La invasión de EE.UU. |
NO
Por Adolfo
Gilly
No es el petróleo, sino la dominación y el reparto del mundo, como en
las dos grandes guerras del siglo XX, lo que está en juego en la guerra de
Bush contra Irak. Su primer paso es el control militar y político de todo
Medio Oriente y, por supuesto, de su petróleo. Con su nueva tecnología
militar de precisión quirúrgica y de destrucción masiva, que en algún lado
hay que probarla y mostrarla al mundo, la Casa Blanca y el Pentágono
preparan el primer episodio de una nueva guerra clásica, la tercera guerra
mundial.
Su objetivo principal tampoco es Saddam Hussein, a quien
como todo mundo sabe el gobierno de Estados Unidos armó y apoyó a inicios
de los años 80, ayudándolo de paso a masacrar a su propia oposición
democrática. (Eran más o menos los años del Plan Cóndor en América Latina:
recuerdan?)
Quien está en la mira es Europa, la "vieja Europa"
continental, la eventual potencia que podría competir en muchos terrenos
con Estados Unidos en el futuro y en el presente. También está Rusia, que
ahora ha vuelto a caer del lado de Francia, repitiendo una vieja historia
que De Gaulle nunca olvidaba. Y, por supuesto, está también China con su
creciente zona de influencia en Asia: los cálculos de la CIA la esperan
como potencia militar mundial tan cerca como 2015. Basta mirar, en el mapa
de Asia, dónde se sitúa Corea del Norte con su larga frontera terrestre
compartida con China, para intuir por qué sus dirigentes se muestran
desafiantes y Bush conciliador, como matón en barrio ajeno.
La
geopolítica, no la economía o la ética, explica la decisión de Francia y
de los gobiernos que la apoyan (la geopolítica, digo, y tal vez más al
fondo la razón iluminista, una baja más en la guerra que se avecina). A
todos amenaza la eventual posición de Estados Unidos controlando, a través
de Irak ocupado y de Israel, el corazón del mundo árabe, su geografía y
sus recursos. Por lo demás, la primera baja de una guerra que todavía no
empieza ha sido la Organización de Naciones Unidas. Bush ha hecho saltar
en pedazos sus mecanismos y su legitimidad y no está descartada la
posibilidad de que el Consejo de Seguridad acabe votando una resolución de
transacción que avale la invasión de Estados Unidos.
La forma misma
en que ese organismo acepta deliberar, con 200 mil soldados de Estados
Unidos ya concentrados en el golfo Pérsico y 60 mil más en camino, sin que
nadie cuestione la ilegalidad y la ilegitimidad de esta concentración de
tropas mientras el Consejo sigue discutiendo, muestra el papel subordinado
en el cual se coloca la Organización de Naciones Unidas.
Nuevos
agrupamientos y nuevos equilibrios serán necesarios antes de que un
eventual organismo internacional con legitimidad y autoridad pueda volver
a funcionar, quién sabe sobre qué bases y sobre cuáles ruinas.
Si
la oposición de Francia, Alemania y Rusia contiene o retarda todavía el
ataque de Estados Unidos, esto se debe sobre todo a que se sostiene en una
movilización mundial contra la guerra que, literalmente, no tiene
precedentes. El 15 de febrero de 2003 las ciudades del mundo dieron la
verdadera respuesta a la atrocidad del 11 de septiembre de 2001: no a la
guerra, no a la violencia, sí a la paz y la libertad. Bush y Bin Laden
quedaron acorralados en los extremos opuestos, mientras enormes multitudes
(las mayores en los países cuyos gobernantes prometen guerra: Nueva York,
Londres, Madrid, Roma) ocuparon el centro de la escena.
La
principal y la que finalmente será la decisiva entre esas múltiples
resistencias es la del pueblo de Estados Unidos. Este pueblo, el mismo que
fue atacado el 11 de septiembre, se está oponiendo a la guerra en números
crecientes y se resiste a ser llevado a una aventura ciega y sin salida.
La memoria de Vietnam, pese a todo, está todavía fresca, como sigue
estando en Europa la de las guerras del siglo XX.
El establishment
estadunidense tiene grietas e incertidumbres. Henry Kissinger declaró que
le resultaba "sorprendente" que naciones integrantes de la OTAN estuvieran
actuando en contra de Estados Unidos y poniendo en duda la veracidad de
los informes de Colin Powell: "Esto nunca sucedió en los anteriores 50
años de controversias, que siempre se trataron como diferencias dentro de
una misma familia". Zbigniew Brzezinski, por el contrario, dice que la
crisis proviene de cómo Estados Unidos trata al resto de las naciones,
dándoles órdenes como si formaran parte de un Pacto de Varsovia. "La
cuestión de Irak es compleja" y Estados Unidos "nunca, literalmente nunca,
ha estado tan aislado desde 1945."
Uno de los documentos más
reveladores de la oposición a la guerra es la carta de renuncia a su cargo
y al servicio exterior del consejero político de la embajada de Estados
Unidos en Atenas, John Brady Kiesling, diplomático de carrera desde hace
20 años, enviada al secretario de Estado, Colin Powell. Cito varios de sus
párrafos, tal cual fueron publicados en The New York Times a finales de
febrero:
"Renuncio con pesar en mi corazón. (...) Hasta la actual
administración, me había sido posible creer que defendiendo la política de
mi presidente defendía también los intereses del pueblo estadunidense y
del mundo. Ya no lo creo.
"Las políticas que ahora se nos pide
defender son incompatibles no sólo con los valores de Estados Unidos, sino
también con sus intereses. Nuestra ferviente búsqueda de una guerra con
Irak nos está llevando a deshacer la legitimidad internacional que ha sido
el arma ofensiva y defensiva más poderosa de Estados Unidos desde los
tiempos de Woodrow Wilson. Hemos empezado a desmantelar la mayor y más
efectiva red de relaciones internacionales que el mundo haya conocido
jamás. Nuestro curso actual traerá inestabilidad y peligro, no seguridad.
(...)
"La tragedia del 11 de septiembre nos dejó más fuertes que
antes, teniendo en torno nuestro una vasta coalición internacional para
cooperar por primera vez en una guerra sistemática contra el terrorismo.
Pero en lugar de aprovechar esos éxitos y construir sobre ellos, esta
administración ha preferido convertir el terrorismo en un instrumento para
la política interna, enrolando a un disperso y ampliamente derrotado Al
Qaeda como su aliado burocrático. Diseminamos en la mente pública un
terror y una confusión fuera de proporciones, uniendo en forma arbitraria
los problemas no relacionados del terrorismo y de Irak. (...) El 11 de
septiembre no hizo tanto daño al tejido de la sociedad estadunidense como
parecemos decididos a hacerlo nosotros. (...)
"Renuncio porque he
tratado y no he podido conciliar mi conciencia con mi capacidad de
representar a la actual administración. Tengo confianza en que nuestro
proceso democrático tiene finalmente recursos de autocorrección, y espero
que en pequeña medida pueda yo contribuir desde afuera a diseñar políticas
que sirvan mejor a la seguridad y a la prosperidad del pueblo de Estados
Unidos y del mundo que todos compartimos."
Documentos como éste son
indicios del ánimo atribulado que existe incluso en altos niveles de
Estados Unidos frente a la política de guerra del gobierno actual. iSe va
a alinear finalmente México con ella, con pretextos y maniobras más
propias de los rejuegos parlamentarios que del momento dramático que
vivimos?
El voto de México en la ONU tal vez no cuente mucho entre
los 15 del Consejo de Seguridad, si al final tampoco sabemos qué harán los
que ahora se oponen. Pero ese voto cuenta mucho para México. No es sólo
cuestión de principios y de derecho constitucional. Es una cuestión de
intereses, en el más pragmático sentido de la palabra.
Si el
gobierno de México salvaguarda la posición y la independencia de la
nación, negándose a hacerse cómplice de una guerra de destrucción masiva
contra un pueblo ya agotado por el bloqueo y por su propio dictador, podrá
tal vez el gobierno de Bush tomar represalias. Cuáles, no sé. Pero quien
toma represalias también las sufre, y Estados Unidos, en el actual estado
de las cosas del mundo, necesita de México por múltiples razones, entre
otras porque toda América Latina le está resistiendo y porque México puede
alinearse, en su propio interés, con esa resistencia. Si México y Chile
negaran su aquiescencia a la invasión de Irak, una línea Chile-Brasil-
México empezaría a dibujarse y habría muchos modos diferentes de discutir
y negociar el futuro de todos nosotros frente a la potencia dominante,
cada vez más resistida en todas partes.
No tengo razones para creer
que Vicente Fox lo haga. Demasiado grandes estos desafíos para gobernantes
de tan corto vuelo. Pero la carta de renuncia del diplomático
estadunidense plantea un caso de conciencia a sus colegas en el servicio
diplomático mexicano y, en especial, al embajador ante la ONU y miembro
del Consejo de Seguridad, Adolfo Aguilar Zinser. Si el presidente Vicente
Fox decidiera, como sus últimos titubeantes pasos parecen indicarlo,
alinear a México con la política de guerra en Irak, bajo cualquier
formulación que esto se haga, el embajador del gobierno mexicano ante
Naciones Unidas estará ante una disyuntiva: alinear a su vez su conciencia
y su responsabilidad individual con esa política, o negarse a alzar la
mano en ese voto indigno y dejar su lugar a quien se preste a hacerlo. Es
apenas un destino personal, pero de esos destinos está hecha la historia
de cada país.
No estoy hablando sólo del embajador. Estoy hablando
de Vicente Fox, de quienes integran su gobierno, y de cada uno de
nosotros.
El general Richard B. Myers, jefe del Estado Mayor
Conjunto, declaró que esta guerra será "muy, muy, muy diferente" de la del
golfo Pérsico en 1991. Lo que necesitamos es un conflicto corto, dijo, y
la mejor manera de lograrlo sería un choque inicial para paralizar de un
solo golpe al sistema iraquí. "Haremos extraordinarios esfuerzos" para
evitar bajas civiles, agregó, "pero no podemos olvidar que la guerra es en
sí misma violenta. La gente va a morir. Por más que tratemos de limitar
las bajas civiles, éstas se producirán. Necesitamos que la gente entienda
que eso es la guerra. La gente cree que esto será antiséptico. Pues bien,
no lo será."
Ya sabemos a qué atenernos, a partir de la fuente más
autorizada. Si el gobierno de México vota con Estados Unidos, no podrá
declararse inocente de ese experimento macabro. Le es preciso tener el
valor de decir: No.
Si México es la nación que fue, es y será, es
también porque en su historia diplomática -en Marruecos, en España, en
Finlandia, en Austria, en Etiopía, en Checoslovaquia, en Cuba, en Chile,
en Nicaragua- más de una vez tuvo ese valor, incluso en absoluta soledad,
cuando se jugaba el destino de la paz y de la libertad de otros. Una vez
más, ahora en el Consejo de Seguridad de la ONU, el destino lo ha colocado
en esa encrucijada. Como tantos y tantos millones de seres humanos en el
mundo, como 90 por ciento de los mexicanos en México y en Estados Unidos,
la representación de México en el Consejo de Seguridad está obligada a
decir: No a la guerra. No en nuestro nombre.
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