmente al gobierno de la provincia. En otros barrios el modelo organizativo se agotó mucho tiempo antes y prácticamente en ninguno queda nada de aquello, salvo vestigios organizativos y tal vez el recuerdo de lo aprendido en los vecinos. Sobre esa base, en muchos barrios hay un fuerte trabajo en el sentido de reconstruir las organizaciones populares.

Un rasgo característico de las organizaciones surgidas en los asentamientos es que todas ellas han decaído después de un momento. La participación de los vecinos va cayendo poco después de que su permanencia en el terreno se ve más o menos garantizada al irse diluyendo la amenaza de desalojo y a medida que los elementos indispensables de vida urbana están garantizados -la ubicación de las familias en el terreno, la provisión mínima de agua, una mínima vivienda para cada uno, etcétera-. Cuánto tiempo dure la organización y con qué grado de organicidad es algo que sólo el análisis de cada experiencia organizativa puede determinar. De hecho, en algunos casos las organizaciones logran armarse apenas tímidamente y en otros se consolidan durante un período prolongado. Tal vez puedan mencionarse dos puntos que tienen incidencia sobre esto.
Por un lado, el tipo de objetivo que la organización se plantee y su capacidad de llevarlo adelante. La pelea por la regularización del dominio de la tierra, por ejemplo, ha conseguido aglutinar a todo el barrio en muchos casos; pero también la gestión de la escuela, la sala de primeros auxilios, las obras de agua y alumbrado o la construcción del comedor. Por otro lado, la capacidad de enfrentar al sistema de partidos políticos -y su competencia- en forma unificada ha sido un elemento clave. Y en este punto, las distintas coyunturas políticas se han revelado determinantes, ya que se modifica la actitud de cada actor respecto de los otros. Allí donde aparece un barrio organizado monolíticamente, lo primero que intentarán los distintos partidos será crear grupos que compitan por la organización del barrio, generalmente en torno a algún objetivo específico.
Desde el municipio se le brinda a un grupo la capacidad de organizar un comedor y desde una secretaría de nivel provincial se le da a otro la posibilidad de organizar la guardería, por ejemplo. Esto tras el correspondiente pedido de lealtad, con lo cual algunas veces los barrios van consiguiendo elementos puntuales, pero al precio de perder la unidad del movimiento organizado. Como en todas partes, la competencia política partidaria tiende a trasladarse al interior del barrio, al tiempo que la organización va dejando de transformarse en un actor más del juego. De cualquier forma, el hecho de que las organizaciones hayan caído desestima a las visiones que las consideraron como “nuevos movimientos sociales” capaces de otorgar un nuevo sentido democratizador a la sociedad, creyéndose que se estaba frente a la presencia de un sujeto histórico completamente original. 44

Se deberá disculparnos que no consideremos aquí la relación de los asentamientos con el sistema político y sus coyunturas y que tampoco describamos sus actuales formas de acción colectiva. Tal trabajo se está realizando y excede en mucho los límites de este artículo.

Pienso que en los asentamientos la heterogeneidad va cediendo de a poco a la fuerza de un mundo en común, unos van aprendiendo de los otros y una nueva sociabilidad va gestándose. Una que no es esto ni aquello, pero que “está siendo”. Y en eso, lo que no se ha olvidado es cómo hacer de una ocupación masiva un barrio y no una villa.

Final
En la Introducción, entre el primer episodio y la presentación, adelantábamos algunos puntos que fueron luego complejizándose con el desarrollo de este artículo. Ambas cosas tienen que ver con la actitud que adoptamos frente al tema propuesto.

Si decidí incluir aquel episodio sobre Asentamientos en la Matanza no fue sólo por ilustrar las desventuras del sociólogo. Creo en primer lugar que la sociología está condenada doblemente a vivir expuesta y a no poder ser la expresión cabal de ningún actor. Por eso aquella discusión con los vecinos de los asentamientos me obligó a convencerme de lo que había escrito. En esa investigación que realicé en la Universidad de Buenos Aires se establecieron aportes originales para el análisis de los asentamientos en general, se relevó información inexistente sobre ese proceso, se destacó el importante papel de la noción de “barrio” en la construcción de la identidad y se describió detalladamente la historia concreta de esas ocupaciones.
La descripción del conflicto con los vecinos de Ciudad Evita, permite observar con detalle los papeles desempeñados por los distintos actores en la negociación.
El relato intenta también poner en evidencia cierta actitud presente en las ciencias sociales con la que se procura tapar el estado de incertidumbre teórica en la que nos encontramos. Se pretende que “escuchando al pobre” se accede a un estado de verdad residente en la mente de los sujetos que justamente por su condición tendrían la capacidad de conocer la pobreza mejor que nadie: “Los pobres son los que mejor comprenden la pobreza”. 45
Es sorprendente que se asuma esta actitud tan profusamente advertida por la reflexión epistemológica y metodológica. Así como se cree que un conjunto de datos estadísticos “hablan” por sí solos, se cree que la palabra de un pobre expresa la verdad. No me detendré aquí sobre este error, tal vez proveniente de una mezcla de culpa, populismo academicista y falta de imaginación teórica. Lo cierto es que a nadie se le ocurre que escuchando al rico se accede a la verdad de la riqueza. En todo caso existe una confusión respecto de la conceptualización de las representaciones.

En la Introducción adelanté también la importancia de estas “representaciones sociales”. Entre las condiciones “macro” y las prácticas, la sociología debe prestar atención a las representaciones que los sujetos elaboran, entre las cuales el texto de una investigación pasa a ser pronto una más y pasa a integrar la arena del conflicto que pretende describir o explicar. He presentado un relato sobre tres barrios, tres formas habitacionales de dos momentos distintos en la historia de Buenos Aires. El centro estuvo puesto en la producción de los distintos sujetos, a partir del convencimiento de que describir la pobreza en términos de límites en el acceso a bienes no alcanza. Un pobre es un pobre.

Cuando se menciona la pobreza se hace referencia a un conjunto social determinado, compuesto por los económicamente más desfavorecidos en la sociedad. En este sentido, precisiones como las del INDEC cuando se refiere a la Línea de Pobreza o al conjunto de Necesidades Básicas Insatisfechas permiten al menos un punto de referencia de corte empírico. Pero, si bien “contar los pobres” es ciertamente una operación indispensable, la dimensión económica pura jamás da la información suficiente como para decidir quién es pobre. E.P.Thompson se ha opuesto con razón a aquellas visiones que intentan establecer una correlación inmediata entre las condiciones económicas y la acción social. A estas visiones “espasmódicas” que encuentran la causa de toda conducta de los sectores populares en la pobreza o el hambre, debe oponérsele una consideración más compleja.

Particularmente hay que poner atención a las representaciones e identidades que los sujetos producen, es decir, a las imágenes que tienen del mundo sobre el que actúan, al igual que Thompson prestara atención a la “economía moral de las multitudes” para dar cuenta de las formas de acción colectiva en el siglo XVIII. Con razón él advertía que los motines y revueltas protagonizados por los pobres de aquella época contra los acopiadores de trigo no podían explicarse únicamente tomando por causa al hambre. 46

El concepto de pobreza actualmente utilizado por las ciencias sociales corresponde a un criterio censal de clasificación que no puede brindar contenidos sociológicos unívocos porque requeriría para ello de un marco teórico del que carece. El adjetivo pobre puede ser utilizado para calificar al obrero industrial del Estado benefactor o al trabajador informal carente de derechos sociales de los años 90, al migrante interno devenido villero o al habitante urbano que ocupa tierras en un asentamiento.
Cuando se planifican políticas públicas desde el Estado o cuando se hace análisis para la acción política tomando como objeto a una población calificada exclusivamente en términos de pobreza, se está cayendo en una explicación causal que puede considerarse tan “espasmódica” como Thompson califica a las explicaciones del motín por causa del hambre. Esto se vuelve evidente cuando lo que se intenta explicar es la acción colectiva; entonces se dice que una ocupación de tierras es consecuencia de la pobreza, como si no necesitáramos saber nada más. La condición de pobre de un sujeto social es resultado de las formas de integración social y de las relaciones de poder en que se encuentra inmerso. Luego su pobreza se transforma en condiciones de su sociabilidad, pero ésta nunca puede ser reducida a la categoría de “efecto” de pobreza. En todo caso es necesario describir con qué relaciones de status, poder económico o político y a qué significados remite el acceso a determinados bienes y servicios.
Por ejemplo, entre los pobres el acceso a la vivienda, en términos de propiedad, posee múltiples significados sociales y esto es percibido e interpretado de acuerdo con determinada concepción del mundo. En la sociedad actual el acceso a bienes es un poderoso clasificador y diferenciador social al igual que el acceso a la educación o al empleo, pero no sólo por las implicancias económicas que ello posee.

Carecemos de teorías globales explicativas de lo social que puedan darnos una resolución definitivamente válida para todos los casos. Y estamos muy lejos de tenerla. Más precisamente, tenemos incertidumbre sobre cuál es la sociedad “global” en la que vivimos. Convencidos de que una era se ha terminado, aún no logramos saber qué es lo que caracteriza a nuestro tiempo: postindustrial, posmoderna, poscapitalista, postsocialista... Lo cierto es que si buscamos la comprensión de los sujetos que surgen en el contexto de la pobreza, estamos obligados a saber en qué posición relativa se encuentran respecto de otros, qué relaciones mantienen entre ellos, por qué se caracterizan sus vínculos y cuál es la relación que guardan con el todo. Pero además debemos saber cómo se representan su mundo de vida y cómo se identifican en él.
En este sentido, sabemos que la pobreza no puede ser ya pensada solamente a partir de ubicarla en la esquina donde debían encontrarse el trabajador y el ciudadano. Y tampoco solamente a partir del set de instituciones que antes constituían a todos los roles: familia, escuela, empleo y sistema político. El ingreso, la ocupación, el empleo, el tipo de actividad laboral, el nivel educativo y otros pocos han sido los indicadores con los cuales la sociología ha caracterizado privilegiadamente la condición social de los individuos. Esos indicadores implican ya una definición, un tipo de vínculo de la parte con el todo y con otras partes y una lógica de funcionamiento de la sociedad en la que estaba ya implícita la constitución de los sujetos. Los sociólogos dábamos por sentado de antemano la sociabilidad de un obrero tornero, empleado de la industria metalmecánica, egresado de la escuela industrial, a tal punto que la exploración de sus representaciones resultaba al menos vana, cuando no sin sentido.
Tal cual como presuponía Parsons, el sujeto estaba constituido por un conjunto de roles a los que les correspondía una serie de valores y una posición social. La definición de la sociabilidad podía operarse en términos teóricos, o por lo menos ese era un supuesto subyacente a buena parte de la ciencia social.

Actualmente, ese conjunto de coordenadas dice menos de lo que hasta ahora podíamos atribuirle sin caer en efectos contraintuitivos. Tal vez, como señala Horacio González la noción de pobreza tenga la virtud de colocarse por fuera de la causalidad teórica que encorseta a otras nociones como las de estratificación social. El concepto adquiere una mayor autonomía que le permite iluminar un mayor número de problemas como el fin del Estado de bienestar, la reconversión tecnológica o las estrategias de supervivencia. En este sentido, González ha presentado tres visiones históricas en el tratamiento de la noción de pobreza que expresan tres posiciones ideológicas al respecto.
Una visión evangélico-revolucionaria que vio en el pobre a un sujeto que encarna una ética capaz de anticipar una profecía socialmente redentora. Una visión picaresco-romántica en la que el pobre se burla del orden en la construcción de una ética antipuritana al tiempo que construye su identidad buscando ingresar a la condición de propietario. Y una tercera visión, la sociológica, derivada del cruce entre la producción de bienes y servicios y las necesidades de la población. En sus distintas versiones, aquí el concepto es el desprendimiento categorial de la lógica teórica que relaciona a la pobreza con la estratificación social.47 Las dos primeras definían al sujeto de tal modo que lo hacían portador de un sentido determinado a priori. A la visión sociológica, en cambio, el sujeto se le diluye e intenta vanamente retenerlo en un cuadro de doble entrada.

Entonces, la noción de pobreza elaborada por la sociología a partir de los estudios empíricos sobre los datos del Censo de 1980 ha permitido una notable evolución de la caracterización de las condiciones sociales de la pobreza, complejizando su estrategia metodológica a partir del análisis de las NBI y de la LP. No obstante ello, estos análisis se quedan aún en el terreno de las condiciones, sin brindar los elementos para llegar al terreno de las prácticas. Es por eso que he elegido presentar la sociabilidad alrededor de la idea de hábitat y que he colocado a ésta como si fuera un indicador de la dimensión sociabilidad, considerando que -vistos así- la villa, el barrio autoconstruido y el asentamiento nos darían otros elementos para comprender y definir mejor a los sujetos de la pobreza.

Por una parte, porque pensamos que en la sociedad actual algunas prácticas instituidas han perdido parte de su carácter universalista y que la sociedad se encuentra más fragmentada. La educación pública, por ejemplo, va perdiendo fuerza en su pretensión universalista e igualadora, y otro tanto ocurre con el empleo. Entonces, el barrio, el ámbito local, adquiere una relevancia de mayor importancia en el análisis de la producción de los sujetos. Allí, cada vez más los sujetos interactúan entre pares, distanciándose de los otros sectores sociales con los que antes tenían contacto.48 Ahora bien, de ninguna manera esto quiere decir que proponga la sustitución de unas causas por otras; no se interprete que pretendo que el sujeto que antes era explicado como obrero hoy deba ser explicado por el barrio en el que vive. Lo que quiero decir es que el conjunto de roles con el que hasta ahora dábamos cuenta de la sociabilidad ya no alcanza como hipótesis explicativa. Aun cuando su peso siga siendo fundamental, el rol de trabajador no es suficiente para caracterizar a un sujeto cualquiera; es necesario avanzar en su especificidad y el único camino a recorrer pasa por el territorio de la descripción.

Por otra parte, la descripción en términos etnográficos, que sólo persigue captar las prácticas y los discursos manifiestos de los sujetos, también se revela insuficiente. ¿Dónde se encuentra ese sujeto? ¿De qué sociedad forma parte? ¿En relación con qué grupo de actores? ¿Por qué momento atraviesa? Nuevamente, éste es un trabajo sobre la producción social de los sujetos en diferentes contextos de pobreza. Entonces, el tratamiento que le he dado al hábitat, a estos tres tipos de barrio, permitió lo siguiente: considerar el ámbito urbano como un factor de importancia; insertar al sujeto en un contexto histórico; poner al ámbito en relación con prácticas igualmente constitutivas -como el empleo, por ejemplo-; contar con un elemento de comparación que nos permitió poner de manifiesto similitudes y diferencias donde el sujeto contrastara; poner de manifiesto algunas de las representaciones que componen la identidad de los sujetos y compararlas.
En síntesis, puse a la villa, el loteo y el asentamiento en un lugar tal que nos permitió mantenerlo oscilando entre las prácticas y las “estructuras”. Creo que esto hizo posible ver “algo más” sobre distintos sujetos de la pobreza. En nuestra descripción están presentes prácticas, representaciones e identidades, en permanente diálogo con sus condiciones -que podríamos llamar estructurales- . Está allí puesta en juego una perspectiva relacional, en el sentido de que entre las prácticas y las condiciones se construye todo un mundo de representaciones. Y esto debe ser incorporado a los estudios de la pobreza.

Si reservamos el término pobreza a un conjunto de condiciones de existencia, puede decirse que en este trabajo se pusieron de relieve las formas de sociabilidad que se generan y reproducen en ese universo. El punto de vista se coloca a medio camino entre prácticas y estructuras, adoptando alternativamente una u otra posición. Esto explica ese afán que parece no querer dejar nada afuera, e ir haciéndolo jugar todo en una descripción, que fue incluyendo sus hipótesis de explicación como elementos de un relato a lo largo del artículo.

Los elementos teóricos más importantes del texto están allí en forma tácita, mezclados con cada uno de los elementos elegidos para la descripción. Por ponerlo en los términos del problema de Thompson, las descripciones acerca de la pobreza nos hablan del “hambre”, pero aún necesitamos muchos elementos para poder dar cuenta de las razones que explican el “motín” protagonizado por los hambrientos. La pobreza no alcanza para dar cuenta del sujeto del asentamiento, de la villa o del barrio popular; allí intentamos poner un conjunto de representaciones ligados a estas formas habitacionales que permitieran afinar el lápiz a usar en la descripción.

Notas

  • 1 El concepto de hábitat no puede ser asimilado al de vivienda, siendo mejor el primero para referirnos al problema que vamos a tratar. La vivienda es sólo un componente del hábitat. Desde un punto de vista urbano no puede pensarse a la vivienda sin el conjunto de servicios e infraestructura que permiten ponerla en funcionamiento (luz, agua, energía, transporte, pavimento, comercio, etcétera), pero, fundamentalmente, sin el espacio que ocupa en la ciudad. Efectivamente, el espacio urbano no es sólo terreno, en tanto soporte físico de la vivienda. También tiene un significado social, en el sentido de que el lugar en el que se vive implica un conjunto de relaciones sociales y no otros. Y, finalmente, el hábitat posee un significado cultural, ya que es tan importante el tipo de vivienda como el barrio y la ciudad en la construcción de la identidad urbana. Es decir, la vivienda se localiza en un punto de la ciudad, sus habitantes se piensan en un barrio, con determinado tipo de interacciones, en vecindad con unos y sin la presencia de otros, etcétera. Y todo ello está implicado en la noción de hábitat. Para una correcta definición del concepto de hábitat desde el punto de vista urbano véase Oscar Yujsnovsky, Claves políticas del problema habitacional argentino - 1955/1981, GEL, Buenos Aires, 1984.

  • 2 Para una excelente comprensión de la relación del inmigrante con la ciudad a través del conventillo véase Francis Korn, Buenos Aires: los huéspedes del 20, Sudamericana, Buenos Aires, 1974. También, F.Korn, y Lidia De la Torre, “La vivienda en Buenos Aires 1887-1914”, en Desarrollo Económico, Nº98, Buenos Aires, 1985.

  • 3 Sobre el caso de los asentamientos de Quilmes véase Beatriz Cuenya y otros, Condiciones de hábitat y salud de los sectores populares. Un estudio piloto en el asentamiento San Martín de Quilmes, CEUR, Buenos Aires, 1985. También sobre el mismo tema, Inés Izaguirre y Zulema Aristizábal, Las tomas de tierras en la zona sur del Gran Buenos Aires, CEAL, Buenos Aires, 1988.

  • 4 En nuestro trabajo antecedente imputamos el comienzo de los asentamientos en La Matanza a los asentamientos El Tambo, 22 de Enero y 17 de Marzo. Véase D.Merklen, (1991) op.cit. Sin embargo la fecha de ocupación del barrio María Elena, sobre la Ruta 3, es anterior a enero de 1986, fecha de ocupación de los primeros terrenos en el actual asentamiento El Tambo. Inicialmente el barrio María Elena fue una estafa organizada por una funcionaria municipal con esos nombres de pila, la cual, luego de descubierta, dio origen al actual asentamiento. El nombre que los vecinos le dieron al barrio tuvo el motivo de recordar a la estafadora.

  • 5 Karl Marx, Trabajo asalariado y capital, Anteo, Buenos Aires, 1975. p.36.

  • 6 Hemos dejado fuera de nuestro análisis aquellos barrios construidos por iniciativa de la acción estatal. Creemos que los elegidos entran en comparación más directa con el asentamiento y que en los tres puede observarse la producción de los sujetos frente a las condiciones o determinantes del conjunto social.

  • 7 La perspectiva del “constructivismo” permite observar cómo lo que identificamos como un problema social es “construido” y el papel que tienen en ese proceso los distintos actores sociales. Al respecto véase Tamar Pitch, Teoría de la desviación social, Nueva Imagen, México, 1980. También, Alejandro Frigerio, “La construcción de los problemas sociales: cultura, política y movilización”, mimeo, Buenos Aires.

  • 8 Sobre el origen y la caracterización de las villas, véase Lidia De la Torre, “La ciudad residual” en J.L.Romero y L.A.Romero, comp., Buenos Aires, historia de cuatro siglos, Ariel, Buenos Aires, 1983; Hugo Ratier, Villeros y villas miseria, CEAL, Buenos Aires, 1985; M.Bellardi y A.De Paula, Villas miseria: origen, erradicación y respuestas populares, CEAL, Buenos Aires, 1986. También, O.Yujnovsky, op.cit. Existe coincidencia entre los autores en situar el origen de las villas en la década del 30, cuando comienzan a aparecer núcleos de casillas en la zona de Puerto Nuevo.

  • 9 Hugo Ratier, op.cit.

  • 10 Algunas características de la identidad villera son atribuidas a la adscripción de los migrantes a las costumbres de la vida rural. Este era el punto de vista de Gino Germani, que atribuía el caracter marginal del villero al desencuentro entre las costumbres tradicionales del campesino con los hábitos modernos de la ciudad (G.Germani, El concepto de marginalidad, Nueva Visión, Buenos Aires, 1980). También se acerca a esta idea Ratier cuando señala que los nuevos inmigrantes construyen sus viviendas con los elementos que brinda el medio, tal como lo hace el hombre de campo -allá el adobe, la paja y la piedra, aquí los desechos que se encuentran en la ciudad- (H.Ratier, op.cit.). Lo que este punto de vista -que da cuenta de la villa únicamente como resultado del transplante de las costumbres del campo a la ciudad- no explica es por qué la gente acostumbrada a vivir en el campo produce un hábitat con tal grado de hacinamiento ni cómo lo tolera. Debo esta observación a la profesora Francis Korn.

  • 11 La población villera en el total del área metropolitana de Buenos Aires (resultante de sumar la Capital Federal con los partidos del Gran Buenos Aires) varió de 112.350 habitantes en 1956 a 304.000 en 1981. Datos presentados por O.Yujnovsky, op.cit.

  • 12 Desde un punto de vista sociológico tal vez sea imposible una distinción estricta entre lo que las cosas son y lo que significan. Entre otras razones porque el significado que las cosas adquieren forma parte de lo que son. De todos modos, a los fines descriptivos y analíticos, la distinción entre la “provisoria objetividad” y las representaciones se torna imprescindible. Sin dudas, la tradición antropológica ha reflexionado desde hace mucho más tiempo que la sociológica sobre el tema, seguramente porque la descripción del ritual la obligó a ver el modo en que la convención produce lo real. Actualmente es importante la atención prestada al problema por las llamadas sociologías de la vida cotidiana, o desde otra perspectiva por Pierre Bourdieu. Sobre el primer grupo puede verse una buena síntesis en Mario Wolf, Sociologías de la vida cotidiana, Cátedra, Madrid, 1988.

  • 13 Para un análisis de las representaciones de “villa” y “villero” entre quienes viven dentro y fuera de la villa véase Rosana Guber, “Villeros o cuando querer no es poder” en R.Guber y A.Gravano, Barrio sí, villa también, CEAL, Buenos Aires, 1991.

  • 14 Con E.Goffman tendríamos que hablar de estigma. Erving Goffman, Estigma. La Identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos Aires, 1986. Tal vez los principales límites del enfoque goffmaniano estén en poner excesivo peso en la capacidad del actor de controlar voluntariamente su representación. A este respecto son importantes los aportes de la llamada labelling theory y los trabajos producidos a su alrededor. Para un análisis crítico de las distintas perspectivas, véase Tamar Pitch, op.cit.

  • 15 Erradicar: arrancar de raíz. Suprimir radicalmente. Diccionario Larousse, México, 1989.

  • 16 En junio de 1977 la Comisión Municipal de la Vivienda inició el desalojo de todas las villas de la Capital Federal, objetivo que se proponía cumplir en el lapso de cuatro años. Véase Lidia De la Torre (1983), op.cit. No existen cifras exactas, pero el intendente brigadier O. Cacciatore informó en una conmemoración del IV Centenario de la Ciudad de Buenos Aires, en julio de 1980, que habían sido desalojadas 145 mil personas. Y en una conferencia de prensa de 1981, el responsable del operativo de “erradicación” declaró que se habían desalojado 30.062 familias villeras de las 33.562 censadas en 1978. Además del operativo iniciado en esa fecha, que fue impactante por la velocidad y la violencia con que se lo encaró, ya había habido proyectos de otros gobiernos de “erradicar” las villas de la Capital Federal. Véase Oscar Yujnovsky (1984), op.cit.

  • 17 Son especialmente conmovedores y coincidentes los testimonios de las familias que un día fueron desalojados de sus casas y dejados en la noche en algún baldío de alguna ruta. Totalmente desorientados, sin saber dónde estaban y sin más cosas que lo puesto habían perdido su lugar de pertenencia y su sitio en la ciudad. Luego generalmente se perdía el trabajo y era hora de volver a comenzar.

  • 18 Aquí se vuelve interesante recordar brevemente algunos de los dualismos en que se encuentra situada la identidad del sujeto estigmatizado de Goffman. El término “estigma” se refiere a un atributo profundamente desacreditador de la persona; se cree que la persona que posee el rasgo estigmatizante no es “totalmente” humana, lo que lleva a crear una ideología destinada a explicar su inferioridad y a dar cuenta del peligro que representa. Al sujeto estigmatizado se le atribuyen una serie de imperfecciones -los villeros son considerados vagos, delincuentes, subversivos- y de condiciones deseables, a menudo de tipo sobrenatural -provoca admiración la capacidad de supervivencia o de amor filial de la familia villera-. Pero un rasgo central es que el sujeto estigmatizado sostiene las mismas creencias acerca de la identidad que el resto de la sociedad. Así, por un lado se siente un ser humano normal, aunque perciba que los demás no lo aceptan ni lo tratan en igualdad de condiciones. Por otra parte, las representaciones que incorporó de la sociedad lo llevan a mantenerse alerta frente a su condición “defectuosa” y a aceptar que está lejos de ser como debería. De este modo, las interacciones del estigmatizado con sujetos “normales” están marcadas por la incertidumbre y van, sin punto medio, desde el “retraimiento” a la “bravata”. Y su actitud frecuentemente oscila entre diferenciarse y encerrarse en su propio círculo, por un lado, y el deseo de ocultar su marca, superarse e integrarse a la sociedad “normal”, por el otro. Finalmente, el atributo que define al estigma -ser villero- debe ser considerado en un contexto que resalte su significado, colocado como parte de los juegos de interacción y relacionamiento. La presencia del estigma no sólo afecta a quien lo padece sino a todos quienes interactúan con él, expandiéndose en “oleadas de intensidad decreciente”. Con lo cual quien se encuentra más próximo socialmente al villero se encuentra más afectado por estos dualismos que su condición provoca. Véase E.Goffman, op.cit.

  • 19 En 1947 la población de la Capital Federal era de 2.981.043 habitantes y en 1991 era de 2.960.976, prácticamente no creció. Pero la del Gran Buenos Aires era en 1947 de 1.741.338 mientras que en 1991 era de 7.950.427 habitantes. Sumada toda la ciudad de Buenos Aires y su conurbano pasó de 4.722.381 habitantes a 10.911.403 en el mismo período. Censos de Población y Vivienda, INDEC.

  • 20 Entre esas medidas se citan la ley de alquileres de 1946, la ley de propiedad horizontal de 1950 y la ley de venta de lotes en mensualidades. Véase Nora Clichevsky, El mercado de tierras en el área de expansión de Buenos Aires y su incidencia sobre los sectores populares (1943-73), CEUR-Instituto T.Di Tella, Buenos Aires, 1975.

  • 21 N.Clichevsky, M.F.Prévot Schapira y G.Schneider, Loteos populares, sector inmobiliario y gestión local en Buenos Aires, CEUR-CREDAL, Buenos Aires, 1990, p.38.

  • 22 Los únicos dos requisitos de importancia que establecía la Ley 14.005 de 1950 favorecían a los compradores: la tierra no podía estar embargada y sus títulos debían estar perfectamente en regla, y los lotes debían ser al menos de 300 m2. Con lo cual se puso fin a la venta ilegal muy común hasta entonces.

  • 23 Un análisis en los municipios de La Matanza y San Martín muestra que esas mensualidades representaban entre el 2 y el 3 por ciento del salario de un obrero en 1950. Nora Clichevsky, op.cit.

  • 24 Puede darse como referencia “que un lote de 300 m2, sin infraestructura, oscilaba, en julio de 1987, entre 800 y 1.300 dólares, mientras que el salario mínimo era de 80 dólares. Para esa época el financiamiento era prácticamente inexistente y sólo se negociaban algunos lotes a seis meses de plazo; la mayoría de las operaciones se producían al contado”. N.Clichevsky y otros (1990), op.cit., p.66.

  • 25 Obsérvese que la existencia de un sector social al cual no llegaba el “bienestar”, en lugar de evidenciar los límites de la representación la confirma. En realidad este procedimiento es corriente y entre otras cosas muestra también los límites de la representación sociológica del actor racional. Puede verse Pierre Bourdieu, La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Taurus, Madrid, 1988.

  • 26 Que los asentamientos sean ocupaciones masivas no indica un número fijo de vecinos del futuro barrio. Hay algunos que son pequeños, de cuatro o cinco manzanas y unas cien familias. Pero hay otros enormes, como el barrio 22 de Enero en Ciudad Evita, que tiene 1.250 familias y 100 hectáreas de superficie, o el barrio San Martín, de Quilmes, que tiene 810 familias distribuidas en veinte manzanas.

  • 27 Un lote en estos barrios mide 300 m2, aproximadamente.

  • 28 De acuerdo con cifras oficiales, Bellardi y De Paula muestran una densidad promedio en las villas de la Capital de 110,7 flias/ha., mientras que en los asentamientos de La Matanza registramos un promedio de 15,4 flias/hab. Cabe destacar que tanto entre las villas como entre los asentamientos la densidad varía mucho de un barrio a otro; no obstante, la diferencia de densidad entre cualquier villa y cualquier asentamiento es tan notoria que el dato se vuelve relevante. Para las cifras correspondientes a las villas véase M.Bellardi y A.De Paula, op.cit.; para los asentamientos D.Merklen, op.cit.

  • 29 La llamada Ley Pierri, recientemente sancionada, avanza en el tipo de herramienta legal que brinda para el desalojo inmediato por parte de la policía.

  • 30 En Asentamientos en La Matanza analicé con algún detalle cómo la llegada de la democracia operaba como condición de posibilidad que favorecía la ocupación por la fuerza. Véase “La democracia como condición”, D.Merklen (1991), op.cit. pp.103 y ss.

  • 31 En el relevamiento, realizado entre diciembre de 1989 y marzo de 1990, se encontraron 109 asentamientos con una población estimada en 173 mil habitantes. El relevamiento tiene la enorme importancia de ser el único para toda el área del Gran Buenos Aires, pero sus datos provienen de una encuesta realizada a las autoridades municipales. Por lo tanto, sus estimaciones pueden presentar algunos déficit advertidos por los propios autores del trabajo. R.Gazoli, E.Pastrana y S.Agostinis, “Las tomas de tierras en el Gran Buenos Aires” -primer informe de investigación-, PROHA (mimeo), Buenos Aires, 1990.

  • 32 En general, en los meses de verano, en estos barrios tan precarios, la diarrea estival se transforma en una verdadera epidemia que ocasiona muchas muertes. Pero en el primer verano de un asentamiento el riesgo es verdaderamente enorme para los niños más pequeños.

  • 33 El cerco policial es una política de desaliento frecuentemente aplicada por la policía. Si bien muchas veces no se decide el desalojo, la policía cerca el predio impidiendo ingresar en él. Por lo tanto nadie puede salir -porque luego no puede regresar- a buscar agua, a trabajar o a cualquier otra cosa. Esto empeora enormemente las condiciones de vida, especulándose con el consiguiente desaliento de las familias.

  • 34 Sobre la crisis del Estado de bienestar véase Alberto Barbeito y Rubén Lo Vuolo, La modernización excluyente. Transformación económica y Estado de bienestar en Argentina, UNICEF/Losada, Buenos Aires, 1992.

  • 35 Alberto Minujin, “En la rodada”, en A.Minujin (comp.), Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina”, UNICEF/Losada, Buenos Aires, 1992.

  • 36 Eduardo Bustelo, “La producción del Estado de malestar. Ajuste y política social en América Latina”, en A.Minujin (comp.), op.cit.

  • 37 Tomamos este desarrollo de Susana Torrado, “Vivir apurado para morirse joven (Referencias sobre la transferencia intergeneracional de la pobreza)”, revista Sociedad, Nº7 -de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)-, octubre de 1995; allí la autora realiza una estratificación en términos de clases a fin de observar el empobrecimiento de una generación a otra.

  • 38 S.Torrado, op.cit., p.35.

  • 39 El déficit en la provisión de infraestructura sanitaria, hasta hace poco exclusivamente en manos de las políticas públicas, puede tomarse como indicador de la falta de urbanización. En tal sentido, un reciente estudio de la Universidad Nacional de la Plata para el gobierno provincial señala que aproximadamente cinco millones de personas carecen de agua corriente de red, red cloacal o ambas en once de los 23 partidos del Area Metropolitana. Véase Plan Director de Agua Potable y Saneamiento, La Plata, agosto de 1995.

  • 40 Secretaría de Vivienda y Ordenamiento Ambiental: “Situación socio-habitacional del Area Metropolitana de Buenos Aires”, Buenos Aires, MSyAS, 1988.

  • 41 El punto de vista según el cual los asentamientos y su localización es sólo producto de la lógica dominante, es sostenido por Izaguirre y Aristizabal. El error de las autoras, que ya señalamos anteriormente, parte de un enfoque teórico equivocado y se basa en defectos en los datos de localización, población y superficie de los asentamientos de La Matanza. Las autoras sostienen que por efecto de la política dominante los asentamientos se localizan más allá del cinturón ecológico, en zonas pobres y con mayor facilidad para el control represivo, apreciación que se ve totalmente contrastada con los datos presentados por el informe de PROHA (Véase R.Gazoli y otros, op.cit.). Inés Izaguirre y Zulema Aristizabal, Las tomas de tierras en la zona sur del Gran Buenos Aires. Un ejercicio de formación de poder en el campo popular, CEAL, Buenos Aires, 1988. Para la crítica véase D.Merklen (1991), op.cit., pp.101 y ss.

  • 42 Ha sido Touraine uno de los autores que mayor énfasis ha puesto en la necesidad de observar la “producción” de los sujetos sociales. En este sentido, aunque con un excesivo peso puesto en el papel que la voluntad juega, es interesante su visión del actor, que se vuelve sujeto cuando, como consecuencia de orientar su acción contra lo estructurado, provoca un conflicto y procura apropiarse del sentido de la historicidad. Véase de Alain Touraine, El regreso del actor, EUDEBA, Buenos Aires, 1987, y Crítica de la modernidad, FCE, Buenos Aires, 1994.

  • 43 Un dirigente entrevistado lo expresa con una claridad prístina: “Cuando nos vinimos al asentamiento teníamos claro que no queríamos repetir lo de la villa. Que las calles fueran calles, para cada familia un terreno, que la plaza fuera plaza y la cancha de fútbol fuera cancha de fútbol. O sea que queríamos terminar con lo que nosotros veníamos sufriendo hace mucho, es decir, ser villeros... La diferencia entre una villa y un asentamiento es fundamental: en una villa vivís hacinado, por más que edifiqués, arriba tenés al vecino, al lado también, tenés los pasillos, tenés las cloacas, los chicos no tienen espacio donde recrearse, no tienen espacio propio... Yo pienso que la diferencia es de vida: en un asentamiento vos tenés lo que se llama un territorio familiar, donde criás tus hijos, vivís con tu familia, tenés un terrenito. En una villa no tenés espacio para vivir”. El testimonio está citado en Marcos Novaro y Pablo Perelman, “La pobreza en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Una visión de sus características y su evolución”, IIED-AL, (mimeo), Buenos Aires, diciembre de 1993.

  • 44 Un ejemplo de este tipo de perspectiva puede verse en L.Fara, “Luchas reivindicativas urbanas en un contexto autoritario. Los asentamientos de San Francisco Solano”, en E.Jelin, Los nuevos movimientos sociales/2, CEAL, Buenos Aires, 1985.

  • 45 La frase pertenece a Lawrence Salmen: “Escuchando al pobre”, revista Finanzas y Desarrollo, Vol.31, Nº4, diciembre de 1994, FMI-BM. El artículo describe la introducción de la opinión de los pobres en las evaluaciones del Banco Mundial sobre la pobreza.