América rica, América pobre
La cara oscura del país más poderoso del mundo

El Mundo (año 2000)

La imagen de prosperidad «vendida» por la Casa Blanca contrasta con la miseria en que viven 34 millones y medio de estadounidenses EL ESTADO DE LA UNION. La carrera presidencial de Estados Unidos ha entrado en su fase final. Al candidato oficial demócrata, Albert Gore, y a su contrincante republicano, George W. Bush, les queda poco más que medirse en los debates televisivos antes de someterse a la decisión de las urnas. EL MUNDO inicia hoy una serie de reportajes donde se perfila la realidad social, económica y política de la primera potencia mundial. Este periplo comienza analizando la triste paradoja económica de un país de constrastes que se esfuerza por transmitir la imagen de una prosperidad inalcanzable. En Estados Unidos, la nación donde todo es posible, el hambre ha crecido un 50% desde 1985, 43 millones de personas carecen de asistencia médica y el 15% de la población es analfabeta, una realidad que los políticos evitan en sus programas electorales

LOS ANGELES.- South Central es como el South Bronx, sólo que con más carros desguazados. Las calles no son calles, sino surcos desolados que se abren paso entre barracones bombardeados con graffitis. No te pares en los semáforos, te advierten, por lo que pueda pasar..

Los únicos rastros fantasmales de vida humana se ven en las gasolineras y en las bodeguitas, protegidas con cristales antibalas. La noche caerá después como una bomba de neutrones y la gente correrá a parapetarse en sus apartamentos carcelarios. Raro es el día en que no se escuchan disparos. Los últimos blancos desertaron de South Central cuando los disturbios raciales. Ahora sólo quedan negros y latinos, mitad y mitad, atrapados en esta ratonera urbana que es como un jirón del tercer mundo en el corazón de Los Angeles, la ciudad con los contrastes más brutales de Norteamérica.

Media hora en coche separa el infierno de los desesperadamente pobres del paraíso de los insultantemente ricos. Pasamos ahora por Beverly Hills, el barrio con más millonarios por metro cuadrado de Estados Unidos. Aquí tampoco hay gente en las aceras, enclaustrados que están en sus mansiones-fortalezas, con todo un ejército displicente y silencioso de hispanos cortando el césped, regando las gardenias y podando las palmeras. A cierta hora comienza el desfile de los Mercedes, los BMW y las limusinas. Los ricos van de compras al vecino Rodeo Drive: visita al showroom de Ermenegildo Zegna, desfile obligado por las tiendas de Armani, Ferragamo, Chanel y Prada, paseo levísimo por las joyerías de Via Rodeo, con aparcacoches hispano y el reconfortante olor a lujo excesivo. Todo el mundo sabe el distrito postal de Beverly Hills: 90210, como la famosa serie de los niñatos pijos. Pocos han oído hablar sin embargo del 90059, el código de ese gueto llamado South Central (que ocasionalmente vemos en las películas cuando los tiroteos y las persecuciones policiales).

Los norteamericanos han sabido exportar con grandísimo éxito la imagen de su envidiable prosperidad y han procurado que no afloren las miserias ni trasciendan las imágenes de la lacerante desigualdad. Pero el abismo entre ricos y pobres está ahí, ensanchándose de espaldas a la opinión pública, que prefiere mirar hacia otro lado (Los pobres invisibles, titulaba hace poco el New York Times).

En Estados Unidos hay 34 millones y medio de pobres (una población equivalente casi a la de España). Unos 43 millones de norteamericanos carecen de asistencia médica porque no pueden pagarse un seguro. Y más de 12 millones de niños pasan hambre todos los días, en bolsas de miseria urbana que serían intolerables en cualquier ciudad europea. Una visita fugaz a Los Angeles es más que suficiente para comprobar el fracaso social de la «nueva economía». Uno de cada tres habitantes vive bajo el umbral de la pobreza. El 15% de la población es analfabeta. Más de 80.000 homeless (sin techo) deambulan por sus calles como espectros... «Seguimos aquí, sólo que la gente prefiere no vernos», denuncia Ted Hayes, el héroe local de los homeless, que tuvo la ocurrencia de celebrar una Convención de los Desamparados coincidiendo con la Convención Demócrata en Los Angeles.

Hayes fue reclutando delegados y periodistas y ejerciendo sobre la marcha de guía turístico por la ciudad fantasma. Allá, a la sombra de la autopista 110, se levantan los igloos de la Dome Village, el pueblo que se han construido los homeless bajo permanente acecho policial...

«Ese ha sido el gran avance de estos últimos ochos años: antes inspirábamos compasión, ahora levantamos sospechas», denuncia Hayes. «Se ha criminalizado la miseria, por menos de nada nos meten en la cárcel, que no se nos vea. Pues bien, digámoslo claro: durante la década de la prosperidad del presidente Clinton hay más gente viviendo en la calle que en la década aciaga del presidente Reagan».

Razón no le falta a Ted Hayes: el hambre ha crecido un 50% en los Estados Unidos desde 1985. El imperdonable vacío dejado por las instituciones lo cubren asociaciones de voluntarios como End Hunger, con actores como Jeff Brigdes y Jeff Goldblum repartiendo la sopa boba un domingo cualquiera en los arrabales de West Hollywood. «Promesa y peligro en Los Angeles: una historia de dos ciudades», así se titula un demoledor informe -publicado hace un año por United Way- que distingue a la ciudad con el denigrante título de «capital nacional de la pobreza».

El bache entre pobres y ricos, vaticina el estudio, irá en aumento porque el modelo social que se está implantando no es otro que el de los imperios coloniales: una base pobre y explotada (los inmigrantes hispanos), al servicio de una casta blanca.

«En ningún otro lugar de América puede hacerse uno tan milagrosamente rico o tan repentinamente pobre», apunta Fernando Guerra, director del centro de estudio de Los Angeles en la Universidad Loyola Marymount University. «Y en ninguna otra ciudad hay unas diferencias tan abismales entre unos y otros. Las barreras sociales y geográficas son aplastantes, y si alguien cae en las redes de la pobreza le va a ser muy difícil salir por las gravísimas carencias estructurales».

El lejano sueño americano

Para gente como Rosario Hernán, un año trabajando como tejedora en un almacén semiclandestino a tres dólares la hora (casi la mitad del salario mínimo), el sueño americano es algo tan lejano como su Cuernavaca natal. Rosario vio quedarse ciega a su mejor amiga, Laura Mariscal, por sobreexplotación laboral. Ahora ha decidido lanzarse a la calle y sumarse a las incipientes manifestaciones de trabajadores hispanos contra las fábricas del sudor.

«Yo sólo deseo que mis tres hijos puedan salir de la trampa de la pobreza», dice Rosa, que a duras penas puede llegar a fin de mes con el sueldo de su marido, un mecánico. «Y si algún día mis niños son ricos, que no olviden que una vez fueron pobres».

La mayoría de los 300.000 puestos de trabajo creados en Los Angeles desde 1993 están por debajo de los 4.750.000 pesetas anuales. Los directivos ganan 475 veces más que los empleados de sus propias empresas. El 5% de la población tiene más dinero que el 95% restante.

«La enorme acumulación de riqueza en nuestros días sólo tiene parangón con la Edad Dorada, hace un siglo», declara al New York Times Michael Sandel, profesor de Historia del Gobierno en Harvard. «La diferencia está en que en aquella ocasión se produjo una ola de reforma social y de inversiones públicas en parques, bibliotecas, escuelas y proyectos municipales. Ahora no ha habido ningún impulso social para paliar los efectos de la creciente desigualdad».

Dejamos atrás Los Angeles, enfilamos hacia San Francisco y atisbamos a lo lejos Sillicon Valley (otro día volveremos, con más tiempo). Allí, en la tierra de los tropecientos nuevos millonarios por día, hay también una legión de desamparados que, aunque trabajen, no pueden pagarse ni el alquiler de un cuartucho.

Muchos de ellos no tienen otra opción: o dormir a cielo abierto o pernoctar -por tres dólares- en los renqueantes asientos de un autobús de línea bautizado como The rolling hotel, el hotel rodante.

La desigualdad económica: un tema tabú

El bache entre ricos y pobres se ha convertido en un tema tabú. Los demócratas hablan de «acabar con las desigualdades», pero procuran no airear excesivamente las sangrantes heridas sociales que ha dejado abiertas Clinton.

Los republicanos, que aprovecharon su mayoría en el Capitolio para desmantelar el sistema de ayudas sociales del new deal de Roosevelt, enarbolan ahora la bandera de la «prosperidad con propósito». Al Gore se ha proclamado el «candidato del pueblo», frente al «candidato de los poderosos» (Bush).

Gore se ha desmarcado con un ambicioso plan económico con puntos tan populares como el aumento del salario mínimo, recorte de impuestos para la clase media, salvaguardia del sistema de pensiones de la Seguridad Social, eliminación del bache salarial entre hombres y mujeres, lucha contra la pobreza y el hambre infantil, seguro médico universal a medio plazo...

George W. Bush quiso lanzar la idea de la «nueva prosperidad», pero sus propuestas se han estrellado contra el muro de la realidad y la mayoría de los americanos temen que su plan económico lleve de vuelta a la recesión de la era Reagan y ponga en gravísimos aprietos el futuro de la Seguridad Social.
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Tomado de:  http://www.eurosur.org/rebelion/internacional/pais210900.htm