Irak es en estos momentos un infierno. Mientras miles de millones de personas de todo el mundo observan lo
que está sucediendo, millones de irakís se agolpan en refugios destruidos,
mercados, hospitales y escuelas, irradiados por las nuevas armas de destrucción
masiva, abrasados con napalm, volatilizados con bombas gigantes de 9.5
toneladas. Entretanto, se oye la voz de muerte de Donald Rumsfeld declarando a
los periodistas: "Pónganlo como quieran, pero hemos destruido a Sadam
Husein".
Los Estados Unidos han destruido
las Naciones Unidas como organización internacional para la resolución pacífica
de conflictos, pero no sólo por medio del genocidio en Irak. Los Estados Unidos
no han estado solos, han contado con el apoyo de sus sátrapas de Gran Bretaña,
España, Australia y algunas otras concubinas de América Central, así como por
los hasta ahora respetables y civilizados regímenes de Dinamarca y Países
Bajos.
Las tropas y las fuerzas aéreas y
navales que lanzan las armas de destrucción masiva estaban basadas en su mayor
parte en países árabes y musulmanes: Bahrain, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar,
Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Turquía. Regímenes venales, que,
temerosos de sus propios pueblos, prefieren ser un feudo del Imperio. Los nuevos
satélites de Estados Unidos en Europa Oriental – la República Checa, Bulgaria,
Hungría, Eslovaquia, Rumania— han sido cómplices conscientes y sus corruptos
líderes han negociado la sangre iraquí por promesas de préstamos.
Al evaluar la razón del fracaso de las Naciones
Unidas para impedir el genocidio provocado por los Estados Unidos, su fracaso
mayor, debemos darnos cuenta de que dicho genocidio ha sido el último
golpe, no el primero. Las primeras grietas en el edificio de las Naciones Unidas
aparecieron con su tolerancia de las intervenciones militares unilaterales
norteamericanas en Panamá y Grenada, pequeños países marginales sin duda, en los
que los EE UU sacaron en conclusión que podían invadir con total impunidad. De
la primera guerra del Golfo, Washington concluyó que podía utilizar la máxima
fuerza militar para subyugar a una nación y prolongar su sufrimiento como
ejemplo para todo el mundo. Los europeos, los japoneses y la mayor parte de los
regímenes árabes dieron su aquiescencia y colaboraron decididamente, incitando a
los señores de la guerra civiles estadounidenses y a los ideólogos de hoy a
elaborar, ya a partir de 1992, documentos que describen la dominación mundial.
El asalto norteamericano a Yugoslavia, la limpieza étnica realizada por los
gángsteres albaneses promovida por el presidente Clinton –y apoyada por Bernard
Kouchner, socialista francés, y Javier Solana, socialista español portavoz de la
OTAN— reforzaron el convencimiento de Washington de su destino como muñidor de
naciones clientes en Europa, a su imagen y semejanza. Luego llegó el momento de
Afganistán, con sus bombardeos terroristas masivos, su intervención militar
unilateral al margen de todo debate en los Estados Unidos o en la OTAN, aprobada
por las potencias europeas y los regímenes musulmanes --una asamblea de
jeques-playboys--, monarcas absolutistas, ex comunistas tratantes de blancas y
elegantes diplomáticos de Europa Occidental.
A los ojos de Washington, la
construcción del Imperio implica una división del trabajo: Estados Unidos
interviene unilateralmente, nombra un nuevo régimen títere basado en una alianza
de criminales, jefes de tribu y señores de la guerra de diferentes etnias, se
apodera de los grandes contratos de reconstrucción en beneficio de sus
transnacionales, y se hace con el control de todo tipo de recursos estratégicos
o rutas de transporte, y a continuación solicita a Europa que envíe fuerzas
militares de policía del nuevo régimen cliente, que limpie los restos del
destrozo y financie la ayuda humanitaria.
El fracaso en impedir la
intervención militar unilateral estadounidense en Irak tiene sus antecedentes en
anteriores fracasos de la ONU y en el acomodo de Europa a la conquista imperial
norteamericana. Consideraban que cada nueva conquista constituía un
acontecimiento único que no iba a afectar a sus intereses. Si bien es cierto que
los señores de la guerra civiles estadounidenses diseñaron y promovieron la
doctrina de dominación mundial, el apaciguamiento, la indulgencia y la
complicidad europeos que condujeron a la invasión de Irak facilitaron la
realización de ese sueño imperial.
Hasta el mismo día de la invasión
norteamericana, los europeos y los inspectores de la ONU facilitaron la
conquista de los hombres de Washington. Todos los miembros del Consejo de
Seguridad estuvieron de acuerdo en que las armas defensivas de Irak constituían
la principal amenaza a la paz mundial, y no la masiva y continua acumulación
norteamericana de armas de destrucción masiva en Oriente Medio, sus
declaraciones de intenciones de destrozar Irak, y su apoyo a la masacre de
palestinos por parte de Israel.
Las Naciones Unidas desarmaron a
Irak e ignoraron los preparativos militares estadounidenses. El jefe de
inspectores, Blix, insistió en forzar a Irak a destruir armas que eran
claramente defensivas. Después del ataque, Blix mismo ha admitido que los EE UU
nunca estuvieron interesados en las inspecciones, y que se sentían decepcionados
cuando los irakís colaboraban con los inspectores, arrebatándoles así un
pretexto para la invasión. Kofi Annan presidió el embargo de bienes esenciales
para el pueblo iraquí e instó a los inspectores a identificar todos los centros
de importancia militar estratégica de Irak. Toda esta información se transmitió
a los miembros del Consejo de Seguridad, proporcionando con ello valiosos datos
a los estrategas militares estadounidenses empeñados en una rápida conquista de
Irak en unas pocas semanas.
Si
bien la intención de las Naciones Unidas y la mayoría de miembros del
Consejo de Seguridad puede haber sido la de cuestionar las tácticas imperiales
de EE UU y promover soluciones diplomáticas, su promoción del desarme unilateral
iraquí sólo consiguió enardecer a los más agresivos de entre los estrategas
estadounidenses que elaboran las políticas de ese país, que estimaban que un
Irak debilitado era un blanco más fácil, que provocaría menos bajas
estadounidenses, y que ofrecería mayores oportunidades de despedazar el país en
una serie de mini feudos dirigidos por un general de EE UU.
La única vía verdadera hacia la paz pudo haber sido un
plan de paz de la ONU que incluyera el desame mutuo de armas de
destrucción masiva en Oriente Medio. Pero en ninguna de sus sesiones se mencionó
siquiera un plan de este tipo, por cuanto implicaba que los miembros del Consejo
de Seguridad en la oposición realizasen una evaluación crítica de su pasado
apoyo a las conquistas militares de EE UU.
En el último momento, la ONU se
opuso al genocidio norteamericano, pero para entonces el genio ya se había
escapado de la botella, se había permitido a Israel asesinar impunemente, y se
había ignorado la lógica imperialista de guerra y dominación
mundial.
¿Y ahora, qué? La comprensión más
profunda y cabal de esta guerra estadounidense se halla en los millones de
personas que se manifiestan en las calles, no en los pérfidos pasillos de unas
impotentes Naciones Unidas. Las redes internacionales emergentes están creando
unas nuevas "naciones unidas" desde abajo, sin apaciguadores, cómplices y
diplomáticos que debaten sobre la paz de los cementerios. Los cientos de
millones de personas en todo el mundo que se vuelven hacia sus propios líderes:
activistas sindicales, pacifistas, líderes religiosos progresistas y líderes
comunitarios. Es decir, ciudadanos corrientes.
Algunos países están aprendiendo
la lección de que la debilidad militar sólo es un incentivo para la agresión
norteamericana. Irán, según los representantes de Israel en la Casa Blanca,
Wolfowitz, Feith y Perle, es el nuevo blanco de una "guerra preventiva".
Esperemos que Irán y el resto del mundo aprendan la lección de Irak y el fracaso
de las Naciones Unidas: la solidaridad internacional y la disuasión militan
pueden elevar los costes de la guerra más allá de los cálculos de los mercaderes
de guerras de Washington.