La
nueva guerra contra Irak se instala como el proceso constituyente de
un nuevo orden mundial, unipolar y unilateral. Es un asalto al mundo.
Un
mundo que de repente quedó demasiado pequeño para el
gran capital y su omnipotente máquina de guerra. El club
privativo de los incluidos procura ampliar las fronteras de sus
privilegios. La exclusión deja de ser una externalidad para
convertirse en una inversión o en una protección de la
inversión. Las áreas de exclusión pasan a ser
zonas de guerra. Guerra contra los diferentes, contra los pobres,
contra los débiles.
Se
rompe el envoltorio de la teoría de los dos teatros de
operaciones simultáneos, típico de la guerra fría.
Emerge a la superficie la doctrina de la dominación de amplio
espectro: asegurar la capacidad de las fuerzas de los EE.UU. de
suprimir a cualquier enemigo en cualquier parte del mundo, de forma
unilateral o asistida, con control sobre cualquier variable a lo
largo de toda la cadena de operaciones militares.
Tolerancia
cero frente a cualquier resistencia o competencia. La supremacía
norteamericana dejó de ser sólo un dato objetivo para
volverse indispensable y obligatoria. Los EE.UU. tienen el derecho de
intervención unilateral porque tienen el deber de salvar la
civilización occidental y cristiana. La superioridad bélica
se vuelve automáticamente superioridad universal. Porque hecha
en nombre de la paz perpetua y de la seguridad mundial, esta guerra
posee carácter ejemplar y disciplinador.
Los
procedimientos formales de la guerra han sido proscritos. Convención
de Ginebra, criterios de guerra justa, de daños excesivos y de
castigos innecesarios son válidos sólo para adversarios
reconocidos. Nada de esto vale para la nueva categoría de
enemigos que se ha creado. Una «guerra
sin compromisos y sin reglas»
es lo que promete el secretario de Defensa y principal arquitecto de
la estrategia de la guerra contra el terrorismo. Para Rumsfeld, los
terroristas y los regímenes que los encubren no pueden merecer
las salvaguardas de la «civilización»,
que éstos procuran destruir.
Para
defender la democracia y la libertad, las aprisionan en sótanos
inaccesibles. Para que el pluralismo sea mantenido, prohíben y
suprimen las diferencias. Es así como se construye la
jurisprudencia de la guerra total.
No
se exigen pruebas a guerras intrínsecamente justas y santas.
Bastan insinuaciones e indicios. Las pruebas plantadas y cosechadas
por la CIA hablan por sí mismas y confiesan todo en lugar de
los sospechosos. En una ojiva, en una foto de satélite y en
una cabeza cabe de todo, incluso nada. No importa que Irak posea o no
«armas de destrucción
masiva». Importa su
maligno deseo.
Muchos
pasos atrás con relación al Código de Hamurabi.
En el lema «ojo por ojo, diente por diente»
existe el reconocimiento mutuo de los litigantes y la estipulación
de la proporcionalidad de la pena y de la reciprocidad de la acción.
La sentencia aplicada por el emperador babilónico en el siglo
XVIII a. C. jamás pareció tan civilizada comparada con
la doctrina Bush, que consagra el derecho a la represalia anticipada,
esto es, a la eliminación previa de cualquier grupo, persona o
país considerado amenazador.
El
Zeitgeist norteamericano va hasta el fondo de su matriz
judeo-cristiana-puritana. Maniqueísmo, condenación/salvación,
chivo expiatorio. El fundamentalismo cristiano de derecha postula la
hegemonía ideológica del Imperio en su fase
totalizante. Si son las intenciones las que valen, las «buenas»
intenciones pueden todo contra las «malas».
Bienvenidos al infierno.
Operación
«manos sucias»
Esta
guerra no es sólo de Bush, sino de todo el establishment
capitalista. Los pactos y consensos más profundos están
dirigidos por una dinámica financiero-industrial-militar.
Las
exhaustivas negociaciones de la ONU con relación a la invasión
de Irak y sus criterios reflejan las últimas reacomodaciones
de este nuevo bloque de poder global que se instaura. Esta
recomposición de los centros decisorios del capitalismo global
se ha reflejado simultáneamente en diferentes campos:
en
el retroceso de las negociaciones multilaterales de la OMC y en la
cristalización de las políticas proteccionistas de los
países centrales.
en
el avance de las fuerzas de derecha en Europa y en la
reconfiguración de la UE según los intereses de los
oligopolios.
en
la legitimación de la política de genocidio en
Palestina practicada por Ariel Sharon.
en
la interrupción del diálogo y/o el endurecimiento de
la represión en Irlanda del Norte, País Vasco,
Chechenia y Colombia.
La
producción y distribución de petróleo es por
ahora la cuestión de mayor relieve. Los reclamos y reservas de
Francia y Alemania contra la guerra de Irak no apuntan a impedir la
guerra, sino a crear las condiciones que garanticen una mayor
permeabilidad al proceso de reordenamiento de Oriente Medio.
Inglaterra, satisfecha con sus reservas propias en el Mar del Norte y
con las nuevas posiciones que la Royal Dutch/Shell adquirirá
en Irak, se alía incondicionalmente al Imperio en busca de una
cogestión.
Estamos
ante una nueva división imperialista del Oriente Medio. Un
nuevo acuerdo Sykes-Picot en beneficio de la superpotencia. A los
coligados una promisión: más petróleo a los que
derramen más sangre. ¿Quién quedará con
las manos limpias?
Los
mercados han contabilizado pragmáticamente los riesgos y
oportunidades de esta guerra. Koehler, director general del FMI,
sugirió una «guerra
rápida y con precisión quirúrgica»,
de manera de no aumentar las incertidumbres sistémicas.
Meirelles, presidente del Banco Central de Brasil, en sintonía
fina, dice que se inclina por una «guerra
exitosa» en Irak. El
inestable y fraudulento capitalismo global necesita certezas más
que nunca. Desde que el riesgo se ha convertido en sistémico,
dejó de ser alabado. Las certezas de compensación y
lucratividad irrestrictas, que vengan a hierro y fuego.
La
automatización de la guerra
El
capital financiero transnacionalizado y el complejo
industrial-militar están ocupando juntos posiciones clave en
las cadenas de valor, transformándose en reguladores
informales de los flujos de capitales y de tecnología. El
mercado de la guerra, centrado en las llamadas tecnologías de
doble uso, regulado antes por las potencias imperialistas en
conflicto, se «autorregula»
ahora a partir de acuerdos estables entre los principales
conglomerados.
La
escalada armamentista es la que mantiene a los capitales en pie.
Nuevas generaciones de bombas son nuevos ciclos de innovación
tecnológica y de inversión. La simbiosis
privado-militar registrada en el interior del complejo
militar-industrial de los EE.UU. ha venido a luz. Fuerzas armadas de
naturaleza empresarial y empresas de naturaleza militar. Ambivalentes
institutos de tecnología de defensa, financiados con capital
público y privado, han sido elevados a posiciones superiores
en el organigrama del poder mundial. La disputa entre proyectos
bélico-tecnológicos es la última Realpolitik a
considerar.
Las
Fuerzas Armadas de los EE.UU. fueron desinstitucionalizadas y
desprovistas de su «espíritu
de cuerpo» para ser
absorbidas por un cuerpo total en busca de la plenitud. Un Imperio
militarizado basado en la investigación y en la especulación
científica y tecnológica es capaz de actuar y disuadir
por cuenta propia. Aquello que el Congreso no autorice o la opinión
pública no tolere será obtenido por medio de
joint-ventures, convenios privados y operaciones secretas. Las
estructuras de mando de las Fuerzas Armadas están siendo
aniquiladas por empresas tercerizadas, que suministran apoyo
logístico, asistencia técnica, entrenamiento y asesoría
militar, y también por redes paramilitares insumisas a la
jerarquía oficial.
El
Ejército norteamericano ya no es el mismo. La invasión
de Irak fue minuciosamente planeada por Rumsfeld y Wolfowitz,
representantes directos del conglomerado
financiero-industrial-militar. Las nuevas tecnologías someten
la acción militar a concepción y simulación
puros. Pensar es al mismo tiempo hacer la guerra. El general Richard
Myers, jefe del Estado Mayor, y el general Tommy Franks, comandante
en jefe de la operación de invasión, sólo
repasan y operacionalizan decisiones. Los ejecutivos-políticos
se han convertido en generales. Los generales en soldados. Y los
soldados en máquinas.
Envuelto
en las entrañas del cuerpo metálico del blindado o del
avión, el hombre es metabolizado y digerido. Sistemas de
navegabilidad y direccionamiento aumentan la precisión y la
eficacia de las operaciones. El poder saturador de los nuevos misiles
y bombas deja sin efecto las voluminosas divisiones de asalto,
típicas de las guerras mundiales de patrón
fordista-taylorista. La tarea destructiva se automatiza de la misma
manera que la tarea de montaje en la cadena de la fábrica.
En
primer lugar se lanzan bombas antirradiación para destruir los
sistemas de información del país y paralizar sus
sistemas de vigilancia y defensa aérea y antimisil.
Sirviéndose de microondas y ondas electromagnéticas,
estas bombas son capaces de destruir las partes blandas del cuerpo
humano y de producir graves disturbios psicomotores.
No
están descartadas las bombas-E, de elevado impacto, o la
utilización de cargas químicas y nucleares que
neutralizan improbables arsenales de armas de destrucción
masiva. La eventualidad de la posesión de estas armas por un
«país no
confiable» justificaría
la utilización preventiva de estas mismas armas contra él.
Asi predica la nueva Doctrina.
Después
es el turno de los misiles guiados de bajo costo y de alto poder
destructivo. La munición de ataque directo integrador (JDAMS)
consiste en kits con GPS y aletas de control instalados en bombas
convencionales. La Boeing se especializó en transformar bombas
burras en bombas cyborg inteligentes.
Pero
el lanzamiento más esperado en el salón internacional
de bombas en que se transformará Irak es el del Small Diameter
Bomb (bomba de pequeño diámetro), mucho más
liviana y mucho más explosiva que sus antepasadas. Esto
significa más bombas por avión y muchos más
objetivos destruidos por misión. Productividad ejemplar: en
1991, en la Guerra del Golfo, eran necesarios diez aviones para
alcanzar un objetivo; en 2003, un avión solo es capaz de
cubrir tres objetivos.
La
información sirve ante todo para hacer la guerra
La
función más compleja de localización y
clasificación exacta de los objetivos centrales y de
oportunidad queda reservada para las fuerzas especiales (SOF: Special
Operations Forces), en plena actuación en Irak desde enero de
2003.
Son
grupos paramilitares, subdivididos en comandos especializados, que
tienen autonomía operacional en la consecución de
proyectos específicos y combinados. Grupos polivalentes como
el «Seal»
(sea, air, land), sigilosos como la «Fuerza
Delta», destructivos y
cooperativos como el «Comando
Especial de la Fuerza Aérea»,
ofensivos como el Ranger y sucios como el «Boinas
Verdes». Atravesando y
gestionando esta red diferenciada, está el Special Operations
Group (SOG), vinculado a la poderosa División de Asuntos
Clandestinos de la CIA.
La
producción de la destrucción se vuelve más
diversificada e integrada. Los centros de gravedad del enemigo, en
este caso, Irak, ya fueron previamente listados y jerarquizados
mediante sistemas de comando, control, comunicaciones, computadoras e
inteligencia (4CI). El papel de los soldados convencionales se limita
a monitorear el secuenciamiento de las metas planeadas. Nada escapa o
queda a salvo una vez montadas las infraestructuras de la ubicuidad:
satélites
Lacrosse, USA 144 y Keyhole, capaces de brindar imágenes en
movimiento casi en tiempo real, controlando todos los
desplazamientos en el territorio iraquí.
apoyo
de seguimiento por aviones-espías o tácticos UAV y
AWACS.
tratamiento
de imágenes y síntesis de datos por sensores.
compartimentación
e interoperatividad de las misiones.
reconocimiento
automático de objetivos a través de mecanismos de
inteligencia artificial
El
éxito de una guerra que se pretende permanente depende
entonces de cómo se articulen los planes de invasión,
ocupación y de administración del Irak pos-Sadam. Nada
puede ser aleatorio o extensivo. Cada agresión significa una
alianza deshecha; cada protección una alianza establecida. Se
deben establecer relaciones más o menos duraderas con los
kurdos en el norte y con los chiítas en el sur.
Se tienen que
ofrecer compensaciones a las monarquías corruptas de Omán,
Qatar y Kuwait y al gobierno turco por poner a disposición sus
territorios para la logística de la guerra. Socavar el régimen
de la familia Saud en Arabia Saudita, encontrar una solución
para la cuestión palestina fuera de los territorios
tradicionales y preparar el terreno para la criminalización de
Irán son empresas políticas más que complejas.
La
«normalización»
política de la región después de la guerra es el
aspecto más delicado y nebuloso de la mega-operación.
La construcción de un nuevo régimen en Irak y en la
región dependerá aún de algún artesanado
político para el cual concurrirán Israel y las demás
potencias de la alianza, en espacios mediados por la ONU,
intercalados por ataques convencionales.
El
campo de batalla no cabe en sí
En
las batallas de esta guerra psicológica, iniciada formalmente
después del 11 de septiembre, los árabes islámicos
son presentados como lunáticos ciegos a las maravillosas
posibilidades de consumo o envidiosos de ellas. Seres rudos e
implacables como el desierto que habitan. Bárbaros intratables
y opuestos a los bienes de la civilización. Enemigos del
pluralismo, de la individualidad y de la democracia.
Los
pueblos son marcados para morir. Periódicos y redes de
comunicación audiovisual y digital imponen estigmas
indelebles. Las lentes de los objetivos y las cámaras se
superponen a las lentes de los sensores de los misiles en un juego de
espejos en el que todo lo que aparece en el visor o la mira
desaparece.
El
derecho penal se desmaterializa. En el orden poscivilizatorio la
criminalización se deja de referir a los actos para instalar
contextos culturales difusos y modos específicos de existir.
Los estereotipos pacientemente forjados por los media cumplen su
destino al anteponerse a las personas y pueblos. La deshumanización
de la imagen del otro es su condena a muerte. Asesinada el alma,
resta recoger el cadáver.
Las
élites capitalistas, después de degradar a la humanidad
y descomponer el mundo, responsabilizan a un monstruo extraño,
diferente, exterior, casi alienígena. El combate contra este
monstruo es tan monstruoso que el resultado es el mismo: victoria del
terror y del totalitarismo.